POR SUS FRUTOS LOS RECONOCERÉIS

 


POR SUS FRUTOS LOS RECONOCERÉIS

Dios ha dado al hombre dones y talentos para que cultive y proteja la creación (Gn 2, 15), para que con los frutos de su cosecha compartan con los demás, tanto, los bienes materiales, como los intelectuales y espirituales. Los dones recibidos son para la propia realización y para la realización de los demás. Dones que crecen con el uso de su ejercicio. El peligro es el afán de la riqueza que nos lleva a la avaricia y a la codicia. Lo malo no es la riqueza, lo malo es la ambición de ser los amos y señores para ser los más poderosos y los más ricos. Cayendo en el culto al oro y al poder, a los ricos y a los poderosos, víctimas del consumismo y el derroche.

Trabajar es don y tarea. Es don y conquista: Si alguno no quiere trabajar, que tampoco coma. Porque nos hemos enterado que hay entre vosotros algunos que viven desconcertados, sin trabajar nada, pero metiéndose en todo. A éstos les mandamos y les exhortamos en el Señor Jesucristo a que trabajen con sosiego para comer su propio pan. Vosotros, hermanos, no os canséis de hacer el bien. (2Ts 3, 10b-13) El hombre que trabaja tiene derecho a un salario digno, es decir según sus necesidades. La pereza es un enemigo de nuestra realización, enmohece y oxida, atrofia las mejores capacidades del hombre, como la capacidad de servir y ayudar a su propia familia o a los menos favorecidos. La pereza, pecado capital, puede llevar a otros vicios como es el fraude, por eso el apóstol Pablo nos dice: El que robaba, que ya no robe, sino que trabaje con sus manos, haciendo algo útil para que pueda hacer partícipe al que se halle en necesidad. (Ef 4, 28).

La pereza puede ser física, intelectual y espiritual. Hablemos de la pereza espiritual, es a la que hace referencia Jeremías: Porque así dice Yahveh al hombre de Judá y a Jerusalén: - Cultivad el barbecho y no sembréis sobre cardos. Circuncidaos para Yahveh y extirpad los prepucios de vuestros corazones, hombres de Judá y habitantes de Jerusalén; no sea que brote como fuego mi saña, y arda y no haya quien la apague, en vista de vuestras perversas acciones. (Jer 4, 3- 4) Es un mandato de Dios que quiere que el hombre crezca integralmente: “Que El, el Dios de la paz, os santifique plenamente, y que todo vuestro ser, el espíritu, el alma y el cuerpo, se conserve sin mancha hasta la Venida de nuestro Señor Jesucristo”. (1 de Tes 5, 23)

Cultivemos los dones del Señor que son el amor, la fortaleza y el dominio propio para vencer el mal (cf 2 de Tim 1, 6) “Por qué el perezoso es amigo del que  destruye” (Pr. 18, 9) Para que podamos desechar la pereza que nos esclaviza y nos deshumaniza y nos despersonaliza. “Maldito el que haga el trabajo del Señor con dejadez (Jer 48.10) Y Santiago nos habla del pecado de omisión: El que puede hacer el bien y no lo hace comete pecado (Snt 4, 17)

La pereza espiritual es una deficiencia de  la fe, débil, agonizante o muerta. Lo contrario a la pereza es la virtud de la “fortaleza”, hija predilecta de la fe y del amor. “Levántate, toma tu camilla y trabaja” (cf Mc 2, 11) Levántate y ora; levántate y lee la Biblia; levántate y ve a misa; levántate y sal fuera y ve ayudar a una persona concreta que se encuentra enferma o en necesidad. Levántate y come para que estés fuerte y camines, es decir, para que puedas hacer el bien y vencer la pereza (Rm 12, 21) La virtud de la “Fortaleza” tiene como hijas la humildad, la mansedumbre y la misericordia, armas poderosas para vencer los vicios de la soberbia, la ira y la envidia. Donde están estas virtudes hay “Sencillez de corazón” que nos lleva a la “Pureza de corazón y a la Santidad”. Por eso el apóstol nos dice:

Pues todo lo que queda manifiesto es luz. Por eso se dice: Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo. Así pues, mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad de Señor. No os embriaguéis con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu(Ef 5, 14- 18)

La pereza espiritual es amiga de la embriaguez, del alcohol, embriaguez que tumba y tira al suelo y nos hace llevar una vida arrastrada. Emborrachémonos de la embriaguez que levanta y nos hace caminar. La del Espíritu Santo. Con sorbos de la Palabra de Dios y con la oración, haciendo buenas obras, incorporándonos a una Comunidad y dando algún servicio a los demás. Y asistiendo al culto los domingos y visitando algún enfermo para gloria de Dios. Esta es la manera para echar fuera de nuestro interior la pereza espiritual, para dar lugar a la “Caridad pastoral” que consiste en la triple disponibilidad de hacer la voluntad de Dios, de salir fuera de nuestro hábitat para ir al encuentro de una persona concreta e iluminarla con la luz del Evangelio y para morir a nuestro ego, padre de toda pereza.  

Mirad que nadie devuelva a otro mal por mal, antes bien, procurad siempre el bien mutuo y el de todos. Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros. No extingáis el Espíritu; no despreciéis las profecías; examinadlo todo y quedaos con lo bueno. Absteneos de todo género de mal. (1 de Ts 5, 15- 22) Recordando lo que nos dice el Señor Jesús en el evangelio de Mateo:

 

Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis. (Mt 7, 16- 20)

 

 

 

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