ELEGIDOS PARA SERVIR
Y PARA AMAR A DIOS Y A TODOS.
Objetivo:
Mostrar
con toda claridad lo que implica el servicio a Cristo, para que renunciando a
todo lo que sea incompatible con ello, podamos ser dóciles a la acción del
Espíritu Santo.
Iluminación:
De igual modo
vosotros, cuando hayáis hecho todo lo que os fue mandado, decid: somos siervos
inútiles; hemos hecho lo que debíamos hacer” (Lc 17, 10)
1.
El contexto bíblico.
¿Qué es lo que el
Lector Sagrado quiere decir a sus lectores? ¿Cuál es el contexto en que se dio
la enseñanza de Jesús? En realidad, está
enseñanza está precedida por otras tres
enseñanzas que están dentro del mismo contexto: El escándalo, la corrección fraterna, el poder de la fe.
Los Discípulos piden al
Señor que aumente su fe; si piden aumento es porque la tienen, no obstante,
está petición descubre algo más, reconocer que existe impotencia, debilidad,
límites. Es decir, hay humildad en la petición. El terreno apropiado para que
crezca la fe es la pequeñez, la sencillez, en otras palabras la humildad. El
enemigo número uno de la fe es la soberbia, el orgullo y todo lo que de ello se
desprenda. La fe sin humildad está tan vacía y muerta, como la fe sin las
obras. La humildad es la tierra donde nace y crece la virtud de la “Esperanza”
que se despliega y desarrolla en la “Caridad”, razón por la que Pablo dice que
“la fe llegada a la madurez es caridad” (Gál 5, 6).
Pablo nos dirá con toda
certeza que el Señor manifiesta su Poder en los débiles; manifiesta su gracia
en la debilidad (cfr 2 Cor 12,9ss) Mientras que Lucas dice que Dios desprecia a
los potentados y a los orgullosos los despide vacíos (Lc 1, 51) Escuchemos a
Juan el Bautista decirnos: “Es necesario que yo disminuya para que Él crezca”
(Jn 3, 30) “No soy digno de desatar las correas de sus sandalias” (Lc, 3, 16).
La humildad del Bautista lo hace reconocer que no es digno de ser servidor, y
sin embargo sabemos que Dios lo eligió desde la eternidad y ocho siglos antes
Isaías anunció su nacimiento (Is 40, 3).
2.
La enseñanza de Jesús.
Jesús dice a los suyos:
“Si tuvieran fe tan grande como un grano de mostaza, podrían decirle a ese
árbol arráncate y plántate en el mar” (Lc 17, 6). ¿Qué significa plantar
árboles en el mar? Significa cambiar la manera de pensar pesimista, negativa,
derrotista, servil, rigorista, legalista, altiva, presumida y soberbia para que
podamos tener la mente renovada, cristiana, positiva, optimista que no maximice
los defectos de los otros mientras que minimiza los propios, por otro lado,
minimiza las virtudes de los demás y maximiza las propias. Vemos la paja en el
ojo ajeno y no vemos los defectos propios. La verdad es que no fuimos llamados
a ser siervos inútiles; no fuimos llamados a ser estériles. La verdad es que
Jesús nos ha elegido para “dar fruto y fruto en abundancia” (cfr Jn 15, 16).
Para entrar de lleno en
el tema afirmamos que la humildad y el amor son inseparables de la fe. La fe crece
donde hay humildad y caridad; la caridad sin la humildad es marca patito, y la
humildad sin caridad es hipocresía, es filantropía. La unidad de las tres nos
llena de los dones del Espíritu; nos revisten de Cristo y nos configuran con
Él. Son por eso el “Camino” para conocer a Dios y apropiarnos de los “Bienes de
arriba donde está Cristo sentado a la
derecha del Padre (Col 3, 1-3). “Busquen las cosas de arriba, no las de la
tierra; anhelen a las de arriba, no a
las de abajo”… ¿Cuáles son las cosas de abajo?
3.
Elegidos para servir.
