EL CAMINO DEL AMOR ES EL CAMINO DE LA SANTIDAD.

 


EL CAMINO DEL AMOR ES EL CAMINO DE LA SANTIDAD.

Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con un celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis. (Rm 12, 9- 14)

¿Cómo es el amor que Pablo nos presenta en este texto? Es sincero y generoso, cordial, estimulador y laborioso, fervoroso y servidor, alegre y orante, desprendido y hospitalario. En la primera carta a los Corintios nos dice: La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe, es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. ( 1 de Cor 4- 7) La caridad es el amor de Dios derramado en nuestros corazones (Rm 5, 5) La caridad es luz, es fuerza y es misericordia para vencer el mal y para hacer el bien, y con, el bien vencer al mal (Rm 12, 21) Es el Motor de la vida nueva que camina en la verdad y nos lleva a la Verdad plena (Jn 16, 13) La caridad nos lleva a la Santidad y nos hace ser santos, como él es santo (1 de Pe 1,15- 16)

El amor es la señal que hemos pasado de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de las tinieblas a la luz (1 de Jn 3, 14; Col 1, 13- 14; Ef 5, 9) Es señal que la fe tiene frutos de conversión y de comunión con Jesús (cf Jn 15, 4; Gál 5, 22) La caridad o el amor nos garantiza que conocemos a Dios, le pertenecemos y que hemos nacido de Dios. (1 de Jn 4, 7- 8) Jesús nos enseñó que el amor recíproco es señal de ser sus discípulos: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.» (Jn 13, 34- 35)

Creer en Jesús es amarlo, y lo ama el que le pertenece, así lo dice san Juan: El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» Le dice Judas - no el Iscariote -: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. (Jn 14, 21- 23) Creer en la persona de Jesús, el Hijo de Dios, en su Palabra, en su Mensaje, en su Obra, en su Misión y en su Destino.

El que cree, también lo conoce y lo ama, lo sigue y le sirve: En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. (1 de Jn 2, 3- 5)

La pregunta de Jesús a sus discípulos es Luz que ilumina toda nuestra existencia: Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.» Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. (Mt 16, 13- 17)

La gente tenía a Jesús como un profeta que habla con autoridad, no como los hombres de la religión del templo. Su autoridad viene de la concordancia entre su Ser, su Vida y su Obrar, era íntegro, honesto y sincero, como lo describen los mismos escribas, fariseos y herodianos: «Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas. (Mt 22, 16) Pero Jesús, no se infla con los halagos, como tampoco con lo que dice la gente. A Él le interesa lo que dicen sus discípulos. Y Pedro en nombre de los Doce y de toda la Iglesia, inspirado por el Espíritu Santo, nos da la respuesta: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.»

Hoy la respuesta no puede ser copiada, ni rebuscada en libros, ha de salir de la experiencia de Cristo en nuestra vida. De saberse liberado, reconciliado y salvado por la acción del Buen Pastor que nos busca hasta encontrarnos (Lc 15,4) La experiencia viene del dejarse encontrar por Jesús y dejar que él haga su Obra en nuestra vida. Que entre en nuestra vida como entró en la barca de Pedro, y después de ser instruido por su Palabra, lanzarse mar adentro en obediencia a su Palabra (Lc 5, 3-5) La experiencia de Cristo pide escuchar su Palabra y obedecerla para que entre nuestra vida y haga alianza con nosotros (cf Apoc 3, 20) Para entonces decirle a Jesús: “Tú eres el don de Dios” (Jn 3, 16), “eres el Hijo de Dios” (Mt 16, 16), “Tu eres el Cristo:” “Mi Salvador, mi Maestro y mi Señor, mi Dios y mi todo” (Gál 2,19- 20; Jn 13, 13; Jn 20, 28)

Yo soy tu siervo, redimido y salvado por Ti, Señor. La experiencia de Cristo, la componen tres letras: Ex – peri - encia. Me sacaste de la sepultura de la muerte, para llevarme a mi Comunidad. Comunidad fraterna, solidaria y servicial, en la que todos somos hijos de Dios, hermanos y servidores. Nos preocupamos unos por los otros, hemos sido reconciliados y compartimos la vida con todos. Aquí y así se va entretejiendo la respuesta a la pregunta: ¿Quién soy yo para ustedes?

