NOS MOVEMOS ENTRE DOS MUNDOS.

 


NOS MOVEMOS ENTRE DOS MUNDOS.


Objetivo: Conocer la realidad en la que vivimos como hijos de Dios en un mundo que influye en nuestros criteos y estilos de vida, para que podamos defendernos usando las armas de la fe que es la armadura de Dios.

Iluminación.  “Hacer la voluntad de su Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 3, 34). “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día  y me siga” (Lc 9, 23). “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el bien al mal” (Rm 12, 21).

 

1.    Entre dos mundos

La Biblia enseña que los hombres, en “Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17, 28). También enseña que en esta tierra unos son de Dios y otros son del mundo. Unos viven en este mundo y otros viven en el mundo de Dios: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has confiado, pues son tuyos” (Jn 17, 9). A éstos Dios los ha separado del mundo para confiárselos al Hijo (v. 6), estos tienen una manera especial de ver la realidad, han recibido una palabra y han creído en ella” (v. 7). (Por mundo se entienden todas aquellas doctrinas que se oponen al Evangelio de Dios). Los humanos vivimos en medio de dos mundos, y estamos llamados a tomar partido por uno de los dos. Los dos se rigen por criterios y valores diferentes que los hacen aparecer antagónicos entre sí (cfr Gál 5, 16); en el primero todo es competencia, todo se admite para alcanzar algún fin utilitarista. Puede haber trampas, engaños, falsedad, quitar de en medio a quien estorbe, sin importar que se le tenga que matar.  En el segundo mundo; el mundo de Dios, los héroes son de compasión y no de competencia. Son honestos e íntegros, compasivos y misericordiosos, con dominio propio y convicciones firmes.

2.    Dos estilos de vida

En el primer mundo se gana recurriendo a la estafa, a la hipocresía, a la mentira, usando el poder para descalificar a los adversarios a quienes se les difama o calumnia. En este mundo no existe el “Bien común”. Se habla de Globalización, pero unos cuantos son los amos y señores: son los que pueden, los que tienen y los que saben. Vemos muchos ejemplos en el mundo de la economía y de la política en el cual muchos son amigos hasta que no tienen que competir, uno contra el otro, lo que sigue es difamación, calumnias, odios, enemistad, fraude, etc.

Mientras que en el mundo de Dios, sólo se puede ganar a través del sacrificio y la moderación. Quien no juegue limpio es descalificado (cfr 2Ti 2, 5). Quien se proponga vivir en este mundo de Dios debe cultivar una voluntad firme, férrea y fuerte para hacer el bien por medio de renuncias a todo aquello que se considera contrario a la escala de valores que se han propuesto para vivir el modelo de vida que sugiere el mismo Dios. “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día  y me siga” (Lc 9, 23).

 

3.    Los signos del primer mundo

En el primer mundo se vive para sí mismo, su sello es el individualismo. Su filosofía es “cuánto tienes cuanto vales”, “cuánto consumes cuánto vales”. Importante y grande es aquel que tiene muchos títulos y éxitos económicos, el que sabe manipular conciencias y comprar voluntades. En este mundo su ley, es el relativismo, te valoran por lo que haces o por lo que tienes: poder, riqueza, ciencia, belleza, etc. En este mundo se cosifica a la persona, luego se le instrumentaliza, después se le manipula, para luego, desecharla como basura humana.

4.    Los signos del mundo cristiano

En el mundo de Dios, grande, es aquel que ayuda al prójimo y comparte con lo que sabe, lo que tiene y lo que es; grande es el que sirve por amor a su prójimo. No se le llama éxito a sus logros, sino frutos; se preocupa por los otros que están en condiciones menos favorables; es portador de un mensaje de paz y de reconciliación, y siempre disponible a compartir su fruto con los demás. A ejemplo del Señor Jesús que nos dice: “No ha de ser así entre vosotros, pues el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 26- 28).

5.    Un antes y un después

En la vida de los hombres pueden darse dos momentos: un antes de conocer a Cristo y después del encuentro con él. En mi propia experiencia: en el antes demostraba que era bueno trabajando, ahorrando o derrochando lo que ganaba. La preocupación del hombre sin Cristo, veces es que le vaya bien, y otras veces, es quedar bien. Las cosas se hacen con espíritu de competencia, generalmente, se hacen para ganar más, valer más y ser más apreciado. Se vive en las apariencias para poder tener identidad y reconocimientos. Se gasta lo que no se tiene, y casi siempre para ser admirado, para que se hable bien de uno mismo. Se ignora que la felicidad no depende del afuera, de otros, sino del adentro, de la respuesta que se dé a la vida.

Después de conocer a Cristo. En el mundo de Dios la gente es hermosa porque irradia generosidad, alegría y esperanza. Se hacen las cosas por amor, por convicción, con gusto y con alegría. La felicidad, no está en lo que otros digan o piensen, sino, en realizar en cada momento lo que se cree es lo que más conviene, en bien de los otros. En este mundo, el hombre, que lo habita es protagonista de su propia historia, responsable de sí mismo y de los que lo rodean, nunca les complica la vida, porque su interior está lleno de libertad interior, por lo tanto de paz, de gozo y de amor.

 

6.    Los valores de cada mundo

En el primer mundo, no se valora a la familia ni a la vida. No se respeta al anciano y al no nacido. La virginidad es un estorbo y el amor es puro sentimentalismo. La religión es opio que adormece, aspirina que quita el dolor tan sólo un momento. En este mundo el hombre está al servicio del oro, del poder, el placer, de la ciencia y de la técnica, son sus dioses, a quienes se les rinde culto y se les sacrifican vidas humanas. La persona puede llegar a ser y es considerada como “cosa” o “animal” de laboratorio con la cual se realizan experimentos en nombre de la ciencia que se ha puesto al servicio de la muerte y no de la vida.

En el mundo de Dios los ancianos son respetados y no obstante ya no puedan rendir debido a su edad y a que han perdido fuerzas, siguen siendo importantes y valiosos. Los aún no nacidos, ya se les ve como personas valiosas, con dignidad propia y con derecho a la vida. La mujer es valorada como persona valiosa y digna, complemento del varón con quien comparte la misma dignidad. La manipulación a las personas o la vida es vista como la peor y más grave ofensa contra la dignidad humana.

En este mundo no se buscan tanto los éxitos, sino, los frutos. Los títulos, los carros, los lujos no son lo primero ni lo mejor, sino el hacerse personas: amables, generosos, comprensivos, solidarios y serviciales. En este mundo, ser humano es algo muy maravilloso por eso la vida es amada en cada una de sus etapas.

 

7.    ¿Dónde habitas?

¿En cuál mundo te encuentras? ¿Cuál mundo llevas en tu interior? Seamos sinceros. Si hacemos una seria reflexión de nuestra vida, nos damos cuenta que los dos mundos habitan en nuestro interior. En nuestro interior hay una verdadera lucha entre dos deseos: el deseo de ser generoso, amable, servicial y el deseo de ser importante, rico y famoso. Por un lado quiero hacer el bien y por otro, es el mal lo que se me presenta; me doy cuenta que hago lo que no quiero y lo que quiero no lo hago (Rm 7, 14s).

Puedes ir a la Iglesia, tener una comunidad, leer la Biblia y hasta rezar, y no obstante, vivir el mundo sin Dios. No basta con decir soy creyente, hay que ser practicante, comprometido y orientado hacia la “Pascua”. Jesús nos lanza una frase lapidaria: “El que no está conmigo, está contra mí: El que no recoge conmigo desparrama” (Mt 12, 30). Una fe sin amor nos hace ser fanáticos de la religión. Una religión sin amor nos hace ser neuróticos, al no responder nuestros comportamientos, a lo que Dios nos pide. El divorcio entre fe y vida es manifestación de que en nuestro interior existe la división, la muerte, el vacío existencial.

8.    La lucha interior

Un cuento de Indios americanos dice: “Siento que en mi interior hay dos perros, uno es malo y agresivo, el otro es bueno y manso, siempre están en lucha uno contra el otro”. Alguien preguntó: “¿Y cuál es el que generalmente gana?” La respuesta es muy iluminadora: “Aquel al que más y mejor alimento”. Podíamos también responder en la vida real: Aquel al que le entrego mi corazón”. La Biblia no habla de dos perros, habla de dos hombres: el hombre viejo y el hombre nuevo, uno es esclavo, el otro es libre, uno es santo, el otro hace cosas malas.

 

9.    Hambre y sed de Dios o hambre y sed de inmundicia

El hombre viejo se alimenta por medio de los sentidos, y por lo mismo se le mata de hambre cuando se le niega el alimento. Su alimento lo encontramos en la carta a los Gálatas 5 19-21: Todo aquello que alimenta sus pasiones, vicios y lo hace sentir el más rico, famoso e importante. Quien se alimente con el alimento chatarra que el mundo le ofrece por medio de los Medios de Comunicación Social, Mercadotecnias, prostitución, pornografía, etc. Con toda seguridad pierde el apetito de Dios.

Para el  hombre nuevo su alimento es la verdad, la fe, la justicia, la oración, la lectura espiritual, el amor, la generosidad, la humildad, la templanza, en otras palabras hacer el bien para gloria de Dios y para el bien de los demás. Éste alimento nutre y transforma, fortalece y edifica a la persona para que llegue a alcanzar su madurez humana. Jesús nos enseñó cual era su alimento favorito: “Hacer la voluntad de su Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 3, 34). Para el cristiano la Palabra de Dios y el Cuerpo de Cristo son por excelencia alimentos y bebidas que santifican y divinizan a quienes los reciben con corazón limpio, fe sincera y recta intención”. (1 de Tim 1, 5)

 

Volviendo a los dos mundos, decimos que cuando se alimenta a uno de los dos, el otro pierde el apetito; entre más fuerte es uno, el otro, es más débil. Quien se alimenta con el alimento del mundo, pierde su hambre del alimento de Dios, y viceversa. Sentir hambre y sed de justicia, de hacer oración, de amar y servir a los demás, son manifestaciones de salud mental y espiritual, a la misma vez que se experimenta el rechazo a todo lo que es contrario, pero que es tenido como un valor para el mundo. En la Biblia a esta realidad se le llama: “la lucha del bien contra el mal”. Cuando hago el mal, estoy contra el bien, y cuando hago el bien estoy contra el mal. Quien hace el bien se une a Dios y se humaniza, mientras que quien hace el mal se hace esclavo y se deshumaniza.

10. Una invitación que viene de Dios.

El paso de un mundo al otro, del primer mundo al segundo, es un verdadero alumbramiento, hay que nacer de nuevo (cfr Jn 3, 1-5. ¿Cómo hacerlo, dónde y con quién? Es una invitación gozosa que viene del mundo de Dios, aceptarla significa iniciarse en un camino de realización que implica reconocer los vacíos que se llevan dentro; negarse a sí mismo, romper con el mundo opuesto para que pueda brotar la vida, la virtud, la libertad, el amor. Realidades que se tienen que proteger y cultivar para que alcancen su pleno desarrollo en contacto amistoso con otras personas, y lleguen así, a dar un fruto que hace bien a todos, y, no sólo a quien los produzca. Las virtudes en el mundo de Dios crecen en el compartir con otros el bien que se posee. Cuando el bien, se guarda para sí mismo, se asfixia y se muere. Pero es también una realidad que el mal crece cuando se comparte, de ahí, que ambos mundos existen elementos de trasmisión, unos que enseñan a ser buenos y generosos y otros que adoctrinan para ser malos y perversos.