Para
el discípulo el servicio es expresión del amor. Jesús dice a los suyos:
“permanezcan en mi amor” (Jn 15,9). La pregunta sería: ¿cómo permanecer en el
amor de Cristo? La respuesta el Espíritu Santo la pone a nuestro alcance:
Permanecer siendo
amados, todo el día y todos los días; de día o de noche; llueva o truene; en
las buenas y en las malas. Dejarse amar por Dios es dejarse perdonar, sanar,
conducir, liberar, santificar….
Permanecer amando;
¿Quién es el que me ama? El que hace lo que yo le digo (Jn 15, 15); el que
guarda mis mandamientos, guarda mis palabras y ama a sus hermanos (Cf Jn 14,
15. 21-23)
Permanecer sirviendo. Servir
significa amar. Así decimos que Cristo ama al Padre y es su Siervo: por un acto
de amor de Cristo al Padre hemos sido redimidos. Cuando guardamos sus
Mandamientos, especialmente, el del Amor, estamos hablando de servicio, de
donación, de entrega desinteresada y total a aquel que sabemos nos amó y se
entregó por nosotros (Gál 2, 20; Ef 5, 1)
Jesús mismo nos dice: “Si ustedes guardan mis mandamientos
permanecerán en mi amor como yo guardo los mandamientos de mi Padre y
permanezco en su Amor” (Jn 15, 9). ¿Cuáles son los mandamientos de Jesús a
sus discípulos? Todos conocemos su Mandamiento regio: “Ámense los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 13, 34). Jesús
amó a los suyos hasta el extremo, hasta dar su vida por ellos (Jn 13, 1) El Mandamiento
Regio, para poder ponerlo en práctica exige guardar los Mandamientos de la Ley
de Dios; la Ley es el Pedagogo que nos lleva a Cristo. Quien quebrante uno de
estos mandamientos, que ni sueñe, no podrá guardar el Mandamiento Nuevo. Este
Mandamiento exige: primero estar en comunión con Cristo, estar muriendo al
pecado y tener el don del Espíritu. Digamos entonces que “El amor es el alma de
todo apostolado”, sin amor somos siervos inútiles, negligentes, y por lo tanto
estériles.
4.
Los Mandamientos de Jesús.
¿De qué Mandamientos se
trata? Antes de hablar de los Mandamientos del Señor Jesús digamos una palabra
sobre el “Gran Envío”. Escuchemos al mismo Cristo Resucitado decirnos: “Todo poder se me ha dado en el cielo y en
la tierra” (Mt 28, 18, “Así como el Padre
me envió, yo los envío a ustedes” (Jn 20, 21). Jesús no exige lo que Él no
nos ha dado primero. Cristo resucitado el mismo día de Pentecostés hace a sus
discípulos partícipes de sus dones: “La paz sea con ustedes”. La Paz de Cristo nunca viene sola, con ella
vienen los frutos del Árbol de la Vida que está en el Paraíso de Dios (Apoc 2,
7): El amor, el perdón y el gozo del Señor. “Yo los envío a ustedes”. “La
Misión de Cristo” es ahora la Misión de la Iglesia, quien recibe de su Fundador
la Misión de continuar en la Historia la “obra del Padre”: Dar vida a los
hombres. Para que los discípulos puedan llevar a cabo la Misión, el Maestro no
los envía con las manos vacías: les da el don del Espíritu: Sopla sobre ellos y
les dice: Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20, 23). El mismo Espíritu que Él
recibió del Padre y lo guió a lo largo de toda su existencia y que habitaba en
Él como en su propia casa, será ahora el que guía a los Doce y con ellos a toda
la Iglesia.
Su
Primer mandato: “Vayan por todo el mundo y enseñen todo lo que yo les he
enseñado. Vayan y lleven mi Palabra, para que muchos sean engendrados por la
“semilla de la Verdad”. Recordemos la fe viene de lo que se escucha, y lo que
se escucha es la Palabra de Cristo que se predica (Rom 10, 17).
Su
segundo mandato: “Bauticen a los que crean en el nombre del Padre, del hijo y
del Espíritu Santo. Por el Bautismo somos hijos de Dios, hermanos de Jesucristo
y templos del Espíritu Santo; además somos consagrados a Dios, somos de su
propiedad, le pertenecemos.
El
tercer mandato: Enséñenles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Jesús
quiere que todos los creen en Él lleguen a ser sus discípulos. No podemos
contentarnos con ser creyentes. Sólo conoceremos realmente a Jesús, lo amaremos
y lo serviremos en la medida que seamos sus discípulos. ¿Qué nos enseñó Jesús?
