CUANDO SOY DÉBIL ENTONCES SOY FUERTE EN CRISTO JESÚS

 


CUANDO SOY DÉBIL ENTONCES SOY FUERTE EN CRISTO JESÚS

Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. (2Co 12, 9b-10) La fuerza de Cristo está en la humildad, en la mansedumbre y en la misericordia. Las tres son inseparables, y se apoyan mutuamente. No te creas fuerte, porque eso te lleva a la soberbia y por soberbia decimos no al amor, no a la obediencia y no al servicio. Dios muestra su Poder en los mansos y humildes de corazón y a los soberbios los excluye de su presencia: Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes. (Lc 1, 51- 52)

Pablo nos invita a tener los mismos sentimientos de Cristo (Flp 2, 5) Obedeciendo su Palabra y siguiendo sus huellas: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. (Flp 2, 6- 8) Jesús es el pobre, el sufrido, el manso, el humilde, el limpio de corazón, el misericordioso, el justo y el santo Mt 5, 2- 11) Y con su pobreza nos hace ricos: hijos de Dios,  hermanos de los hombres y servidor de todos.(cf 2 de Cor 8, 9)

Ahora, sin la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, recibiendo testimonio de la ley y de los profetas; justicia de Dios por la fe en Jesucristo para todos los que creen en él. (Rm 3, 21-22ª) La justicia de Dios, no la justicia de los hombres que es como un paño de menstruación (Is 64, 6- 10) La justicia de Dios es Jesucristo que se ha manifestado a nuestro favor para liberar, redimir y salvar a los hombres. Sus palabras son vivas, eficaces y actuales: “Vengo para que tengan vida y  la tengan en abundancia” (Jn 10,10) ¿Qué tenemos que hacer para tener esa vida? Solamente una sola cosa: “Creer en Jesús, el Hijo de Dios” (Jn 6, 39- 40)

Estáis salvados por la gracia y mediante la fe. Y no se debe a vosotros, sino que es un don de Dios; y tampoco se debe a las obras, para que nadie pueda presumir. (Ef 2, 8-9) Todo está en la obra redentora de Cristo que se ofreció a si mismo como víctima agradable al Padre para con su sangre derramada por los hombres, lavar nuestros corazones de los pecados que llevan a la muerte (cf Heb 9, 14) Tal como lo dice el apóstol Pablo: “Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amo, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente con Cristo - por gracia habéis sido salvados - y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús.” (Ef 2, 4-7)

Nadie se salva sin la fe, sin la entrega de Jesús, por su muerte y su resurrección. Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos.» (Hch 4, 12) Pero, también nadie se salva sin las obras de la fe: “En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos” (Ef 2, 10) Obras como el amor, la paz, el gozo, la humildad, la mansedumbre, la continencia, y otras (Gál 5, 22- 23) La fe y el amor son inseparables y se manifiestan en la obediencia a la Palabra (Jn 14, 23) y en la obediencia a los Mandamientos (Jn 14, 21) Según san Juan: En esto sabemos que le conocemos: en que guardamos sus mandamientos. Quien dice: «Yo le conozco» y no guarda sus mandamientos es un mentiroso y la verdad no está en él. Pero quien guarda su Palabra, ciertamente en él el amor de Dios ha llegado a su plenitud. En esto conocemos que estamos en él. (1 de Jn 2, 3- 5)

Por eso, la verdad, nos dice que la fe nos va dejando una porción de Luz, otra de Poder, y una más de Misericordia. La Luz para conocer el origen de nuestra salvación: el mismo Dios que nos ha elegido en Cristo para estar en el amor, santos e inmaculados por él, en el amor. (cf Ef 1,4) Luz para iluminar nuestros corazones y reconocer nuestra pecaminosidad (Jn 16, 8) Luz para discernir entre lo bueno y lo malo. Entre la verdad y la mentira, entre el odio y el amor. Poder para levantarnos y caminar hacia a Cristo con un corazón arrepentido y entrar al juicio para recibir su Misericordia y ser perdonados y con el perdón recibir el don del Espíritu Santo. Y nacer de nuevo, nacer de Dios. (Jn 1, 11- 12) Entrar en la Nueva Alianza y pertenecer a Cristo, amarlo y servirlo.

Y, ahora como niños recién nacidos, desechad todo lo malo y haced lo bueno, para que podáis creced en la Gracia de Dios, en la fe y en el amor a Dios y al prójimo. (cf 1 de Pe 2, 1- 3) En conclusión, tened todos unos mismos sentimientos, sed compasivos, amaos como hermanos, sed misericordiosos y humildes. No devolváis mal por mal, ni insulto por insulto; por el contrario, bendecid, pues habéis sido llamados a heredar la bendición. Pues quien quiera amar la vida y ver días felices, guarde su lengua del mal, y sus labios de palabras engañosas, (1 de Pe 3, 8- 10)

 

 

 

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