11. ¿Qué es lo que estás enseñando?

La Biblia nos propone: “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el bien al mal” (Rm 12, 21). Según esta enseñanza, el mal no vence al mal, tan sólo lo ayuda a crecer y a fortalecerse. Al mal le gusta luchar en su mundo y con sus armas, allí es poderoso y puede vencer; el hombre de Dios debe saber que si sale de su mundo para entrar al mundo de su enemigo y luchar va a ser vencido. La experiencia enseña que para vencer al mal hay que permanecer en el mundo de Dios y usar las armas de luz, la “armadura de Dios” (Ef 6, 10s), que la Biblia nos presenta como armas poderosas en la lucha contra el mal: la verdad, la justicia, la bondad, la misericordia, la fe, la oración, la palabra de Dios, entre otras muchas. No poseer estas armas significa estar desnudos, ciegos y cortos de vista, por lo tanto, significa haber sido vencidos. Sin lucha no hay victoria y sin ésta no hay corona.

12.  ¿De qué corona se trata?

 

Se trata de la corona de la vida: la santidad de Dios, la caridad del Padre, la vida del Hijo y la esperanza del Espíritu Santo, es decir la Vida eterna. Podemos a partir de todo lo anterior hacernos una pregunta, entonces, ¿existen hombres buenos y hombres malos? ¿Podemos dividir a la Humanidad en estos dos grupos? Podemos decir, que más bien, el hombre, todo hombre, es capaz de hacer el bien y es capaz de hacer el mal (cfr Dt 30,15ss; Eclo 15,11ss). Puede a la vez amar y construir, pero, también es capaz de odiar y destruir. Unos, pareciera que llevan una coraza de dureza, pero en su interior se anida la generosidad y la bondad. Mientras que otros ya hacen mucho bien, sirven, aman, se gastan por los demás, pero, en su interior llevan instintos de lujuria o de avaricia y en cualquier momento se colapsan (cuando dejan de luchar). La mentira no es eterna, la verdad de la Biblia nos dice: “Todo hombre es pecador” (Rm 3, 23). Hacemos el mal, no tanto porque somos pecadores, sino, más bien, porque somos humanos (Con decisión propia), somos raza de víboras (Mt 3, 7), que llevamos los malos deseos en nuestro interior. A estos deseos desordenados en la Biblia, se les da el nombre de concupiscencias, serpientes (1Jn 2, 15; Mc 16, 18). No olvidemos que junto a esta realidad “humana” hemos recibido la Gracia de Dios que nos hace ser sus hijos, templos del Espíritu y miembros del cuerpo de Cristo. Dios no nos abandona.

13. Dos mensajes, dos maneras de dar amor

Las personas necesitan oír el mensaje de que son buenas e importantes porque son amadas por Dios, incondicional e incansablemente, pero también necesitan escuchar que son importantes por lo están haciendo y no sólo por lo que son. Puede ser riesgoso, la persona cuando es débil puede, llenarse de vanidad, y de presunción; puede inflarse y se le puede hacer daño, pero es una realidad que todos necesitamos una palabra que nos confirme como lo que somos y en los que hacemos.

 

Podemos dar amor dando una palabra amable, ayudando a otros a ser mejores, a vivir dignamente, y podemos, también, expresarles nuestro amor, reconociendo su dignidad, sus valores, talentos, felicitándoles por el bien que hacen o por sus éxitos logrados. Hagamos que los demás se sientan amados para que se animen a cultivar la capacidad de amor que hay en sus corazones.

Oración. Pidamos al Señor la madurez humana necesaria para que nuestros conocimientos no nos inflen, sino, que sean luz, que guía nuestras vidas hacia la verdad, el amor y la vida. Sólo el amor construye y da sentido a nuestra vida. Señor, hazme un instrumento de tu amor, de tu paz, de tu alegría... Amén.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

NOS MOVEMOS ENTRE DOS MUNDOS.

 

 

Objetivo: Conocer la realidad en la que vivimos como hijos de Dios en un mundo que influye en nuestros criterios y estilos de vida, para que podamos defendernos usando las armas de la fe que es la armadura de Dios.

 

Iluminación.  “Hacer la voluntad de su Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 3, 34). “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día  y me siga” (Lc 9, 23). “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el bien al mal” (Rm 12, 21).

 

1.    Entre dos mundos

La Biblia enseña que los hombres, en “Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17, 28). También enseña que en esta tierra unos son de Dios y otros son del mundo. Unos viven en este mundo y otros viven en el mundo de Dios: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has confiado, pues son tuyos” (Jn 17, 9). A éstos Dios los ha separado del mundo para confiárselos al Hijo (v. 6), estos tienen una manera especial de ver la realidad, han recibido una palabra y han creído en ella” (v. 7). (Por mundo se entienden todas aquellas doctrinas que se oponen al Evangelio de Dios). Los humanos vivimos en medio de dos mundos, y estamos llamados a tomar partido por uno de los dos. Los dos se rigen por criterios y valores diferentes que los hacen aparecer antagónicos entre sí (cfr Gál 5, 16); en el primero todo es competencia, todo se admite para alcanzar algún fin utilitarista. Puede haber trampas, engaños, falsedad, quitar de en medio a quien estorbe, sin importar que se le tenga que matar.  En el segundo mundo; el mundo de Dios, los héroes son de compasión y no de competencia. Son honestos e íntegros, compasivos y misericordiosos, con dominio propio y convicciones firmes.

 

2.    Dos estilos de vida

En el primer mundo se gana recurriendo a la estafa, a la hipocresía, a la mentira, usando el poder para descalificar a los adversarios a quienes se les difama o calumnia. En este mundo no existe el “Bien común”. Se habla de Globalización, pero unos cuantos son los amos y señores: son los que pueden, los que tienen y los que saben. Vemos muchos ejemplos en el mundo de la economía y de la política en el cual muchos son amigos hasta que no tienen que competir, uno contra el otro, lo que sigue es difamación, calumnias, odios, enemistad, fraude, etc.

 

Mientras que en el mundo de Dios, sólo se puede ganar a través del sacrificio y la moderación. Quien no juegue limpio es descalificado (cfr 2Ti 2, 5). Quien se proponga vivir en este mundo de Dios debe cultivar una voluntad firme, férrea y fuerte para hacer el bien por medio de renuncias a todo aquello que se considera contrario a la escala de valores que se han propuesto para vivir el modelo de vida que sugiere el mismo Dios. “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día  y me siga” (Lc 9, 23).

 

3.    Los signos del primer mundo

En el primer mundo se vive para sí mismo, su sello es el individualismo. Su filosofía es “cuánto tienes cuanto vales”, “cuánto consumes cuánto vales”. Importante y grande es aquel que tiene muchos títulos y éxitos económicos, el que sabe manipular conciencias y comprar voluntades. En este mundo su ley, es el relativismo, te valoran por lo que haces o por lo que tienes: poder, riqueza, ciencia, belleza, etc. En este mundo se cosifica a la persona, luego se le instrumentaliza, después se le manipula, para luego, desecharla como basura humana.

 

4.    Los signos del mundo cristiano

En el mundo de Dios, grande, es aquel que ayuda al prójimo y comparte con lo que sabe, lo que tiene y lo que es; grande es el que sirve por amor a su prójimo. No se le llama éxito a sus logros, sino frutos; se preocupa por los otros que están en condiciones menos favorables; es portador de un mensaje de paz y de reconciliación, y siempre disponible a compartir su fruto con los demás. A ejemplo del Señor Jesús que nos dice: “No ha de ser así entre vosotros, pues el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 26- 28).

 

5.    Un antes y un después

En la vida de los hombres pueden darse dos momentos: un antes de conocer a Cristo y después del encuentro con él. En mi propia experiencia: en el antes demostraba que era bueno trabajando, ahorrando o derrochando lo que ganaba. La preocupación del hombre sin Cristo, veces es que le vaya bien, y otras veces, es quedar bien. Las cosas se hacen con espíritu de competencia, generalmente, se hacen para ganar más, valer más y ser más apreciado. Se vive en las apariencias para poder tener identidad y reconocimientos. Se gasta lo que no se tiene, y casi siempre para ser admirado, para que se hable bien de uno mismo. Se ignora que la felicidad no depende del afuera, de otros, sino del adentro, de la respuesta que se dé a la vida.

 

Después de conocer a Cristo. En el mundo de Dios la gente es hermosa porque irradia generosidad, alegría y esperanza. Se hacen las cosas por amor, por convicción, con gusto y con alegría. La felicidad, no está en lo que otros digan o piensen, sino, en realizar en cada momento lo que se cree es lo que más conviene, en bien de los otros. En este mundo, el hombre, que lo habita es protagonista de su propia historia, responsable de sí mismo y de los que lo rodean, nunca les complica la vida, porque su interior está lleno de libertad interior, por lo tanto de paz, de gozo y de amor.

 

6.    Los valores de cada mundo

En el primer mundo, no se valora a la familia ni a la vida. No se respeta al anciano y al no nacido. La virginidad es un estorbo y el amor es puro sentimentalismo. La religión es opio que adormece, aspirina que quita el dolor tan sólo un momento. En este mundo el hombre está al servicio del oro, del poder, el placer, de la ciencia y de la técnica, son sus dioses, a quienes se les rinde culto y se les sacrifican vidas humanas. La persona puede llegar a ser y es considerada como “cosa” o “animal” de laboratorio con la cual se realizan experimentos en nombre de la ciencia que se ha puesto al servicio de la muerte y no de la vida.

 

En el mundo de Dios los ancianos son respetados y no obstante ya no puedan rendir debido a su edad y a que han perdido fuerzas, siguen siendo importantes y valiosos. Los aún no nacidos, ya se les ve como personas valiosas, con dignidad propia y con derecho a la vida. La mujer es valorada como persona valiosa y digna, complemento del varón con quien comparte la misma dignidad. La manipulación a las personas o la vida es vista como la peor y más grave ofensa contra la dignidad humana.

 

En este mundo no se buscan tanto los éxitos, sino, los frutos. Los títulos, los carros, los lujos no son lo primero ni lo mejor, sino el hacerse personas: amables, generosos, comprensivos, solidarios y serviciales. En este mundo, ser humano es algo muy maravilloso por eso la vida es amada en cada una de sus etapas.

 

7.    ¿Dónde habitas?

¿En cuál mundo te encuentras? ¿Cuál mundo llevas en tu interior? Seamos sinceros. Si hacemos una seria reflexión de nuestra vida, nos damos cuenta que los dos mundos habitan en nuestro interior. En nuestro interior hay una verdadera lucha entre dos deseos: el deseo de ser generoso, amable, servicial y el deseo de ser importante, rico y famoso. Por un lado quiero hacer el bien y por otro, es el mal lo que se me presenta; me doy cuenta que hago lo que no quiero y lo que quiero no lo hago (Rm 7, 14s).

 

Puedes ir a la Iglesia, tener una comunidad, leer la Biblia y hasta rezar, y no obstante, vivir el mundo sin Dios. No basta con decir soy creyente, hay que ser practicante, comprometido y orientado hacia la “Pascua”. Jesús nos lanza una frase lapidaria: “El que no está conmigo, está contra mí: El que no recoge conmigo desparrama” (Mt 12, 30). Una fe sin amor nos hace ser fanáticos de la religión. Una religión sin amor nos hace ser neuróticos, al no responder nuestros comportamientos, a lo que Dios nos pide. El divorcio entre fe y vida es manifestación de que en nuestro interior existe la división, la muerte, el vacío existencial.