El
cuarto mandato: “Vayan y curen a los enfermos y limpien a los leprosos”.
Hermoso ministerio puede ser el de nosotros, si obedecemos amorosamente las
palabras del Maestro, si dedicamos tiempo y energías al cuidado de los más
débiles.
El
quinto mandato: “Denles ustedes de comer”. No es una opción es un mandamiento
que Jesús da a su Iglesia (Mc 6, 34) Den de comer a los hambrientos, a los
marginados, a los excluidos, a los pobres que llenan nuestras calles cargando
con nombres como “Niños de la calle”; “ancianos abandonados”; “teporochos”; “Desempleados”.
¿Realmente creemos que
la Misión de Cristo es la Misión de la Iglesia? ¿Creemos y hacemos nuestro el
“destino glorioso” de Cristo? ¿Creemos que el Espíritu Santo se ha unido a
nuestro Espíritu para dar testimonio de que ya somos hijos de Dios; y si somos
hijos somos también herederos, con Cristo de la herencia de Dios? (cfr Rom 8,
15- 17) Si realmente lo creemos entonces es trabajo de la Pastoral, no me es extraño,
no se me impone, es lo mío. No soy un asalariado, no soy un impostor. El Señor
me sacó de la fosa mortal, me rescató, me trajo a mi patria, es decir a mi
Comunidad, a mi Parroquia que es mi Familia. Los demás no me son extraños, me
pertenecen y yo les pertenezco: somos miembros unos de los otros. Los demás son
un “don de lo Alto, y yo soy un don para ellos”. Trabajar en la Viña del Señor
es trabajar en lo mío… sé a quién le trabajo y para quien trabajo, por eso lo
hago con amor, con gusto, con disponibilidad y de buena gana.
El servidor de
Jesucristo, trabaja en lo suyo, pero no trabaja solo, lo hace con otros a
quienes reconoce como hermanos a quienes Cristo los hace partícipes de su
“Herencia”. Todos movidos por un mismo Espíritu de Amor que es como el alma de
toda acción pastoral. Qué hermoso es reconocer que Dios quiere que seamos
protagonistas de nuestra propia historia y que tomemos en nuestras manos las
riendas de nuestro destino, destino glorioso para el cual fuimos elegidos y
destinados en Cristo desde antes de la creación del mundo (cfr Ef 1, 4-5)
5.
Dos modos de
servir.
¿Qué
es lo que realmente pasa? Entiendo que el Plan de Dios no siempre se realiza,
esto, no es porque Dios no quiera, sino porque nos ha dado libertad. El hombre
es libre para acoger el regalo de la salvación y es libre para rechazarlo. Lo
puede recibir y después lo puede descuidar y abandonar. Lo puede proteger y
cultivar o lo puede descuidar y abandonar para que “los cerdos o las
concupiscencias” lo destruyan.
La
Biblia nos presenta dos modos de vivir (Sal 1,1-6). Dos modos de ser y de dos
modos de actuar, como dos son los caminos de los que nos habló el Señor: Uno es
angosto y el otro es ancho y espaciosos. Los dos tienen distintas metas: uno
lleva la vida y el otro lleva a la muerte. Uno da vida y el otro da muerte.
El camino angosto es el camino de la Verdad y del Amor que llevan a la Vida
(cfr Mt 7, 13s). El camino ancho es el camino de la mentira y del odio que
llevan a la injusticia y a la muerte. San Pablo designa a uno de estos caminos
como el vivir o servir en la carne y al otro como vivir o servir en el Espíritu
de Cristo (cfr Gál 5, 16-22) Con toda verdad nos dice en la carta a los Romanos
que servir en la carne no es grato a Dios, no es agradable al Señor (Rom 8, 9).
Con toda certeza afirmamos: “Somos siervos inútiles cuando no hacemos las cosas
según el Espíritu de Cristo”.
