POR
EL BAUTISMO MORIMOS CON CRISTO Y RESUCITAMOS CON ÉL,
Bendito
sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia, por
la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha hecho nacer de nuevo
para una esperanza viva, para una herencia incorruptible, pura, imperecedera,
que os está reservada en el cielo. La fuerza de Dios os custodia en la fe para
la salvación que aguarda a manifestarse en el momento final. 1Pe 1, 3-5
Hermanos,
no queremos que estéis en la ignorancia respecto de los muertos, para que no os
entristezcáis como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que
Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes
murieron en Jesús. (1 de Tes 4, 13- 14) Nuestra esperanza está en la resurrección.
La
muerte y la resurrección de Jesucristo, son los temas esenciales del la fe
cristiana. Si Cristo resucitó es porque había muerto. Pablo se identifica como
un testigo de la resurrección de Jesús. Desde el Encuentro con el Señor en el
camino de Damasco quedó impregnado del Mensaje del resucitado: Saulo, Saulo,
“¿Porque me persigues?” El respondió: «¿Quién eres, Señor?» Y él: «Yo soy
Jesús, a quien tú persigues. Jesús el crucificado, está vivo, entonces ha
resucitado, y vive en los que yo persigo (Hch 9, 5) Luego Ananías le explicará
que Jesus murió para el perdón de los pecado y resucitó para daros vida eterna.
Y
más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura
para ganar a Cristo y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene
de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de
Dios, apoyada en la fe, y conocerle a él, el poder de su resurrección y la
comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte,
tratando de llegar a la resurrección de entre los muertos.(Flp 3, 8- 11) Para
Pablo lo esencial de su mensaje es la Resurrección de Jesucristo
“Porque os transmití, en primer lugar, lo que a
mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que
fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; que se
apareció a Cefas y luego a los Doce después se apareció a más de quinientos
hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron.
Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. Y en último
término se me apareció también a mí, como a un abortivo. Pues yo soy el último
de los apóstoles: indigno del nombre de apóstol, por haber perseguido a la
Iglesia de Dios”. (1 de Cor 15, 3- 9)
“Si
no hay resurrección de los muertos, tampoco Cristo resucitó. Y si no resucitó
Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios
porque hemos atestiguado contra Dios que resucitó a Cristo, a quien no
resucitó, si es que los muertos no resucitan. Porque si los muertos no
resucitan, tampoco Cristo resucitó. Y si Cristo no resucitó, vuestra fe es
vana: estáis todavía en vuestros pecados”. (1 de Cor 15, 13- 17)
Y
en la carta a los romanos nos dice la experiencia de Jesucristo recibida en el
Bautismo: ¿O es que ignoráis que cuantos
fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos,
pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual
que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del
Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si hemos hecho una
misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por
una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado
con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser
esclavos del pecado (Rm 6, 3- 6)
Pues
el que está muerto, queda librado del pecado. Y si hemos muerto con Cristo,
creemos que también viviremos con él, sabiendo que Cristo, una vez resucitado
de entre los muertos, ya no muere más, y que la muerte no tiene ya señorío
sobre él. Su muerte fue un morir al pecado, de una vez para siempre; mas su
vida, es un vivir para Dios. Así también vosotros, consideraos como muertos al
pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús.(Rm 6, 7- 11)
La
resurrección es la obra poderosísima del Espíritu Santo pata transformarnos en
hijo de Dios. Todo lo que el Espíritu haga en nosotros es Obra de la Gracia de
Dios. El Espíritu nos guía a un “parto permanente”. A un estar naciendo de
Dios, renunciando a nuestro egoísmo. Tal como lo dijo Juan el bautista:
“Conviene que yo disminuya para que él crezca” (Jn 3, 30) Es por el camino del
anonadamiento, del desprendimiento del traje de tinieblas, a lo que Pablo le
llamó: “Morir al pecado para vivir para Dios” (Rm 6, 11) En cada escucha y obediencia de la Palabra de Dios hay un
fortalecimiento y un crecimiento en la fe; en cada Oración que se hace según
Dios, Hay un nuevo Nacimiento; cada vez que vencemos el mal y hacemos el bien,
hay un crecimiento de la fe, estamos construyendo la Casa (Mt 7, 24)
Por
la resurrección somos “Hombres nuevos” Lo viejo ha pasado, lo que hay es nuevo,
y lo nuevo es Cristo, nos estamos revistiendo de Jesucristo (Rm 13, 14) Estamos
pasando de la muerte a la vida, del hombre viejo al hombre Nuevo (Ef 4, 23- 24)
Cada vez que pasamos de la tinieblas a la Luz, hay una resurrección en nuestra
vida (Col 1, 13.-14) Cada vez que pasamos de la esclavitud a la libertad, hay
una resurrección en nosotros y nos estamos haciendo hijo de Dios (Gál 5, 1).
Para resucitar con Jesús hay que ser dóciles al Espíritu Santo y dejar
conducirnos por él (Rm 8, 14) El Espíritu Santo da testimonio de la
resurrección de Jesucristo en nuestra vida (cf Hch 1, 8) Y da testimonio que ya
somos hijos de Dios, y si hijos, también herederos con Cristo de la herencia de
Dios (Rm 8, 15- 17)
Muerte
y Resurrección son dos momentos de un mismo Acontecimiento: la Pascua de
Cristo. El corazón del Kerigma, según Pablo, tiene tres palabras: Jesucristo ha
muerto, ha resucitado y es Señor. Para gloria de Dios Padre (Hch 2, 22- 24. 36)
El cual, siendo de condición divina, no
retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando
condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su
porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte
de cruz. Por lo cual Dios le exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo
nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la
tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es SENOR para
gloria de Dios Padre. (Flp 2, 6- 11)
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