 

8.    La lucha interior

Un cuento de Indios americanos dice: “Siento que en mi interior hay dos perros, uno es malo y agresivo, el otro es bueno y manso, siempre están en lucha uno contra el otro”. Alguien preguntó: “¿Y cuál es el que generalmente gana?” La respuesta es muy iluminadora: “Aquel al que más y mejor alimento”. Podíamos también responder en la vida real: Aquel al que le entrego mi corazón”. La Biblia no habla de dos perros, habla de dos hombres: el hombre viejo y el hombre nuevo, uno es esclavo, el otro es libre, uno es santo, el otro hace cosas malas.

 

9.    Hambre y sed de Dios o hambre y sed de inmundicia

El hombre viejo se alimenta por medio de los sentidos, y por lo mismo se le mata de hambre cuando se le niega el alimento. Su alimento lo encontramos en la carta a los Gálatas 5 19-21: Todo aquello que alimenta sus pasiones, vicios y lo hace sentir el más rico, famoso e importante. Quien se alimente con el alimento chatarra que el mundo le ofrece por medio de los Medios de Comunicación Social, Mercadotecnias, prostitución, pornografía, etc. Con toda seguridad pierde el apetito de Dios.

 

Para el  hombre nuevo su alimento es la verdad, la fe, la justicia, la oración, la lectura espiritual, el amor, la generosidad, la humildad, la templanza, en otras palabras hacer el bien para gloria de Dios y para el bien de los demás. Éste alimento nutre y transforma, fortalece y edifica a la persona para que llegue a alcanzar su madurez humana. Jesús nos enseñó cual era su alimento favorito: “Hacer la voluntad de su Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 3, 34). Para el cristiano la Palabra de Dios y el Cuerpo de Cristo son por excelencia alimentos y bebidas que santifican y divinizan a quienes los reciben con corazón limpio, fe sincera y recta intención”. (1 de Tim 1, 5)

 

Volviendo a los dos mundos, decimos que cuando se alimenta a uno de los dos, el otro pierde el apetito; entre más fuerte es uno, el otro, es más débil. Quien se alimenta con el alimento del mundo, pierde su hambre del alimento de Dios, y viceversa. Sentir hambre y sed de justicia, de hacer oración, de amar y servir a los demás, son manifestaciones de salud mental y espiritual, a la misma vez que se experimenta el rechazo a todo lo que es contrario, pero que es tenido como un valor para el mundo. En la Biblia a esta realidad se le llama: “la lucha del bien contra el mal”. Cuando hago el mal, estoy contra el bien, y cuando hago el bien estoy contra el mal. Quien hace el bien se une a Dios y se humaniza, mientras que quien hace el mal se hace esclavo y se deshumaniza.

 

10. Una invitación que viene de Dios.

 

El paso de un mundo al otro, del primer mundo al segundo, es un verdadero alumbramiento, hay que nacer de nuevo (cfr Jn 3, 1-5. ¿Cómo hacerlo, dónde y con quién? Es una invitación gozosa que viene del mundo de Dios, aceptarla significa iniciarse en un camino de realización que implica reconocer los vacíos que se llevan dentro; negarse a sí mismo, romper con el mundo opuesto para que pueda brotar la vida, la virtud, la libertad, el amor. Realidades que se tienen que proteger y cultivar para que alcancen su pleno desarrollo en contacto amistoso con otras personas, y lleguen así, a dar un fruto que hace bien a todos, y, no sólo a quien los produzca. Las virtudes en el mundo de Dios crecen en el compartir con otros el bien que se posee. Cuando el bien, se guarda para sí mismo, se asfixia y se muere. Pero es también una realidad que el mal crece cuando se comparte, de ahí, que ambos mundos existen elementos de trasmisión, unos que enseñan a ser buenos y generosos y otros que adoctrinan para ser malos y perversos.

 

11. ¿Qué es lo que estás enseñando?

 

La Biblia nos propone: “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el bien al mal” (Rm 12, 21). Según esta enseñanza, el mal no vence al mal, tan sólo lo ayuda a crecer y a fortalecerse. Al mal le gusta luchar en su mundo y con sus armas, allí es poderoso y puede vencer; el hombre de Dios debe saber que si sale de su mundo para entrar al mundo de su enemigo y luchar va a ser vencido. La experiencia enseña que para vencer al mal hay que permanecer en el mundo de Dios y usar las armas de luz, la “armadura de Dios” (Ef 6, 10s), que la Biblia nos presenta como armas poderosas en la lucha contra el mal: la verdad, la justicia, la bondad, la misericordia, la fe, la oración, la palabra de Dios, entre otras muchas. No poseer estas armas significa estar desnudos, ciegos y cortos de vista, por lo tanto, significa haber sido vencidos. Sin lucha no hay victoria y sin ésta no hay corona.

 

12.  ¿De qué corona se trata?

 

Se trata de la corona de la vida: la santidad de Dios, la caridad del Padre, la vida del Hijo y la esperanza del Espíritu Santo, es decir la Vida eterna. Podemos a partir de todo lo anterior hacernos una pregunta, entonces, ¿existen hombres buenos y hombres malos? ¿Podemos dividir a la Humanidad en estos dos grupos? Podemos decir, que más bien, el hombre, todo hombre, es capaz de hacer el bien y es capaz de hacer el mal (cfr Dt 30,15ss; Eclo 15,11ss). Puede a la vez amar y construir, pero, también es capaz de odiar y destruir. Unos, pareciera que llevan una coraza de dureza, pero en su interior se anida la generosidad y la bondad. Mientras que otros ya hacen mucho bien, sirven, aman, se gastan por los demás, pero, en su interior llevan instintos de lujuria o de avaricia y en cualquier momento se colapsan (cuando dejan de luchar). La mentira no es eterna, la verdad de la Biblia nos dice: “Todo hombre es pecador” (Rm 3, 23). Hacemos el mal, no tanto porque somos pecadores, sino, más bien, porque somos humanos (Con decisión propia), somos raza de víboras (Mt 3, 7), que llevamos los malos deseos en nuestro interior. A estos deseos desordenados en la Biblia, se les da el nombre de concupiscencias, serpientes (1Jn 2, 15; Mc 16, 18). No olvidemos que junto a esta realidad “humana” hemos recibido la Gracia de Dios que nos hace ser sus hijos, templos del Espíritu y miembros del cuerpo de Cristo. Dios no nos abandona.

 

13. Dos mensajes, dos maneras de dar amor

Las personas necesitan oír el mensaje de que son buenas e importantes porque son amadas por Dios, incondicional e incansablemente, pero también necesitan escuchar que son importantes por lo están haciendo y no sólo por lo que son. Puede ser riesgoso, la persona cuando es débil puede, llenarse de vanidad, y de presunción; puede inflarse y se le puede hacer daño, pero es una realidad que todos necesitamos una palabra que nos confirme como lo que somos y en los que hacemos.

 

Podemos dar amor dando una palabra amable, ayudando a otros a ser mejores, a vivir dignamente, y podemos, también, expresarles nuestro amor, reconociendo su dignidad, sus valores, talentos, felicitándoles por el bien que hacen o por sus éxitos logrados. Hagamos que los demás se sientan amados para que se animen a cultivar la capacidad de amor que hay en sus corazones.

 

Oración. Pidamos al Señor la madurez humana necesaria para que nuestros conocimientos no nos inflen, sino, que sean luz, que guía nuestras vidas hacia la verdad, el amor y la vida. Sólo el amor construye y da sentido a nuestra vida. Señor, hazme un instrumento de tu amor, de tu paz, de tu alegría... Amén.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

NOS MOVEMOS ENTRE DOS MUNDOS.

 

 

Objetivo: Conocer la realidad en la que vivimos como hijos de Dios en un mundo que influye en nuestros criterios y estilos de vida, para que podamos defendernos usando las armas de la fe que es la armadura de Dios.

 

Iluminación.  “Hacer la voluntad de su Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 3, 34). “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día  y me siga” (Lc 9, 23). “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el bien al mal” (Rm 12, 21).

 

1.    Entre dos mundos

La Biblia enseña que los hombres, en “Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17, 28). También enseña que en esta tierra unos son de Dios y otros son del mundo. Unos viven en este mundo y otros viven en el mundo de Dios: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has confiado, pues son tuyos” (Jn 17, 9). A éstos Dios los ha separado del mundo para confiárselos al Hijo (v. 6), estos tienen una manera especial de ver la realidad, han recibido una palabra y han creído en ella” (v. 7). (Por mundo se entienden todas aquellas doctrinas que se oponen al Evangelio de Dios). Los humanos vivimos en medio de dos mundos, y estamos llamados a tomar partido por uno de los dos. Los dos se rigen por criterios y valores diferentes que los hacen aparecer antagónicos entre sí (cfr Gál 5, 16); en el primero todo es competencia, todo se admite para alcanzar algún fin utilitarista. Puede haber trampas, engaños, falsedad, quitar de en medio a quien estorbe, sin importar que se le tenga que matar.  En el segundo mundo; el mundo de Dios, los héroes son de compasión y no de competencia. Son honestos e íntegros, compasivos y misericordiosos, con dominio propio y convicciones firmes.

 

2.    Dos estilos de vida

En el primer mundo se gana recurriendo a la estafa, a la hipocresía, a la mentira, usando el poder para descalificar a los adversarios a quienes se les difama o calumnia. En este mundo no existe el “Bien común”. Se habla de Globalización, pero unos cuantos son los amos y señores: son los que pueden, los que tienen y los que saben. Vemos muchos ejemplos en el mundo de la economía y de la política en el cual muchos son amigos hasta que no tienen que competir, uno contra el otro, lo que sigue es difamación, calumnias, odios, enemistad, fraude, etc.

 

Mientras que en el mundo de Dios, sólo se puede ganar a través del sacrificio y la moderación. Quien no juegue limpio es descalificado (cfr 2Ti 2, 5). Quien se proponga vivir en este mundo de Dios debe cultivar una voluntad firme, férrea y fuerte para hacer el bien por medio de renuncias a todo aquello que se considera contrario a la escala de valores que se han propuesto para vivir el modelo de vida que sugiere el mismo Dios. “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día  y me siga” (Lc 9, 23).

 

3.    Los signos del primer mundo

En el primer mundo se vive para sí mismo, su sello es el individualismo. Su filosofía es “cuánto tienes cuanto vales”, “cuánto consumes cuánto vales”. Importante y grande es aquel que tiene muchos títulos y éxitos económicos, el que sabe manipular conciencias y comprar voluntades. En este mundo su ley, es el relativismo, te valoran por lo que haces o por lo que tienes: poder, riqueza, ciencia, belleza, etc. En este mundo se cosifica a la persona, luego se le instrumentaliza, después se le manipula, para luego, desecharla como basura humana.

 

4.    Los signos del mundo cristiano

En el mundo de Dios, grande, es aquel que ayuda al prójimo y comparte con lo que sabe, lo que tiene y lo que es; grande es el que sirve por amor a su prójimo. No se le llama éxito a sus logros, sino frutos; se preocupa por los otros que están en condiciones menos favorables; es portador de un mensaje de paz y de reconciliación, y siempre disponible a compartir su fruto con los demás. A ejemplo del Señor Jesús que nos dice: “No ha de ser así entre vosotros, pues el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 26- 28).

