LA
CARIDAD NOS LLEVA A LA VERDAD Y A LA SANTIDAD.
No
lleguéis a pecar; que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo. No
dejéis lugar al diablo. (Ef 4, 26-27)
Somos
humanos, frente a nosotros está el mal y está el bien, somos libres para hacer
una cosa u otra. Como humanos podemos enojarnos y podemos contentarnos, podemos
alegrarnos y podemos entristecernos. Pablo habla de una tristeza que nos lleva
al pecado y de otra tristeza que nos lleva a Dios (2 de Cor 7, 10) Podemos
tener el gozo de los sentidos y el gozo del Espíritu. (Gál 5, 22)
Tobías
nos presenta el criterio de plata: “No hagas a nadie lo que no quieras que te
hagan. Da de tu pan al hambriento y da tus vestidos al desnudo. Busca el
consejo de los prudentes. Bendice al Señor en toda circunstancia, pídele que
sean rectos todos tus caminos y que lleguen a buen fin todas tus sendas y
proyectos.” (Tb 4, 16-17. 19-20) Jesús nos presenta el criterio de oro: «Por
tanto, todo cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros
a ellos; porque ésta es la Ley y los Profetas. (Mt 7, 12) Es el criterio del
amor a Dios y a los hombres, sin hacer acepción de personas. (Hch 10, 34) El
Amor es cordial, respetuoso, alegre, orante y hospitalario. Pide disponibilidad
y prontitud:
“Con ánimo dispuesto y vigilante poned toda vuestra esperanza en la gracia que
os llegará cuando Jesucristo se manifieste. Como hijos obedientes no os
amoldéis a las pasiones que teníais cuando estabais en vuestra ignorancia”. (1Pe
1, 13-14) Había un antes y hay un después: el antes de conocer a Cristo éramos
esclavos de nuestras pasiones y de nuestros vicios (Ef 4, 18) Vivíamos en las
tinieblas (Ef 5, 7) Después del Encuentro con Cristo, somos una Creación nueva
(2 de Cor 5, 17) Somos luz y seguimos a Cristo (Jn 8, 12) Por eso ahora
participamos de los frutos de la luz: la bondad, la verdad y la justicia (Ef 5,
9). Ahora podemos entender a Pedro que nos recuerda al libro del Levítico:
Como
es santo el que os llamó, sed también santos en toda vuestra conducta, porque
está escrito: «Sed santos, porque yo soy santo.» (1Pe 1, 15-16) La santidad es
nuestra vocación (1 de Ts 4, 3) Es la vocación común a todos los discípulos de
Cristo. Que nuestras actitudes y
nuestras acciones sean santas porque estamos en comunión con Cristo. El
fruto de una vida santa es el amor, sin amor no hay santidad. La santidad pide
guardar los mandamientos de la Ley de Dios (Jn 14, 21)
Por
eso Santiago nos propone el Plan de Salvación para vivir en santidad: “Vivid
sometidos a Dios. Resistid al diablo y huirá de vosotros. Acercaos a Dios y él
se acercará a vosotros. Humillaos en la presencia del Señor y él os ensalzará”.
(St 4, 7-8a. 10) Vivir sometidos a Dios. Resistid al Diablo. Acercaos a Dios y
humillaos en la presencia de Dios. Aceptar la voluntad de Dios y someternos a
ella. Luchad contra el mal y caminar humildemente con tu Dios (Mq 6, 8).
Lo
anterior Santiago lo propone como Norma para nuestra vida: Llevad a la práctica
la palabra y no os limitéis a escucharla, engañándoos a vosotros mismos. El que
se concentra en el estudio de la ley perfecta (la que hace libre) y es
constante no como oyente olvidadizo, sino para ponerla por obra, éste
encontrará la felicidad en practicarla. (St 1, 22. 25) El que escucha la
Palabra y la obedece, ese construya su casa sobre Roca, en lo firme, en lo
estable, en lo seguro y en lo real. Después de las tempestades la casa sigue
firme (Mt 7, 24- 25) Porque está construida sobre Cristo: Amor Verdad y Vida
(Jn 14, 6).
Pablo
nos presenta un itinerario para lograr la Verdad que nos hace libres: Por
tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza, pasiones,
malos deseos y la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae la cólera
de Dios sobre los rebeldes, y que también vosotros practicasteis en otro
tiempo, cuando vivíais entre ellas. (Col 3, 5- 7) Es el paso de la muerte a la
vida. Es el morir en Cristo para ser sepultados con él (Rm 6, 3- 4)
Mas
ahora, desechad también vosotros todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y
palabras groseras, lejos de vuestra boca. No os mintáis unos a otros. Despojaos
del hombre viejo con sus obras, (Col 3, 8-9) Es el abandonar o desechar las
tinieblas para orientar nuestra vida hacia Cristo. Es romper con el pecado de
la idolatría para servir al Dios verdadero (1 de Ts 1, 9) Es el despojarse del
hombre viejo con sus vicios. (Ef 4, 23)
Y
revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un conocimiento
perfecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego y judío;
circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que Cristo
es todo y en todos. Col 3, 10- 11) Todos somos Uno en Cristo Jesús, no hay
acepción de personas, todos somos iguales en dignidad, que nadie se sienta
superior a los demás (Rm 12, 3)
Revestíos,
pues, como elegidos de Dios, santos y amados, de entrañas de misericordia, de
bondad, humildad, mansedumbre, paciencia, soportándoos unos a otros y
perdonándoos mutuamente, si alguno tiene queja contra otro. Como el Señor os
perdonó, perdonaos también vosotros. Y por encima de todo esto, revestíos del
amor, que es el vínculo de la perfección. (Col 3, 12- 14)
Los
terrenos del hombre viejo son los terrenos de la mentira y de la envidia. Los
terrenos del hombre nuevo son la verdad y el amor que nos hacen libres y santos
en Cristo Jesús.
Publicar un comentario