EL SEÑORÍO DE JESÚS.
OBJETIVO:
Jesús es el Salvador y el
Redentor de los hombres, pero él ha de ser además, Señor de nuestras vidas,
centro de nuestros corazones. Con este tema pretendemos ayudar a conocer el
camino que nos lleva a la perfección cristiana
1. La fe de la Iglesia
“Nadie hablando
con el Espíritu de Dios, puede decir: “Anatema sea Jesús”; y nadie
puede decir: “Jesús es Señor”, sino con el influjo del Espíritu Santo” (1 Co 12, 3)
Dios ha abierto a los hombres un camino que pasa por los acontecimientos de la
salvación: muerte y resurrección de Jesús. Camino que no nace del silencio sino
de la escucha. Es el camino del Kerigma: ¡Jesucristo ha muerto! ¡Jesucristo ha
resucitado! ¡Jesucristo es el Señor!
Esta es la fe
que los apóstoles trasmitieron a la
Iglesia y que ella quiere hoy día despertar en cada uno de
los bautizados e incluso en las mismas piedras. Jesús de Nazaret, el profeta
que murió en la Cruz por los pecados de todos los hombres, ha resucitado y ha
atravesado los cielos para sentarse a la derecha del “Trono de Dios” y ha sido
constituido “Señor y Cristo” (Hch 2, 36).
2.
Por la
Obediencia del Hijo
San Pablo nos
dice que Jesús por su obediencia recibió el Nombre que está sobre todo nombre…y
que toda lengua proclame y toda rodilla se doble “Jesucristo es Señor” para
gloria de Dios Padre. (Flp 2, 8-11) Lo que Pablo quiere expresar con la palabra
Señor es precisamente aquel Nombre que proclama el Ser divino. El Padre ha dado
a Cristo su mismo Nombre, y su mismo Poder. Esta es la verdad inaudita que
encierra nuestra fe cristiana: “Jesucristo es el Señor” “Jesucristo es “El que
es”, el Viviente. Es Dios con nosotros.
Pero Pablo no
es el único que proclama esta verdad: “Cuando levantéis al Hijo del Hombre,
sabréis que YO SOY”, nos dice san Juan en su Evangelio. (Jn 8, 24). Y también
dice: “Si no creéis que YO SOY, moriréis por vuestros pecados”. La remisión de
los pecados tiene lugar ahora en ese Nombre, en esa Persona, en Jesús, el Hijo
amado del Padre.
Para san Juan
el Nombre divino está íntimamente ligado a la obediencia de Jesús hasta la
muerte: “Cuando levantéis al Hijo del
Hombre sabréis que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como
el Padre me ha enseñado” (Jn 8, 28) Jesús no es Señor contra el Padre o en
lugar del Padre, sino “para la gloria del Padre”.
Esta hermosa
Verdad que es un secreto, que está vedada para el mundo, hoy la Iglesia nos la revela, nos
la entrega a los que hemos creído en el que Dios ha enviado, lo hemos aceptado
como nuestro Salvador y ahora nos invita a aceptar su señorío sobre nuestras
vidas. Ese dominio de Dios que fue rechazado por el pecado ha sido sustituido
por la obediencia de Cristo, el nuevo Adán. En Jesús y por Jesús Dios ha vuelto
a reinar desde la “Cruz” por eso que toda rodilla se doble y que toda lengua
proclame que Jesús es Señor: “Para eso
murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos”. (Rm 14,9)
3.
“En el REINO DE DIOS nadie
vive para sí mismo”.
El grito de alabanza que se
escuchaba como un estallido en las asambleas cristianas después de Pentecostés,
llenaba a unos de rabia y a otros de alegría: “Jesús es Señor” para gloria de Dios Padre. La alegría de los
cristianos está en conocer, amar y servir a Cristo para decir con Santo Tomás:
“Mi Señor y mi Dios”. Realidad que sólo puede ser posible, cuando, por la acción del Espíritu Santo nos
sumergimos en la Voluntad del Padre, haciendo de su Hijo el Principio, el
Centro y el Fin de nuestra vida.
En el Mundo el hombre vive
para sí mismo; muchas veces bajo el dominio de las cosas, de las personas o de
las ideologías. No así, en el Reino de Cristo, donde nadie vive para sí mismo: “Si vivimos para el Señor vivimos y sí
morimos; para el Señor morimos, tanto en la vida como en la muerte somos el
Señor (Rm 14, 8). Lo que realmente estamos diciendo que el hombre es un
ser para la entrega, que nuestra vida no nos pertenece, su Dueño es el Señor. Es
muy bueno que ya estemos diciendo que Jesús es nuestro Salvador, pero, es
también necesario que reconozcamos a Jesús como SEÑOR DE NUESTRA VIDA Y DE
NUESTRA HISTORIA.