 

5.    Un antes y un después

En la vida de los hombres pueden darse dos momentos: un antes de conocer a Cristo y después del encuentro con él. En mi propia experiencia: en el antes demostraba que era bueno trabajando, ahorrando o derrochando lo que ganaba. La preocupación del hombre sin Cristo, veces es que le vaya bien, y otras veces, es quedar bien. Las cosas se hacen con espíritu de competencia, generalmente, se hacen para ganar más, valer más y ser más apreciado. Se vive en las apariencias para poder tener identidad y reconocimientos. Se gasta lo que no se tiene, y casi siempre para ser admirado, para que se hable bien de uno mismo. Se ignora que la felicidad no depende del afuera, de otros, sino del adentro, de la respuesta que se dé a la vida.

 

Después de conocer a Cristo. En el mundo de Dios la gente es hermosa porque irradia generosidad, alegría y esperanza. Se hacen las cosas por amor, por convicción, con gusto y con alegría. La felicidad, no está en lo que otros digan o piensen, sino, en realizar en cada momento lo que se cree es lo que más conviene, en bien de los otros. En este mundo, el hombre, que lo habita es protagonista de su propia historia, responsable de sí mismo y de los que lo rodean, nunca les complica la vida, porque su interior está lleno de libertad interior, por lo tanto de paz, de gozo y de amor.

 

6.    Los valores de cada mundo

En el primer mundo, no se valora a la familia ni a la vida. No se respeta al anciano y al no nacido. La virginidad es un estorbo y el amor es puro sentimentalismo. La religión es opio que adormece, aspirina que quita el dolor tan sólo un momento. En este mundo el hombre está al servicio del oro, del poder, el placer, de la ciencia y de la técnica, son sus dioses, a quienes se les rinde culto y se les sacrifican vidas humanas. La persona puede llegar a ser y es considerada como “cosa” o “animal” de laboratorio con la cual se realizan experimentos en nombre de la ciencia que se ha puesto al servicio de la muerte y no de la vida.

 

En el mundo de Dios los ancianos son respetados y no obstante ya no puedan rendir debido a su edad y a que han perdido fuerzas, siguen siendo importantes y valiosos. Los aún no nacidos, ya se les ve como personas valiosas, con dignidad propia y con derecho a la vida. La mujer es valorada como persona valiosa y digna, complemento del varón con quien comparte la misma dignidad. La manipulación a las personas o la vida es vista como la peor y más grave ofensa contra la dignidad humana.

 

En este mundo no se buscan tanto los éxitos, sino, los frutos. Los títulos, los carros, los lujos no son lo primero ni lo mejor, sino el hacerse personas: amables, generosos, comprensivos, solidarios y serviciales. En este mundo, ser humano es algo muy maravilloso por eso la vida es amada en cada una de sus etapas.

 

7.    ¿Dónde habitas?

¿En cuál mundo te encuentras? ¿Cuál mundo llevas en tu interior? Seamos sinceros. Si hacemos una seria reflexión de nuestra vida, nos damos cuenta que los dos mundos habitan en nuestro interior. En nuestro interior hay una verdadera lucha entre dos deseos: el deseo de ser generoso, amable, servicial y el deseo de ser importante, rico y famoso. Por un lado quiero hacer el bien y por otro, es el mal lo que se me presenta; me doy cuenta que hago lo que no quiero y lo que quiero no lo hago (Rm 7, 14s).

 

Puedes ir a la Iglesia, tener una comunidad, leer la Biblia y hasta rezar, y no obstante, vivir el mundo sin Dios. No basta con decir soy creyente, hay que ser practicante, comprometido y orientado hacia la “Pascua”. Jesús nos lanza una frase lapidaria: “El que no está conmigo, está contra mí: El que no recoge conmigo desparrama” (Mt 12, 30). Una fe sin amor nos hace ser fanáticos de la religión. Una religión sin amor nos hace ser neuróticos, al no responder nuestros comportamientos, a lo que Dios nos pide. El divorcio entre fe y vida es manifestación de que en nuestro interior existe la división, la muerte, el vacío existencial.

 

8.    La lucha interior

Un cuento de Indios americanos dice: “Siento que en mi interior hay dos perros, uno es malo y agresivo, el otro es bueno y manso, siempre están en lucha uno contra el otro”. Alguien preguntó: “¿Y cuál es el que generalmente gana?” La respuesta es muy iluminadora: “Aquel al que más y mejor alimento”. Podíamos también responder en la vida real: Aquel al que le entrego mi corazón”. La Biblia no habla de dos perros, habla de dos hombres: el hombre viejo y el hombre nuevo, uno es esclavo, el otro es libre, uno es santo, el otro hace cosas malas.

 

9.    Hambre y sed de Dios o hambre y sed de inmundicia

El hombre viejo se alimenta por medio de los sentidos, y por lo mismo se le mata de hambre cuando se le niega el alimento. Su alimento lo encontramos en la carta a los Gálatas 5 19-21: Todo aquello que alimenta sus pasiones, vicios y lo hace sentir el más rico, famoso e importante. Quien se alimente con el alimento chatarra que el mundo le ofrece por medio de los Medios de Comunicación Social, Mercadotecnias, prostitución, pornografía, etc. Con toda seguridad pierde el apetito de Dios.

 

Para el  hombre nuevo su alimento es la verdad, la fe, la justicia, la oración, la lectura espiritual, el amor, la generosidad, la humildad, la templanza, en otras palabras hacer el bien para gloria de Dios y para el bien de los demás. Éste alimento nutre y transforma, fortalece y edifica a la persona para que llegue a alcanzar su madurez humana. Jesús nos enseñó cual era su alimento favorito: “Hacer la voluntad de su Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 3, 34). Para el cristiano la Palabra de Dios y el Cuerpo de Cristo son por excelencia alimentos y bebidas que santifican y divinizan a quienes los reciben con corazón limpio, fe sincera y recta intención”. (1 de Tim 1, 5)

 

Volviendo a los dos mundos, decimos que cuando se alimenta a uno de los dos, el otro pierde el apetito; entre más fuerte es uno, el otro, es más débil. Quien se alimenta con el alimento del mundo, pierde su hambre del alimento de Dios, y viceversa. Sentir hambre y sed de justicia, de hacer oración, de amar y servir a los demás, son manifestaciones de salud mental y espiritual, a la misma vez que se experimenta el rechazo a todo lo que es contrario, pero que es tenido como un valor para el mundo. En la Biblia a esta realidad se le llama: “la lucha del bien contra el mal”. Cuando hago el mal, estoy contra el bien, y cuando hago el bien estoy contra el mal. Quien hace el bien se une a Dios y se humaniza, mientras que quien hace el mal se hace esclavo y se deshumaniza.

 

10. Una invitación que viene de Dios.

 

El paso de un mundo al otro, del primer mundo al segundo, es un verdadero alumbramiento, hay que nacer de nuevo (cfr Jn 3, 1-5. ¿Cómo hacerlo, dónde y con quién? Es una invitación gozosa que viene del mundo de Dios, aceptarla significa iniciarse en un camino de realización que implica reconocer los vacíos que se llevan dentro; negarse a sí mismo, romper con el mundo opuesto para que pueda brotar la vida, la virtud, la libertad, el amor. Realidades que se tienen que proteger y cultivar para que alcancen su pleno desarrollo en contacto amistoso con otras personas, y lleguen así, a dar un fruto que hace bien a todos, y, no sólo a quien los produzca. Las virtudes en el mundo de Dios crecen en el compartir con otros el bien que se posee. Cuando el bien, se guarda para sí mismo, se asfixia y se muere. Pero es también una realidad que el mal crece cuando se comparte, de ahí, que ambos mundos existen elementos de trasmisión, unos que enseñan a ser buenos y generosos y otros que adoctrinan para ser malos y perversos.

 

11. ¿Qué es lo que estás enseñando?

 

La Biblia nos propone: “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el bien al mal” (Rm 12, 21). Según esta enseñanza, el mal no vence al mal, tan sólo lo ayuda a crecer y a fortalecerse. Al mal le gusta luchar en su mundo y con sus armas, allí es poderoso y puede vencer; el hombre de Dios debe saber que si sale de su mundo para entrar al mundo de su enemigo y luchar va a ser vencido. La experiencia enseña que para vencer al mal hay que permanecer en el mundo de Dios y usar las armas de luz, la “armadura de Dios” (Ef 6, 10s), que la Biblia nos presenta como armas poderosas en la lucha contra el mal: la verdad, la justicia, la bondad, la misericordia, la fe, la oración, la palabra de Dios, entre otras muchas. No poseer estas armas significa estar desnudos, ciegos y cortos de vista, por lo tanto, significa haber sido vencidos. Sin lucha no hay victoria y sin ésta no hay corona.

 

12.  ¿De qué corona se trata?

 

Se trata de la corona de la vida: la santidad de Dios, la caridad del Padre, la vida del Hijo y la esperanza del Espíritu Santo, es decir la Vida eterna. Podemos a partir de todo lo anterior hacernos una pregunta, entonces, ¿existen hombres buenos y hombres malos? ¿Podemos dividir a la Humanidad en estos dos grupos? Podemos decir, que más bien, el hombre, todo hombre, es capaz de hacer el bien y es capaz de hacer el mal (cfr Dt 30,15ss; Eclo 15,11ss). Puede a la vez amar y construir, pero, también es capaz de odiar y destruir. Unos, pareciera que llevan una coraza de dureza, pero en su interior se anida la generosidad y la bondad. Mientras que otros ya hacen mucho bien, sirven, aman, se gastan por los demás, pero, en su interior llevan instintos de lujuria o de avaricia y en cualquier momento se colapsan (cuando dejan de luchar). La mentira no es eterna, la verdad de la Biblia nos dice: “Todo hombre es pecador” (Rm 3, 23). Hacemos el mal, no tanto porque somos pecadores, sino, más bien, porque somos humanos (Con decisión propia), somos raza de víboras (Mt 3, 7), que llevamos los malos deseos en nuestro interior. A estos deseos desordenados en la Biblia, se les da el nombre de concupiscencias, serpientes (1Jn 2, 15; Mc 16, 18). No olvidemos que junto a esta realidad “humana” hemos recibido la Gracia de Dios que nos hace ser sus hijos, templos del Espíritu y miembros del cuerpo de Cristo. Dios no nos abandona.

 

13. Dos mensajes, dos maneras de dar amor

Las personas necesitan oír el mensaje de que son buenas e importantes porque son amadas por Dios, incondicional e incansablemente, pero también necesitan escuchar que son importantes por lo están haciendo y no sólo por lo que son. Puede ser riesgoso, la persona cuando es débil puede, llenarse de vanidad, y de presunción; puede inflarse y se le puede hacer daño, pero es una realidad que todos necesitamos una palabra que nos confirme como lo que somos y en los que hacemos.

 

Podemos dar amor dando una palabra amable, ayudando a otros a ser mejores, a vivir dignamente, y podemos, también, expresarles nuestro amor, reconociendo su dignidad, sus valores, talentos, felicitándoles por el bien que hacen o por sus éxitos logrados. Hagamos que los demás se sientan amados para que se animen a cultivar la capacidad de amor que hay en sus corazones.

 

Oración. Pidamos al Señor la madurez humana necesaria para que nuestros conocimientos no nos inflen, sino, que sean luz, que guía nuestras vidas hacia la verdad, el amor y la vida. Sólo el amor construye y da sentido a nuestra vida. Señor, hazme un instrumento de tu amor, de tu paz, de tu alegría... Amén.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

NOS MOVEMOS ENTRE DOS MUNDOS.

