ESTÉN PREPARADOS CON
LAS LÁMPARAS ENCENDIDAS Y LA TÚNICA PUESTA.
Iluminación: Y esto, teniendo en cuenta el
momento en que vivimos. Porque es ya hora de levantaros del sueño; que la
salvación está más cerca de nosotros que cuando abrazamos la fe. La noche está
avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas
y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos con
decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada
de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os
preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias. (Rm 13, 11- 14).
¿Qué
es el adviento?
Es
un tiempo fuerte de gracia que tiene como sentido prepararnos para la venida
del Señor. Es un tiempo dedicado a Dios. Tiempo de espera, de reflexión y de
apertura. Es la llamada a vivir despiertos cuidando de una oración más íntima,
más cálida y más extensa; Tiempo de una escucha de la Palabra más atenta que
nos lleven a la reconciliación con Dios, con la Iglesia, con la familia. Un
tiempo para compartir lo que sabemos, lo que tenemos y lo que somos. El mensaje
de Adviento es un mensaje de “Esperanza” que nos invita a levantar la cabeza
por que se acerca nuestra liberación.
El Adviento es el comienzo
del Año Litúrgico, empieza el domingo más próximo al 30 de noviembre y termina
el 24 de diciembre. Son los cuatro domingos anteriores a la Navidad y forma una
unidad con la Navidad, la Epifanía y el Bautismo del Señor.
El término
"Adviento" viene del latín adventus, que significa venida, llegada,
presencia. El color usado en la liturgia de la Iglesia durante este tiempo es
el morado. Con el Adviento comienza un nuevo año litúrgico en la Iglesia.
El sentido del
Adviento es avivar en los creyentes la espera del Señor, preparar al Señor una
cuna o una casita en nuestro corazón para que nazca y habite en nuestro
interior y se manifiesta con su poder para sanar las heridas del corazón
caótico y pueda nuestro corazón manar leche y miel, es decir, paz y dulzura
espiritual y formar parte de una comunidad fraterna, solidaria y servicial. Se
puede hablar de dos partes del Adviento:
Primera Parte
Desde el primer
domingo al día 16 de diciembre por la tarde, con marcado carácter escatológico,
mirando a la venida del Señor al final de los tiempos; escuchamos un mensaje
lleno de Esperanza, que nos llama a la conversión interior y comunitaria.
Segunda Parte
Desde el 17 de
diciembre al 24 de diciembre, es la llamada "Semana Santa" de la
Navidad, y se orienta a preparar más explícitamente la venida de Jesucristo en
la historia, la Navidad. El eterno se hizo uno de nosotros para sacarnos del
pozo de la muerte y llevarnos al Reino del Hijo de su Amor (Col 1, 13)
Los personajes del Adviento
Isaías, Juan Bautista y María de Nazaret son los modelos de
creyentes que la Iglesia ofrece a los fieles para preparar la venida del Señor
Jesús. Las lecturas bíblicas de este tiempo de Adviento están tomadas sobre
todo del profeta Isaías (primera lectura), también se recogen los pasajes más
proféticos del Antiguo Testamento señalando la llegada del Mesías.
Escuchemos la Palabra de Señor: “Vigilad
y orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41) Son palabras del Señor Jesús que
nos invitan a estar siempre en “la espera de su llegada”. Despiertos y
conscientes de nuestras debilidades. Animándonos mutuamente a vivir la espera
llenos de confianza, sabiendo que el tiempo de vivir sin opresiones ni tentados
por el desaliento y la depresión. Preparase es cuidar de que no se nos embote
la mente ni el corazón se nos haga duro o se pierda la moral para no caer el
desenfreno de las pasiones (Ef 4, 17-18). Es tiempo de orientar nuestro
pensamiento y nuestro corazón hacia la “Venida del Señor” para no llenar
nuestra vida de bienestar y dinero, de espaldas al Padre del cielo y a sus
hijos que sufren en la tierra.
