Objetivo. Hacer las cosas por amor para ayudar
encontrar el sentido a la vida para hacer las cosas con alegría, entusiasmo y
buscar lo mejor para los demás.
Iluminación: “Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da
fruto, lo quita; y todo el que
da fruto, lo poda para que dé más fruto. Vosotros
ya estáis limpios por la palabra que os he hablado. Permaneced en mí, y yo en
vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo si no permanece en
la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los
sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque
separados de mí nada podéis hacer. Si
alguno no permanece en mí, es echado fuera como un sarmiento y se seca; y los
recogen, los echan al fuego y se queman. Si permanecéis en mí, y mis
palabras permanecen en vosotros, pedid lo que queráis y os será hecho. En esto es glorificado mi Padre,
en que deis mucho fruto, y así probéis que sois mis discípulos. Como el Padre me ha amado, así también yo os he amado; permaneced en
mi amor” (Jn 15, 1-9).
1. La invitación de Jesús.
Ponerle corazón es ponerle amor, alegría, es echarle ganas.
Uno le echa ganas a los que uno ama, y de la calidad del amor, será la entrega,
la donación y el servicio. El amor auténtico, el que Cristo nos ha traído,
aquel que nace de un corazón que se ha lavado en la sangre de Cristo; aquel que
posee una fe sincera, abierta a la verdad y a la misericordia (1 Tim 1, 5);
aquel que busca en todo la gloria de Dios, está por lo tanto, en comunión con
Dios y con todos los miembros del Cuerpo de Cristo Jesús, le ha abierto las
puertas de su corazón y lo ha invitado a entrar en su vida como amo y Señor de
su casa. A este se le llama discípulo de Jesús (Apoc 3, 20).
2. El mandato de Jesús a los suyos.
Se trata de una invitación amorosa del Señor Jesús a estar
con él y a ser como él para poder vivir como él vivió y hacer las cosas que él
hacía, especialmente en el trato con los demás.
Permaneced en mí, como
yo en vosotros (Jn
15, 4). Más que mandato es una invitación amorosa que Jesús hace a los suyos.
¿Cómo podemos permaneced en Jesús? Podemos permanecer en Jesús en la medida que
Él, sea objeto de nuestra confianza (2 Tim 1, 12); en la medida de la
obediencia a sus Mandamientos, garantía de que lo amamos (Jn 14, 21- 23); en la
medida que le pertenezcamos al Señor (Gál 5, 24) y estemos con él para seguirlo
y servirlo (Jn 12, 26).
Permanecer en Cristo es permaneced en la verdad, el amor, la
justicia, solidaridad, santidad y por ende en la Misericordia que está en todos
(Jn 14, 6; 1 Cor 1, 30; Ef 5, 9) Es el camino que nos lleva a la paz y que es propuesto por el mismo Jesús:
“Si conocieras el camino que te lleva a la paz” (Lc 19, 41) La verdad es que
sólo Cristo puede darnos vida eterna, si creemos en él. El amor sólo puede
venir de la fuente del Amor: el Corazón de Cristo, hay que ir a la Fuente y hay
que permanecer en ella: “permaneced en mi amor” (Jn 15, 9). Le hacemos justicia
a Dios cuando creemos en su Hijo (1 Jn 3, 23) y nos dejamos conducir por él (Jn
8, 12), amando y sirviendo a los pobres, a las viudas, a los huérfanos y a los
extranjeros (Jn 13,13). Sin Jesús nada podemos hacer (Jn 15, 5). Nadie da lo
que no tiene.
Permaneced en mi amor
(Jn 15, 9). ¿Cómo podemos permanecer en el Amor de Cristo?
Lo primero es permanecer siendo amados, experimentado su amor, su perdón, su
salvación y liberación. Permanecer en la escucha de su Palabra, dejándose
formar por él como sus discípulos. Aprendiendo de él que es manso y humilde de
corazón (Mt 11, 29), para llegar a tener sus mismos sentimientos de compasión,
misericordia y de disponibilidad para la donación, la entrega y el servicio
libre y consciente, especialmente a los menos favorecidos (Flp 2, 5). El deseo
de estar con Jesús, es el deseo de Dios que nos hace permanecer en su amor para
no secarnos, para estar siempre verdes, dando frutos los doce meses del año.