 

 

Objetivo: Conocer la realidad en la que vivimos como hijos de Dios en un mundo que influye en nuestros criterios y estilos de vida, para que podamos defendernos usando las armas de la fe que es la armadura de Dios.

 

Iluminación.  “Hacer la voluntad de su Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 3, 34). “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día  y me siga” (Lc 9, 23). “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el bien al mal” (Rm 12, 21).

 

1.    Entre dos mundos

La Biblia enseña que los hombres, en “Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17, 28). También enseña que en esta tierra unos son de Dios y otros son del mundo. Unos viven en este mundo y otros viven en el mundo de Dios: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has confiado, pues son tuyos” (Jn 17, 9). A éstos Dios los ha separado del mundo para confiárselos al Hijo (v. 6), estos tienen una manera especial de ver la realidad, han recibido una palabra y han creído en ella” (v. 7). (Por mundo se entienden todas aquellas doctrinas que se oponen al Evangelio de Dios). Los humanos vivimos en medio de dos mundos, y estamos llamados a tomar partido por uno de los dos. Los dos se rigen por criterios y valores diferentes que los hacen aparecer antagónicos entre sí (cfr Gál 5, 16); en el primero todo es competencia, todo se admite para alcanzar algún fin utilitarista. Puede haber trampas, engaños, falsedad, quitar de en medio a quien estorbe, sin importar que se le tenga que matar.  En el segundo mundo; el mundo de Dios, los héroes son de compasión y no de competencia. Son honestos e íntegros, compasivos y misericordiosos, con dominio propio y convicciones firmes.

 

2.    Dos estilos de vida

En el primer mundo se gana recurriendo a la estafa, a la hipocresía, a la mentira, usando el poder para descalificar a los adversarios a quienes se les difama o calumnia. En este mundo no existe el “Bien común”. Se habla de Globalización, pero unos cuantos son los amos y señores: son los que pueden, los que tienen y los que saben. Vemos muchos ejemplos en el mundo de la economía y de la política en el cual muchos son amigos hasta que no tienen que competir, uno contra el otro, lo que sigue es difamación, calumnias, odios, enemistad, fraude, etc.

 

Mientras que en el mundo de Dios, sólo se puede ganar a través del sacrificio y la moderación. Quien no juegue limpio es descalificado (cfr 2Ti 2, 5). Quien se proponga vivir en este mundo de Dios debe cultivar una voluntad firme, férrea y fuerte para hacer el bien por medio de renuncias a todo aquello que se considera contrario a la escala de valores que se han propuesto para vivir el modelo de vida que sugiere el mismo Dios. “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día  y me siga” (Lc 9, 23).

 

3.    Los signos del primer mundo

En el primer mundo se vive para sí mismo, su sello es el individualismo. Su filosofía es “cuánto tienes cuanto vales”, “cuánto consumes cuánto vales”. Importante y grande es aquel que tiene muchos títulos y éxitos económicos, el que sabe manipular conciencias y comprar voluntades. En este mundo su ley, es el relativismo, te valoran por lo que haces o por lo que tienes: poder, riqueza, ciencia, belleza, etc. En este mundo se cosifica a la persona, luego se le instrumentaliza, después se le manipula, para luego, desecharla como basura humana.

 

4.    Los signos del mundo cristiano

En el mundo de Dios, grande, es aquel que ayuda al prójimo y comparte con lo que sabe, lo que tiene y lo que es; grande es el que sirve por amor a su prójimo. No se le llama éxito a sus logros, sino frutos; se preocupa por los otros que están en condiciones menos favorables; es portador de un mensaje de paz y de reconciliación, y siempre disponible a compartir su fruto con los demás. A ejemplo del Señor Jesús que nos dice: “No ha de ser así entre vosotros, pues el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 26- 28).

 

5.    Un antes y un después

En la vida de los hombres pueden darse dos momentos: un antes de conocer a Cristo y después del encuentro con él. En mi propia experiencia: en el antes demostraba que era bueno trabajando, ahorrando o derrochando lo que ganaba. La preocupación del hombre sin Cristo, veces es que le vaya bien, y otras veces, es quedar bien. Las cosas se hacen con espíritu de competencia, generalmente, se hacen para ganar más, valer más y ser más apreciado. Se vive en las apariencias para poder tener identidad y reconocimientos. Se gasta lo que no se tiene, y casi siempre para ser admirado, para que se hable bien de uno mismo. Se ignora que la felicidad no depende del afuera, de otros, sino del adentro, de la respuesta que se dé a la vida.

 

Después de conocer a Cristo. En el mundo de Dios la gente es hermosa porque irradia generosidad, alegría y esperanza. Se hacen las cosas por amor, por convicción, con gusto y con alegría. La felicidad, no está en lo que otros digan o piensen, sino, en realizar en cada momento lo que se cree es lo que más conviene, en bien de los otros. En este mundo, el hombre, que lo habita es protagonista de su propia historia, responsable de sí mismo y de los que lo rodean, nunca les complica la vida, porque su interior está lleno de libertad interior, por lo tanto de paz, de gozo y de amor.

 

6.    Los valores de cada mundo

En el primer mundo, no se valora a la familia ni a la vida. No se respeta al anciano y al no nacido. La virginidad es un estorbo y el amor es puro sentimentalismo. La religión es opio que adormece, aspirina que quita el dolor tan sólo un momento. En este mundo el hombre está al servicio del oro, del poder, el placer, de la ciencia y de la técnica, son sus dioses, a quienes se les rinde culto y se les sacrifican vidas humanas. La persona puede llegar a ser y es considerada como “cosa” o “animal” de laboratorio con la cual se realizan experimentos en nombre de la ciencia que se ha puesto al servicio de la muerte y no de la vida.

 

En el mundo de Dios los ancianos son respetados y no obstante ya no puedan rendir debido a su edad y a que han perdido fuerzas, siguen siendo importantes y valiosos. Los aún no nacidos, ya se les ve como personas valiosas, con dignidad propia y con derecho a la vida. La mujer es valorada como persona valiosa y digna, complemento del varón con quien comparte la misma dignidad. La manipulación a las personas o la vida es vista como la peor y más grave ofensa contra la dignidad humana.

 

En este mundo no se buscan tanto los éxitos, sino, los frutos. Los títulos, los carros, los lujos no son lo primero ni lo mejor, sino el hacerse personas: amables, generosos, comprensivos, solidarios y serviciales. En este mundo, ser humano es algo muy maravilloso por eso la vida es amada en cada una de sus etapas.

 

7.    ¿Dónde habitas?

¿En cuál mundo te encuentras? ¿Cuál mundo llevas en tu interior? Seamos sinceros. Si hacemos una seria reflexión de nuestra vida, nos damos cuenta que los dos mundos habitan en nuestro interior. En nuestro interior hay una verdadera lucha entre dos deseos: el deseo de ser generoso, amable, servicial y el deseo de ser importante, rico y famoso. Por un lado quiero hacer el bien y por otro, es el mal lo que se me presenta; me doy cuenta que hago lo que no quiero y lo que quiero no lo hago (Rm 7, 14s).

 

Puedes ir a la Iglesia, tener una comunidad, leer la Biblia y hasta rezar, y no obstante, vivir el mundo sin Dios. No basta con decir soy creyente, hay que ser practicante, comprometido y orientado hacia la “Pascua”. Jesús nos lanza una frase lapidaria: “El que no está conmigo, está contra mí: El que no recoge conmigo desparrama” (Mt 12, 30). Una fe sin amor nos hace ser fanáticos de la religión. Una religión sin amor nos hace ser neuróticos, al no responder nuestros comportamientos, a lo que Dios nos pide. El divorcio entre fe y vida es manifestación de que en nuestro interior existe la división, la muerte, el vacío existencial.

 

8.    La lucha interior

Un cuento de Indios americanos dice: “Siento que en mi interior hay dos perros, uno es malo y agresivo, el otro es bueno y manso, siempre están en lucha uno contra el otro”. Alguien preguntó: “¿Y cuál es el que generalmente gana?” La respuesta es muy iluminadora: “Aquel al que más y mejor alimento”. Podíamos también responder en la vida real: Aquel al que le entrego mi corazón”. La Biblia no habla de dos perros, habla de dos hombres: el hombre viejo y el hombre nuevo, uno es esclavo, el otro es libre, uno es santo, el otro hace cosas malas.

 

9.    Hambre y sed de Dios o hambre y sed de inmundicia

El hombre viejo se alimenta por medio de los sentidos, y por lo mismo se le mata de hambre cuando se le niega el alimento. Su alimento lo encontramos en la carta a los Gálatas 5 19-21: Todo aquello que alimenta sus pasiones, vicios y lo hace sentir el más rico, famoso e importante. Quien se alimente con el alimento chatarra que el mundo le ofrece por medio de los Medios de Comunicación Social, Mercadotecnias, prostitución, pornografía, etc. Con toda seguridad pierde el apetito de Dios.

 

Para el  hombre nuevo su alimento es la verdad, la fe, la justicia, la oración, la lectura espiritual, el amor, la generosidad, la humildad, la templanza, en otras palabras hacer el bien para gloria de Dios y para el bien de los demás. Éste alimento nutre y transforma, fortalece y edifica a la persona para que llegue a alcanzar su madurez humana. Jesús nos enseñó cual era su alimento favorito: “Hacer la voluntad de su Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 3, 34). Para el cristiano la Palabra de Dios y el Cuerpo de Cristo son por excelencia alimentos y bebidas que santifican y divinizan a quienes los reciben con corazón limpio, fe sincera y recta intención”. (1 de Tim 1, 5)

 

Volviendo a los dos mundos, decimos que cuando se alimenta a uno de los dos, el otro pierde el apetito; entre más fuerte es uno, el otro, es más débil. Quien se alimenta con el alimento del mundo, pierde su hambre del alimento de Dios, y viceversa. Sentir hambre y sed de justicia, de hacer oración, de amar y servir a los demás, son manifestaciones de salud mental y espiritual, a la misma vez que se experimenta el rechazo a todo lo que es contrario, pero que es tenido como un valor para el mundo. En la Biblia a esta realidad se le llama: “la lucha del bien contra el mal”. Cuando hago el mal, estoy contra el bien, y cuando hago el bien estoy contra el mal. Quien hace el bien se une a Dios y se humaniza, mientras que quien hace el mal se hace esclavo y se deshumaniza.

 

10. Una invitación que viene de Dios.

 

El paso de un mundo al otro, del primer mundo al segundo, es un verdadero alumbramiento, hay que nacer de nuevo (cfr Jn 3, 1-5. ¿Cómo hacerlo, dónde y con quién? Es una invitación gozosa que viene del mundo de Dios, aceptarla significa iniciarse en un camino de realización que implica reconocer los vacíos que se llevan dentro; negarse a sí mismo, romper con el mundo opuesto para que pueda brotar la vida, la virtud, la libertad, el amor. Realidades que se tienen que proteger y cultivar para que alcancen su pleno desarrollo en contacto amistoso con otras personas, y lleguen así, a dar un fruto que hace bien a todos, y, no sólo a quien los produzca. Las virtudes en el mundo de Dios crecen en el compartir con otros el bien que se posee. Cuando el bien, se guarda para sí mismo, se asfixia y se muere. Pero es también una realidad que el mal crece cuando se comparte, de ahí, que ambos mundos existen elementos de trasmisión, unos que enseñan a ser buenos y generosos y otros que adoctrinan para ser malos y perversos.

 

11. ¿Qué es lo que estás enseñando?

