ALEGRATE HIJA SE SIÓN PORQUE TU REY
VIENE A TI MANSO Y HUMILDE DE CORAZÓN.
Jesús
vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron,
les dio poder de llegar a ser hijos de Dios. (Jn 1, 11- 12)
Esto
dice el Señor: "Alégrate sobremanera, hija de Sión; da gritos de júbilo,
hija de Jerusalén; mira a tu rey que viene a ti, justo y victorioso, humilde y
montado en un burrito. Él hará desaparecer de la tierra de Efraín los carros de
guerra, y de Jerusalén, los caballos de combate. Romperá el arco del guerrero y
anunciará la paz a las naciones. Su poder se extenderá de mar a mar y desde el
gran río hasta los últimos rincones de la tierra''. (Zac 9, 9-10)
La
presencia de este Rey es fuente de amor, de paz y de gozo. Este Rey encarna las
bienaventuranzas, por eso fuente de alegría: pobre, sufrido, manso, humilde,
limpio de corazón, misericordioso, pacifico, justo y santo. (Mt 5, 2- 11) Su
Palabra es espada de doble filo: con un lado corta y con el otro lado sana. Con
un filo desenmascara y con el otro filo libera y consuela. Es Justo porque
practica la justicia, él es la Justicia que se ha manifestado en nuestro favor,
tal como lo describe san Pablo: “Pero ahora, independientemente de la ley, la
justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley y los profetas, justicia
de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen - pues no hay
diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios - y son
justificados por el don de su gracia, en virtud de la redención realizada en
Cristo Jesús” (Rm 3, 21- 24)
Es
Victorioso por que nos ha redimido, es nuestro Redentor, ha vencido al pecado,
al mundo y al Maligno. Y con su muerte nos ha ganado el perdón de los pecados y
ha resucitado para darnos vida eterna. (Rm 4, 25) Jesús, es el cumplimiento de
las profecías y de las promesas del Antiguo Testamento. Ezequiel nos había
dicho: Así dice el Señor Yahveh: “He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré
salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel.
Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo,
y sabréis que yo, Yahveh, lo digo y lo haga, oráculo de Yahveh.” (Ez 37, 12.
14)
Con
su Palabra abre nuestros sepulcros para que reconozcamos nuestros huesos secos,
nuestra pecaminosidad. Con su muerte nos
saca de nuestros sepulcros y con su resurrección nos lleva a nuestro suelo. “Y
os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de
vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne.” ( Ez 36, 26)
¿Dónde es nuestro suelo, nuestra patria?
Nosotros
por la fe nos apropiamos de los frutos de la redención de Jesucristo: el
perdón, la paz, la resurrección y el don del Espíritu Santo, ahora podemos decir:
lo viejo ha pasado, lo somos una Nueva Creación: Hombres nuevos, hijos de Dios,
miembros de una Comunidad fraterna, solidaria y servicial. Por consiguiente,
ninguna condenación pesa ya sobre los que están en Cristo Jesús. Porque la ley
del espíritu que da la vida en Cristo Jesús te liberó de la ley del pecado y de
la muerte. (Rm 8, 1- 2)
Efectivamente,
los que viven según la carne, desean lo carnal; mas los que viven según el
espíritu, lo espiritual. Pues las tendencias de la carne son muerte; mas las
del espíritu, vida y paz, ya que las tendencias de la carne llevan al odio a
Dios: no se someten a la ley de Dios, ni siquiera pueden; así, los que están en
la carne, no pueden agradar a Dios. Más vosotros no estáis en la carne, sino en
el espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el
Espíritu de Cristo, no le pertenece; (Rm 8, 5- 9) Somos propiedad de Cristo
porque poseemos el Espíritu Santo y porque lo amamos, guardamos sus
mandamientos su Palabra y nos amamos unos a os otros (Jn 14, 21. 23; 13, 34)
Dios
es quien nos confirma en Cristo a nosotros junto con vosotros. Él nos ha
ungido, él nos ha sellado, y ha puesto en nuestros corazones, como prenda suya,
el Espíritu. (2Co 1, 21-22) Para que nos guíe y nos conduzca a Cristo: Amor,
Verdad y Vida (Jn 14, 6), Mansedumbre y Humildad (Mt 11, 29) “Ha derramado su
Amor en nuestros corazones, juntamente con el Espíritu Santo que nos ha dado”
(Rm 5, 5).
