LA
ESCUCHA DE LA PALABRA DE DIOS DEJA EN NOSOTROS LA VIRTUD DE LA ESPERANZA.
Cuando
encontraba palabras tuyas las devoraba; tus palabras eran mi gozo y la alegría
de mi corazón, porque tu nombre fue pronunciado sobre mí, ¡Señor, Dios de los
ejércitos! (Jr 15, 16)
Hermanos:
No queremos que ignoren lo que pasa con los difuntos, para que no vivan
tristes, como los que no tienen esperanza. Pues, si creemos que Jesús murió y
resucitó, de igual manera debemos creer que, a los que murieron en Jesús, Dios
los llevará con él. Lo que les decimos, como palabra del Señor, es esto: que
nosotros, los que quedemos vivos para cuando venga el Señor, no tendremos
ninguna ventaja sobre los que ya murieron. Cuando Dios mande que suenen las
trompetas, se oirá la voz de un arcángel y el Señor mismo bajará del cielo.
Entonces, los que murieron en Cristo resucitarán primero; después nosotros, los
que quedemos vivos, seremos arrebatados, juntamente con ellos entre nubes, por
el aire, para ir al encuentro del Señor, y así estaremos siempre con él. Consuélense,
pues, unos a otros con estas palabras. (1 Tes 4, 13-18)
Nuestra
Esperanza es la Vida eterna, para eso murió y resucitó Jesús, para los que
crean en él, también mueran al pecado y resuciten con él a una Vida eterna (Rm
6, 11) Jesús murió para que nuestros pecados fueran perdonados y resucitó para
darnos Vida eterna, por eso para los que crean en Jesús, serán arrebatados
entre las nubes para ir al encuentro del Señor. ¿Qué significa esto? Que
seremos transformados por la acción del Espíritu Santo, seremos convertidos
para llenarnos del Señor, para estar con él, desde aquí ya y desde ahora. Esto
es a conversión.
Jesús
abrazó su cruz y murió en ella y resucitó a la Nueva Vida para hacer Alianza,
entre Dios y los hombres, Alianza sellada con su sangre para que todos los que
entren en esta Alianza le pertenezcamos, lo amemos y le sirvamos: Así será la
alianza que haré con la casa de Israel, después de aquellos días —oráculo del
Señor—: Pondré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su
Dios, y ellos serán mi pueblo. (Jr 31, 33) Es la Ley del Espíritu, es la Ley de
Cristo, su señal es el Amor. La señal que hemos pasado de la muerte a la vida,
de la esclavitud a la libertad (1 de Jn 3, 14; Col 1, 13). Hay fe y hay conversión,
hemos entrado al Reino de Dios.
En
aquel tiempo, Jesús fue a Nazaret, donde se había criado. Entró en la sinagoga,
como era su costumbre hacerlo los sábados, y se levantó para hacer la lectura.
Se le dio el volumen del profeta Isaías, lo desenrolló y encontró el pasaje en
que estaba escrito: El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha
ungido para llevar a los pobres la buena nueva, para anunciar la liberación a
los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y
proclamar el año de gracia del Señor. Enrolló el volumen, lo devolvió al
encargado y se sentó. Los ojos de todos los asistentes a la sinagoga estaban
fijos en él. Entonces comenzó a hablar, diciendo: "Hoy mismo se ha
cumplido este pasaje de la Escritura, que ustedes acaban de oír". (Lc 4,
16-30)
¿De
qué Espíritu se trata? Del Espíritu del Señor, del que habla Isaías: “Saldrá un
vástago del tronco de Jesé, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre
él el espíritu de Yahveh: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de
consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahveh. Y le inspirará en
el temor de Yahveh. No juzgará por las apariencias, ni sentenciará de oídas”.
(Is 11, 1- 3) Son los dones del Espíritu Santo que vendrán sobre el Mesías para
que sea Sacerdote, Profeta y Rey; viene anunciar el Reino de su Padre a los pobres;
viene como luz a realizar la liberación del pecado; a reconciliar a los
pecadores con su Padre y entre ellos; Viene a instituir una Nueva Creación y a
promover a los hombres de esclavos a hijos de Dios y hermanos entre ellos. “Viene
a salvar a todos, pero, no a fuerzas”.
“Vino
a los suyos, pero los suyos no lo recibieron, fue rechazado” (cf Jn 1, 11) Escucharon
la Palabra de Verdad e incomodó a la gente que arremetieron contra él: “Oyendo
estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le
arrojaron fuera de la ciudad, y le llevaron a una altura escarpada del monte
sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. Pero él, pasando por
medio de ellos, se marchó”. (Lc 4, 28- 30) Se alejó. Apenas unos pocos creyeron
en él, a ellos les concedió poder llegar a ser hijos de Dios ( Jn 1, 12) Para
hacer con ellos parte de la Alianza eterna: “Haré con ellos alianza eterna y no
cesaré de hacerles bien. Pondré en sus corazones mi temor para que no se
aparten de mí”. (Jr 32,40)
La
fe sincera, viene de lo que se escucha, la Palabra de Dios (Rm 10, 17) Creer
que Jesús es el Hijo de Dios, el Cristo, (Mt 16, 16) que murió y resucitó (Hch
2, 21- 22) y que ha sido constituido Señor y Cristo (Hch 2, 36) “Nosotros
continuamente damos gracias a Dios; porque habiendo recibido la palabra de Dios
predicada por nosotros, la acogisteis, no como palabra humana, sino —como es en
realidad— como palabra de Dios, que ejerce su acción en vosotros, los creyentes”.
(1Ts 2, 13)
La
acción de la Palabra en nuestros corazones es la misma acción del Espíritu
Santo que es inseparable de la Palabra. La fe en la Palabra de Dios es también
una Respuesta, la fe es don y respuesta, y entonces veremos las Maravillas de
Dios en nuestra vida: somos transformados en hijos de Dios, en hermanos de los demás
y en servidores de todos, somos parte de la Nueva Alianza: Le pertenecemos al
Señor, lo amamos y le servimos.
Para
ser fieles a la Nueva Alianza, hemos de tener el mismo Espíritu que estaba en
Jesús y en los profetas. Hemos de tener los dones del Espíritu para guardar los
Mandamientos y poner en práctica la Palabra de Dios. Esto es amar a Dios y amar
a los hombres. El Espíritu del Señor está sobre nosotros para ser transformados
en servidores de Dios y de los hombres.
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