NO PODEMOS SERVIR A DOS SEÑORES, A DIOS Y AL DINERO.

 


NO PODEMOS SERVIR A DOS SEÑORES A DIOS Y AL DINERO.

Querido hermano: Lo que te he dicho anteriormente, es lo que debes enseñar e inculcar. Porque, quien enseña doctrinas diferentes y no se atiene a las palabras de salvación de Jesucristo, nuestro Señor, y a lo que enseña la religión verdadera, es un orgulloso e ignorante, obsesionado por las discusiones y los juegos de palabras. Y lo único que nace de todo ello, son envidias, pleitos e insultos, sospechas perjudiciales y continuos altercados, propios de hombres de mente depravada, privados de la verdad y que consideran que la religión es un negocio.

La religión verdadera enseña: “Crean y conviértanse a Jesucristo” (Mt  4, 17) La fe cristiana viene de la escucha de la Palabra de Dios, y por la obediencia a la Palabra se alcanza la conversión, que consiste en revestirse de Cristo (Ef 4, 23; Rm 13, 14) Al revestirnos de Cristo, nos ponemos la Túnica del Señor, y nos revestimos con las vestiduras de salvación (Is 61, 10) Nos fortalecemos con la energía de su poder (Ef 6, 10) Nos revestimos de luz y con la armadura de Dios (Rm 13, 12) Es decir, con las Virtudes cristianas como la fe, la esperanza y la caridad. Para que podamos entender las palabras del apóstol Santiago: La religión pura e intachable ante Dios Padre es ésta: visitar a los huérfanos y a las viudas en su tribulación y conservarse incontaminado del mundo.(Snt 1, 27) Sin justicia, obediencia y amor, la religión está vacía de su verdadero contenido: El Amor a Dios y a los hombres.

Ciertamente la religión es el gran negocio, pero sólo para aquel que se conforma con lo que tiene, pues nada hemos traído a este mundo y nada podremos llevarnos de él. Por eso, teniendo con qué alimentarnos y con qué vestirnos nos damos por satisfechos.

La enseñanza de Jesús nos dice: “Nadie puede servir a dos señores; porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero”. (Mt 6, 24) Lo que quiere decir que no se debe hacer de la religión un negocio. No se puede traficar ni falsear con la Palabra de Dios. (2 de Cor 4, 2) Enriquecerse con la fe de los pobres es una abominación que el Señor Jesús vomita. El peor enemigo de la salvación es el amor y la ambición del “Dinero”. Por eso el Señor nos enseño el arte de compartir los bienes con los más pobres o a los menos favorecidos, como el caso de Zaqueo (Lc 19, 1- 10)

Los que a toda costa quieren hacerse ricos, sucumben a la tentación, caen en las redes del demonio y en muchos afanes inútiles y funestos, que hunden a los hombres en la ruina y en la perdición. Porque la raíz de todos los males es el afán de dinero, y algunos, por dejarse llevar de él, se han desviado de la fe y se han visto agobiados por muchas tribulaciones.

Se puede trabajar y ahorrar, y tener mucho dinero, hacerlo no es pecado, el pecado es no ayudar y no compartir. Pero sin olvidarse de los pobres, enfermos, extranjeros, los que no tienen vivienda. Es lo que piden los profetas: Y al extender vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros. Aunque menudeéis la plegaria, yo no oigo. Vuestras manos están de sangre llenas: lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda. (Is 1, 15- 17) Hemos conocido a muchos creyentes con mucho dinero, pero, amantes y sirvientes del dinero.

«Se te ha declarado, hombre, lo que es bueno, lo que Yahveh de ti reclama: tan sólo practicar la equidad, amar la piedad y caminar humildemente con tu Dios.»(Mq 6, 8) Mano tullida o mano seca, es figura de la codicia y de la avaricia; por eso Jesús dice a todo hombre creyente que tenga esas parálisis: “Extiende tu mano” (Mc 3, 5) Para que puedas compartir tus dones con los demás. Poseer o tener riqueza no es pecado, el pecado está en no extender la mano para ayudar y compartir con los necesitados, cargando con sus debilidades (Rm 15, 1)

 Tú, en cambio, como hombre de Dios, evita todo eso y lleva una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna, a la que has sido llamado y de la que hiciste tan admirable profesión ante numerosos testigos.(1 Tm 6, 2-12)

Pablo invita a su discípulo Timoteo a encarnar las Bienaventuranzas de Jesús: el pobre, el sufrido, el manso, el humilde, el limpio de corazón, el misericordioso y justo (Mt 5, 3- 11) Estas son las armas para luchar el combate de la fe y para conquistar la vida eterna, que es un don y es una conquista. La fe sincera unida a un corazón limpio del pecado, es fuente del amor, fuente de todas las virtudes y de los dones que Dios en su gran bondad quiera derramar sobre nosotros, recordando que son para nuestra realización y para la de los demás. Pablo nos recuerda cómo debemos comportarnos: “Mirad: el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra en abundancia, cosechará también en abundancia. Cada cual dé según el dictamen de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con alegría”. (2 de Cor 9, 6- 7) Pablo tiene siempre presente la generosidad de Nuestro Señor Jesucristo: “Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza”. (2 de Cor 8, 9)

La pobreza de Jesús es su Encarnación, su Pasión y su Muerte, su riqueza es ser Hijo de Dios, Hermano universal y el Servidor de todos. Y podemos decir que Jesús comparte su herencia con nosotros (Rm 8, 17) Somos hijos de Dios, hermanos de los demás y servidores de todos. La riqueza de la Iglesia es la Santidad y la Libertad que Jesús nos comparte. Libres para Amar y libres para Servir. “Sean santos como yo el Señor soy santo” (1 de Pe 1, 1) “Para ser libres, nos libertó Cristo” (Gál 5, 1) “Pero no confundan la Libertad con el libertinaje” (Gál5,13)

Oración: Señor Jesús dadnos un corazón pobre, manso y humilde, para que podamos ser hijos de Dios y discípulos tuyos. Amén.

 

 

 

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