“Vigilad
y orad”. Significa vivir pidiendo la fuerza de lo Alto sostenidos por la Gracia
de Dios para poder mantenernos en pie y estar siempre despiertos, con una fe
viva, auténtica, iluminada por la caridad. Anhelando escuchar la Palabra de
Dios en lo más íntimo de nuestro ser, buscando conocer su Voluntad para ponerla
en práctica, siguiendo las huellas de Jesús que se hizo pobre para
enriquecernos con su pobreza. Qué hermoso es recordar y hacer nuestras las
palabras de san Pablo: “todos sabemos de la generosidad de nuestro Señor
Jesucristo que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (2
Cor 8, 9).
“Vigilad
y orad”. Significa “Vivir despiertos” con los ojos del corazón bien abiertos,
los oídos atentos y con la esperanza viva de que el Señor vendrá pronto. Qué el
deseo ardiente de nuestro corazón sea cambiar nuestra manera de pensar, de
sentir y de vivir para que podamos vivir la vida como la vivió Jesús. Vivir
buscando con sincero corazón la venida del reino de Dios a nuestros corazones
para que tengamos una vida más digna y feliz para todos. Lo contrario es
dormirse, es decir entrar en el pecado.
“Vigilad
y orad” significa “Vivir despiertos” con la esperanza puesta en la Palabra de
Dios, cuidando de no caer en la incredulidad y la indiferencia ante la marcha
del mundo. No dejar que nuestro corazón se endurezca, quedándonos sólo en
quejas, críticas y condenas a los demás, al sistema, a la religión. Hagamos
nuestra parte: despertemos activamente nuestra Esperanza. Sólo entonces
podremos vivir una vida más lúcida, sin dejarnos invadir por la insensatez que
puede llevar nuestras vidas al vacío, al caos y a la pérdida del sentido de la
vida. Las columnas de nuestra Esperanza son dos, una Promesa y un Acontecimiento,
llamado hoy día Nacimiento. (Ez 37, 12- Gál 4, 4- 6) (Gn 3, 15- Jn 3, 16)
“Vigilad
y orad” significa despertar nuestra fe en Dios Padre de toda misericordia que
se ha manifestado en su Hijo nacido de una Mujer en el pesebre de Belén para
bien de toda la Humanidad. Descubrir y desarrollar el proyecto de Dios que nos
invita a preocuparnos por los más necesitados. Descubrir que Dios nos busca y
atrae hacia Él con cuerdas de ternura y con lazos de misericordia. Vigilemos
nuestra “esperanza” que no se nos apague, porque se nos apagaría también la
vida.
El tiempo de Adviento
es un tiempo fuerte de Gracia. Quiere despertar en nuestro corazón el “deseo de Dios,” el
deseo de Emmanuel: Dios entre nosotros; Dios con nosotros y en favor de
nosotros. Nos recuerda la venida histórica del “Nacimiento del Niño Dios”.
Venida humilde, sencilla y llena de sufrimiento que culmina en la Cruz. El
Señor nos habló de otra venida orientada hacia el futuro. Venida gloriosa,
llena de esplendor que vendrá a dar a cada quien la recompensa. El Adviento es
un tiempo de fuerte preparación para la Navidad para llevar nuestras manos
llenas de los frutos de la fe.
Entre las dos venidas: la histórica y la escatológica, se
habla de una venida intermedia que se encuentra atestiguada por la Sagrada
Escritura: “Que Cristo habite por la fe en su corazón… (Ef 3, 17s) “Yo estoy a
la puerta y llamo, el que escuche mi voy me abra, yo entraré y cenaré con él…
(Apoc 3, 20) “Si alguno me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y
vendremos a él, y haremos morada en él….” (Jn 14, 23). Está venida intermedia
es la manifestación de “obediencia, confianza, esperanza, amor y pertenencia.”