 

La Biblia nos propone: “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el bien al mal” (Rm 12, 21). Según esta enseñanza, el mal no vence al mal, tan sólo lo ayuda a crecer y a fortalecerse. Al mal le gusta luchar en su mundo y con sus armas, allí es poderoso y puede vencer; el hombre de Dios debe saber que si sale de su mundo para entrar al mundo de su enemigo y luchar va a ser vencido. La experiencia enseña que para vencer al mal hay que permanecer en el mundo de Dios y usar las armas de luz, la “armadura de Dios” (Ef 6, 10s), que la Biblia nos presenta como armas poderosas en la lucha contra el mal: la verdad, la justicia, la bondad, la misericordia, la fe, la oración, la palabra de Dios, entre otras muchas. No poseer estas armas significa estar desnudos, ciegos y cortos de vista, por lo tanto, significa haber sido vencidos. Sin lucha no hay victoria y sin ésta no hay corona.

 

12.  ¿De qué corona se trata?

 

Se trata de la corona de la vida: la santidad de Dios, la caridad del Padre, la vida del Hijo y la esperanza del Espíritu Santo, es decir la Vida eterna. Podemos a partir de todo lo anterior hacernos una pregunta, entonces, ¿existen hombres buenos y hombres malos? ¿Podemos dividir a la Humanidad en estos dos grupos? Podemos decir, que más bien, el hombre, todo hombre, es capaz de hacer el bien y es capaz de hacer el mal (cfr Dt 30,15ss; Eclo 15,11ss). Puede a la vez amar y construir, pero, también es capaz de odiar y destruir. Unos, pareciera que llevan una coraza de dureza, pero en su interior se anida la generosidad y la bondad. Mientras que otros ya hacen mucho bien, sirven, aman, se gastan por los demás, pero, en su interior llevan instintos de lujuria o de avaricia y en cualquier momento se colapsan (cuando dejan de luchar). La mentira no es eterna, la verdad de la Biblia nos dice: “Todo hombre es pecador” (Rm 3, 23). Hacemos el mal, no tanto porque somos pecadores, sino, más bien, porque somos humanos (Con decisión propia), somos raza de víboras (Mt 3, 7), que llevamos los malos deseos en nuestro interior. A estos deseos desordenados en la Biblia, se les da el nombre de concupiscencias, serpientes (1Jn 2, 15; Mc 16, 18). No olvidemos que junto a esta realidad “humana” hemos recibido la Gracia de Dios que nos hace ser sus hijos, templos del Espíritu y miembros del cuerpo de Cristo. Dios no nos abandona.

 

13. Dos mensajes, dos maneras de dar amor

Las personas necesitan oír el mensaje de que son buenas e importantes porque son amadas por Dios, incondicional e incansablemente, pero también necesitan escuchar que son importantes por lo están haciendo y no sólo por lo que son. Puede ser riesgoso, la persona cuando es débil puede, llenarse de vanidad, y de presunción; puede inflarse y se le puede hacer daño, pero es una realidad que todos necesitamos una palabra que nos confirme como lo que somos y en los que hacemos.

 

Podemos dar amor dando una palabra amable, ayudando a otros a ser mejores, a vivir dignamente, y podemos, también, expresarles nuestro amor, reconociendo su dignidad, sus valores, talentos, felicitándoles por el bien que hacen o por sus éxitos logrados. Hagamos que los demás se sientan amados para que se animen a cultivar la capacidad de amor que hay en sus corazones.

 

Oración. Pidamos al Señor la madurez humana necesaria para que nuestros conocimientos no nos inflen, sino, que sean luz, que guía nuestras vidas hacia la verdad, el amor y la vida. Sólo el amor construye y da sentido a nuestra vida. Señor, hazme un instrumento de tu amor, de tu paz, de tu alegría... Amén.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

NOS MOVEMOS ENTRE DOS MUNDOS.

 

 

Objetivo: Conocer la realidad en la que vivimos como hijos de Dios en un mundo que influye en nuestros criterios y estilos de vida, para que podamos defendernos usando las armas de la fe que es la armadura de Dios.

 

Iluminación.  “Hacer la voluntad de su Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 3, 34). “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día  y me siga” (Lc 9, 23). “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el bien al mal” (Rm 12, 21).

 

1.    Entre dos mundos

La Biblia enseña que los hombres, en “Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17, 28). También enseña que en esta tierra unos son de Dios y otros son del mundo. Unos viven en este mundo y otros viven en el mundo de Dios: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has confiado, pues son tuyos” (Jn 17, 9). A éstos Dios los ha separado del mundo para confiárselos al Hijo (v. 6), estos tienen una manera especial de ver la realidad, han recibido una palabra y han creído en ella” (v. 7). (Por mundo se entienden todas aquellas doctrinas que se oponen al Evangelio de Dios). Los humanos vivimos en medio de dos mundos, y estamos llamados a tomar partido por uno de los dos. Los dos se rigen por criterios y valores diferentes que los hacen aparecer antagónicos entre sí (cfr Gál 5, 16); en el primero todo es competencia, todo se admite para alcanzar algún fin utilitarista. Puede haber trampas, engaños, falsedad, quitar de en medio a quien estorbe, sin importar que se le tenga que matar.  En el segundo mundo; el mundo de Dios, los héroes son de compasión y no de competencia. Son honestos e íntegros, compasivos y misericordiosos, con dominio propio y convicciones firmes.

 

2.    Dos estilos de vida

En el primer mundo se gana recurriendo a la estafa, a la hipocresía, a la mentira, usando el poder para descalificar a los adversarios a quienes se les difama o calumnia. En este mundo no existe el “Bien común”. Se habla de Globalización, pero unos cuantos son los amos y señores: son los que pueden, los que tienen y los que saben. Vemos muchos ejemplos en el mundo de la economía y de la política en el cual muchos son amigos hasta que no tienen que competir, uno contra el otro, lo que sigue es difamación, calumnias, odios, enemistad, fraude, etc.

 

Mientras que en el mundo de Dios, sólo se puede ganar a través del sacrificio y la moderación. Quien no juegue limpio es descalificado (cfr 2Ti 2, 5). Quien se proponga vivir en este mundo de Dios debe cultivar una voluntad firme, férrea y fuerte para hacer el bien por medio de renuncias a todo aquello que se considera contrario a la escala de valores que se han propuesto para vivir el modelo de vida que sugiere el mismo Dios. “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día  y me siga” (Lc 9, 23).

 

3.    Los signos del primer mundo

En el primer mundo se vive para sí mismo, su sello es el individualismo. Su filosofía es “cuánto tienes cuanto vales”, “cuánto consumes cuánto vales”. Importante y grande es aquel que tiene muchos títulos y éxitos económicos, el que sabe manipular conciencias y comprar voluntades. En este mundo su ley, es el relativismo, te valoran por lo que haces o por lo que tienes: poder, riqueza, ciencia, belleza, etc. En este mundo se cosifica a la persona, luego se le instrumentaliza, después se le manipula, para luego, desecharla como basura humana.

 

4.    Los signos del mundo cristiano

En el mundo de Dios, grande, es aquel que ayuda al prójimo y comparte con lo que sabe, lo que tiene y lo que es; grande es el que sirve por amor a su prójimo. No se le llama éxito a sus logros, sino frutos; se preocupa por los otros que están en condiciones menos favorables; es portador de un mensaje de paz y de reconciliación, y siempre disponible a compartir su fruto con los demás. A ejemplo del Señor Jesús que nos dice: “No ha de ser así entre vosotros, pues el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 26- 28).

 

5.    Un antes y un después

En la vida de los hombres pueden darse dos momentos: un antes de conocer a Cristo y después del encuentro con él. En mi propia experiencia: en el antes demostraba que era bueno trabajando, ahorrando o derrochando lo que ganaba. La preocupación del hombre sin Cristo, veces es que le vaya bien, y otras veces, es quedar bien. Las cosas se hacen con espíritu de competencia, generalmente, se hacen para ganar más, valer más y ser más apreciado. Se vive en las apariencias para poder tener identidad y reconocimientos. Se gasta lo que no se tiene, y casi siempre para ser admirado, para que se hable bien de uno mismo. Se ignora que la felicidad no depende del afuera, de otros, sino del adentro, de la respuesta que se dé a la vida.

 

Después de conocer a Cristo. En el mundo de Dios la gente es hermosa porque irradia generosidad, alegría y esperanza. Se hacen las cosas por amor, por convicción, con gusto y con alegría. La felicidad, no está en lo que otros digan o piensen, sino, en realizar en cada momento lo que se cree es lo que más conviene, en bien de los otros. En este mundo, el hombre, que lo habita es protagonista de su propia historia, responsable de sí mismo y de los que lo rodean, nunca les complica la vida, porque su interior está lleno de libertad interior, por lo tanto de paz, de gozo y de amor.

 

6.    Los valores de cada mundo

En el primer mundo, no se valora a la familia ni a la vida. No se respeta al anciano y al no nacido. La virginidad es un estorbo y el amor es puro sentimentalismo. La religión es opio que adormece, aspirina que quita el dolor tan sólo un momento. En este mundo el hombre está al servicio del oro, del poder, el placer, de la ciencia y de la técnica, son sus dioses, a quienes se les rinde culto y se les sacrifican vidas humanas. La persona puede llegar a ser y es considerada como “cosa” o “animal” de laboratorio con la cual se realizan experimentos en nombre de la ciencia que se ha puesto al servicio de la muerte y no de la vida.

 

En el mundo de Dios los ancianos son respetados y no obstante ya no puedan rendir debido a su edad y a que han perdido fuerzas, siguen siendo importantes y valiosos. Los aún no nacidos, ya se les ve como personas valiosas, con dignidad propia y con derecho a la vida. La mujer es valorada como persona valiosa y digna, complemento del varón con quien comparte la misma dignidad. La manipulación a las personas o la vida es vista como la peor y más grave ofensa contra la dignidad humana.

 

En este mundo no se buscan tanto los éxitos, sino, los frutos. Los títulos, los carros, los lujos no son lo primero ni lo mejor, sino el hacerse personas: amables, generosos, comprensivos, solidarios y serviciales. En este mundo, ser humano es algo muy maravilloso por eso la vida es amada en cada una de sus etapas.

 

7.    ¿Dónde habitas?

¿En cuál mundo te encuentras? ¿Cuál mundo llevas en tu interior? Seamos sinceros. Si hacemos una seria reflexión de nuestra vida, nos damos cuenta que los dos mundos habitan en nuestro interior. En nuestro interior hay una verdadera lucha entre dos deseos: el deseo de ser generoso, amable, servicial y el deseo de ser importante, rico y famoso. Por un lado quiero hacer el bien y por otro, es el mal lo que se me presenta; me doy cuenta que hago lo que no quiero y lo que quiero no lo hago (Rm 7, 14s).

 

Puedes ir a la Iglesia, tener una comunidad, leer la Biblia y hasta rezar, y no obstante, vivir el mundo sin Dios. No basta con decir soy creyente, hay que ser practicante, comprometido y orientado hacia la “Pascua”. Jesús nos lanza una frase lapidaria: “El que no está conmigo, está contra mí: El que no recoge conmigo desparrama” (Mt 12, 30). Una fe sin amor nos hace ser fanáticos de la religión. Una religión sin amor nos hace ser neuróticos, al no responder nuestros comportamientos, a lo que Dios nos pide. El divorcio entre fe y vida es manifestación de que en nuestro interior existe la división, la muerte, el vacío existencial.