A la luz de la respuesta podemos encontrar: “La voluntad de Dios” para nosotros que es hacernos tener parte con Él. La voluntad del Señor manda siempre lo mejor para el hombre, aunque éste no lo alcance a ver  de esta manera: “Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1  Tes 4, 3). ¿Podrá existir algo mejor para nosotros que nuestra santificación? Las manifestaciones que podemos ver en nuestra vida, pueden ser, entre otras:

1)  Cambio de una  manera de pensar egoísta a una, con sentido comunitario. De mi carro a nuestro carro, del yo al nosotros, de lo mío al nuestro.

2)  Se pone lo que se tiene al servicio de quien lo necesite. El desprendimiento de las cosas y de realidades buenas para abrirse al servicio.

3)  La administración de la economía. Ya no se gasta en lo que no se necesita. No se derrocha en cosas innecesarias, en lujos superfluos. En cosas vanas.

4)  Disponibilidad para abrazar la voluntad del Padre. Disponibilidad para hacer el bien, sin buscar el propio  interés.

5)  El cultivo de los valores del Reino. La verdad, la justicia, el amor y la libertad.

Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos nos dicen: “Todo gasto superfluo es un fraude a los pobres”. Todo derroche en vicios y en lujos innecesarios es fraude, es engaño….es darle el lugar de nuestra vida que le corresponde a Cristo, a las cosas, a los perros y a los cerdos.

María es el mejor ejemplo que tenemos de alguien que haya realizado en su vida la respuesta a la pregunta de Jesús. Ella es la primera discípula, por eso es también la hija predilecta del Padre y el Sagrario del Espíritu Santo. En cada momento de su vida abrazó la voluntad de Dios hasta el fondo, por eso es Virgen fecunda y Madre Admirable.

 

 

 

 

 

 

Vuestra caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con un celo sin negligencia; con esp1ritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la alegría de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración; compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. Bendecid a los que os persiguen, no maldigáis. (Rm 12, 9- 14)

¿Cómo es el amor que Pablo nos presenta en este texto? Es sincero y generoso, cordial, estimulador  y laborioso, fervoroso y servidor, alegre y orante, desprendido y hospitalario. En la primera carta a los Corintios nos dice: La caridad es paciente, es servicial; la caridad no es envidiosa, no es jactanciosa, no se engríe, es decorosa; no busca su interés; no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta. ( 1 de Cor 4- 7) La caridad es el amor de Dios derramado en nuestros corazones (Rm 5, 5) La caridad es luz, es fuerza y es misericordia para vencer el mal y para hacer el bien, y con, el bien vencer al mal (Rm 12, 21) Es el Motor de la vida nueva que camina en la verdad y nos lleva a la Verdad plena (Jn 16, 13) La caridad nos lleva a la Santidad y nos hace ser santos, como él es santo (1 de Pe 1,15- 16)

El amor es la señal que hemos pasado de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de las tinieblas a la luz (1 de Jn 3, 14; Col 1, 13- 14; Ef 5, 9) Es señal que la fe tiene frutos de conversión y de comunión con Jesús (cf Jn 15, 4; Gál 5, 22) La caridad o el amor nos garantiza que conocemos a Dios, le pertenecemos y que hemos nacido de Dios. (1 de Jn 4, 7- 8) Jesús nos enseñó que el amor recíproco es señal de ser sus discípulos: Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.» (Jn 13, 34- 35)

Creer en Jesús es amarlo, y lo ama el que le pertenece, así lo dice san Juan: El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» Le dice Judas - no el Iscariote -: «Señor, ¿qué pasa para que te vayas a manifestar a nosotros y no al mundo?» Jesús le respondió: «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. (Jn 14, 21- 23) Creer en la persona de Jesús, el Hijo de Dios, en su Palabra, en su Mensaje, en su Obra, en su Misión y en su Destino.