Es la manifestación de la Luz, el Amor, la Verdad, la Justicia que han sido
encendidas en nuestro corazón y es a la vez, la “Túnica” que nos reviste de
Jesucristo. En las dos venidas Jesús es visto, en la primera humilde y
sufriente, en la segunda venida se verá revestido de gloria y esplendor. En la
venida intermedia no se ve, sólo se manifiesta. Es Maestro interior que guía,
libera, reconcilia, transforma y promueve. Implanta el reino de Dios en nuestro
corazón.
La Navidad de Jesús en nuestro corazón exige “despojarse” del
traje de tinieblas, sacudiendo toda la basura y la polilla que hayamos
acumulado en nuestro interior. Exige lavar nuestras manos, mente y corazón de
todo espíritu impuro como una preparación para abrirle la puerta de nuestro
corazón a Aquel que viene a traernos el Fuego de lo Alto para encender las
lámparas de nuestra vida: la fe, la esperanza y el amor.
¿Qué hacer en este
tiempo de Adviento?
Lo primero, es la “Escucha de la Palabra” que abre el camino a la fe (Rm 10,
17) para que Cristo nazca en nuestro corazón. La fe nos trae la Paz, la
Confianza, la Esperanza y el Amor (cf Rm 5, 1- 5) Juntamente con un corazón
pobre, sencillo, manso y humilde. La escucha de la Palabra de Dios nos convence
de cuatro cosas: Lo primero es que Dios nos ama a todos y a cada uno de una
manera incondicional, inabarcable e infinita. La Palabra nos convence que somos
personas valiosas importantes y dignas, llamadas ser hijos de Dios. Nos
convence de que somos pecadores, no somos buenas gentes. No tengamos miedo que
Cristo vino a salvar a los pecadores. La Palabra nos convence que el único que
puede salvarnos es Jesús, el Hijo de Dios (Jn 3, 16; Hch 4, 12)
El tiempo de Adviento es una llamada a la conversión
interior, para prepararnos a la venida del nacimiento de Jesús en nuestro
corazón, para que seamos “don” de Cristo a nuestras familias y a nuestras
comunidades. La conversión integral abarca todo nuestro ser y podemos
integrarla en tres palabras. “Llenarse de Cristo” Llenarse de los sentimientos,
pensamientos, intereses, preocupaciones y luchas de Cristo, como Hijo de Dios,
Hermanos de los demás y como Servidor de todos. A la misma vez, la conversión,
implica el “Vaciarse de aquello” que no viene de la fe y que nos lleva al
pecado (Rm 14, 23). Las velas encendidas
y la túnica puesta, equivale a un corazón renovado y revestido de Cristo. Es
nuestra vida escondida en Cristo. (Col 3, 1.4) Escuchemos al Evangelio:
En aquel tiempo, Jesús
dijo a sus discípulos: "Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas
encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su Señor
regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a
quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá
la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a
medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos". (Lucas 12, 35-38)
Es el llamado a la disponibilidad para hacer la Voluntad de
Dios, manifestada en Cristo Jesús. Es disponibilidad para obedecer la Palabra
de Cristo; es abrir la puerta al Señor en cuanto llegue y lo encuentre en vela.
Abrir la puerta del corazón es escuchar la Palabra de Dios para ser discípulos Cristo
y sentarse con Él a la mesa de la Amistad, y sentirse felices por estar
haciendo la voluntad de Dios. “Yo estoy a la puerta y llamo, el que escuche mi
voz y me abra la puerta… “(cf Apoc 3, 20)
¿Cómo esperar al Señor? El Señor Jesús nos ha dicho: “Velen,
vigilen para no estar desprevenidos” (Mt 26, 41) Para esperar al Señor
necesitamos de paciencia, de confianza, de esperanza y de misericordia, (cf
Eclo 2, 1-5) que vienen de la fe, que viene de la esperanza y que nos lleva al
amor. Con paciencia, confianza, esperanza y misericordia somos llevados a la
fidelidad de la voluntad de Dios y a la fidelidad al servicio.
El Adviento es un tiempo dedicado a Dios, hay que despojarse
de todo aquello que nos impide ser libres para amar a Dios y al prójimo.