“La
carne” hace referencia a una vida o a un modo de servir que es conducido por
cualquier espíritu que no sea el Espíritu Santo. Espíritu de esclavitud, de
miedo, de lujuria, de presunción, de vanidad, de pecunia, de pereza, de
fariseo, es decir, de rigorismo, legalismo y perfeccionismo.etc. El servicio en
la carne es servilismo, es una carga, se hace por obligación, por que toca y de
mala gana. Servir en la carne aburre, cansa, me hace agresivo, utilitarista…
En
cambio la espiritualidad cristiana se derrama en un servidor que es iluminado y
conducido por el Espíritu Santo, que guía a los hijos de Dios (Rom 8, 15). El
servicio se hace con alegría, con entusiasmo y con amor. Uno se puede cansar,
no somos de fierro, pero, el abandono en las manos del Señor es nuestro
descanso. Podemos sentir cierta satisfacción, pero, no nos domina la vanidad,
el Espíritu viene en nuestra ayuda: “¿Qué tengo que no lo haya recibido de Dios,
y sí lo recibí de él, para que presumir?” (1Cor 4,7) No se aceptan aplausos, ni
lisonjas, ni premios por que la Gloria es para el Señor. Para el servidor de
Cristo su Maestro es el Espíritu Santo que además nos recuerda lo que tenemos
que hacer y nos guía por los caminos de la vida.
La
pregunta sería: ¿a dónde nos lleva? El Espíritu Santo nunca nos llevará a un
lugar donde pongamos en peligro la gracia de Dios. No nos llevará a las
tinieblas, a lo obscurito. Podemos tener la confianza y la certeza que siempre
nos llevará a Cristo. Nos restablece en el Paraíso; nos lleva al Reino de Dios;
nos guía a la Filiación divina; nos configura con Cristo, nos reviste de Cristo
y nos llena de Cristo para que participemos de la Gloria de Cristo como sus
amigos, hermanos e hijos de su Padre y hermanos de los hombres. El Espíritu nos
hace hombres espirituales. Nos quita las máscaras y separa el metal precioso de
la escoria para que seamos servidores según el corazón de Cristo. Digamos con
toda certeza: hay espiritualidad cristiana, ahí donde hay vida espiritual y hay
vida espiritual, ahí donde se mueve el Espíritu Santo. Porque no recordar a
Jeremías, solo, cansado, frustrado que llegó a maldecir el día de su nacimiento
(Jer 15, 19).
6.
Servidores para
Cristo.
No
sólo somos servidores de Cristo, somos servidores para Cristo, para la Gloria
de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote. Escuchemos como empiezan las cartas de
Pablo: “Yo Apóstol, siervo de Jesucristo por voluntad del Padre” (Gál 1,1; Ef
1, 1) La pregunta: ¿somos siervos o somos amigos”. ¿Somos siervos o somos
hijos? “No los llamo siervos, a ustedes los llamo amigos” (Jn 15, 15). La
mentalidad del sirviente es una y la mentalidad del amigo es otra, como la
mentalidad del hijo no es la misma que la del esclavo. Al amigo se le puede
llamar siervo, cuando libre, conscientemente y movido por el amor acepta ser
servidor de Cristo. Me fascina el texto de la segunda de Corintios que nos
dice: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor,
nosotros no somos más que servidores de ustedes por amor a Jesús” (2 Cor
4, 5). La clave del servicio a Cristo es el amor a su Persona, a su Iglesia, a
sus pobres, a sus enfermos, a los pecadores.
7.
La pregunta que
pide una respuesta.
¿De
quién somos? ¿A quién le pertenecemos? Somos de aquello que amamos. Quien ama
el dinero, el lujo, la moda, las faldas o lo que hay debajo de las faldas, el
alcohol, la droga, la fama, el poder, el sexo… ¿De quién es? ¿A quién le
pertenece? Pertenece a lo que ama. Somos de Aquel a quien amamos y por amor le
entregamos el corazón. El servidor de Cristo es propiedad exclusiva de su
Señor. Por tres razones: “Porque Él nos llamó a la existencia sacándonos de la
nada; porque Él nos redimió con su Sangre Preciosa y en tercer lugar porque lo
amamos”, y hemos puesto nuestra vida en sus manos. En la carta a los Colosenses
Pablo nos confirma lo anterior: “Todo
cuanto hagáis, hacedlo de corazón como para el Señor y no para los hombres,
conscientes de que el Señor os dará la herencia en recompensa. El Amo a quien
servís es Cristo (Col 3, 23s). En el
Evangelio de Juan, Jesús dice a los suyos: “No os llamo siervos porque el
siervo no sabe lo que hace su señor; a vosotros os he llamado amigos.” (Jn
15, 15)
8.
