TODO LO TUYO ES MÍO Y TODO LO MÍO ES TUYO.

 


TODO LO TUYO ES MÍO Y TODO LO MÍO ES TUYO. 

Sabemos que a los que aman a Dios todo les sirve para el bien: a los que ha llamado conforme a su designio. A los que había escogido, Dios los predestinó a ser imagen de su Hijo, para que él fuera el primogénito de muchos hermanos. A los que predestinó, los llamó; a los que llamó, los justificó; a los que justificó, los glorificó. (Rm 8, 28-30)

¿Quiénes son los que aman a Dios? 

Son aquellos que creen en Jesucristo: Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene, y hemos creído en él. Dios es Amor y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él. (1 de Jn 4, 16) El que cree en el Hijo de Dios que es Jesús, lo ama y lo sirve: “Guarda sus Mandamientos, su Palabra (Jn 14, 2. 23) Acepta su Mensaje, su Obra, su Misión y su Destino (Mt 28, 18-20) Creer es amar y servir a Jesús para compartir su vida con nosotros, los que seguimos sus huellas. Como discípulos suyos. Discípulo es el que escucha su Palabra y la obedece; el que acepta pertenecerle, libre y conscientemente a Jesús para siempre, Y el que acepta pertenecer a los Doce. Para ser Uno con el Señor Jesús.

Predestinados a reproducir la “Imagen de Jesús”, nuestro Hermano, Salvador, Maestro y Señor. Y en Jesús somos hijos de Dios y hermanos de los demás. Él está en medio de su Comunidad como el primero en servir, amar y compartir se vida con todos. Y nos invita a ser lo mismo que él: Inmolarse y sacrificarse por todos: “Hagan esto en conmemoración mía” (1 de Cor, 11, 24) Y a los que predestinó, también los llamó: “Por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado”. (Ef 1, 4- 6)

Llamados por Amor.

Nos ha llamado a la existencia, a la vida para vivir eternamente con él. Nos ha llamado a salir de Egipto, de Babilonia de la esclavitud y de la servidumbre del pecado. Nos ha llamado a la fe y nos ha redimido para que recibiéramos el perdón de los pecados (Ef 1, 7) A los que llamó los justificó; es decir, los ha perdonado, los ha reconciliado, los ha salvado y los ha santificado. Y a los que justificó, los glorificó. Nos ha hecho partícipes de su Gloria, de su Destino y de su Misión, ha compartido con nosotros su herencia (Rm 8, 17). La Gloria de Cristo es su Pasión que nos invita a compartirla con él: “Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia”. (Col 1, 24)

Por eso el llamado ser sus discípulos:

Decía a todos: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, de ése se avergonzará el Hijo del hombre, cuando venga en su gloria, en la de su Padre y en la de los santos ángeles”. (Lc 9, 23- 26)

El Destino y la Misión del Maestro es también de sus Discípulos: En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará.(Jn 12, 24-26)

En la oración sacerdotal:

Por ellos ruego; no ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío; y yo he sido glorificado en ellos. (Jn 17, 9- 10) No ruego sólo por éstos, sino también por aquellos que, por medio de su palabra, creerán en mí, para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. (Jn 17, 20. 23)

El Gran envío:

Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.» (Mt 28, 18- 20)

Los regalos del Resucitado a su Iglesia.

Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: «La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío.» Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.» (Jn 20, 20- 23)

La experiencia de la Resurrección.

Luego dice a Tomás: «Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo sino creyente.» Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío.» Dícele Jesús: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído.» (Jn 20, 27- 29)

 

 



 

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