“Despojaos del hombre viejo y revestíos del hombre nuevo” (Ef 4, 23) Es un
tiempo para escuchar la Palabra de Dios para ser discípulos de Jesús y para
conocer la Verdad que nos hace libres. (Jn 8, 31- 32)
Es un tiempo para escuchar la Palabra de una manera más
atenta para ser disponible para que la Palabra se haga vida en nosotros y haga
su obra en nuestro corazón. Es un tiempo para hacer una oración más íntima, más
de dentro, más del corazón. (Que no sea una oración como la que dice Isaías: de
labios para fuera: Oración fría y vacía) La oración del corazón es la oración
que nos hace escuchar la Voz de Dios en lo más profundo de nuestro ser. Adviento
es un tiempo para reconciliarnos con Dios y con la Familia. Reconciliarse para
recibir el perdón de nuestros pecados, para volver a ser hijos de Dios y volver
a ser hermanos de nuestros hermanos. El Adviento es además un tiempo para
compartir lo que sabemos, lo que tenemos y lo que somos. Para compartir hay que
hacer presencia para hacer a los otros partícipes del “Pan de vida” “de la
Palabra” “del tiempo” “de nuestra casa” y de “nuestro camino.” Es el camino que
nos une, que nos reconcilia y que nos lleva a la Navidad. (cf Mt 25, 31-46; Hb
12, 2)
Aplicación a nuestra
vida.
El
ejemplo del pesebre abre para los hombres una nueva mentalidad y una nueva
actitud: pertenecer al mundo de los humildes y de los servidores. La humildad
es la capacidad para donarse a los más pobres y en últimas, a cualquier hombre
para ayudarlo a ser mejor. Esto nos exige tres cosas que siempre harán unidad:
· Desprendimiento de títulos de
grandeza o superioridad. No te creas más que otros, pero,
tampoco te creas menos que ellos. El Pesebre de Belén nos iguala a todos los
seres humanos. “No te arrodilles ni ante el poder ni ante el oro. Ni ante los
poderosos ni ante los ricos. (cf Rm 12, 2; Jer 17,5)
· La actitud de servicio.
El hombre que no sirve, no vive, es decir no se realiza. Nacimos para servir.
El servicio es la expresión del amor de los hombres que se deciden a vivir para
Jesús, el pobre de Belén.
· Disponibles para la misión.
La misión tiene como primera tarea dejar que Cristo se haga carne en nuestros
corazones. A esto el Evangelio le llama “nuevo nacimiento” (Jn 3, 1-5). De nada
nos puede servir que Jesús haya nacido o nazca mil veces en Belén si no nace en
nuestros corazones. El compromiso de la fe se expresa diciendo: “somos
enviados con otros a favor de otros”.
Cuando
Jesús se hace carne en nosotros de la manera que el Verbo se hizo carne en el
seno de María, podemos tener la seguridad que seremos servidores al servicio
del “Reino de Dios” y no al servicio de intereses personales, llenos de egoísmo
humano y por lo tanto de pecado.
7.
Hacernos un nuevo propósito.
·
Dejar que la Palabra de Dios nos
cuestione, nos descubra y nos ilumine para que podamos ser portadores de la
vida que “Cristo vino a traernos vida en abundancia” (Jn 10, 10).
·
Proponernos que Jesús nazca y crezca en
los corazones de los hombres. Para esto hemos de sembrar la acción de Dios,
mediante la evangelización y el buen testimonio. No tengamos miedo amar, Dios
está con nosotros, entre nosotros y está a nuestro favor.
·
Comprometernos con otros hermanos de la
comunidad a favor de los hermanos menos favorecidos del barrio o de la ciudad
(Ancianos, migrantes, familias pobres, etc)
· Comprometernos
en la construcción de una vivienda digna para alguna familia de escasos
recursos.
· Comprometernos
con otros a favor de los más necesitados para que esta Navidad y Año Nuevo
tengan una cena digna.
· Comprometernos
a visitar nuestras familias y buscar una reconciliación más auténtica y
verdadera.
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