En
aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra,
porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has
revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo
ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce
al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Venid a mí
todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo
y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro
descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.» Mateo (11,25-30)
Jesús
ora en voz alta para que lo escuchen todos, los sabios y los entendidos y la
gente sencilla. ¿Quiénes eran los sabios y los entendidos? Eran los escribas,
los sacerdotes y los fariseos, los hombres de la religión del Templo. Los que
conocían la Ley y juzgaban y hasta condenaban a los pobres y campesinos por
ignorantes. ¿Quién era la gente sencilla? Los pobres y los humildes que le
abrían el corazón a la Palabra de Jesús. Los pequeños eran lo contrario a los
sabios. Las “cosas” que Dios, a unos oculta y le revela a otros, hacen referencia a la Palabra y al Evangelio de Jesús.
Venid
a mí todos los que están, cansados y agobiados por la carga. La carga de la
Ley que contenía 613 preceptos, la carga
del legalismo, del rigorismo y del perfeccionismo de los fariseos. Es la carga
del pecado: del odio, del rencor, de la venganza, del desamor, de la mentira,
de la envidia, de la hipocresía y de las maledicencias (1 de Pe 1, 2) Traigan
su carga y póngale a mis pies, a los pies de mi cruz para que yo los alivie. Y
reciban mi carga, mi yugo que es mi Cruz. El gran intercambio entre la miseria
del pecado y con la misericordia de Jesús, nos lleva al Descanso. Cristo Jesús es nuestro Descanso y para poder poseer lo hay que romper con el pecado. Pedro nos dirá: Humillaos, pues,
bajo la poderosa mano de Dios para que, llegada la ocasión, os ensalce; confiadle
todas vuestras preocupaciones, pues él cuida de vosotros. (1 de Pe 5, 6- 7) No
sólo, podemos entregar nuestra carga de pecado, sino, también nuestras
preocupaciones: miedos, enfermedades, problemas, tristeza, angustias, familia,
amistades, y más.
Jesús,
redime nuestra carga, perdona nuestros pecados, lava nuestros corazones (Ef 1,
7; Heb 9, 14) y nos invita a cargar su Cruz. En esto, no estamos solos, él Camina y trabaja con Nosotros para que aprendamos de
él a ser como él: mansos, humildes y misericordiosos, hombres y mujeres nuevos
y nuevas como Jesús. Él no nos quita nuestros problemas, él los redime y
redimidos nos los entrega para que con amor caminemos con él. La diferencia
está en el amor a Dios y a los hombres.
Al
igual que Jesús, demos gracias y alabemos a Dios Padre diciendo: “Nosotros
debemos dar continuamente gracias a Dios por vosotros, hermanos, a quienes
tanto ama el Señor. Dios os eligió desde toda la eternidad para daros la salud
por la santificación que obra el Espíritu y por la fe en la verdad. Con tal fin
os convocó por medio del mensaje de la salud, anunciado por nosotros, para
daros la posesión de la gloria de nuestro Señor Jesucristo”. (2Ts 2, 13-14)
Porque
al ser hombres nuevos somos portadores de la Luz de Cristo: Verán el rostro del
Señor, y tendrán su nombre en la frente. Y no habrá más noche, y no necesitarán
luz de lámpara ni de sol, porque el Señor Dios alumbrará sobre ellos, y
reinarán por los siglos de los siglos. Ap 22, 4-5
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