“Será como árbol plantado entre acequias, da su fruto en sazón, su fronda no se
agosta. Todo cuanto emprende prospera” (Slm 1, 2).
3. Aprendiendo con Jesús.
a)
Estar
con Jesús para aprender con él a orar
como hijos y como hermanos, tal como nos ha enseñado en la oración
dominical (Mt 14, 23; Mc 1, 35; Lc 9,28-30). Orar con Jesús es abrirse a la
voluntad de Dios: “Padre, si es posible aparta de mí este cáliz…” (Lc 22, 42)
“perdónalos Padre, porque no saben lo que hacen…” (Lc 23, 34) “mi alimento es
hacer la voluntad de mi Padre…” (Jn 4, 34) “No todo el que me diga señor,
señor…” (Mt 7, 21).
b)
Permanecer
en su amor para aprender a trabajar con
Jesús como sus discípulos: “Qué bien lo hace todo…” (Mc 7, 37) “Dadles
vosotros de comer…” Mc 6, 37) “Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído…”
(Lc 7, 22s) “Tus pecados quedan perdonados…” (Lc 7, 48) “A vosotros se os ha
concedido conocer los misterios del Reino…” (Lc 8, 9). “¿Porqué me llaman
“Señor y Señor” y no hacen lo que yo les digo? (Lc 16, 46)
c)
Estar con el Señor para aprender a
servir con Jesús:
“Ustedes me llaman Maestro y Señor y lo soy…” (Jn 13, 13) “… El que tiene
misericordia le dice: “Vete y haz tu lo mismo…” (Lc 10, 37). “No andéis
preocupados por vuestra vida…” (Lc 12, 22- 23) “Estar preparados con las
lámparas encendidas y la túnica puesta… “ (Lc 12, 35- 40). La fe es la
disponibilidad para servir aunque no nos dejen…. Discípulo de Jesús es aquel
que lleva en su corazón la disponibilidad de hacer la voluntad del Padre y la
disponibilidad de salir de, para servir a los menos favorecidos (Mt 25, 31-
46).
Los Apóstoles al estar con Jesús escuchándolo, fueron sanados
y liberados; aprendieron de su Maestro la confianza y la obediencia al Padre,
su disponibilidad para servir a los pecadores y dar su vida por ellos (Jn 10,
11. 15); aprendieron de su pedagogía para tratar a los pobres, a los enfermos,
a los que sufren; todo lo hacía por compasión, y sin ella no hacía nada (Mc 6,
34).
Jesús enseñaba a los suyos el arte de la corrección fraterna (Lc 17, 3- 4). Los invita a ser
humildes (Lc 17, 10) y buscar el servicio como signo de su pertenencia (Lc 22,
24- 26) Les recomienda la oración para no caer en tentación (Lc 22, 46) y les
promete sentarlos a la Mesa en su Reino ( Lc 22, 28-30).
4. Llamados a dar frutos de vida eterna.
El fruto de los discípulos es el amor, a Cristo y en él a
Dios, a todos y a cada uno. “Todo el que ama ha pasado de la muerte a la vida”
(1 Jn 3, 14) “Ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 Jn 4, 7). El amor a Cristo
implica amar aún a los enemigos y orar por ellos (Lc 6, 27- 28)
El Mandamiento Regio. “Ámense los unos a los otros, como
yo os he amado” (Jn 13, 34). Para guardar el Mandamiento Regio, del Rey, hemos
de estar en comunión con Jesús; guardar los Mandamientos de la Ley de Dios y
hemos de tener la gracia del Señor, el Espíritu Santo. “Nadie da los que no
tiene”.
El Gran Envío. Me ha sido dado todo poder en el
cielo y en la tierra. Id pues. Y haced discípulos a todas las gentes.