 

8.    La lucha interior

Un cuento de Indios americanos dice: “Siento que en mi interior hay dos perros, uno es malo y agresivo, el otro es bueno y manso, siempre están en lucha uno contra el otro”. Alguien preguntó: “¿Y cuál es el que generalmente gana?” La respuesta es muy iluminadora: “Aquel al que más y mejor alimento”. Podíamos también responder en la vida real: Aquel al que le entrego mi corazón”. La Biblia no habla de dos perros, habla de dos hombres: el hombre viejo y el hombre nuevo, uno es esclavo, el otro es libre, uno es santo, el otro hace cosas malas.

 

9.    Hambre y sed de Dios o hambre y sed de inmundicia

El hombre viejo se alimenta por medio de los sentidos, y por lo mismo se le mata de hambre cuando se le niega el alimento. Su alimento lo encontramos en la carta a los Gálatas 5 19-21: Todo aquello que alimenta sus pasiones, vicios y lo hace sentir el más rico, famoso e importante. Quien se alimente con el alimento chatarra que el mundo le ofrece por medio de los Medios de Comunicación Social, Mercadotecnias, prostitución, pornografía, etc. Con toda seguridad pierde el apetito de Dios.

 

Para el  hombre nuevo su alimento es la verdad, la fe, la justicia, la oración, la lectura espiritual, el amor, la generosidad, la humildad, la templanza, en otras palabras hacer el bien para gloria de Dios y para el bien de los demás. Éste alimento nutre y transforma, fortalece y edifica a la persona para que llegue a alcanzar su madurez humana. Jesús nos enseñó cual era su alimento favorito: “Hacer la voluntad de su Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 3, 34). Para el cristiano la Palabra de Dios y el Cuerpo de Cristo son por excelencia alimentos y bebidas que santifican y divinizan a quienes los reciben con corazón limpio, fe sincera y recta intención”. (1 de Tim 1, 5)

 

Volviendo a los dos mundos, decimos que cuando se alimenta a uno de los dos, el otro pierde el apetito; entre más fuerte es uno, el otro, es más débil. Quien se alimenta con el alimento del mundo, pierde su hambre del alimento de Dios, y viceversa. Sentir hambre y sed de justicia, de hacer oración, de amar y servir a los demás, son manifestaciones de salud mental y espiritual, a la misma vez que se experimenta el rechazo a todo lo que es contrario, pero que es tenido como un valor para el mundo. En la Biblia a esta realidad se le llama: “la lucha del bien contra el mal”. Cuando hago el mal, estoy contra el bien, y cuando hago el bien estoy contra el mal. Quien hace el bien se une a Dios y se humaniza, mientras que quien hace el mal se hace esclavo y se deshumaniza.

 

10. Una invitación que viene de Dios.

 

El paso de un mundo al otro, del primer mundo al segundo, es un verdadero alumbramiento, hay que nacer de nuevo (cfr Jn 3, 1-5. ¿Cómo hacerlo, dónde y con quién? Es una invitación gozosa que viene del mundo de Dios, aceptarla significa iniciarse en un camino de realización que implica reconocer los vacíos que se llevan dentro; negarse a sí mismo, romper con el mundo opuesto para que pueda brotar la vida, la virtud, la libertad, el amor. Realidades que se tienen que proteger y cultivar para que alcancen su pleno desarrollo en contacto amistoso con otras personas, y lleguen así, a dar un fruto que hace bien a todos, y, no sólo a quien los produzca. Las virtudes en el mundo de Dios crecen en el compartir con otros el bien que se posee. Cuando el bien, se guarda para sí mismo, se asfixia y se muere. Pero es también una realidad que el mal crece cuando se comparte, de ahí, que ambos mundos existen elementos de trasmisión, unos que enseñan a ser buenos y generosos y otros que adoctrinan para ser malos y perversos.

 

11. ¿Qué es lo que estás enseñando?

 

La Biblia nos propone: “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el bien al mal” (Rm 12, 21). Según esta enseñanza, el mal no vence al mal, tan sólo lo ayuda a crecer y a fortalecerse. Al mal le gusta luchar en su mundo y con sus armas, allí es poderoso y puede vencer; el hombre de Dios debe saber que si sale de su mundo para entrar al mundo de su enemigo y luchar va a ser vencido. La experiencia enseña que para vencer al mal hay que permanecer en el mundo de Dios y usar las armas de luz, la “armadura de Dios” (Ef 6, 10s), que la Biblia nos presenta como armas poderosas en la lucha contra el mal: la verdad, la justicia, la bondad, la misericordia, la fe, la oración, la palabra de Dios, entre otras muchas. No poseer estas armas significa estar desnudos, ciegos y cortos de vista, por lo tanto, significa haber sido vencidos. Sin lucha no hay victoria y sin ésta no hay corona.

 

12.  ¿De qué corona se trata?

 

Se trata de la corona de la vida: la santidad de Dios, la caridad del Padre, la vida del Hijo y la esperanza del Espíritu Santo, es decir la Vida eterna. Podemos a partir de todo lo anterior hacernos una pregunta, entonces, ¿existen hombres buenos y hombres malos? ¿Podemos dividir a la Humanidad en estos dos grupos? Podemos decir, que más bien, el hombre, todo hombre, es capaz de hacer el bien y es capaz de hacer el mal (cfr Dt 30,15ss; Eclo 15,11ss). Puede a la vez amar y construir, pero, también es capaz de odiar y destruir. Unos, pareciera que llevan una coraza de dureza, pero en su interior se anida la generosidad y la bondad. Mientras que otros ya hacen mucho bien, sirven, aman, se gastan por los demás, pero, en su interior llevan instintos de lujuria o de avaricia y en cualquier momento se colapsan (cuando dejan de luchar). La mentira no es eterna, la verdad de la Biblia nos dice: “Todo hombre es pecador” (Rm 3, 23). Hacemos el mal, no tanto porque somos pecadores, sino, más bien, porque somos humanos (Con decisión propia), somos raza de víboras (Mt 3, 7), que llevamos los malos deseos en nuestro interior. A estos deseos desordenados en la Biblia, se les da el nombre de concupiscencias, serpientes (1Jn 2, 15; Mc 16, 18). No olvidemos que junto a esta realidad “humana” hemos recibido la Gracia de Dios que nos hace ser sus hijos, templos del Espíritu y miembros del cuerpo de Cristo. Dios no nos abandona.

 

13. Dos mensajes, dos maneras de dar amor

Las personas necesitan oír el mensaje de que son buenas e importantes porque son amadas por Dios, incondicional e incansablemente, pero también necesitan escuchar que son importantes por lo están haciendo y no sólo por lo que son. Puede ser riesgoso, la persona cuando es débil puede, llenarse de vanidad, y de presunción; puede inflarse y se le puede hacer daño, pero es una realidad que todos necesitamos una palabra que nos confirme como lo que somos y en los que hacemos.

 

Podemos dar amor dando una palabra amable, ayudando a otros a ser mejores, a vivir dignamente, y podemos, también, expresarles nuestro amor, reconociendo su dignidad, sus valores, talentos, felicitándoles por el bien que hacen o por sus éxitos logrados. Hagamos que los demás se sientan amados para que se animen a cultivar la capacidad de amor que hay en sus corazones.

 

Oración. Pidamos al Señor la madurez humana necesaria para que nuestros conocimientos no nos inflen, sino, que sean luz, que guía nuestras vidas hacia la verdad, el amor y la vida. Sólo el amor construye y da sentido a nuestra vida. Señor, hazme un instrumento de tu amor, de tu paz, de tu alegría... Amén.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

NOS MOVEMOS ENTRE DOS MUNDOS.

 

 

Objetivo: Conocer la realidad en la que vivimos como hijos de Dios en un mundo que influye en nuestros criterios y estilos de vida, para que podamos defendernos usando las armas de la fe que es la armadura de Dios.

 

Iluminación.  “Hacer la voluntad de su Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 3, 34). “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día  y me siga” (Lc 9, 23). “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el bien al mal” (Rm 12, 21).

 

1.    Entre dos mundos

La Biblia enseña que los hombres, en “Dios vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17, 28). También enseña que en esta tierra unos son de Dios y otros son del mundo. Unos viven en este mundo y otros viven en el mundo de Dios: “Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que me has confiado, pues son tuyos” (Jn 17, 9). A éstos Dios los ha separado del mundo para confiárselos al Hijo (v. 6), estos tienen una manera especial de ver la realidad, han recibido una palabra y han creído en ella” (v. 7). (Por mundo se entienden todas aquellas doctrinas que se oponen al Evangelio de Dios). Los humanos vivimos en medio de dos mundos, y estamos llamados a tomar partido por uno de los dos. Los dos se rigen por criterios y valores diferentes que los hacen aparecer antagónicos entre sí (cfr Gál 5, 16); en el primero todo es competencia, todo se admite para alcanzar algún fin utilitarista. Puede haber trampas, engaños, falsedad, quitar de en medio a quien estorbe, sin importar que se le tenga que matar.  En el segundo mundo; el mundo de Dios, los héroes son de compasión y no de competencia. Son honestos e íntegros, compasivos y misericordiosos, con dominio propio y convicciones firmes.

 

2.    Dos estilos de vida

En el primer mundo se gana recurriendo a la estafa, a la hipocresía, a la mentira, usando el poder para descalificar a los adversarios a quienes se les difama o calumnia. En este mundo no existe el “Bien común”. Se habla de Globalización, pero unos cuantos son los amos y señores: son los que pueden, los que tienen y los que saben. Vemos muchos ejemplos en el mundo de la economía y de la política en el cual muchos son amigos hasta que no tienen que competir, uno contra el otro, lo que sigue es difamación, calumnias, odios, enemistad, fraude, etc.

 

Mientras que en el mundo de Dios, sólo se puede ganar a través del sacrificio y la moderación. Quien no juegue limpio es descalificado (cfr 2Ti 2, 5). Quien se proponga vivir en este mundo de Dios debe cultivar una voluntad firme, férrea y fuerte para hacer el bien por medio de renuncias a todo aquello que se considera contrario a la escala de valores que se han propuesto para vivir el modelo de vida que sugiere el mismo Dios. “El que quiera ser mi discípulo que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día  y me siga” (Lc 9, 23).

 

3.    Los signos del primer mundo

En el primer mundo se vive para sí mismo, su sello es el individualismo. Su filosofía es “cuánto tienes cuanto vales”, “cuánto consumes cuánto vales”. Importante y grande es aquel que tiene muchos títulos y éxitos económicos, el que sabe manipular conciencias y comprar voluntades. En este mundo su ley, es el relativismo, te valoran por lo que haces o por lo que tienes: poder, riqueza, ciencia, belleza, etc. En este mundo se cosifica a la persona, luego se le instrumentaliza, después se le manipula, para luego, desecharla como basura humana.

 

4.    Los signos del mundo cristiano

En el mundo de Dios, grande, es aquel que ayuda al prójimo y comparte con lo que sabe, lo que tiene y lo que es; grande es el que sirve por amor a su prójimo. No se le llama éxito a sus logros, sino frutos; se preocupa por los otros que están en condiciones menos favorables; es portador de un mensaje de paz y de reconciliación, y siempre disponible a compartir su fruto con los demás. A ejemplo del Señor Jesús que nos dice: “No ha de ser así entre vosotros, pues el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo; de la misma manera que el Hijo del hombre, que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 26- 28).

