QUIEN GUARDA SUS MANDAMIENTOS
PERMANECE EN DIOS Y DIOS EN ÉL.
Éste es el mandamiento de Dios: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo,
y que nos amemos mutuamente conforme al mandamiento que nos dio. Quien guarda
sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. Y conocemos que permanece en
nosotros por el Espíritu que nos ha dado. (1Jn 3, 23-24)
En
aquel tiempo, se acercaron a Jesús sus discípulos y le preguntaron: "¿Por
qué les hablas en parábolas?" El les respondió: "A ustedes se les ha
concedido conocer los misterios del Reino de los cielos; pero a ellos no. Al
que tiene se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene poco, aun
eso poco se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y
oyendo no oyen ni entienden. (Mt 13, 10-17)
¿Qué
significa Jesús con estas palabras? ¿Quiénes son ellos, los que no entienden?
Son aquellos de los que dice Juan: “Vino a los suyos y no lo recibieron, lo rechazaron,
lo despreciaron, para luego matarlo”. (Jn 1, 11-12) Son aquellos que
endurecieron sus corazones a la Palabra de Dios. Pablo hace referencia a
aquellos que con la mente embotada, corazón endurecido, perdieron la mora y
cayeron en el desenfreno de las pasiones. (Ef 4, 17- 18) Se quedan sin conocer
a Cristo, pero a los que lo escuchan y se convierten se despojan del hombre
viejo y se revisten del hombre nuevo, en justicia y en santidad (Ef 4, 23- 24)
Cristo
ha venido a revelarnos la voluntad de Dios, manifestada en su Palabra, entonces,
¿porque sus parábolas? Pablo nos descubre la voluntad de Dios: Qué todos
lleguen al conocimiento de la verdad y que todos se salve” (1 de Tim 2, 4)
¿Cómo pueden llegar los hombres al conocimiento de la Verdad? Mediante la
escucha de la Palabra, de la predicación, de la evangelización. Y la salvación
llega a los hombres por medio de los sacramentos. Jesús predica, anuncia la
Palabra, pero, los hombres le cierran sus corazones, es la dureza de los hombres
que impiden escuchar la Palabra y ver las maravillas del Señor. Por eso Juan
dice: “Yo estoy a la puerta y llamo, el que escucha mi voz y me abre la puerta,
yo entro, y ceno con él y el cena conmigo” (Ap 3, 20) Abrir la puerta del
corazón es creer en Jesús, es confiar y obedecerlo.
“Al
que tiene se le dará más y nadará en la abundancia; pero al que tiene poco, aun
eso poco se le quitará. Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven y
oyendo no oyen ni entienden”. Unos tienen mucho y otros tienen poco, es una
verdad, pero, ¿Qué significa que nos quita lo poco y se lo dé al que tiene
mucho? ¿No parece que esto sería una injusticia? No, si, entendemos el sentido
de lo que significa tener, que es “producir”. Una fe que no produce es estéril,
está vacía, está muerta (Snt 2, 14- 17) El mal produce frutos y el bien produce
lo suyo, por sus frutos los reconoceréis (Mt 7, 17) Los frutos de la fe son la
luz, el poder y el amor. Los frutos de la luz son la bondad, la verdad y la
justicia (Ef 5, 9) Los frutos del poder es la fortaleza, el vigor de Dios que
actúa en nuestro corazón y genera sencillez, humildad, mansedumbre,
misericordia. El amor produce santidad, libertad, unidad y conocimiento de Dios
(Ef 4, 13). Jesús quiere que la fe que viene de la escucha de la Palabra dé
frutos y en abundancia (Rm 10, 17)
Así
lo descubre san Juan: En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: “Yo soy la
vid verdadera, y mi Padre el viñador. Si alguna de mis ramas no produce fruto,
él la corta; y limpia toda rama que produce fruto, para que dé más.
Ustedes ya están limpios. La palabra que les he dirigido los ha
purificado. (Jn 15, 1- 3)
El
fruto de la escucha de la Palabra es el reconocimiento de nuestros pecados, el arrepentimiento,
el encuentro con Jesús en el sacramento de la confesión, el nuevo nacimiento y
el don del Espíritu Santo que nos conduce por los caminos de la rectitud. (Jn
8, 16- 18) Para que guardemos los mandamientos, su Palabra (Jn 14, 21. 23),
practiquemos las virtudes cristianas (Col 3, 12- 14) y pongamos en práctica las
Bienaventuranzas (Mt 5, 3- 11).
La
fe que produce nos hace hijos de Dios, hermanos de entre nosotros, servidores
de los demás, es decir, nos hace discípulos de Cristo, somos una Nueva Creación
(2 de Cor 5, 17) Por eso Juan nos dice: “Permanezcan en mi Palabra y serán mis
discípulos, conocerán la verdad, y la verdad los hará libres” (Jn 8, 31- 32)
Libres del pecado para que puedan ser reconciliados
y ser familia de Dios. “Quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano,
mi hermana y mi madre.” (Mc 3,34-35). “Y la voluntad de Dios es que creamos en
Jesús y nos amemos los unos a los otros” (1 Jn 3, 23) Creer en Jesús es
aceptarlo como el Hijo de Dios, nuestro Maestro y nuestro Señor, que significa
guardar sus mandamientos, su Palabra, aceptar su Misión y su Destino.
Producir
los frutos de la fe es: “Amad la justicia, los que juzgáis la tierra, pensad
rectamente del Señor y con sencillez de corazón buscadlo. Porque se deja hallar
de los que no le tientan, se manifiesta a los que no desconfían de él. (Sb
1, 1-2) Hijos de la sencillez de corazón son la mansedumbre y la humildad a los
que Jesús nos invita: sean mansos y humildes de corazón” (Mt 11,29) Amar la
justicia es aceptar y someternos a la Voluntad de Dios, que es Cristo Jesús.
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