Bautizándolas… y enseñándoles todo lo que yo os he mandado (Mt 28, 19ss; Mc 16,
15ss; Jn 20, 19- 23)
La Fracción del Pan. “Sentado a la mesa con ellos, tomó
el pan, pronunció la bendición, lo partió y se los iba dando” (Lc 24, 30) “Éste
es mi cuerpo que será entregado por vosotros, haced esto en memoria mía” (1 Cor
11, 25).
5. La Misión de Jesús.
La Misión de santificar a los hombres es la obra que el Padre
encomendó a su Hijo (Jn 4, 34) Mostrar
al mundo el rostro de Misericordia, de perdón, de libertad, de amor, de
santidad que los discípulos pudieron ver en el rostro de Jesús (1 Jn 1, 1-5).
Hoy, la Iglesia por la predicación y la enseñanza lleva a los hombres al
conocimiento de la verdad (1 Tim 2, 4), y, a la misma vez, ministra a los
hombres la salvación que el Padre nos ofrece en Cristo por medio de los
Sacramentos. Para realizar su Misión Jesús fue ungido con el Espíritu Santo el
día de su Bautismo. Esa misma misión Jesús la entrega a su Iglesia: “Como el
Padre me envío, yo los envío a ustedes” (Mt 28, 18).
La Misión de Jesús es
ahora la Misión de la Iglesia. El destino de Jesús es el destino de sus discípulos. El pan
entregado y la sangre derramada, son la persona de Jesús, el Hijo de Dios, que
en un acto de obediencia al Padre y en acto de amor a los hombres entregó su
vida por la salvación de todos. Jesús nos invita a los suyos hacer el mismo
gesto que él ha realizado: partirse, darse, entregarse a favor de los demás;
derramar su sangre, es gastarse hasta la muerte en servicio por todos;
compartirse con todos para que tengan vida, permanezca en los suyos y los suyos
permanezcan en él (Jn 6, 52-54. 56).
6. Ofrecerse con Jesús al Padre.
“Oren hermanos para que este sacrificio mío y de ustedes sea
agradable a Dios Padre Todopoderoso”. Ya Jesús nos había dicho: “El siervo no
es más que su señor ni el discípulo más que su maestro, si a mí persiguen
también a ustedes los perseguirán” (Jn 13, 16; Mt 10, 24).
¿Cómo consagrarse al
Señor? Lo primero es
creer en Jesús para renovar en él nuestro corazón. El libro del Eclesiástico
nos recomienda ofrecer a Dios sacrificios de comunión, de alabanza y de
reparación (Eclo 35, 1- 10) Nos consagramos al Señor cada vez que renunciamos
por amor al mal, a todo aquello que no nos permite realizarnos como hijos
suyos. Nos consagramos a Dios cuando guardamos sus Mandamientos y abrazamos su
voluntad y nos sometemos a ella (Jn 14, 21.23). Nos consagramos a Dios cuando hacemos
el bien a los demás (Rom 12, 9ss), siempre que se haga para la gloria de Dios.
La clave de la consagración exige dos actitudes de fondo: rechazar el mal y amar
apasionadamente el bien (Rom 12, 9) para poder presentarse como hostias vivas,
santas y agradables a Dios (Rom 12, 1). Nuestra consagración a Dios se va
realizando en la medida que caminemos detrás de Jesús, como sus discípulos,
siguiendo sus huellas y reproduciendo su imagen (Rom 8, 29). Sólo entonces
podremos afirmar con Pablo que todo lo de Cristo es nuestro y nosotros somos de
Cristo: “Pablo, Apolo o Cefas, el mundo, la vida, la muerte,
el presente o el futuro. Todo es de ustedes, pero ustedes son de Cristo y
Cristo es de Dios” (1 Cor 3, 22s).
Seguir a Jesús es la clave para permanecer y crecer en el Amor de Dios
conocerlo, amarlo y servirlo en esta vida para ser transformados por la acción
del Espíritu Santo en “Alabanza de su Gloria”.
“Heme aquí oh Dios
para hacer tu voluntad”
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