 

5.    Un antes y un después

En la vida de los hombres pueden darse dos momentos: un antes de conocer a Cristo y después del encuentro con él. En mi propia experiencia: en el antes demostraba que era bueno trabajando, ahorrando o derrochando lo que ganaba. La preocupación del hombre sin Cristo, veces es que le vaya bien, y otras veces, es quedar bien. Las cosas se hacen con espíritu de competencia, generalmente, se hacen para ganar más, valer más y ser más apreciado. Se vive en las apariencias para poder tener identidad y reconocimientos. Se gasta lo que no se tiene, y casi siempre para ser admirado, para que se hable bien de uno mismo. Se ignora que la felicidad no depende del afuera, de otros, sino del adentro, de la respuesta que se dé a la vida.

 

Después de conocer a Cristo. En el mundo de Dios la gente es hermosa porque irradia generosidad, alegría y esperanza. Se hacen las cosas por amor, por convicción, con gusto y con alegría. La felicidad, no está en lo que otros digan o piensen, sino, en realizar en cada momento lo que se cree es lo que más conviene, en bien de los otros. En este mundo, el hombre, que lo habita es protagonista de su propia historia, responsable de sí mismo y de los que lo rodean, nunca les complica la vida, porque su interior está lleno de libertad interior, por lo tanto de paz, de gozo y de amor.

 

6.    Los valores de cada mundo

En el primer mundo, no se valora a la familia ni a la vida. No se respeta al anciano y al no nacido. La virginidad es un estorbo y el amor es puro sentimentalismo. La religión es opio que adormece, aspirina que quita el dolor tan sólo un momento. En este mundo el hombre está al servicio del oro, del poder, el placer, de la ciencia y de la técnica, son sus dioses, a quienes se les rinde culto y se les sacrifican vidas humanas. La persona puede llegar a ser y es considerada como “cosa” o “animal” de laboratorio con la cual se realizan experimentos en nombre de la ciencia que se ha puesto al servicio de la muerte y no de la vida.

 

En el mundo de Dios los ancianos son respetados y no obstante ya no puedan rendir debido a su edad y a que han perdido fuerzas, siguen siendo importantes y valiosos. Los aún no nacidos, ya se les ve como personas valiosas, con dignidad propia y con derecho a la vida. La mujer es valorada como persona valiosa y digna, complemento del varón con quien comparte la misma dignidad. La manipulación a las personas o la vida es vista como la peor y más grave ofensa contra la dignidad humana.

 

En este mundo no se buscan tanto los éxitos, sino, los frutos. Los títulos, los carros, los lujos no son lo primero ni lo mejor, sino el hacerse personas: amables, generosos, comprensivos, solidarios y serviciales. En este mundo, ser humano es algo muy maravilloso por eso la vida es amada en cada una de sus etapas.

 

7.    ¿Dónde habitas?

¿En cuál mundo te encuentras? ¿Cuál mundo llevas en tu interior? Seamos sinceros. Si hacemos una seria reflexión de nuestra vida, nos damos cuenta que los dos mundos habitan en nuestro interior. En nuestro interior hay una verdadera lucha entre dos deseos: el deseo de ser generoso, amable, servicial y el deseo de ser importante, rico y famoso. Por un lado quiero hacer el bien y por otro, es el mal lo que se me presenta; me doy cuenta que hago lo que no quiero y lo que quiero no lo hago (Rm 7, 14s).

 

Puedes ir a la Iglesia, tener una comunidad, leer la Biblia y hasta rezar, y no obstante, vivir el mundo sin Dios. No basta con decir soy creyente, hay que ser practicante, comprometido y orientado hacia la “Pascua”. Jesús nos lanza una frase lapidaria: “El que no está conmigo, está contra mí: El que no recoge conmigo desparrama” (Mt 12, 30). Una fe sin amor nos hace ser fanáticos de la religión. Una religión sin amor nos hace ser neuróticos, al no responder nuestros comportamientos, a lo que Dios nos pide. El divorcio entre fe y vida es manifestación de que en nuestro interior existe la división, la muerte, el vacío existencial.

 

8.    La lucha interior

Un cuento de Indios americanos dice: “Siento que en mi interior hay dos perros, uno es malo y agresivo, el otro es bueno y manso, siempre están en lucha uno contra el otro”. Alguien preguntó: “¿Y cuál es el que generalmente gana?” La respuesta es muy iluminadora: “Aquel al que más y mejor alimento”. Podíamos también responder en la vida real: Aquel al que le entrego mi corazón”. La Biblia no habla de dos perros, habla de dos hombres: el hombre viejo y el hombre nuevo, uno es esclavo, el otro es libre, uno es santo, el otro hace cosas malas.

 

9.    Hambre y sed de Dios o hambre y sed de inmundicia

El hombre viejo se alimenta por medio de los sentidos, y por lo mismo se le mata de hambre cuando se le niega el alimento. Su alimento lo encontramos en la carta a los Gálatas 5 19-21: Todo aquello que alimenta sus pasiones, vicios y lo hace sentir el más rico, famoso e importante. Quien se alimente con el alimento chatarra que el mundo le ofrece por medio de los Medios de Comunicación Social, Mercadotecnias, prostitución, pornografía, etc. Con toda seguridad pierde el apetito de Dios.

 

Para el  hombre nuevo su alimento es la verdad, la fe, la justicia, la oración, la lectura espiritual, el amor, la generosidad, la humildad, la templanza, en otras palabras hacer el bien para gloria de Dios y para el bien de los demás. Éste alimento nutre y transforma, fortalece y edifica a la persona para que llegue a alcanzar su madurez humana. Jesús nos enseñó cual era su alimento favorito: “Hacer la voluntad de su Padre y llevar a cabo su obra” (Jn 3, 34). Para el cristiano la Palabra de Dios y el Cuerpo de Cristo son por excelencia alimentos y bebidas que santifican y divinizan a quienes los reciben con corazón limpio, fe sincera y recta intención”. (1 de Tim 1, 5)

 

Volviendo a los dos mundos, decimos que cuando se alimenta a uno de los dos, el otro pierde el apetito; entre más fuerte es uno, el otro, es más débil. Quien se alimenta con el alimento del mundo, pierde su hambre del alimento de Dios, y viceversa. Sentir hambre y sed de justicia, de hacer oración, de amar y servir a los demás, son manifestaciones de salud mental y espiritual, a la misma vez que se experimenta el rechazo a todo lo que es contrario, pero que es tenido como un valor para el mundo. En la Biblia a esta realidad se le llama: “la lucha del bien contra el mal”. Cuando hago el mal, estoy contra el bien, y cuando hago el bien estoy contra el mal. Quien hace el bien se une a Dios y se humaniza, mientras que quien hace el mal se hace esclavo y se deshumaniza.

 

10. Una invitación que viene de Dios.

 

El paso de un mundo al otro, del primer mundo al segundo, es un verdadero alumbramiento, hay que nacer de nuevo (cfr Jn 3, 1-5. ¿Cómo hacerlo, dónde y con quién? Es una invitación gozosa que viene del mundo de Dios, aceptarla significa iniciarse en un camino de realización que implica reconocer los vacíos que se llevan dentro; negarse a sí mismo, romper con el mundo opuesto para que pueda brotar la vida, la virtud, la libertad, el amor. Realidades que se tienen que proteger y cultivar para que alcancen su pleno desarrollo en contacto amistoso con otras personas, y lleguen así, a dar un fruto que hace bien a todos, y, no sólo a quien los produzca. Las virtudes en el mundo de Dios crecen en el compartir con otros el bien que se posee. Cuando el bien, se guarda para sí mismo, se asfixia y se muere. Pero es también una realidad que el mal crece cuando se comparte, de ahí, que ambos mundos existen elementos de trasmisión, unos que enseñan a ser buenos y generosos y otros que adoctrinan para ser malos y perversos.

 

11. ¿Qué es lo que estás enseñando?

 

La Biblia nos propone: “No te dejes vencer por el mal, al contrario, vence con el bien al mal” (Rm 12, 21). Según esta enseñanza, el mal no vence al mal, tan sólo lo ayuda a crecer y a fortalecerse. Al mal le gusta luchar en su mundo y con sus armas, allí es poderoso y puede vencer; el hombre de Dios debe saber que si sale de su mundo para entrar al mundo de su enemigo y luchar va a ser vencido. La experiencia enseña que para vencer al mal hay que permanecer en el mundo de Dios y usar las armas de luz, la “armadura de Dios” (Ef 6, 10s), que la Biblia nos presenta como armas poderosas en la lucha contra el mal: la verdad, la justicia, la bondad, la misericordia, la fe, la oración, la palabra de Dios, entre otras muchas. No poseer estas armas significa estar desnudos, ciegos y cortos de vista, por lo tanto, significa haber sido vencidos. Sin lucha no hay victoria y sin ésta no hay corona.

 

12.  ¿De qué corona se trata?

 

Se trata de la corona de la vida: la santidad de Dios, la caridad del Padre, la vida del Hijo y la esperanza del Espíritu Santo, es decir la Vida eterna. Podemos a partir de todo lo anterior hacernos una pregunta, entonces, ¿existen hombres buenos y hombres malos? ¿Podemos dividir a la Humanidad en estos dos grupos? Podemos decir, que más bien, el hombre, todo hombre, es capaz de hacer el bien y es capaz de hacer el mal (cfr Dt 30,15ss; Eclo 15,11ss). Puede a la vez amar y construir, pero, también es capaz de odiar y destruir. Unos, pareciera que llevan una coraza de dureza, pero en su interior se anida la generosidad y la bondad. Mientras que otros ya hacen mucho bien, sirven, aman, se gastan por los demás, pero, en su interior llevan instintos de lujuria o de avaricia y en cualquier momento se colapsan (cuando dejan de luchar). La mentira no es eterna, la verdad de la Biblia nos dice: “Todo hombre es pecador” (Rm 3, 23). Hacemos el mal, no tanto porque somos pecadores, sino, más bien, porque somos humanos (Con decisión propia), somos raza de víboras (Mt 3, 7), que llevamos los malos deseos en nuestro interior. A estos deseos desordenados en la Biblia, se les da el nombre de concupiscencias, serpientes (1Jn 2, 15; Mc 16, 18). No olvidemos que junto a esta realidad “humana” hemos recibido la Gracia de Dios que nos hace ser sus hijos, templos del Espíritu y miembros del cuerpo de Cristo. Dios no nos abandona.

 

13. Dos mensajes, dos maneras de dar amor

Las personas necesitan oír el mensaje de que son buenas e importantes porque son amadas por Dios, incondicional e incansablemente, pero también necesitan escuchar que son importantes por lo están haciendo y no sólo por lo que son. Puede ser riesgoso, la persona cuando es débil puede, llenarse de vanidad, y de presunción; puede inflarse y se le puede hacer daño, pero es una realidad que todos necesitamos una palabra que nos confirme como lo que somos y en los que hacemos.

 

Podemos dar amor dando una palabra amable, ayudando a otros a ser mejores, a vivir dignamente, y podemos, también, expresarles nuestro amor, reconociendo su dignidad, sus valores, talentos, felicitándoles por el bien que hacen o por sus éxitos logrados. Hagamos que los demás se sientan amados para que se animen a cultivar la capacidad de amor que hay en sus corazones.

 

Oración. Pidamos al Señor la madurez humana necesaria para que nuestros conocimientos no nos inflen, sino, que sean luz, que guía nuestras vidas hacia la verdad, el amor y la vida. Sólo el amor construye y da sentido a nuestra vida. Señor, hazme un instrumento de tu amor, de tu paz, de tu alegría... Amén.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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