AMAD
A VUESTROS ENEMIGOS Y ORAD POR LOS QUE OS PERSIGUEN.
Pues
conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por
vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza.(2 de or
8, 9)La pobreza que nos hace ricos es la Encarnación de Jesús en el seno purísimo
de María, su Pasión, su sufrimiento y su muerte. Su riqueza es ser Pobre,
sufrido, manso, humilde, limpio de corazón, misericordioso, pacífico, justo y
santo . Juntamente con ser el Hijo de Dios, el Hermano Universal y el Servidor
de todos. Por eso pudo decirnos:
“Amad
a vuestros enemigos y orad por los que os persiguen” (Lc 6, 27; Mt 5, 44):
«Habéis oído que se dijo: “Amarás a tu prójimo” y aborrecerás a tu enemigo. Yo,
en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen.
Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol
sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos. Porque, si amáis a
los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo mismo también los
publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué hacéis de extraordinario?
¿No hacen lo mismo también los gentiles? Por tanto, sed perfectos, como vuestro
Padre celestial es perfecto.» (Mateo 5,43-48)
¿Qué
tenemos que hacer para ser hijos de Dios? Y creer en Jesús es amarlo a él y a
sus hermanos. Amar al prójimo, al cercano y al lejano, aún a los enemigos, para
así ser hijos de Dios. ¿Qué podemos hacer por nuestros enemigos? Por aquellos
que no nos quieren, que nos han hecho daño, que han hablado mal de nosotros. Dos
palabras lo llenan todo: Ámalos y sírvelos. Las dos palabras la encierran una
sola: Oremos por ellos. Oren y vuelvan orar. Orar es dialogar con Dios. Hablemos a
Él de ellos y pidámosle que los bendiga y
los convierta: Pidamos que los ame, los perdone, los salve y que les dé
Espíritu Santo. La oración que hagamos por nuestros enemigos, cae primero sobre
nosotros para engrandecer nuestro corazón para que vayamos teniendo los mismos
sentimientos de Cristo Jesús ( Flp 2, 5).
Perfecto
sólo Dios, nosotros somos perfectibles, podemos cambiar y llegar ser personas y
mejores personas. Abiertas a la voluntad de Dios, como María nuestra Madre (Lc
1, 38) Tres palabras encierran la enseñanza de Jesús: la primera, oren por
vuestros enemigos. Pidan, den gracias y intercedan
por ellos. No una sola vez, sino que sea un hábito y orar con amor para que
nuestra fe sea viva, cierta y ardiente. Que nuestra oración esté llena de
humildad y de compasión para que pidamos perdón por ellos, por nosotros y los
disculpemos.
La
segunda palabra es que no regresemos la factura. El mal con el mal no se vence.
Sí hay humildad y perdón, no hay rencor y no hay venganza: Sin devolver a nadie
mal por mal; procurando el bien ante todos los hombres: en lo posible, y en
cuanto de vosotros dependa, en paz con todos los hombres; no tomando la
justicia por cuenta vuestra, queridos míos, dejad lugar a la Cólera, pues dice
la Escritura: Mía es la venganza: yo daré el pago merecido, dice el Señor. (Rm
12, 17- 19) Con el bien y con la oración vencemos al mal (Rm 12, 21) Teniendo
los principios de la Moral cristiana: “Aborrezcan el mal y amen apasionadamente
el bien,” (Rm 12, 9).
La
tercera palabra: “Hagan el bien a quienes les hacen el mal, hablen bien de los
que hablan mal de ustedes y recen por los que los persiguen” ( Lc 6, 27- 29)
Nadie da lo que no tiene, por eso primero pidamos perdón por nuestros pecados y
pidamos que el Señor sane nuestras heridas y nuestros recuerdos. “Que cada cual ponga
al servicio de los demás la gracia que ha recibido, como buenos administradores
de las diversas gracias de Dios.” (1 de Pe 4, 10) Oremos para que no seamos
instintivos e impulsivos, rencorosos y vengativos. Oremos para que recibamos el
don de perdonar y de olvidad las ofensas, tal vez recibidas, desde la
infancia y ahora las vomitamos a nuestro alrededor y juzgamos con criterios
mundanos y paganos, para nada que somos espirituales, sino mundanos y carnales
(Gál 5, 16) Hay que estar en la Luz, con el Poder de Dios y con su Amor para
poder luchar y vencer el mal con el bien. El perdonar a los enemigos, rezar por
ellos y pagarles con el bien al mal que nos han hecho es una Gracia de Dios. No
la echemos en saco roto la gracia de Dios (2 de Tim 2, 14)
Por
eso Jesús nos recuerda a todos los religiosos: «No todo el que me diga:
"Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la
voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: "Señor, Señor,
¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en tu
nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les declararé: "¡Jamás os
conocí; apartaos de mí, agentes de iniquidad!" (Mt 7, 21- 23)
La
vida cristiana es un don de Dios y es una lucha, la fe es don y es repuesta. El
apóstol Pedro nos recuerda su experiencia: Sed sobrios y velad. Vuestro
adversario, el Diablo, ronda como león rugiente, buscando a quién devorar. Resistidle
firmes en la fe, sabiendo que vuestros hermanos que están en el mundo soportan
los mismos sufrimientos. El Dios de toda gracia, el que os ha llamado a su
eterna gloria en Cristo, después de breves sufrimientos, os restablecerá,
afianzará, robustecerá y os consolidará. (1 de Pe 5, 8- 10)
El
Señor que es rico en misericordia quiere y desea sanar nuestros pecados y
nuestras heridas, solo nos pide que los reconozcamos y con humildad le pidamos
perdón, para abrirnos a su Voluntad sanadora y reconciliadora para que nos
hagamos hijos suyos, hermanos de nuestros hermanos y servidores de ellos.
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