PARA
HACERSE COMO NIÑOS HAY QUE PASAR POR EL NUEVO NACIMIENTO.
En
cierta ocasión, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: “¿Quién
es más grande en el Reino de los cielos?” Jesús llamó a un niño, lo puso en
medio de ellos y les dijo: “Yo les aseguro a ustedes que si no cambian y no se
hacen como los niños, no entrarán en el Reino de los cielos. (Mt 18, 1-5. 10)
Para
hacerse como niños hay que pasar por el Nuevo Nacimiento: «En verdad, en verdad
te digo: el que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios.» (Jn 3, 3)
Hay que disminuir hasta desaparecer para que él crezca (Jn 3, 30) Para que una
mujer dé a luz un parto, tiene que estar embarazada. Así nosotros, hombres y
mujeres, pobres y ricos, justos o impíos, judíos o gentiles, si queremos nacer
de nuevo, lo primero es quedar embarazados. ¿Cómo puede ser eso? En la escucha,
en la guarda y en poner por obra la Palabra de Dios. (Lc 8, 21: Lc 11, 28; Rm
10, 17)
La
Palabra de Dios es poderosa, es eficaz y activa; Nos convence de que Dios nos
ama y que somos pecadores, necesitados de la gracia de Dios. El que no conoce
la Palabra se siente que es buena gente, que no peca y que no tiene necesidad
de salvación. La Palabra es Luz que ilumina nuestras tinieblas y nos lleva al
reconocimiento de nuestros pecados y al arrepentimiento; nos lleva a un juicio
para apropiarnos de la muerte y resurrección de Jesucristo y recibir el doble
regalo: el perdón de nuestros pecados y el don del Espíritu Santo, hay un Nuevo
Nacimiento, nacemos de Dios, somos niños nuevos, llevados a ser hombres nuevos:
“Discípulos de Cristo”.
Ahora
podemos entender las Palabras de Jesús: Mas Jesús los llamó y dijo: «Sabéis que
los jefes de las naciones las dominan como señores absolutos, y los grandes las
oprimen con su poder. No ha de ser así entre vosotros, sino que el que quiera
llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser
el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo
del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como
rescate por muchos.» (Mt 29, 25- 28) Ser grande es servir, y servir hay que
hacerse como niños por el Nuevo Nacimiento, es decir, es hacerse discípulos de
Jesús. El que acepta a uno de estos discípulos míos, a mí me recibe, y que los
rechaza a mí me rechaza. «Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien
a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que
me ha enviado.» (Lc 10, 16)
El
Nuevo Nacimiento divide nuestra vida en dos. El antes, una vida mundana,
pagana, sin Cristo y sin Amor. Ahora es una vida en la luz, en la verdad y en
el amor. Antes éramos propiedad del hombre viejo, ahora somos propiedad de
Hombre Nuevo, Cristo, el Señor. Caminamos en la bondad, en la verdad y en la
justicia (Ef 4, 23- 24; Ef 5, 9) El hombre nuevo, por que ha nacido de Dios,
vive en la verdad, rechaza la malicia, la mentira, la envidia, la hipocresía y
la maledicencia (1 de Pe 2, 1) Y, ahora a alimentarse con el alimento de la
leche del Evangelio para que se fortalezca, se ponga de pie y camine como todo
hijo de Dios. Si es que ha probado lo
bueno que es el Señor. (cf 1 de Pe 2, 3) Ahora camina en los caminos de la
rectitud, es decir, guarda los Mandamientos de la ley de Dios, y su Palabra es
Norma para su camino.
La
Palabra es Luz que ilumina nuestro camino para que no nos desviemos, ni a
izquierda ni la derecha. Dejando atrás los ídolos, nos lancemos hacia delante,
siguiendo a Jesús y con nuestros ojos fijos en él (1 de Tes 1, 9; Heb 12,2)
De
Dios no nacemos una sola vez, siempre podemos estar naciendo de Dios. Cada vez
que escuchamos la Palabra y la obedecemos estamos naciendo y creciendo de Dios.
En cada Oración buen hecha, a la luz de la voluntad de Dios (Rm 8, 26) Estamos
naciendo y creciendo de Dios. En cada Sacramento bien celebrado, estamos
naciendo y creciendo de Dios. En cada obra de caridad bien hecha, estamos
naciendo y creciendo de Dios. En cada lucha contra el pecado, si vencemos
estamos naciendo y creciendo de Dios.
En
cada encuentro con Jesús estamos naciendo y creciendo de Dios. Encuentros
liberadores, gozos, liberadores y gloriosos. Es liberador porque el recibe
nuestra carga y nosotros recibimos su yugo que es suave y ligero (Mt 11, 28-29)
Es gozoso porque experimentamos el triunfo de su resurrección, y doloroso
porque seguir a Cristo pide esfuerzos, renuncias y sacrificios. Glorioso porque
participamos de la vida eterna, de su Gloria.
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