MUY A GUSTO PRESUMO DE MIS DEBILIDADES PARA QUE ESTÉ EN MÍ LA FUERZA DE CRISTO.

 



MUY A GUSTO PRESUMO DE MIS DEBILIDADES PARA QUE ESTÉ EN MÍ LA FUERZA DE CRISTO.

Muy a gusto presumo de mis debilidades, porque así residirá en mí la fuerza de Cristo. Por eso vivo contento en medio de mis debilidades, de los insultos, las privaciones, las persecuciones y las dificultades sufridas por Cristo. Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte. (2Co 12, 9b-10)

Dios se hizo débil, se hizo uno de nosotros para amarnos con  un corazón de hombre. Pablo nos dice: "El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios. Sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre; y se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz." (Flp 2, 6- 8)

Jesús nos ha invitado a entrar a su Reino. ¿Cómo hacerlo? Haciéndonos débiles, dejando todas nuestras grandezas humanas, tal como lo hizo el Apóstol Pablo: "Pero lo que era para mí ganancia, lo he juzgado una pérdida a causa de Cristo. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no con la justicia mía, la que viene de la Ley, sino la que viene por la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios, apoyada en la fe, y conocerle a él, el poder de su resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte,"(Flp 3, 7- 10)

Las grandezas humanas nos embotan la mente y nos endurecen el corazón, nos llevan a perder la moral y nos arrastran por el desenfreno de las pasiones (Ef 4, 17- 18) Nos llenan de soberbia, mentira, envidia, hipocresía y maledicencia (1 de Pe 2, 1) Como en el caso del fariseo y el publicano: "Dijo también a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, esta parábola: «Dos hombres subieron al templo a orar; uno fariseo, otro publicano. El fariseo, de pie, oraba en su interior de esta manera: "¡Oh Dios! Te doy gracias porque no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni tampoco como este publicano. Ayuno dos veces por semana, doy el diezmo de todas mis ganancias." En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni a alzar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: "¡Oh Dios! ¡Ten compasión de mí, que soy pecador!" Os digo que éste bajó a su casa justificado y aquél no. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado.»"(Lc 18, 9- 14)

El fariseo no oraba, presumía ante Dios sus acciones, según él, era muy bueno, legalista, rigorista y perfeccionista. Se proponía como mejor y superior que el publicano que llegó a su casa justificado y revestido con la Gracia de Dios, mientras el fariseo seguía vacío de Dios, de amor y de humildad. Porque todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será enaltecido. Por eso Pablo recomienda a los filipenses a ser como el publicano: "Nada hagáis por rivalidad, ni por vanagloria, sino con humildad, considerando cada cual a los demás como superiores a sí mismo, buscando cada cual no su propio interés sino el de los demás. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo"(Flp 2, 3- 5) Háganse débiles y pobres como Jesús: "Pues conocéis la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza."(2 de Cor 8, 9)

Esta es la recomendación del Apóstol en todas sus cartas: “Despojaos del hombre viejo y revestíos del hombre nuevo (Ef 4, 24) “Despojaos del traje de tinieblas y revestíos de luz” (Rm 13, 12) “Huye de las pasiones de tu juventud y busca la fe, la verdad, la justicia y la caridad (2 de Tim 2, 22) “Bájate del caballo” para que la luz de Cristo ilumine tus tinieblas y reconozcas que tus fortalezas humanas son un impedimento para que te conviertas en un candidato y reconozcas el poder redentor de Cristo. (Hch 9)

El camino para hacerse débiles es el de publicano: Reconocer nuestra pecaminosidad, arrepentirnos y pedir perdón, entonces llega a nosotros la justificación de la fe de Jesucristo, nuestro redentor y salvador. Y libre de apegos y de grandezas humanas decir con Pablo: “Tu Gracia me basta, tu Amor es todo lo que yo necesito.” La humildad echa fuera toda la sabiduría mundana y la mansedumbre echa fuera toda la agresividad y toda violencia exterior, mientras que el amor echa fuera el odio y la envidia. La sabiduría divina es un don infuso que Dios infunde en las potencias del alma en Gracia, y es inseparable del amor, la humildad y la mansedumbre.

En el intercambio entre nuestras miserias y la misericordia de Dios que se da en el encuentro con Jesús quedamos unidos por su yugo que es el amor, para escuchar su invitación: aprendan de mí que soy manso y humilde de corazón y encontraran descanso para sus almas. (Mt 11,29- 30). Ahora podemos caminar con Jesús, trabajar y orar con él. Ahora podemos dar fruto en abundancia porque vivimos en Comunión con él. Participamos de su Vida y estamos en Misión con él.

Seamos como Zaqueo que escuchó la Palabra de Cristo: “Zaqueo bájate pronto porque hoy me quedo en tu casa” Bájate del árbol de tu grandeza, de tu monopolio de dinero. Deja de pensar que vales por lo que tienes o por lo que sabes o haces, para que te valores por lo que eres, un ser valioso, digno e importante, eres un alguien, una persona, única e irrepetible, responsable, libre y capaz de amar. Y Zaqueo se bajo inmediatamente y le abrió las puertas de su casa y de su corazón a Jesús, para otro día dar la mitad de sus bienes a los pobres. “Hoy ha llegado la salvación a esta casa,” dijo Jesús (Lc 19, 1- 10)

En la escucha y obediencia de la Palabra de Cristo, nos despojamos del fariseísmo rigorista, legalista y perfeccionista, para con la Gracia de Dios alcanzar la perfección cristiana movidos por el Amor de Dios. Recordemos el mandamiento regio de Jesús: "Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.»"(Jn 13, 34- 35)



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