El que cree, también lo conoce y lo ama, lo sigue y le sirve: En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. (1 de Jn 2, 3- 5)

La pregunta de Jesús a sus discípulos es Luz que ilumina toda nuestra existencia: Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos: «¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?» Ellos dijeron: «Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías, otros, que Jeremías o uno de los profetas.» Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?» Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.» Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. (Mt 16, 13- 17)

La gente tenía a Jesús como un profeta que habla con autoridad, no como los hombres de la religión del templo. Su autoridad viene de la concordancia entre su Ser, su Vida y su Obrar, era íntegro, honesto y sincero, como lo describen los mismos escribas, fariseos y herodianos: «Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas. (Mt 22, 16) Pero Jesús, no se infla con los halagos, como tampoco con lo que dice la gente. A Él le interesa lo que dicen sus discípulos. Y Pedro en nombre de los Doce y de toda la Iglesia, inspirado por el Espíritu Santo, nos da la respuesta: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.»

Hoy la respuesta no puede ser copiada, ni rebuscada en libros, ha de salir de la experiencia de Cristo en nuestra vida. De saberse liberado, reconciliado y salvado por la acción del Buen Pastor que nos busca hasta encontrarnos (Lc 15,4) La experiencia viene del dejarse encontrar por Jesús y dejar que él haga su Obra en nuestra vida. Que entre en nuestra vida como entró en la barca de Pedro, y después de ser instruido por su Palabra, lanzarse mar adentro en obediencia a su Palabra (Lc 5, 3-5) La experiencia de Cristo pide escuchar su Palabra y obedecerla para que entre nuestra vida y haga alianza con nosotros (cf Apoc 3, 20) Para entonces decirle a Jesús: “Tú eres el don de Dios” (Jn 3, 16), “eres el Hijo de Dios” (Mt 16, 16), “Tu eres el Cristo:” “Mi Salvador, mi Maestro y mi Señor, mi Dios y mi todo” (Gál 2,19- 20; Jn 13, 13; Jn 20, 28)

Yo soy tu siervo, redimido y salvado por Ti, Señor. La experiencia de Cristo, la componen tres letras: Ex – peri - encia. Me sacaste de la sepultura de la muerte, para llevarme a mi Comunidad. Comunidad fraterna, solidaria y servicial, en la que todos somos hijos de Dios, hermanos y servidores. Nos preocupamos unos por los otros, hemos sido reconciliados y compartimos la vida con todos. Aquí y así se va entretejiendo la respuesta a la pregunta: ¿Quién soy yo para ustedes?

A la luz de la respuesta podemos encontrar: “La voluntad de Dios” para nosotros que es hacernos tener parte con Él. La voluntad del Señor manda siempre lo mejor para el hombre, aunque éste no lo alcance a ver  de esta manera: “Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1  Tes 4, 3). ¿Podrá existir algo mejor para nosotros que nuestra santificación? Las manifestaciones que podemos ver en nuestra vida, pueden ser, entre otras:

1)  Cambio de una  manera de pensar egoísta a una, con sentido comunitario. De mi carro a nuestro carro, del yo al nosotros, de lo mío al nuestro.

2)  Se pone lo que se tiene al servicio de quien lo necesite. El desprendimiento de las cosas y de realidades buenas para abrirse al servicio.

3)  La administración de la economía. Ya no se gasta en lo que no se necesita. No se derrocha en cosas innecesarias, en lujos superfluos. En cosas vanas.

4)  Disponibilidad para abrazar la voluntad del Padre. Disponibilidad para hacer el bien, sin buscar el propio  interés.

5)  El cultivo de los valores del Reino. La verdad, la justicia, el amor y la libertad.

Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos nos dicen: “Todo gasto superfluo es un fraude a los pobres”. Todo derroche en vicios y en lujos innecesarios es fraude, es engaño….es darle el lugar de nuestra vida que le corresponde a Cristo, a las cosas, a los perros y a los cerdos.

María es el mejor ejemplo que tenemos de alguien que haya realizado en su vida la respuesta a la pregunta de Jesús. Ella es la primera discípula, por eso es también la hija predilecta del Padre y el Sagrario del Espíritu Santo. En cada momento de su vida abrazó la voluntad de Dios hasta el fondo, por eso es Virgen fecunda y Madre Admirable.

 

 

 

 

 

 

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