VUESTROS CAMINOS Y PALNES NO SON MIS CAMINOS NI MIS PLANES.
Buscad
al Señor mientras se le encuentra, invocadlo mientras esté cerca; que el
malvado abandone su camino, y el criminal sus planes; que regrese al Señor, y
él tendrá piedad; a nuestro Dios, que es rico en perdón. Mis planes no son
vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos –oráculo del Señor–. Como
el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros,
mis planes que vuestros planes. Lectura del libro de Isaías (55, 6-9)
¿Dónde
podemos encontrar al Señor? ¿Cuáles son lugares para el encuentro con él? El
Señor no está lejos, se ha hecho cercano a los hombres al hacer uno de ellos. Podemos
encontrarlo en nuestro corazón, en su Palabra, en la Oración, en la liturgia, especialmente
en la Confesión, y en la Eucaristía, en la Comunidad, en los pobres, en la
Obras de Misericordia y en el Apostolado Y en el Servicio, libre y voluntario.
El
encuentro con el Señor, divide nuestra vida en dos: antes del encuentro éramos
tinieblas; después del encuentro somos luz. Las actitudes y acciones del tiempo
de las tinieblas son muy diferentes de las del tiempo de la luz. Gracias al encuentro
con el Señor pasamos de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad,
del pecado a la gracia, de la aridez a las aguas vivas. Es el paso del hombre
viejo al hombre Nuevo. En este paso se da el Nuevo nacimiento para que se
inicie en nuestra vida la conversión que consiste el despojarse del traje de tinieblas
para revestirse del traje de la luz, revestirse de Jesucristo.
«Venid
a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad
sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y
hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga
ligera.» (Mt 11, 28- 30) La conversión nos lleva a entregar nuestra manera de
pensar mundana y pagana por la manera de pensar de Cristo (Flp 2, 5)
Abandonamos la manera de pensar en la mentira para dar el paso a la verdad: No
valgo por lo que tengo, valgo por lo que soy, persona e hijo de Dios. Para no hincarme
frente al oro ni ante el poder, sino, ante Dios.
A
partir del encuentro con el Señor, doy la espalda al mundo y lo que el mundo
ofrece; el poder, el tener y el placer, para aceptar y someterme a la voluntad
de Dios. Para ahora a dedicarme a bu Lectura de la carta del apóstol san Pablo
a los Filipenses (1,20c-24.27a):scar al Señor. ¿Cómo y dónde buscarlo? Sí lo
busco de todo corazón, él se deja encontrar por mi (cf Jer 29, 13) En la
obediencia a su Palabra: Aborrezcan el mal y amen apasionadamente el bien (cf
Rm 12, 9) Esta es la voluntad de Dios, juntamente con el creer en su Hijo amado
y a los hermanos. (1 de Jn 3, 23) Creer en Jesús, el Hijo amado de Dios es
amarlo, obedecerlo y servirlo, al estilo del apóstol Pablo que nos dice:
Cristo
será glorificado en mi cuerpo, sea por mi vida o por mi muerte. Para mí la vida
es Cristo, y una ganancia el morir. Pero, si el vivir esta vida mortal me
supone trabajo fructífero, no sé qué escoger. Me encuentro en ese dilema: por
un lado, deseo partir para estar con Cristo, que es con mucho lo mejor; pero,
por otro, quedarme en esta vida veo que es más necesario para vosotros. Lo
importante es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo. (Flp.
1,20c-24. 27ª)
La
vida digna del evangelio es amar y servir a Cristo y a todos los que él ama.
Para poder decir con el apóstol: “Para mí la vida es Cristo y la muerte es ganancia”.
No obstante, Pablo prefiere seguir viviendo con los pobres, mujeres y hombres,
niños y grandes, con judíos y con gentiles para darles el evangelio de la buena
nueva, para que creyendo se salven. Para Pablo, esa era la voluntad de Dios,
Servir al evangelio de Cristo en favor de todos: pobres y ricos, justos y
pecadores, para que creyendo en Cristo se convirtieran y pudieran salvarse.
En
aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «El Reino de los
Cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros
para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los
mandó a la viña….. (Mt20, 1ss) Vuelve a salir a buscar más jornaleros a la
media mañana, a medio día, después vuelve por más, hasta la tarde… vayan a
trabajar a mi viña. El salario es lo mismo para todos, tanto para los de la
mañana como para los de la tarde. Esto da lugar a una reclamación de los
primeros; el propietario dice: “porque te llenas de envidia y te llenas de
enojo por que yo soy bueno”. Para luego decirnos a todos: “Los últimos serán
los primeros y los primeros serán los últimos”. ¿Quiénes son los primeros y
quiénes son los últimos? Tanto judíos como gentiles son llamados a ser un nuevo
Pueblo, la Iglesia: la viña del Señor. Pueblo que tiene como destino al Reino
de Dios.
“Yo
soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no da
fruto, lo corta, y todo el que da fruto, lo limpia, para que dé más fruto”. (Jn
15, 1- 2) En la Iglesia todos somos llamados a ser hijos de Dios, hermanos y
servidores unos de los otros. Todos somos llamados a trabajar y a proteger unos
a los otros (Gn 2, 15) “El que no trabaje que no coma” ( 2 de Ts 3, 10) ¿En qué
vamos a trabajar? En nuestra liberación, en nuestra salvación y en nuestra santificación.
¿Cómo vamos a trabajar? En el Espíritu, tal como lo dice el apóstol de los
gentiles: “No os engañéis; de Dios nadie se burla. Pues lo que uno siembre, eso
cosechará: el que siembre en su carne, de la carne cosechará corrupción; el que
siembre en el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna No nos cansemos de
obrar el bien; que a su tiempo nos vendrá la cosecha si no desfallecemos. Así
que, mientras tengamos oportunidad, hagamos el bien a todos, pero especialmente
a nuestros hermanos en la fe”. (Gál 6, 7- 10)
La
carne es una vida conducida por cualquier espíritu que no sea el Espíritu de Dios,
no viene de la fe, nos lleva al pecado (Rm 14, 23) Es la malicia, la mentira,
la envidia, la hipocresía y la maledicencia (1 de Pe 1,2) La malicia hace
referencia a los vicios como la soberbia, el egoísmos, la avaricia, la lujuria,
y muchos más. La envidia es el mal de ojo, el que lo padezca, se llena de odio,
de agresividad y puede terminar en homicidio como Caín mató a su hermano Abel,
y como los judíos dieron muerte por envidia a Jesús. Es tan fea, pero, tan fea,
que para no verse tan fea, se pone mascarillas. Las mascarillas son: La tristeza que nos lleva a la
muerte (2 de Cor 7, 10), los juicios negativos, el chisme, la crítica, la
murmuración, la calumnia, lo que nos recuerda las palabras del evangelio: “La
boca habla lo que hay en el corazón”. (Mt 6, 24) Con nuestras palabras matamos
la vida y nos convertimos en asesinos.
Lo
contrario a la envidia es la caridad, la misericordia; de la misma manera que
la verdad echa fuera la mentira, y la vida echa fuera la muerte, la humildad
echa fuera la soberbia, así mismo la caridad exorciza la envidia. El que ama se
alegra con el bien de los demás.
Tener
el gozo del Señor echa fuera el fariseísmo: «Pero él le dijo: "Hijo, tú
siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta
y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida;
estaba perdido, y ha sido hallado."» (Lc 15, 31- 32) Trabajar para el
Señor debe de ser nuestra alegría, cuando se hace por amor. Porque todo lo que
Dios nos da, es nuestro, si nosotros somos de Cristo. (cf 1 de Co 3, 22- 23)
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