La respuesta a
la Palabra es la acción.
La
fe sin obras está muerta nos ha dicho Santiago en su carta (2, 14) Respondamos,
no solo con palabras, sino, y sobre todo con hechos para que la Palabra se haga
vida, se haga valor, se haga virtud. No puedo decir que soy de Cristo y estoy
cobijado y revestido de tinieblas: mentiras, odios e injusticias. Soy de Cristo
cuando me he despojado del traje de tinieblas y me he revestido con el traje de
la Verdad, la bondad y justicia (Ef 5, 9). En la carta a los Gálatas Pablo nos
dice cual es el camino correcto para ser de Cristo: “La docilidad al Espíritu
Santo”. Espíritu que nos enseña a ser humildes, generosos, castos y serviciales
desde la cruz de Cristo (Gál 5, 24-25) Morir al pecado y vivir según el
Espíritu son las dos caras de una misma moneda: La Pascua de Cristo. Muerte y
resurrección: “Morir al pecado y vivir para Dios” (Rom 6, 11) Es lo mismo que
abandonar las obras estériles de la carne y revestirse con la armadura de Dios
(Rom 13, 11ss)
Cuando
Pablo dice: “Fortaleceos en el Señor con
la energía de su Poder” (Ef 6, 10) Realmente nos está diciendo que hagamos
ejercicios de fe, esperanza y caridad. Que pongamos a trabajar los dones del
Señor para que no seamos siervos inútiles, negligentes y malos. Hasta llega a
decir: “El que no trabaje, que no coma”
(2 Ts 3, 10) Trabajar en el cultivo del corazón exige arrancar y quemar la
maldad que llevamos dentro con la “Fuerza” y el “Fuego del Espíritu” para que
pueda brotar la vida, la virtud, la libertad interior. Sin renuncias no hay
virtud; sin negarnos al egoísmo, a los deseos desordenados de la carne, no hay
libertad, y sin libertad no hay amor. Juan en su Evangelio nos ha dado la clave
del servicio en el Espíritu: “La verdad
os hará libres” (Jn 8, 32) Libres, ¿De qué? Y, libres ¿Para qué? La
respuesta quisiera dejarla a tu imaginación, pero prefiero recurrir a la misma
Escritura para que nos dé la respuesta:
“Libres para ser discípulos y misioneros de Cristo”. “Libres para amar y para
servir a Cristo”.
9.
La Clave del
Servicio: La gloria de Dios.
San
Pablo Nos dice en la primera carta a los de Tesalónica: “Bien sabéis hermanos que nuestra ida a vosotros no fue estéril. Os
predicamos el Evangelio en medio de persecuciones, luchas, sufrimientos…
nuestra predicación no procede del error, ni de la impureza ni del engaño, sino
que así como hemos sido juzgados aptos por Dios para confiarnos el Evangelio,
así lo predicamos, no buscando agradar a los hombres, sino a Dios que examina
nuestros corazones. Nunca nos presentamos con palabras aduladoras, ni con
pretextos de codicia; ni buscamos gloria humana, ni de vosotros ni de nadie”
(1 Ts 2,1- 12). El Apóstol Pablo nos dice: “Qué
nos tengan los hombres como servidores de Cristo y administradores de los
misterios de Dios” (1 Cor 4, 1)
Es
en la primera de Timoteo donde Pablo nos da la clave para comprender el texto
anterior que viene a ser el himno de todo servidor de Cristo: “El fin de este mandato es la caridad que
brota de un corazón limpio, de una fe sincera y de una conciencia recta” (1
Tm 1, 5) Tres realidades que forman unidad y que garantizan lo que realmente
buscamos: La Gloria de Dios y el bien de la Iglesia. El bien de la Comunidad,
lo demás viene por añadidura. En la segunda carta de Corintios Pablo quiere
mostrarnos la excelencia del trabajo apostólico: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a
nosotros como siervos vuestros por amor a Jesús” (2 Cor 4, 5).
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