EL
RESTO CAYÓ EN TIERRA BUENA Y DIO GRANO.
Iluminación: Lo
que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor y no a los
hombres: sabiendo bien que recibiréis del Señor en recompensa la herencia.
Servid a Cristo Señor. (Col 3, 23-24)
El
relato evangélico:
Aquel día salió Jesús de
casa y se sentó junto al lago. Acudió tanta gente, que tuvo que subirse a una
barca; se sentó, y la gente se quedó de pie en la orilla. Les habló mucho rato
en parábolas: «Salió el sembrador a sembrar, al sembrar, un poco cayó al borde
del camino; vinieron los pájaros y se lo comieron. Otro poco cayó en terreno
pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó en
seguida; pero, en cuanto salió el sol, se abrasó, y por falta de raíz se secó.
Otro poco cayó entre zarzas, que crecieron y lo ahogaron. El resto cayó en
tierra buena y dio grano: unos ciento, otros sesenta, otros treinta. El que
tenga oídos, que oiga.» (Mateo 13,1-9).
Cuatro tipos de oyentes.
Tres no dieron fruto, uno sólo dio fruto, unos el treinta, otros lo doble y
otros el cien por ciento. Jesús es el que siembra, pareciera que no es experto
en agricultura, pero, eso no es así, lo que él piensa es que Dios ama a todos,
a buenos y malos, y él quiere que todos se salven (1 de Tim 2, 4) Dios no hace
acepción de personas, todos son elegidos y amados por él. Jesús siembra la
Semilla, la Palabra de Dios en el corazón de los hombres, para así, sembrar el
Reino de Dios en el corazón de buenos y malos. El fruto depende de la respuesta
que demos a la Palabra de Dios que es poderosa. Nos convence de que Dios nos
ama, nos perdona, nos salva y nos da su Gracia, el don del Espíritu Santo.
La parábola del sembrador
nos manifiesta los enemigos de la salvación: El Maligno, la carne y el mundo.
El Maligno que arrebata la semilla para que no creamos. La carne son las
piedras que absorben la humedad, no hay conversión. La carne es el reinado del
hombre viejo con sus vicios. El mundo es el sistema que se opone a Jesucristo y
a su Mensaje. El mundo ofrece poder, tener y placer (1 de Jn 2, 15) El fruto
pide fe y conversión, lo que dice el profeta: “Cultiven el barbecho de su
corazón” (Jer 4, 3) De acuerdo al mandato de Dios: “Trabajen y protejan” (Gn 2,
15) “Y el que no trabaje que no coma” (2 de Tes 3, 10).
Creer es amar a Cristo y a
los hombres. Esto es cultivar la fe, unos siembran y otros riegan (1 de Cor 3, 5-6) Los medios para que la fe pueda crecer y dar fruto es la Oración, la Palabra de Dios, la liturgia de la Iglesia, especialmente la Confesión y la Eucaristía, a Virtudes y el servicio. El que cree en Jesús, rompe con el pecado, (1 de Jn 1, 8) guarda
sus mandamientos y guarda su Palabra (Jn 14, 21. 23) Va a misa los domingos y
hace oraciones: “Por sus frutos los reconoceréis” (Mt 7, 17) Esto es el treinta
por ciento.
Otros dan un paso más, se abren
a la Comunidad y se ponen a servir en sus parroquias como lectores, catequistas
y servidores en diferentes pastorales, y ponen en práctica, todo lo anterior.
Son los del sesenta por ciento.
Los del cien por ciento
son aquellos que se abren y se donan a Cristo en todo: adquieren un espíritu de
unidad y de universalidad. Aman a Cristo y aman a su Iglesia, se abren al
servicio a los enfermos, a los presos, a los extranjeros, a los pobres,
comparten su pan con el hambriento, visten al desnudo y hacen de su vida un
sacrificio vivo, santo y agradable a Dios (Mt 25, 34ss; Rm 12, 1) Son los que
hacen de su vida, una eucaristía. Se abren a los mandamientos de Jesús:
El
mandato del envío: Id, pues, y haced discípulos a todas las
gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con
vosotros todos los días hasta el fin del mundo.» (Mt 28, 19- 20)
El
mandato del amor: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis
los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros
los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os
tenéis amor los unos a los otros.» (Jn 13, 34- 35)
El
mandato litúrgico: Porque yo recibí del Señor lo que os he
transmitido: que el Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y
después de dar gracias, lo partió y dijo: «Este es mi cuerpo que se da por
vosotros; haced esto en recuerdo mío.» (1 de Cor 11, 23- 24) Es la fracción del
pan que nos hace ser regalo de Dios para los demás.
El fruto pide hacerse
discípulos y apóstoles de Jesús, para poder dar el fruto que es el amor que se
manifiesta en el servicio. Con las tres características que Jesús nos propone:
“Niégate a ti mismo, carga mi cruz y sígueme” (cf Lc 9, 23) Es decir ámame y sígueme.
¿Adónde nos lleva? Nos lleva a la intimidad con Dios y al encuentro con los
pecadores para iluminarlos con la luz del Evangelio.
El fruto siempre será el
amor que se manifiesta en el servicio: “No ha de ser así entre vosotros, sino
que el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y
el que quiera ser el primero entre vosotros, será vuestro esclavo; de la misma
manera que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar
su vida como rescate por muchos.» (Mt 20, 26- 28) El servicio es el modo para
vencer el poder.
Lo que amor exige: es fe y
conversión. (Mt 4, 17; Mc 1, 15) “Despojaos del hombre viejo y Revestíos del
hombre Nuevo en justicia y en santidad” (Ef 4, 23- 24) Para que puedas extender
tu mano y compartir los dones de Dios con todos, y poder vencer el más grande enemigo:
El Individualismo que cuando reza dice: Estando yo bien, los demás me vale.
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