SEREMOS
JUZGADOS POR NUESTRAS OBRAS.
Ilustración:
“Estén atentos y levanten la cabeza, porque se acerca la hora de su liberación,
dice el Señor.” (Lc 21, 28)
Seremos juzgados
por nuestras obras.
Vi después
un trono brillante y magnífico, y al que estaba sentado en él. El cielo y la
tierra desaparecieron de su presencia sin dejar rastro. Y vi a los muertos,
grandes y pequeños, de pie delante del trono. Fueron abiertos unos libros y
también el libro de la vida. Los muertos fueron juzgados conforme a sus obras,
que estaban escritas en esos libros. Apoc 20, 1-4. 11–21
¿De qué obras se trata?
La carta a os Gálatas (5, 19- 23) nos hablan de las obras de la
carne y de los frutos de la fe. Que vienen a ser la lucha entre los Vicios y
las Virtudes; entre el Ego y el Amor: entre el Bien y el Mal. ¡No unciros en yugo desigual con los infieles! Pues ¿qué
relación hay entre la justicia y la iniquidad? ¿Qué unión entre la luz y las
tinieblas? ¿Qué armonía entre Cristo y Beliar? ¿Qué participación entre el fiel
y el infiel? ¿Qué conformidad entre el santuario de Dios y el de los ídolos?
Porque nosotros somos santuario de Dios vivo, como dijo Dios: Habitaré en medio
de ellos y andaré entre ellos; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo. (2 de
Cor 6. 14- 16)
Diablo significa
el que divide y Satanás significa el que pone obstáculos para que no alcancemos
la Gracia de la Salvación y de nuestra santificación. El vocabulario del Mal va
acompañado de sus obras: dividen, confunden, engañan, manipulan, oprimen y matan.
Jesús nos dice: “Vigilen y oren para no caer en tentación”. (Mt 26.41) Pedro
nos recuerda: Resístanle firmes en la fe (1 de Pe 5, 8) Pablo nos dice: luchen
contra las fuerzas del Mal (cf Ef 6. 10) Están hablando de la lucha entre el
hombre viejo y el Hombre Nuevo. (Ef 4, 23- 24)
La enseñanza de Jesús.
En aquel tiempo, Jesús propuso a
sus discípulos esta comparación: “Fíjense en la higuera y en los demás árboles.
Cuando ven que empiezan a dar fruto, saben que ya está cerca el verano. Así
también, cuando vean que suceden las cosas que les he dicho, sepan que el Reino
de Dios está cerca. Yo les aseguro que antes de que esta generación muera, todo
esto se cumplirá. Podrán dejar de existir el cielo y la tierra, pero mis
palabras no dejarán de cumplirse”. ( Lc 21, 29-33)
Podrán dejar
de existir el cielo y la tierra, pero mis palabras no dejarán de cumplirse. “Pues toda
carne es como hierba y todo su esplendor como flor de hierba; se seca la hierba
y cae la flor; pero la Palabra del Señor permanece eternamente. Y esta es la
Palabra: la Buena Nueva anunciada a vosotros.” (1 de Pe 1, 24- 25).
Por lo tanto, ceñíos los
lomos de vuestro espíritu, sed sobrios, poned toda vuestra esperanza en la
gracia que se os procurará mediante la Revelación de Jesucristo. Como hijos
obedientes, no os amoldéis a las apetencias de antes, del tiempo de vuestra
ignorancia, más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también
vosotros sed santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura: Seréis
santos, porque santo soy yo. (1 de Pe 1. 13- 16)
¿De qué frutos se trata?
Se trata de las obras de la fe o
frutos del Espíritu Santo (Gál 5, 22- 23) Se trata de las virtudes que nacen
crecen y maduran bajo la guía de la escucha y obediencia de la Palabra de Dios,
y tener así una fe firme, férrea y fuerte (Mt 7, 24) Virtudes que son el vigor
y la fuerza de Dios en nuestro corazón que vienen a ser nuestra Túnica, a lo que
Pablo llama “Armadura de Dios” y “Revestirse de Cristo” (Rm 13, 13- 14) Jesús
les llama: “Lámparas encendidas” (Lc 12, 35) Que vienen a ser la Luz de Cristo
en nuestro corazón (cfr Jn 8, 12) Para llegar a ser luz del mundo ( Mt 5 13).
¿Cuándo comienza la lucha?
Cuando Cristo habita por la fe
en nuestro corazón (Ef 3, 17) Cuando tenemos la Gracia de Dios, que es un don
gratuito e inmerecido (Ef 2, 4- 6) Cuando escuchamos la Palabra de Dios y la
obedecemos (Rm 10, 17; Apoc 3, 20) Jesús entra a nuestra vida para hacer de
nosotros “Casitas de Dios” y no ser cueva de ladrones (Mt 21, 12- 16) o ser
guarida de zorras (Lc 9, 58).
La fe y sus
virtudes que vienen a ser sus hijas son el arma poderosa para vencer todo lo malo:
Pues, ¿quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús
es el Hijo de Dios? Este es el que vino por el agua y por la sangre:
Jesucristo; no solamente en el agua, sino en el agua y en la sangre. Y el
Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la Verdad. Pues tres
son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres
convienen en lo mismo. (1 de Jn 5, 5- 8)
El agua hace
referencia al bautismo que nos da el perdón y el don del Espíritu Santo (Hch 2,
38) La sangre hace referencia a la lucha que hemos de sostener para vencer el
mal con el bien (Rm 12,21) Y el Espíritu que nos guía a la Verdad Plena (Jn 16,
13) La verdad Plena es Cristo crucificado, resucitado y glorificado, es el
Hombre Nuevo y los que han creído en Él y viven en comunión en Cristo son con
Él hombres nuevos, son una Nueva Creación (2 de Cor 5, 17) Y están sentados a
la Mesa de l Señor (1 de Cor 10, 21) Comiendo de los frutos del Árbol de la
Vida que está en el Paraíso de Dios (Apoc 2, 7)
Lo anterior nos pide creer y
convertirse.
Lo que pide aceptar a Cristo
como el Hijo de Dios, el Don de Dios a los hombres (cf Jn 3, 16) Creer que
Jesús nos amó y se entregó por nosotros para el perdón de los pecados y
resucito para darnos vida eterna. (Rm 4, 25) Para aceptarlo como nuestro
Salvador, nuestro Maestro y como nuestro Señor.
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