LLAMADOS
A SER SERVIDORES DE CRISTO PARA SERVIR POR AMOR.
«No
juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzguéis
seréis juzgados, y con la medida con que midáis se os medirá. ¿Cómo es que
miras la brizna que hay en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que
hay en tu ojo? ¿O cómo vas a decir a tu hermano: "Deja que te saque la
brizna del ojo", teniendo la viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la
viga de tu ojo, y entonces podrás ver para sacar la brizna del ojo de tu
hermano. (Mt 7, 1- 5)
La
clase de juicios que salgan de nuestra boca depende de lo que tengamos dentro, en
el corazón. Si nuestro interior está vacío de amor y de valores, entonces
nuestros juicios estarán llenos de mentira, de envidia y de odio. En cambio, si
son impulsados por el amor, serán buenos, generosos y misericordiosos. El
afuera depende del adentro. La boca habla lo que hay en el corazón: En cambio
lo que sale de la boca viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina
al hombre. Porque del corazón salen las intenciones malas, asesinatos,
adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios, injurias. (Mt 15, 18)
No
salga de vuestra boca palabra dañosa, sino la que sea conveniente para edificar
según la necesidad y hacer el bien a los que os escuchen. No entristezcáis al
Espíritu Santo de Dios, con el que fuisteis sellados para el día de la
redención. Toda acritud, ira, cólera, gritos, maledicencia y cualquier clase de
maldad, desaparezca de entre vosotros. Sed más bien buenos entre vosotros,
entrañables, perdonándoos mutuamente como os perdonó Dios en Cristo. (Ef 4, 29-
32) Nadie da lo que no tiene, sólo cuando hay amor somos amables, limpios, veraces
y serviciales.
Las
actitudes del hombre son relativas: pueden ser exageradas o minimizadas,
depende de la madurez que se tenga. Si nos falta madurez, al hablar de otros
minimizamos sus virtudes, pero, al tratar de sus defectos los maximizamos. Y al
hablar de nosotros, nuestros defectos los minimizamos y sobre nuestras virtudes
las engrandecemos. El hombre inmaduro juzga por las apariencias, juzga de
oídas, no así el hombre que tiene cierto grado de madurez, es optimista y
positivo, es lento para hablar mal de los otros. Es como el Señor: «No
mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo le he descartado. La mirada de
Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero
Yahveh mira el corazón.» (1 de Sm 16, 7) Dios no nos valora por lo que tenemos
ni por lo que hacemos nos vale por lo que somos. Por eso Isaías nos dice:
Ahora,
así dice Yahveh tu creador, Jacob, tu plasmador, Israel. «No temas, que yo te
he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas,
yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán. Si andas por el fuego, no te
quemarás, ni la llama prenderá en ti. Porque yo soy Yahveh tu Dios, el Santo de
Israel, tu salvador. He puesto por expiación tuya a Egipto, a Kus y Seba en tu
lugar dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo. Pondré la
humanidad en tu lugar, y los pueblos en pago de tu vida. (Is 43, 1- 4) Dios
porque te ama te ha llamado a la existencia y porque te ama te ha redimido. Te
valora por lo que eres: una persona valiosa, importante y digna. Y redimida por
Cristo eres su hijo o su hija.
Por
eso nos invita a cambiar nuestra manera de pensar negativa, pesimista y
derrotista, por una manera de pensar nueva, como la de Cristo (Flp 2, 5) Tan
solo basta tener una fe chiquita, tal grande como la del grano de mostaza: «Por
vuestra poca fe. Porque yo os aseguro, dice Jesús a sus discípulos: si tenéis
fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: "Desplázate de aquí
allá", y se desplazará, y nada os será imposible.» (Mt 17, 20) Para mover
montañas y plantar árboles en el mar hay que poner nuestra fe y confianza en
las manos de Dios. Entonces cambiaría nuestra manera de pensar. Tal como lo dice
san Pablo: Y no os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos
mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es
la voluntad de Dios… (Rm 12, 2) Una fe cómoda, es estéril, es tibia, no da
frutos. (Apoc 3, 15- 16)
En
la carta a los romanos Pablo invita a las comunidades cristiana a vivir como lo
que son: Comunidades redimidas, salvadas y santificadas: En virtud de la gracia
que me fue dada, os digo a todos y a cada uno de vosotros: No os estiméis en
más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la
fe que otorgó Dios a cada cual. Pues, así como nuestro cuerpo, en su unidad,
posee muchos miembros, y no desempeñan todos los miembros la misma función, así
también nosotros, siendo muchos, no formamos más que un solo cuerpo en Cristo,
siendo cada uno por su parte los unos miembros de los otros. (Rm 12, 3- 5)
Todos somos iguales en dignidad, pero diferentes en carismas. Busquen la unidad
en la diversidad para que sean Uno en Cristo.
Pero
teniendo dones diferentes, según la gracia que nos ha sido dada, si es el don
de profecía, ejerzámoslo en la medida de nuestra fe; si es el ministerio, en el
ministerio; la enseñanza, enseñando; la exhortación, exhortando. El que da, con
sencillez; el que preside, con solicitud; el que ejerce la misericordia, con
jovialidad. (Rm 12, 6- 8) Sólo haciendo Comunidad podemos reconocer nuestros
dones y los de los demás. Conózcanse y valórense, pónganse al servicio unos de
los otros, para eso han sido llamados para servirse mutuamente. Y háganlo todo
por amor, en nombre del Señor Jesús.
Vuestra
caridad sea sin fingimiento; detestando el mal, adhiriéndoos al bien; amándoos
cordialmente los unos a los otros; estimando en más cada uno a los otros; con un
celo sin negligencia; con espíritu fervoroso; sirviendo al Señor; con la alegría
de la esperanza; constantes en la tribulación; perseverantes en la oración;
compartiendo las necesidades de los santos; practicando la hospitalidad. (Rm
12, 9- 13) Que vuestro amor sea cordial, con disponibilidad, servicial, con
alegría, en oración y hospitalario.
Mirad:
el que siembra con mezquindad, cosechará también con mezquindad; el que siembra
en abundancia, cosechará también en abundancia. Cada cual dé según el dictamen
de su corazón, no de mala gana ni forzado, pues: Dios ama al que da con
alegría. (2 de Cor 9, 6- 7)
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