VENGAN A MI LOS QUE ESTÁN CANSADOS Y
AGOBIADOS POR LA CARGA.
Dios revela su Nombre y su plan de salvación a su pueblo, esclavizado por los
egipcios. “YO SOY” me envía a vosotros.
Hay una promesa y hay un acontecimiento:
los sacaré de la esclavitud y los llevaré a vuestra patria, una tierra que mana
leche y miel. Que ahora está invadida por pueblos muy feroces.
En
aquellos días, Moisés, después de oír la voz del Señor desde la zarza ardiendo,
le replicó: «Mira, yo iré a los israelitas y les diré: "El Dios de
vuestros padres me ha enviado a vosotros." Si ellos me preguntan cómo se
llama, ¿qué les respondo?» Dios dijo a Moisés: «"Soy el que soy";
esto dirás a los israelitas: "Yo-soy me envía a vosotros."» He
decidido sacaros de la opresión egipcia y llevaros al país de los cananeos,
hititas, amorreos, fereceos, heveos y jebuseos, a una tierra que mana leche y
miel'. (Éxodo 3,13-20)
La
tierra prometida es un don y es una conquista. Los enemigos ya no son Egipto,
Asiria, Babilonia, Cannan; ya no serán los hititas, los amorreos, los edomitas
o los jebuseos, sino que serán los pecados capitales, la tierra prometida es
cada uno de nosotros, llamados a liberarnos del dominio de las tinieblas. Para poder llegar a ser una
tierra libre y espaciosa que mana leche y miel, es decir, paz y dulzura
espiritual para poder dar culto a Dios en espíritu y en verdad.
Dios
cumple su promesa y lleva a su pueblo hasta el Monte Horeb, donde hace una
Alianza con él y le entrega sus diez mandamientos, no hace alianza con
esclavos, primero los libera y les pide fidelidad a sus diez Palabras que
llegan a convertirse en una carga con 613 preceptos. Alianza que es violada
muchas veces por parte del pueblo y que Dios vuelve a reinstalar. Los profetas
ven que Dios hará una nueva Alianza y pondrá su Ley en su interior, será la Ley
del Amor. (Jer, 3, 1-33; Ez 36; Os 2, 21-22) Dentro de la Nueva Alianza son
llamados todos los pueblo de la tierra para formar un Pueblo nuevo, el pueblo
de Dios, formado por todas las naciones.
En
aquel tiempo, exclamó Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y
agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es
llevadero y mi carga ligera.» Mateo (11,28-30)
“Venid
a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré”. Jesús no
viene a abolir la Ley, sino a darle Plenitud, a darle el sentido a los
mandamientos, el amor y el servicio. La carga de la Ley con sus 613 preceptos
es la carga del pecado. Entregárselos a Jesús para que los redima, los perdone,
los venza, y redimidos los regrese como bendiciones. Pedro nos dice: “Humillaos,
pues, bajo la poderosa mano de Dios para que, llegada la ocasión, os ensalce; confiadle
todas vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros”. (1 de Pe 5, 6- 7)
Pongan en mis manos todas sus preocupaciones: físicas, intelectuales,
espirituales, enfermedades, económicas, todo, hemos de entregárselos a Jesús
para que él lo redima, e iluminados con su Luz podamos encontrarle sentido a la
vida y podamos caminar con él.
“Cargad
con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y
encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera”.
La carga de Jesús es el Amor, fuerza de Dios que permanece en nosotros para que
podamos cargar la Cruz de Jesús. El Amor es fuerza que nos hace ser humildes,
mansos y sencillos de corazón, como él es. Cargar la Cruz de Jesús nos lleva a
vivir como él vivió: Encarnando las Bienaventuranzas. Ser como Jesús: pobres de
espíritu, sufridos, mansos, humildes, limpios de corazón, misericordiosos,
compasivos, pacíficos y justos. Para,
entonces entrar en su Descanso. Para entrar al Descanso de Cristo hay que
romper con el pecado, y así nacer de Nuevo: Nuestro Descanso es Cristo, el Hijo
de Dios que se apropió del Nombre de Dios:
«En
verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy.» (Jn 8, 58)
Yo soy el Pan de cielo (Jn 6, 51) Yo soy la Luz del mundo (Jn 8, 12) Yo soy la
Puerta (Jn 10, 7) Yo soy el Buen Pastor (Jn 10. 11) Yo soy la Resurrección y la
Vida (Jn 11, 25) Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6) y con
palabras de Pablo: y los patriarcas; de
los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de
todas las cosas, Dios bendito por los siglos. Amén. (Rm 9, 5) Y Tomás dice: “Mi
Señor y mi Dios” (Jn 20, 28) El Hombre nacido de María es Jesús, que es Cristo
y Cristo es Dios. (Mt 1, 21, Mt 16, 16; Jn 20, 28)
¿Qué
sucede cuando le entregamos nuestra carga a Jesús? Significa que creemos en él,
que es nuestra “Puerta” siempre abierta para recibirnos, para acogernos con
misericordia para perdonar nuestros pecados y darnos Vida eterna para que nos
apropiemos de los frutos de la Redención: el perdón, la paz, la resurrección y
el don del Espíritu Santo, lo que significa nacer de Dios y entrar a su Nueva
Alianza, como hijos, hermanos y servidores del Señor, somos su Pueblo.
Al
entrar por la Puerta que es Cristo, él derrama su Amor en nuestros corazones
(Rm 5, 5) y quedamos unidos e incorporados con él: Caminamos unidos, trabajamos
y vivimos en comunión. Lo que dijo el profeta Miqueas se cumple en nuestra vida:
- «Se te ha declarado, hombre, lo que es bueno, lo que Yahveh de ti reclama:
tan sólo practicar la equidad, amar la piedad y caminar humildemente con tu
Dios.» (Mq 6, 8).Caminamos como Pueblo siguiendo a Cristo Jesús.
Que
cada uno, con el don que ha recibido, se ponga al servicio de los demás, como
buenos administradores de la multiforme gracia de Dios. El que toma la palabra
que hable palabra de Dios. El que se dedica al servicio que lo haga en virtud
del encargo recibido de Dios. Así, Dios será glorificado en todo, por medio de
Jesucristo, Señor nuestro, cuya es la gloria y el imperio por los siglos de los
siglos. Amén. (1Pe 4, 10-11)
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