El camino para vivir el
Señorío de Jesús es: “Ser de Cristo” (1 Co 3, 23). Ser pertenencia de Cristo,
que Jesús sea el “Mero, Mero” en tu vida. Ser de Cristo implica haberlo
recibido como Salvador y haber recibido su perdón y su paz. ¿Ustedes de quien
quieren ser? San Pablo en la carta a los Gálatas nos dice: “Para ser libres nos liberó Cristo”. (Ga 5, 1) Libres de toda
esclavitud, y libres para servir a los hombres. Es la enseñanza del Maestro: “No he venido a ser servido, sino a servir”
(Mc 10, 45). Jesús ha venido a nuestra vida para liberarnos del pecado, de la
idolatría, destruir las obras del Diablo y darnos el don del Espíritu Santo. Vivir el Señorío de Cristo es el camino
para ser libres del yugo de los ídolos y limpiar nuestra casa de todo lo que
impide que el Reino de Dios crezca en nuestros corazones.
La verdad es que el hombre ha
sido puesto en mundo para ser amo y señor de las cosas: vivir por encima de
ellas; no fue creado para vivir por encima de los demás, como tampoco fue creado
para vivir por debajo de los otros. Los señores de la tierra son opresores, son
explotadores, están llenos de mentira, fraude y engaño, quienes viven el
Señorío de Cristo no son de esos.
El hombre existe para entregarse, para darse para servir a impulsos del
amor. Con su
voluntad el hombre se ata, se adhiere a “algo” o a “alguien”. El ser humano se
ata o se une a lo que ama, aquello que la inteligencia le presenta como bueno.
¿Qué sucede si me ato al mal? ¿Qué sucede si me adhiero al bien? ¿Qué sucede si
me uno a Dios? Si me uno al mal, me hago malo, si me uno al bien me hago bueno
y si me uno a Dios me divinizo. Me hago uno con Él en Cristo Jesús, “Camino,
Verdad y Vida”, y todo el que se une a Él,
vive en la verdad, practica la justicia, camina en la libertad y vive
para amar. En pocas palabras se realiza plenamente como ser humano.
El hombre que se adhiere al
error, es un oprimido y es esclavo del mal. En cambio si se
adhiere al bien se hace siervo de Dios. De la misma manera que el hombre
que vive para sí mismo se asfixia en su propio ego. No hay término medio, o
frío o caliente. Sólo hay dos caminos,
uno lleva a la vida el otro al libertinaje y por ende a la muerte. No hay
término medio, si tú me dices yo tengo mi propio camino, ese sería un camino,
ni tan ancho ni tan angosto, ni frío ni caliente, más bien sería tibio y la
Palabra de Dios nos dice que la tibieza espiritual no es grata a Dios. “Conozco tu conducta, no eres ni frío ni
caliente; ahora bien puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a
vomitarte de mí boca”(Ap 3, 15- 16)
4.
¿Cómo entiende la Biblia la
palabra SEÑOR?
¿Qué significa la Palabra
Señor? En primer lugar designa a la persona que tiene dominio sobre tierras o
cosas, es dueño. Por ejemplo los señores feudales y los hacendados se creen
dueños de vidas y haciendas. Jesús no es de estos, hoy día a esos señores nadie
los quiere. Otra palabra muy semejante es la palabra “amo” que tiene casi el
mismo significado, pero que hace referencia más bien a personas que son cabeza
de la casa y que tienen uno o varios
criados. El Amo es el que hace y deshace.
Para los judíos el NOMBRE de
Dios revelado a Moisés en el libro del Éxodo (3, 14) es tan SAGRADO que no se
atrevían a pronunciarlo y encontramos que en la Biblia griega el NOMBRE es
traducido por “Kyrios” (Señor). Señor se convierte desde entonces en nombre más
habitual para designar la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo
Testamento utiliza en sentido fuerte el título de Señor para designar al Padre,
pero también lo emplea, y aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como
Dios. (1 Co 2, 8; Flp 2, 6-11)
1. Hechos 2, 36.
Independientemente de lo que digamos, Jesús es Señor, pues Dios lo ha
constituido Señor y Mesías.
2. Juan 13, 13-14. Ustedes me
llaman Maestro y Señor, y en verdad lo soy….
3. Juan 20, 28. “Mi Señor y mi
Dios” la frase más bella de la Biblia que mejor nos habla de lo que Jesús:
Señor de señores. Dios de Dios.
