EL
PECADO QUE NO SE PERDONA ES NO CREER EN JESÚS.
Aunque espero ir a verte pronto, te escribo esto por si me retraso; quiero que
sepas cómo hay que conducirse en la casa de Dios, es decir, en la asamblea de
Dios vivo, columna y base de la verdad. Sin discusión, grande es el misterio
que veneramos: Manifestado en la carne, justificado en el Espíritu, contemplado
por los ángeles, predicado a los paganos, creído en el mundo, llevado a la
gloria. (1 Timoteo 3, 14-16)
En aquel tiempo, dijo el Señor: «¿A quién se parecen los hombres de esta
generación? ¿A quién los compararemos? Se parecen a unos niños, sentados en la
plaza, que gritan a otros: "Tocarnos la flauta y no bailáis, cantamos
lamentaciones y no lloráis." Vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía,
y dijisteis que tenla un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y
decís: "Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y
pecadores." Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la
razón.» (Lc 7,31-35)
Jesús
habla a los fariseos, escribas y a todas generaciones de todos los tiempos.
¿Qué nos dice? ¿Qué buscan? ¿Qué quieren? Vino Juan el Bautista, que ni comía
ni bebía, y dijisteis que tenla un demonio. Un endemoniado le llamaron al profeta
de la Verdad, a la Voz que clama en el desierto, al Precursor del Mesías. Su
Palabra era de fuego, y no les gusto. Juan chocaba contra los intereses del
Templo, de Jerusalén. Y les llamó: raza de víboras. Viene el Hijo del hombre,
que come y bebe, y decís: "Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de
publicanos y pecadores. Juan sencillamente dice: “Vino a los suyos y no lo
recibieron”. (Jn 1, 11) Juan era un hombre de Dios, su Profeta. Jesús es Dios
con nosotros, los dos fueron rechazados, no creyeron en ellos. Y a los dos le
dieron muerte.
Jesús
nos habló de un pecado que no se perdona, ni en esta vida ni en la otra. ¿De
qué pecado se trata? Vayamos al evangelio de Mateo: «Por eso os digo: Todo
pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el
Espíritu no será perdonada. Y al que diga una palabra contra el Hijo del
hombre, se le perdonará; pero al que la diga contra el Espíritu Santo, no se le
perdonará ni en este mundo ni en el otro.(Mt 12, 31- 32) Entendamos que Jesús y
el Espíritu Santo son inseparables. Jesús viene y con la fuerza del Espíritu
Santo realiza la Obra del Padre, y el Espíritu Santo lo actualiza en nuestra
vida. Todo lo que Jesús dijo e hizo es por obra del Espíritu, y todo lo bueno
que viene del Cielo a nuestra vida es por obra del divino Espíritu, todo.
Podemos
preguntarnos: ¿Cuál es la Obra del Espíritu Santo? Su obra es hacer que el
mundo, los hombres y mujeres de todos los tiempos, crean en Jesús, para que, creyendo
se salven”. El pecado contra el Espíritu Santo, es entonces, no creer en Jesús.
Y Pedro inspirado por el Espíritu nos dijo: “Porque no hay bajo el cielo otro
nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos”. (hch 4, 12)
Sólo en el nombre de Jesús somos salvados, fuera de Cristo no hay salvación. ¿Quién podrá perdonar nuestros
pecados? El único que ha muerto y resucitado por la Humanidad ha sido Cristo Jesús.
Que creamos en él, que reconozcamos y nos arrepentimos, que nos convirtamos es
obra del Espíritu Santo, él actualiza en nuestra vida la Obra redentora y
salvadora de Cristo.
El
apóstol Pablo nos dice: “No contristéis al Espíritu Santo” (Ef 4, 30) ¿Cómo
podemos hacerlo? Pecando, dando la espalda a Cristo, para hacernos cisternas
agrietadas que no contienen el agua (Jer 2,13) No creyendo en la persona de Jesús,
ni en su Palabra, ni en su Obra, ni en su Misión. Ni el Mundo con todo su
poder, tener y placer pueden darnos vida eterna. Ni el oro, ni la fama, ni el
poder, ni los lujos pueden llenar los vacíos del corazón. No pueden darnos Paz
ni Vida eterna.
La
Obra de Cristo es la Iglesia, nacida en su Pascua, llamada a ser la Asamblea de
Dios: “Pero si tardo, para que sepas cómo hay que portarse en la casa de Dios,
que es la Iglesia de Dios vivo, columna y fundamento de la verdad”.(1 de Tim 3,
15) Teniendo la Palabra como Norma para nuestra vida, viviendo según Dios,
conducidos por el Espíritu Santo, el mismo que estaba con Juan el bautista y en
Jesús de Nazaret. Y que ahora está en los
que creen, obedecen, aman y sirven a Jesucristo: ¿O no sabéis que vuestro
cuerpo es santuario del Espíritu Santo, que está en vosotros y habéis recibido
de Dios, y que no os pertenecéis? ¡Habéis sido bien comprados! (1 de Cor
6, 19- 20).
En
efecto, todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Pues
no recibisteis un espíritu de esclavos para recaer en el temor; antes bien,
recibisteis un espíritu de hijos adoptivos que nos hace exclamar: ¡Abbá, Padre!
El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos
hijos de Dios. Y, si hijos, también herederos: herederos de Dios y coherederos
de Cristo, ya que sufrimos con él, para ser también con él glorificados. (Rm 8,
14- 17)
Los
frutos de la fe, son los mismos frutos del Espíritu Santo: En cambio el fruto
del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
dominio de sí; contra tales cosas no hay ley. Pues los que son de Cristo Jesús,
han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el
Espíritu, obremos también según el Espíritu. (Gál 5, 22- 25)
El
vivir en Cristo, equivale a vivir según el Espíritu Santo, y es lo mismo que
vivir según Dios. Creyendo, amando y sirviendo a Cristo Jesús, y en él a los
demás.
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