JUNTO
A LA CRUZ JESÚS ESTABA SU MADRE CON ALGUNAS MUJERES.
Junto
a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de
Clopás, y María Magdalena. Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo
a quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al
discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquella hora el discípulo la acogió
en su casa. (Jn 19, 25- 27)
María
estuvo presente en los momentos a más esenciales de la vida de su Hijo Jesús.
Desde la Encarnación hasta en su muerte de Cruz. En la Anunciación bajó el
Cielo a la tierra con “Su hágase en mí, según tu Palabra” (Lc 1, 38) Y ahora
con su segundo “Fiat” hace presencia junto a la Cruz de Jesús. Los dos, la
Madre y el Hijo se habían encontrado en el camino al Calvario. Su Hijo, y a la
vez el Hijo de Dios, convertido en un hilacho humano. Lo miró caer pajo el peso
de la cruz y volver a levantarse para llegar hasta el fin, hasta la Meta: el
Sacrificio total y perfecto, ofrecido al Padre en favor de los pecadores.
Ahora
está de pie, junto a la Cruz, junto al dolor, hasta el sufrimiento, junto a la
muerte de su Hijo. A su mente vienen las palabras del anciano Simeón: “Una
espada atravesará tu alma” (Lc 2, 35) Es la mujer piadosa, está en comunión con
el que sufre, con el que padece, “está de pie” con dignidad diciendo con su
corazón a su Hijo: “estoy aquí, contigo” porque te amó. “Quisiera estar en tu
lugar”. María está ahí, participando de la Pasión de su Hijo. Es la Madre
piadosa por que padece con su Hijo, sufre con él y padece con él, se mete en su
“entrañas” y se ofrece con él al Padre, por la causa de su Hijo. Jesús y ella
se miran. A Jesús le quedan muy pocas fuerzas, pero ella alcanza a escuchar las
palabras de su Hijo: «Padre,
perdónales, porque no saben lo que hacen.» (Lc 23, 34) También escucha las
injurias, de los soldados, de los escribas y fariseos (Lc 23). Todo lo que
Lucas escribió lo escuchó de los labios de María.
Volvamos
al evangelio de Juan: Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a
quien amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» Luego dice al
discípulo: «Ahí tienes a tu madre.» En un momento vino a la mente de Jesús, la
Madre, mujer sola, era viuda, sin hijos,
al quedarse sola sin su único Hijo, se convertiría en una mujer de segunda o de
tercera categoría, por eso Jesús le legó a su madre un hijo, su discípulo
amado, y al discípulo le legó lo único que le quedaba: su Madre. Jesús estaba
agonizando, no estaba en un lugar de cinco estrellas, estaba en la Cruz, su trono,
desde donde habló las Palabras de su Padre: “Ahí tienes a tu hijo” Y el nuevo
hijo, se la llevó a su casa, la amó, la cuidó y la protegió, y desde entonces
los Apóstoles la llamaron la “Madre”. Madre de Jesús y Madre de la Iglesia.
La
Iglesia la llamado la Co-rredentora porque ella fue elegida para eso, para que
participara de la Pasión de su Hijo. Elegida por Dios para esto y para otras
cosas más, por eso la profecía del santo Simeón sobe la “espada que atravesaría
su alma”. ¿Cuáles esa espada? Espada del dolor y del sufrimiento desgarrador
que ella, María, la Madre padeció, ahí, de pie, junto a la Cruz de su Hijo.
Espada que vuelve atravesar el corazón de la Madre cuando uno de sus hijos, un
sacerdote, abandona la Iglesia y se va al mundo, a una vida mundana y pagana. Espada
que atraviesa el corazón de la Madre, cuando, sus hijos bautizados dan la
espalda a su Hijo para irse a un país lejano y permanecen en el pecado.
El
viernes santo, muchos fieles le presentan a María la Madre, el pésame: ¿Con que
palabras nos podemos presentar? Otros quieren ofrecerle una corona de espinas.
Otros un cántaro de lágrimas como manifestación de su dolor y de su
sufrimiento. Creo que el mejor consuelo que le podemos dar “Consagrar nuestra
vida a su Hijo” Y hacer nuestra “Opción fundamental por Cristo”. Como también
aceptarla como Madre y amarla y servirla en Cristo Jesús. Como lo hizo san
Juan.
Todo
bautizado es llamado a participar de la Pasión de Cristo. Todos a vivir el
Evangelio completo, sin componendas, si parches, a lavar las copas y los vasos
por dentro para recibir el “vino nuevo del Espíritu” (Mc 2,21- 22) María, es Mujer Piadosa, esa es su fe, por un lado es abandono y confianza en las manos de Dios y por otro lado, es abandono,donación, entrega a su Pueblo. Por eso María, es Presencia donde sufren, donde padecen, en la enfermedad... Es Com- padecida de los que están en la cruz, están junto a ellos.
Con
san Pablo, el elegido y llamado a ser ministro de Cristo digamos: Ahora me
alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne
lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la
Iglesia, (Col 1,24) Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne
con sus pasiones y sus apetencias. (Ga 5, 24) Por esto todo lo soporto por los
elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo Jesús
con la gloria eterna.(2 de Tim 2, 10)
Jesús
también nos invitó a participar de su Pasión al decirnos: Decía a todos: «Si
alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y
sígame. (Lc 9, 23)
En
verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda
él solo; pero si muere, da mucho fruto. El que ama su vida, la pierde; y el que
odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me
sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno
me sirve, el Padre le honrará. (Jn 12, 24- 26)
Participar
de la Pasión de Cristo es un servicio para morir, resucitar con él y sentarnos
a la derecha del Padre, donde ya está María, la Madre.
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