LA FE
SINCERA ES ESPIRITUAL Y ES CONFIANZA EN DIOS.
“No os
engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso cosechará: el
que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que siembre en el
espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. No nos cansemos de obrar el bien;
que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos.” (Gál 6, 7- 9)
“El que
viene de lo alto está por encima de todos; pero el que viene de la tierra
pertenece a la tierra y habla de las cosas de la tierra. El que viene del cielo
está por encima de todos. Da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie
acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz.
Aquel a quien Dios envió habla las palabras de Dios, porque Dios le ha concedido
sin medida su Espíritu. El Padre ama a su Hijo y todo lo ha puesto en sus
manos. El que cree en el Hijo tiene vida eterna. Pero el que es rebelde al Hijo
no verá la vida, porque la cólera divina perdura en contra de él”. (Jn 3,
31-36)
¿Cuál es
el testimonio que los hombres han rechazado? “Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el
que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna.” (Jn 3, 16) El
testimonio es ese: Qué Jesús es el Hijo único de Dios que por amor fue
entregado a los hombres para salvarlos. Jesús recibió el Espíritu sin medida, por
eso, habla las palabras de Dios. El que acepta su testimonio cree que Jesús es
el Verbo de Dios, es el Hijo y es Emmanuel: Dios con nosotros, entre nosotros y
en favor de nosotros, es Dios verdadero, es el veraz: “Amor, Verdad y Vida” (Mt
1, 23; Jn 1, 14; Jn 14, 6)
¿Qué tenemos que hacer para tener vida eterna? El que cree en el Hijo tiene vida eterna. Sólo creer que Dios nos ama,
nos perdona, nos salva y nos da Espíritu
Santo. Esa es la voluntad de Dios que creamos en su Hijo, y en él somos perdonados,
reconciliados y salvados. “Por la fe en Jesucristo somos hijos de Dios” (Gál 3,
26) Y esta es la voluntad del que me ha
enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el
último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea
al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día.»
(Jn 6, 39- 40)
El Padre ha puesto todo
en la manos de su Hijo. Jesús es Mesías, Señor (Hec 2, 36) “Juez de vivos y
muertos” (Hch 10, 42) Vosotros sabéis lo sucedido
en toda Judea, comenzando por Galilea, después que Juan predicó el bautismo; cómo
Dios a Jesús de Nazaret le ungió con el Espíritu Santo y con poder, y cómo él
pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el Diablo, porque
Dios estaba con él; y nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la región
de los judíos y en Jerusalén; a quien llegaron a matar colgándole de un madero;
a éste, Dios le resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse, no
a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano, a
nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de entre los
muertos. (Hch 10, 37- 41)
¿Qué
es la fe sincera? La que viene de la escucha y de la obediencia
de la Palabra de Dios. Es sin más, confianza en Cristo, en su Palabra, en sus
obras, en su muerte y en su resurrección. Cristo es el Don de Dios, es su Hijo,
es nuestro Salvador, nuestro Maestro y es nuestro Señor. La fe en Cristo tiene
dos dimensiones, una es intelectual y la otra es espiritual. La primera no
salva, la que salva es la segunda, la espiritual porque es confianza en el
Señor. Hay que bajar los conocimientos de la cabeza al corazón para tener la fe
sincera que se convierte en amor (Gál 5, 6) Y poder tener la experiencia de la
presencia de Cristo en nuestro corazón, tal como lo dice Pablo: “Que Cristo
habite por la fe en vuestro corazón” (Eg 3, 17)
Experiencia que nos
lleva al amor a Cristo, a su Palabra, a la Oración, a amar todo lo que Jesús
ama, a su Iglesia. “Maridos, amad a vuestras
mujeres como Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para
santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra,
y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni
cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada.” (Ef 5, 25- 27) Esta es la fe
sincera, la que nos lleva al amor y al servicio, por eso es inseparable de un
corazón limpio y de una conciencia recta (1 de Tim 1, 5) La fe sincera nos
lleva a pertenecer a Cristo, amarlo y a servirlo como sus discípulos.(Lc 9, 23)
La fe
intelectual. la fe de la cabeza, puede rezar mucho, predicar la Palabra, hacer
exorcismos y milagros, pero es vana, no sirve y rodo es rechazado (Mt 7, 21-
23) “Apartaos de mí lo que hacen el mal”. Podemos llegar a la idolatría, al culto
a los ídolos, el poder, el tener y
el placer (1
de Jn 2, 15) Podemos tener mucha fe en la cabeza y vivir de rodillas ante el
poder y el oro, ante los poderosos y ante los ricos.
Sólo
cuando la fe es sincera, es espiritual es confianza en Dios podemos amarlo
guardar sus Mandamientos y su Palabra; podemos compartir y servir a los hermanos.
Y a la vez, construir la casa sobre Roca (Mt 7, 24) Lo espiritual viene de
dentro, del corazón y es por amor, por eso es grata a Dios (Heb 11, 6) Con la
fe intelectual, la fe de la cabeza, podemos caer en la inversión de valores y
hacer de nuestro Dios un ídolo. Escuchemos a Jeremías decirnos:
Así dice
Yahveh: Maldito sea aquel que fía en hombre, y hace de la carne su apoyo, y de
Yahveh se aparta en su corazón. Pues es como el tamarisco en la Arabá, y no
verá el bien cuando viniere. Vive en los sitios quemados del desierto, en
saladar inhabitable. Bendito sea aquel que fía en Yahveh, pues no defraudará
Yahveh su confianza Es como árbol plantado a las orillas del agua, que a la
orilla de la corriente echa sus raíces. No temerá cuando viene el calor, y
estará su follaje frondoso; en año de sequía no se inquieta ni se retrae de dar
fruto. (Jer 17, 5. 8)
En esto sabemos que le conocemos:
en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus
mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su
Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto
conocemos que estamos en él. Quien dice que permanece en él, debe vivir como
vivió él. (1 de Juan 2, 3- 6)
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