NI EL PECADO DE TODOS LOS HOMBRES
PODRÁN HACER QUE DIOS SE ARREPIENTA DE QUERER SALVARNOS.
Introducción: Jesús le respondió: «Si conocieras el don de Dios, y
quién es el que te dice: "Dame de beber", tú le habrías pedido a él,
y él te habría dado agua viva.» (Jn 4, 10)
Jonás,
hijo de Amitai, recibió la palabra del Señor: «Levántate y vete a Nínive, la
gran ciudad, y proclama en ella: "Su maldad ha llegado hasta mí."» Se
levantó Jonás para huir a Tarsis, lejos del Señor; bajó a Jafa y encontró un
barco que zarpaba para Tarsis; pagó el precio y embarcó para navegar con ellos
a Tarsis, lejos del Señor. Pero el Señor envió un viento impetuoso sobre el
mar, y se alzó una gran tormenta en el mar, y la nave estaba a punto de
naufragar. Temieron los marineros, e invocaba cada cual a su dios. Arrojaron
los pertrechos al mar, para aligerar la nave, mientras Jonás, que había bajado
a lo hondo de la nave, dormía profundamente. (Jonás 1,1–5)
Jonás,
el hombre de Dios, el profeta recibió de Dios la Misión de ir a Nínive, el
lugar donde habitaban los peores enemigos del Pueblo judío. País poderoso y
opresor de los pueblos que eran vencidos por los ninivitas. Vete allá y predícales
mi Palabra: “Conviértanse al Señor” “Arrepiéntanse de sus pecados, porque su
maldad ha llegado hasta mí”. La respuesta de Jonás al Plan de Dios fue negativa;
Qué vaya yo a predicarles a esos… nuestros enemigos… para que se arrepientan y
Dios les perdone… Jamás. No entendía que Dios amaba a todos los pueblos, que la
salvación era universal, era muy nacionalista, nada más a nosotros. Y se va en
dirección contraria a Nínive, y se embarca hacia Tarsis. Y viene la tormenta y el
barco amenaza con hundirse. Todo aquel que da la espalda a Dios, se lo traga el
Mal.
El
profeta de Dios tiene como Misión denunciar las injusticias y las
desobediencias del pueblo, también, anuncia los caminos de Dios para que la
gente conozca el bien y rechaza el mal, pero además de lo anterior, el profeta,
rechaza a sus criterios personales para aceptar la voluntad de Dios y someterse
a ella. Es el momento del cambio, del nacionalismo al universalidad, Dios es el
único, y el Dios de todos, y quiere que todos se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad (1 de Tim 2, 4) Mucho le costó al pueblo de Israel
hacer este cambio. Aún en la época de Jesús existía la lucha entre judíos y
gentiles. La salvación es universal, es católica.
El
capitán se le acercó y le dijo: «¿Por qué duermes? Levántate e invoca a tu
Dios; quizá se compadezca ese Dios de nosotros, para que no perezcamos.» Y
decían unos a otros: «Echemos suertes para ver por culpa de quién nos viene
esta calamidad.» Echaron suertes, y la suerte cayó sobre Jonás. Le
interrogaron: «Dinos, ¿por qué nos sobreviene esta calamidad? ¿Cuál es tu
oficio? ¿De dónde vienes? ¿Cuál es tu país? ¿De qué pueblo eres?» Él les
contestó: «Soy un hebreo; adoro al Señor, Dios del cielo, que hizo el mar y la
tierra firme.» Temieron grandemente aquellos hombres y le dijeron: «¿Qué has
hecho?» Pues comprendieron que huía del Señor, por lo que él había declarado. Entonces
le preguntaron: «¿Qué haremos contigo para que se nos aplaque el mar?» Porque
el mar seguía embraveciéndose. Él contestó: «Levantadme y arrojadme al mar, y
el mar se aplacará; pues sé que por mi culpa os sobrevino esta terrible
tormenta.» (Jonás 1, 6- 12)
“Soy
hebreo,; adoro al Señor” PERO, LO ESTOY DESOBEDECIENDO. Jonás era terco y de
cabeza dura, prefería morir antes que la salvación llegara hasta sus enemigos. “Levantadme
y arrojadme” al mar, y el mar se aplacara. “Nosotros somos los hijos de Abraham,
de Isaac y de Jacob, nuestros patriarcas”. Solo nosotros podemos salvarnos. Hoy
todavía existen hombres como Jonás; sólo nosotros, sólo nuestra religión y fue
de ella, nadie se salva. Los marineros invocaron al Dios de Jonás:
Pero
ellos remaban para alcanzar tierra firme, y no podían, porque el mar seguía
embraveciéndose. Entonces invocaron al Señor, diciendo: «¡Ah, Señor, que no
perezcamos por culpa de este hombre, no nos hagas responsables de una sangre
inocente! Tú eres el Señor que obras como quieres.» Levantaron, pues, a Jonás y
lo arrojaron al mar; y el mar calmó su cólera. Y temieron mucho al Señor
aquellos hombres. Ofrecieron un sacrificio al Señor y le hicieron votos. El
Señor envió un gran pez a que se comiera a Jonás, y estuvo Jonás en el vientre
del pez tres días y tres noches seguidas. El Señor dio orden al pez, y vomitó a
Jonás en tierra firme. (Jonás 1, 13. 16)
El
profeta habla las cosas antes de que suceda; “Arrojadme al mar y se calmará”. Y
Así fue, un gran pez se comió a Jonás para que se cumpla que todo el que da la
espalda a Dios se lo traga el pez grande, el Mal. Jonás estuvo en el vientre
del pez tres días y tres noches, hace
oración y él pez lo suelta para que se cumpla a Voluntad de Dios, que ni todos
los pecados de los hombres pueden hacer que él se arrepiente de querer
salvarnos. Y el que ora se convierte y se salva.
Así
como Jonás, ha habido muchos que se oponen a la salvación universal, uno de
muchos ha sido Pablo que antes del Encuentro con Jesús era un fariseo fanático
y perseguidor de la Iglesia. Después del Encuentro se convierte un fervoroso
misionero, en un Apóstol y Siervo de Jesucristo. El Señor tocó su corazón y lo
cambió. Hasta llegar a decir: Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado
una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la
sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas
las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no
con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de
Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, y conocerle a él, el
poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme
semejante a él en su muerte, (Flp 3, 7- 10)
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