PADECER Y SUFRIR CON CRISTO NO ES ALGO EXTERIOR A NOSOTROS.

 


PADECER Y SUFRIR CON CRISTO NO ES ALGO EXTERIOR A NOSOTROS.

Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de todo consuelo; él nos consuela en todas nuestras luchas, para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación, mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios. Porque si es cierto que los sufrimientos de Cristo rebosan sobre nosotros, también por Cristo rebosa nuestro consuelo. 2Co 1, 3-5

La Consuelo que Dios, Padre de toda misericordia nos ha dado, es en primer lugar, su Hijo Jesucristo, y en segundo lugar es el Espíritu Santo, los dos Paráclitos, los dos Consoladores para sacarnos del pozo de la muerte y para llevarnos a nuestro suelo, la Casa del Padre. Así nosotros podemos consolar a los que sufren liberándolos, amándolos y llevándolos al lugar de Paz y Consuelo: Cristo Jesús. Pablo tiene presente al escribir la carta de los corintios las palabras de Mateo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mt 11, 28- 30)

Háganlo todo con libertad y con amor: “Ninguno procure lo propio, sino lo del otro. Tanto si coméis como si bebéis o hacéis cualquier cosa, hacedlo a gloria de Dios”. (1Co 10, 24. 31) Hacer las cosas para la gloria de Dios y para el bien de las demás, exige poseer una conciencia recta que está unida  a la fe sincera y a un corazón limpio (1 de Tim 1, 5) Este es el modo que da la gloria a Dios, hacerlo en el nombre de Jesús: “Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre de Jesús, ofreciendo la Acción de Gracias a Dios Padre por medio de él”. (Col 3, 17) Es hacerlo en comunión con Jesús, (Jn 15, 4) Jesús habitando y viviendo en nuestro corazón (Gál 2, 19- 20; Ef 3, 17) Sólo entonces podremos hacerlo en el nombre de Jesús en libertad y en amor. Es el modo para encarnar el evangelio.

 Dos textos de Pablo confirman lo anterior: “Lo que importa es que vosotros llevéis una vida digna del Evangelio de Cristo, para que tanto, si voy a veros como si estoy ausente, oiga de vosotros que os mantenéis firmes en un mismo espíritu y lucháis acordes por la fe del Evangelio”. (Flp 1, 27) “Es cierta esta afirmación: Si hemos muerto con él, también viviremos con él; si nos mantenemos firmes, también reinaremos con él; si le negamos, también él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, pues no puede negarse a sí mismo”. (2 de Tim 2, 11- 13) Esto es posible si llevamos a Cristo en nuestro corazón. Y todos nuestros miembros morales están a su servicio, tal como lo dice el Apóstol:

Así también vosotros, consideraos como muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús. No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal de modo que obedezcáis a sus apetencias. Ni hagáis ya de vuestros miembros armas de injusticia al servicio del pecado; sino más bien ofreceos vosotros mismos a Dios como muertos retornados a la vida; y vuestros miembros, como armas de justicia al servicio de Dios. (Rm 6, 11- 13)

Sólo cuando Cristo habita por la fe en nuestro corazón podremos ofrecernos a Dios como un sacrificio, vivo, santo y agradable a Dios (Rm 12, 1) Un sacrificio en amor, en justicia y obediencia, es decir,  en la fe. Entonces podremos participar de la Pasión de Jesucristo y ser sus verdaderos discípulos, capaces de amarlo y de seguirlo.

Lo contrario es hacer de Jesús y de su Evangelio, de la Iglesia y de los Sacramentos un “parche”. Lo que importa es el vivir el Evangelio sin componendas, sin parches, sin pegostes, sino, como Jesús lo pide: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. Pues, ¿de qué le sirve al hombre haber ganado el mundo entero, si él mismo se pierde o se arruina?” (Lc 9, 23- 25) El deseo de Jesús es hacerse uno con los creyentes, con sus discípulos, y así estar siempre con nosotros (Mt 28, 20)

Queridos hermanos: Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que, cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo. Si os ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos vosotros: porque el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros.  (1Pe 4, 13-14) Padecer, sufrir y morir con él, para también resucitar y estar sentados a la derecha del Padre (Rm 6, 3- 4; Ef 2, 6) Sentados en el Poder de Dios, y participando del Reino de Dios. En esta vida para el discípulo o el apóstol sentarse en el poder de Cristo significa estar “Crucificados con él”. Dándole muerte al hombre viejo y dándole vida al hombre nuevo.

Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu. No busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente. (Gál 5, 24, 26)

Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la Revelación de Jesucristo. A quien amáis sin haberle visto; en quien creéis, aunque de momento no le veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa;  y alcanzáis la meta de vuestra fe, la salvación de las almas. (1 de Pe 1, 6- 9)

Escuchemos dos de las Bienaventuranzas: Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos. Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros. (Mt 5, 10- 12)

 

Oración: Señor Jesús, hacemos un acto de fe en tu Persona, Tú eres el hijo de Dios, nuestro Salvador, Maestro y Señor. Te abrimos las puertas de nuestro corazón y te invitamos a que entres en tu casa y hagas en nosotros tu voluntad, por lo que hagas, te damos gracias, te alabamos y te bendecimos.

 

 




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