4. Colosenses 1, 15-18. Imagen de
Dios Invisible. Es también la cabeza del Cuerpo que es la Iglesia. El es el
Principio…
5. Filipenses 2, 6-11. Jesús es
de condición divina….que toda rodilla se doble…y toda lengua proclame que Jesús
es SEÑOR.
La experiencia nos dice
muchísimos son los bautizados, muchos los creyentes, pocos los practicantes y
poquísimos los comprometidos con la causa de Cristo. Quiero decir que con esto
que muchos creyentes no viven bajo el Señorío de Cristo, más bien llevan una
vida según la carne: vida mundana y pagana dando culto a los ídolos del poder,
del placer o del tener. Podemos dividir nuestra vida en dos: antes y después de
conocer a Cristo. (cf Ef 5, 1-8)
Antes de conocer a Cristo Después
de conocer a Cristo Jesús es
Señor
El Yo es el centro Jesús ya está dentro… Jesús es el centro y
Cristo está fuera de la vida.
Pero el Yo sigue siendo el centro.
el Yo está a su lado.
A mi alrededor; dinero,
A mi alrededor sigue el dinero, Todo ha sido puesto
alcohol, sexo, etc. fama, el tabaco, diversiones. bajo los pies de Cristo
5.
¿Cómo hacer a Jesús Señor de
nuestras vidas?
Existen dos capitanes, dos
señores, dos reinos: el de la luz y el de las tinieblas. En el Reino de la luz, Cristo es el Rey, es el Capitán,
mientras que el reino de las tinieblas, el Diablo es el jefe. ¿En cuál reino te
encuentras? ¿Cómo saberlo? ¿Cuál voluntad estás haciendo? ¿Tú voluntad o la de
Dios? En reino de la Luz sólo viven los que hacen la voluntad de Dios
manifestada en Cristo Jesús. ¿Cómo hacer a Cristo Jesús Señor de nuestras
vidas? Lo primero es:
1. El encuentro personal
con Jesús, Buen Pastor. Encuentro liberador y gozoso que divide la vida de los creyentes en
dos: antes y después de conocer a Cristo. Antes yo era el rey, el centro de mi
vida. Mi felicidad estaba en las cosas: dinero, sexo, alcohol, droga, amigos,
carros, etc. El Señor estaba fuera de mi vida. Con el encuentro con Cristo se
inicia el proceso, Él entra en mi vida y se experimenta el poder de Dios y lo
bueno que es el Señor.
¨ La clave: “Hacer en todo la
voluntad de Dios”. “Haced lo que Él os
diga” (Jn 2, 5). Buscar y realizar su voluntad es poner a Jesús por encima
de todo lo creado. El cristiano que camina con decisión por los caminos de Dios
aprende a discernir entre el bien y el mal, y se hace adulto en la fe, capaz de
vivir de una manera digna según el Señor, dando frutos buenos y creciendo en el
conocimiento de Dios. (Col 1, 9-10)
¨ La Ley: Amar como Jesús, a
todos y siempre. Cuando la Ley de Cristo reina en nuestros corazones, las cosas
ya no se hacen por obligación ni por que toca; todo se hace con alegría y por
amor al Señor, por eso se puede decir con san Pablo: “Todo lo que era importante para mí, lo considero basura y lo doy por
pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo, mi Señor”. (cfr. Flp
3, 10-11).
¨ El compromiso: ser servidor de
los demás. Jesús es Señor de los que permiten que Él les lave los pies. Jesús dice: “Vosotros me
llamáis Maestro y Señor, y lo soy, pues
si yo que soy Maestro y Señor les he lavado los pies, haced vosotros lo mismo”
(Jn 13, 13-14). El señorío de Jesús es para el servicio del hombre: “El Hijo
del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos” (Mt 20, 28)
2. La purificación del
corazón o destrucción de los Ídolos. El Señor Jesús no entra en nuestros corazones con sus
manos vacías. ¿Qué lleva? La Espada de doble filo y viene a echar fuera de
“Casa” todo lo que no sirve, lo que ocupa el lugar de Cristo; viene a destruir
nuestros falsos dioses Entra también en nuestros corazones como Luz que ilumina
todas dimensiones de nuestra vida. Paso a paso, de obra en obra, el Espíritu
del Señor va rompiendo ataduras, destruyendo ídolos, limpiando la casa;
espíritu de machismo…espíritu de brujería…espíritu de alcoholismo…espíritu de
adulterio…espíritu de libertinaje…espíritu de grosería, fuera y al fuego.
3.
La opción por Jesucristo y
rompimiento con el mundo. El Señor Jesús no pide poco, tampoco pide mucho, Él lo pide todo. Pide
pero no exige. Es un Caballero y respeta nuestra libertad: “Si tu quieres”…
¿Cuándo se hace la opción por Jesús? ¿en qué momento? La opción por Jesús es un
momento de gracia, es don y respuesta…implica dos certezas: La certeza que Dios me ama… “me amó y se entregó por mí”. Yla certeza que yo también lo
amo…y hago alianza con Él.
