SED PERFECTOS COMO VUESTRO PADRE CELESTIAL ES PERFECTO (Mt 5, 48)
La
santidad es para los discípulos de Cristo, además de don, una tarea a realizar
en la vida de cada día (San Juan Pablo 11)
Todos
los bautizados, clérigos y laicos tienen como vocación y como tarea para la vida:
la santidad, que se logra participando del amor, la verdad y la vida en Cristo por
la acción del Espíritu Santo. (Jn 14, 6) Todo empieza con la escucha y la
obediencia de la Palabra de Dios, los Sacramentos, para luego, vivir como hijos
de Dios y como hermanos de los demás. Sin filiación y sin fraternidad no hay
santidad. Vocación que no se realiza de una vez para siempre, sino que es el
resultado del cultivo de la fe, la esperanza y la caridad: Exige esfuerzos,
renuncias y sacrificios para poseer la virtud de la fortaleza para luchar
contra el mal y para hacer el bien.
La
santidad es un don que nos hace participar de la misma vida de Dios por medio
de Cristo, en la comunión del Espíritu Santo ( San Juan Pablo 11) “Cultívala y Protégela”
(Gn 2, 15) En santidad se crece o disminuye, si no se avanza, desaparece. Entonces
el corazón se llena de egoísmo, de malicia y de mentira. Quedándose vacío de
Dios, de amor y de los otros valores del Reino. No basta con rezar o con hacer
algunas prácticas religiosas, hay que remar mar adentro: “hacer la voluntad de
Dios que es nuestra santificación” (1 de Tes 4, 3) Buscando la práctica de la
Caridad para vivir en Unidad con Cristo y con la Iglesia; viviendo en la Verdad
que nos hace libres del pecado y nos capacita para amar y para servir. Unidad, Verdad y Libertad nos
llevan a la Santidad y al conocimiento
de Dios, mediante el crecimiento de las Virtudes que son el Vigor de Dios en
nuestros corazones. (Ef 4, 13; 6, 10)
“Hombres
santos seréis para mí” (Ex 22, 30) Para eso Dios nos eligió en Cristo para ser
santos e inmaculados en el Amor (Ef 1, 4) Para eso Dios se hizo hombre en la persona
de Jesús, para redimirnos del mal y lavar con la sangre del Cordero nuestros
corazones de los pecados que llevan a la muerte (Heb 9, 14) Y para darnos
Espíritu Santo que clama en nosotros: Abba, es decir, Padre (Gál 4, 6) El
Espíritu Santo nos lleva a la perfección cristiana por el amor para que
lleguemos a ser “perfectos como Dios es perfecto” (Mt 5, 48) Ser perfectos significa
ser terminados, acabados y maduros en Cristo, lo que nos falte al terminar
nuestra vida, Cristo lo llena y lo complementa.
Por
eso el apóstol Pedro haciendo eco al Levítico nos recuerda nuestra vocación y nuestra
tarea a la santidad: “Así como el que os llamó es santo, ser también vosotros
santos en toda vuestra conducta” (1 de Pe 1, 15- 16) “Sed santos porque yo, vuestro
Dios, soy santo” (Lv 19, 2) Para ser santos, el Padre, nos ha dado vida, el que
tiene a Cristo tiene esta vida (1 de Juan 5, 12) Y Jesús nos ha dicho: “Vengo
para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10) Por la fe Cristo
habita en nuestro interior, (Ef 3, 17) estamos en comunión con él, participando
de su Vida y de su Santidad.
“Fortaleceos
en el Señor con la fuerza de su Poder” (Ef 6, 10) Para que vuestros lomos están
ceñidos y vuestras lámparas encendidas (Lc 12, 32) Con la fuerza del Señor
luchamos y vencemos el mal para permanecer en su Gracia y crecer en ella. “Porque
nos llamo Dios a la impureza, sino a la santidad” (Col 4, 7) Solo la gracia
conduce a la santidad, es decir: sólo siendo conducidos por el Espíritu Santo
podemos llegar a ser santos, ser hijos de Dios y hermanos (cf Rm 8, 14) Por eso
Pablo nos dice: “Huyan de la adulterio” (1 de Cor 6, 18) “Huyan de las pasiones
de su juventud (2 de Tim 2, 22) A eso nos llevan los espíritus que no vienen de
la fe (Rm 14, 23) El Espíritu Santo nunca nos llevará a un lugar donde pongamos
en peligro la gracia de Dios.
El
Espíritu Santo nos lleva a los terrenos de Dios: La bondad, la verdad, la
justicia, (Ef 5, 9) a la humildad, a la mansedumbre, a la misericordia (Col 3,
12) Nos lleva a la Confesión frecuente para permanecer en la Gracia de Dios y a
la práctica de la Caridad para permanecer en el amor de Dios. Recordemos que el
hombre santo es humano que ha sido redimido, perdonado, reconciliado y salvado.
No le salen alas, no es un ángel, es un luchador que sigue a Cristo para amarlo
y para servirlo, por eso se esfuerza y renuncia para no ser copia de otros,
como tampoco quiere ser títere de los demás. Todo lo contrario busca ser un ser
original, responsable, libre, capaz de amar y capaz de servir. Busca hacerse
cada vez más humano y ser mejor persona. Para vivir en comunión, en
reconciliación, en misión, con otros y para otros.
La
santidad llena el corazón de los hombres de la caridad pastoral que la proponemos
como la triple disponibilidad: Disponibilidad de hacer la voluntad de Dios en
cualquier lugar, el cualquier hora y en cualquier circunstancia. Disponibilidad
de salir fuera de su Ego, para ir al encuentro de una persona concreta para
iluminarla con la luz del evangelio. Disponibilidad de dar la vida por hacer
las otras dos. Lo que significa cargar la Cruz para morir al pecado y vivir
para Dios (Gál4, 34) Entonces podemos decir que no estamos hecho, sino haciéndonos,
estamos en Camino. Santo o santa es
aquel o aquella que aman a Cristo y aman a su Iglesia. Sin amor no hay
santidad.
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