Y PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS ASÍ COMO NOSOTROS HEMOS PERDONADO A NUESTROS DEUDORES (Mt 6, 12)

 


Y PERDÓNANOS NUESTRAS DEUDAS ASÍ COMO NOSOTROS HEMOS PERDONADO A NUESTROS DEUDORES (Mt 6, 12)

Introducción: Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo la seducción de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo, creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad. (Ef 4, 21- 24)

El hombre viejo es el padre del Ego, padre de todos los vicios, llamados también defectos de carácter o pecados capitales. Entre ellos la pereza, la lujuria, la avaricia, la mentira, la envidia, la gula, la soberbia, la ira, y otros. Hoy hablemos del vicio o del pecado de la ira y del daño que nos puede hacer a quienes la padezcan.

“El que se venga, sufrirá venganza del Señor, que cuenta exacta llevará de sus pecados. Perdona a tu prójimo el agravio, y, en cuanto lo pidas, te serán perdonados tus pecados. Hombre que a hombre guarda ira, ¿cómo del Señor espera curación? De un hombre como él piedad no tiene, ¡y pide perdón por sus propios pecados! El, que sólo es carne, guarda rencor, ¿quién obtendrá el perdón de sus pecados? Acuérdate de las postrimerías, y deja ya de odiar, recuerda la corrupción y la muerte, y sé fiel a los mandamientos. Recuerda los mandamientos, y no tengas rencor a tu prójimo, recuerda la alianza del Altísimo, y pasa por alto la ofensa. Absténte de disputas y evitarás el pecado, porque el apasionado atiza las disputas” (Eclo 28, 1—8)

La carne es una vida conducida por cualquier espíritu que no venga de la fe, (Rm 14, 23), no viene de Dios, y nos lleva al pecado cuyo salario es la muerte (Rm 6,23) No es grata ni agradable a Dios (Rm 8, 9) Guardar la ira en el corazón es guardar la muerte, por eso el camino para liberarse es dar perdón, para que Dios nos perdone a nosotros. “Porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.  Por eso, desechad toda inmundicia y abundancia de mal y recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros, que es capaz de salvar vuestras almas”. (Snt 1, 20- 21) La Palabra que usa el apóstol es “desechad” la ira que entra la lista de Pedro: La malicia, la mentira, la envidia, la hipocresía y la maledicencia (1 de Pe 2, 1) La ira está en todas.

Para vencer la ira y la venganza hay que cultivar las virtudes del corazón de Jesús: La mansedumbre y la humildad. Con la mansedumbre se vence a la agresividad y a la violencia, y con la humildad se vence a la soberbia y al orgullo. Por eso el salmista nos dice: “Desiste de la cólera y abandona el enojo, no te acalores, que es peor; pues serán extirpados los malvados, más los que esperan en Yahveh poseerán la tierra”. (Slm 37, 8-9) Sólo los mansos y humildes de corazón esperan en el Señor porque la humildad y la sencillez, son la sede de la esperanza que viene de la fe y se despliega hacia la caridad.

El tardo a la ira tiene gran prudencia, el de genio pronto pone de manifiesto su necedad (Prov 14, 29) La prudencia es la sede de todas las virtudes, sin prudencia estamos vacíos del vigor y de la fuerza de Dios, somos faltos de juicio y construimos nuestra casa sobre arenas movedizas que no resisten las crisis, las tormentas y los vientos (cf Mt 7, 26) Sólo el que es prudente por que escucha la palabra y la pone por obra es firme en la fe y puede resistir los embistes de la lucha entre en bien y el mal: “Manténte firme en tu pensamiento, y sea una tu palabra. Sé pronto en escuchar, y tardo en responder. Si sabes alguna cosa, a tu prójimo responde, si no, pon tu mano en la boca”. (Ecl 5, 10- 12)

Evita las discusiones necias y estúpidas; tú sabes bien que engendran altercados. Y a un siervo del Señor no le conviene altercar, sino ser amable, con todos, pronto a enseñar, sufrido, y que corrija con mansedumbre a los adversarios, por si Dios les otorga la conversión que les haga conocer plenamente la verdad, y volver al buen sentido, librándose de los lazos del Diablo que los tiene cautivos, rendidos a su voluntad. (2 de Tim 2, 23- 25) Evita el conflicto para no caer en tentación y  ten presente las palabras del Señor Jesús: “Ama a tu enemigo, haz el bien al que te hace el mal, habla bien del que te habla mal y reza por el que te persigue”. (Lc 6, 27)

Somos humanos y podemos enojarnos, pero que el enojo no nos dure todo el día: “Si os airáis, no pequéis; no se ponga el sol mientras estéis airados, ni deis ocasión al Diablo. (Ef 4 26- 27) Reconciliaos para que el Señor acepta tus ofrendas y tus oraciones: «Habéis oído que se dijo a los antepasados: No matarás; y aquel que mate será reo ante el tribunal. Pues yo os digo: Todo aquel que se encolerice contra su hermano, será reo ante el tribunal; pero el que llame a su hermano "imbécil", será reo ante el Sanedrín; y el que le llame "renegado", será reo de la gehenna de fuego. Si, pues, al presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas entonces de que un hermano tuyo tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí, delante del altar, y vete primero a reconciliarte con tu hermano; luego vuelves y presentas tu ofrenda. (Mt 5, 21- 24)

Vigilad y orad para no caer en tentación del enojo, de la ira y de la venganza (cf Mt 26, 41) Cuida tu vocabulario, porque la boca habla de lo que el corazón encierra (Lc 6, 45) Que tus palabras sean amables, limpias y veraces; que consuelen, liberen, sanen, corrijan y salven. Sigamos el consejo de Pablo, el apóstol de los gentiles:

“No salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen. No entristezcáis al Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la redención. Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros, entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo”. (Ef 4, 29- 32)

Con nuestras palabras llenas de ira, podemos ser asesinos, y dar muerte a la vida en nosotros y en los demás.

 

 

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