Cuando esta doble certeza se
enraíza en el corazón de los discípulos, entonces, libre y conscientemente se
decide uno por Cristo y por su Evangelio. Es decir, se guardan los Mandamientos
y se acepta libre y gozosamente la llamada al servicio. Jesús pregunta a Pedro:
“¿Pedro, me amas”. El no hace alianza con esclavos…el mundo los odia porque
ustedes me aman, si ustedes me odiaran
el mundo los amaría.
4. Vida
de pertenencia a Jesús. Mateo en el Evangelio nos presenta la parábola de la “perla preciosa”.
(Mt 5, 45). La Perla no será nuestra si no estamos dispuestos a darlo todo: familia, amigos, bienes
materiales, morales, defectos, vicios, enfermedades. Entregar lo bueno y lo
malo. Ponerlo todo a los pies de Cristo. Para que pueda ser el Señor nuestro. No somos de las cosas, somos del
Señor con todo y cuanto tenemos, por eso, lo que sabemos, tenemos y somos, todo
lo ponemos con alegría al servicio de quien lo necesite. El Señorío de Jesús es
el camino de desprendimiento y de comunión con Dios y con los demás
especialmente los más pobres.
5. Vida
consagrada al Señor. La vida humana solo se hace cristiana cuando se gira en torno como
siervo de Jesús; sólo entonces es fuente
de alegría cristiana. Sierva de Dios fue el título favorito de María: “He aquí
la esclava del Señor”.(Lc, 1, 38) Pablo, siervo de Jesucristo por voluntad del
Padre, se consagra totalmente y con alegría al servicio de la salvación de los
hombres. Razón por la que puede vivir para Dios y confesarnos que todo, lo que antes de conocer a Cristo
era valioso para él, después de haber
experimentado lo sublime del amor de Cristo, lo considera basura, lo da por
pérdida. (Flp 3, 7)
En la carta a los Romanos
encontramos un texto que nos manifiesta en que consiste una vida consagrada al
Señor: “Hermanos os exhorto por la misericordia de Dios a que ofrezcáis
vuestros cuerpos como hostias vivas, santas y consagradas a Dios; ese ha de ser
vuestro culto espiritual” (cfr. Rm 12, 1-2)
Reconocer, aceptar y proclamar
a Jesús como Señor es algo que solo puede ser fruto de la acción del Espíritu
Santo en nuestra vida.
6.
Manifestaciones del Señorío de
Cristo en nuestra vida.
La voluntad de Dios para
nosotros es hacernos tener parte con Él. La voluntad del Señor manda siempre lo
mejor para el hombre, aunque éste no lo alcance a ver de esta manera: “Porque ésta es la voluntad
de Dios: vuestra santificación” (1 Tes
4, 3). ¿Podrá existir algo mejor para nosotros que nuestra santificación? Las
manifestaciones que podemos ver en nuestra vida, pueden ser, entre otras:
¨ Cambio de una manera de pensar egoísta a una, con sentido
comunitario. De mi carro a nuestro carro, del yo al nosotros, de lo mío al
nuestro.
¨ Se pone lo que se tiene al
servicio de quien lo necesite. El desprendimiento de las cosas y de realidades
buenas para abrirse al servicio.
¨ La administración de la
economía. Ya no se gasta en lo que no se necesita. No se derrocha en cosas
innecesarias, en lujos superfluos. En cosas vanas.
¨ Disponibilidad para abrazar la
voluntad del Padre. Disponibilidad para hacer el bien, sin buscar el
propio interés.
¨ El cultivo de los valores del
Reino. La verdad, la justicia, el amor y la libertad.
Los Padres de la Iglesia de
los primeros siglos nos dicen: “Todo gasto superfluo es un fraude a los
pobres”. Todo derroche en vicios y en lujos innecesarios es fraude, es
engaño….es darle el lugar de nuestra vida que le corresponde a Cristo, a las
cosas, a los perros y a los cerdos.
María es el mejor ejemplo que
tenemos de alguien que haya realizado en su vida el señorío de Cristo. Ella es
la primera discípula, por eso es también hija predilecta del Padre y Sagrario
del Espíritu Santo. En cada momento de su vida abrazó la voluntad de Dios hasta
el fondo, por eso es Virgen fecunda y Madre Admirable.
Señora del servicio ayúdanos a conocer, amar y servir a Jesús, el Señor
de cielos y de tierra, al único, al glorioso e inmortal, al Hijo de Dios
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