TODO EL QUE ESTÁ EN CRISTO ES UNA
NUEVA CREACIÓN Y LE PERTENECE AL SEÑOR.
La
vida de los hombres se divide en dos: un antes y un después de conocer a Cristo
Jesús. Antes éramos tinieblas, después somos luz: Porque en otro tiempo
fuisteis tinieblas; mas ahora sois luz en el Señor. Vivid como hijos de la luz;
pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad. (Ef 5, 8-
9) Por eso Pablo nos da su gran enseñanza, llamada del Hombre Nuevo: Por tanto,
el que está en Cristo, es una nueva creación; pasó lo viejo, todo es nuevo. Y
todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo por Cristo y nos confió el
ministerio de la reconciliación. (2 de Cor 5, 17- 18) Si somos una nueva
creación hemos sido perdonados, reconciliados y salvados es esperanza (Rm 8, 24;
1 de Juan 3, 3) Aceptamos las leyes que brotan de la Nueva Alianza:
La
ley de la pertenencia. Esta ley nos lleva
a estar crucificados con Cristo: “Pues
los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus
apetencias”. (Gál 5, 24)
La Ley del amor. Es la ley del Espíritu que nos capacita a amar a Dios
y amar al prójimo. Es la ley de Cristo: “Ámense los unos a los otros como yo
los he amado” (Jn 13, 34)
La ley del servicio. El servicio es la manifestación del amor. De aquel que
se ha dejado lavar los pies por el Maestro que nos pide hacer lo mismo que él
ha hecho con nosotros (cf Jn 13, 13)
El
hombre y la mujer que tienen una fe viva que llevan en su corazón a Cristo viven
la experiencia del amor de Dios. (Ef 3, 17) Pablo nos recuerda que el que murió
en la cruz ha resucitado y está sentado a la derecha del Padre: “No tengáis
miedo padecer por Cristo” Para que seáis coherederos con él de la herencia de
Dios (Rm 8, 17)
Acuérdate
de Cristo Jesús, del linaje de David, que vive resucitado de entre los muertos.
Verdadera es la sentencia que dice: Si hemos muerto con él, viviremos también
con él. Si tenemos constancia en el sufrir, reinaremos también con él; si
rehusamos reconocerle, también él nos rechazará; si le somos infieles, él
permanece fiel; no puede él desmentirse a sí mismo. (2Tm 2, 8. 11-13)
Por
vuestro bautismo os habéis incorporado al Cuerpo de Cristo y os habéis revestido
de él (Gál 3, 36- 27) Sois miembros de su Cuerpo, le pertenecéis: ¿No sabéis
que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo? Él habita en vosotros. Lo
habéis recibido de Dios, y por lo tanto no os pertenecéis a vosotros mismos.
Habéis sido comprados a precio. En verdad glorificad a Dios con vuestro cuerpo.
(1Co 6, 19-20) Nuestro cuerpo no es para la fornificación, es para darle gloria
a Dios. No hagáis de vuestro vientre su dios y no usen sus miembros para el pecado
(Flp 3, 19; Rm 7, 5).
¿Qué es lo que exige el Señor, tu
Dios? Que temas al Señor, tu
Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo
el corazón y con toda el alma. (Dt 10, 12) El temor a Dios no es miedo, es
respeto, admiración y adoración. El que teme al Señor guarda sus mandamientos y
obedece su Palabra así lo dice san Juan: El que tiene mis mandamientos y los
guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le
amaré y me manifestaré a él.» (Jn 14, 21) Dios se manifiesta liberándonos, reconciliándonos,
haciéndonos una Nueva creación y promoviéndonos. «Si alguno me ama, guardará mi
Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. (Jn 14,
23)
Todo
lo hace por amor, porque nos ama hasta el extremo (Jn 13, 1) Ni todos los
pecados del mundo podrán hacer que Dios deje de amarnos, que Dios se arrepienta
de querer salvarnos: El amor es fuerte como la muerte, es cruel la pasión como
el abismo; es centella de fuego, llamarada divina: las aguas torrenciales no
podrían apagar el amor, ni anegarlo los ríos. (Ct 8, 6b-7)
Por
eso en fe, en confianza, en obediencia y en amor vamos corriendo al encuentro
de Dios, como lo dice la carta a los Hebreos: “Vosotros os habéis acercado al
monte de Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a la asamblea de los
innumerables ángeles, a la congregación de los primogénitos inscritos en el
cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su
destino, al Mediador de la nueva alianza, Jesús, y a la aspersión purificadora
de una sangre que habla mejor que la de Abel. (Hb 12, 22-24)
¿Quién
nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación?, ¿la angustia?, ¿la
persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿los peligros?, ¿la espada?, como
dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas
destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel
que nos amó. Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni
los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni
la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro. (Rm 8, 35- 39)
Dios
nos ama y que eso nos baste.
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