La Misericordia ha tomado Rostro humano
Iluminación: Ya conocéis la generosidad de nuestro Señor
Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros
con su pobreza.” (2 Cor 8, 9)
“Y
la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros; y hemos
contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de
gracia y de verdad.” (Jn 1, 14) En Jesús el Amor de Dios ha tomado rostro
humano. Él, antes de realizar la obra que el Padre le encomendaba, quiso
>>hacerse en todo semejante a sus hermanos<< a fin de experimentar las mismas debilidades,
la misma miseria de los que venía a salvar. Sus palabras, sus acciones, su vida
misma, se traducen en la Misericordia de Dios. Para Jesús, dice Lucas, sus
preferidos son los “pobres”, los pecadores encuentran en él un amigo que se
sienta a la mesa con ellos (Mc 2, 15s); visita sus casas (Lc 19,1s); y no se
avergüenza de llamarlos hermanos. Jesús muestra especial benevolencia por los
más débiles, los enfermos, las viudas, las mujeres y los extranjeros (Lc 7,
21s). Jesús todo lo hizo por compasión: enseñar a la multitud y darle de comer
a los hambrientos: “Al desembarcar vio
una gran multitud y se compadeció, porque eran como ovejas sin pastor” (Mc 6, 34s). En Jesús la compasión pareciera
ser la esencia de su ser. Padece con el que sufre y hace suyo el dolor y la
miseria de los enfermos y de los pobres.
Le dijo Felipe: «Señor, muéstranos al Padre
y nos basta.» Respondió Jesús:
«¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces, Felipe? El que me
ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre?» (Jn
14, 7-8) En Jesús la misericordia es compasión, es bondad, es ternura, es
solidaridad, es servicio. Todo lo hace con compasión y sin compasión no hace
nada. Por eso la invitación que hace a sus discípulos es a ser como él: “Así que, como elegidos de Dios, santos y
amados, revestíos de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre
y paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno
tiene queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros.
Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el broche de la
perfección. Que la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella
habéis sido llamados formando un solo cuerpo. Y sed agradecidos”(Col 3, 12-
15).
Misericordia
quiero y no sacrificios. “Sus
solemnidades y fiestas las detesto; se han vuelto una carga que no soporto más.
Cuando extienden sus manos, cierro los ojos; aunque multipliquen sus plegarias,
no los escucharé” (Is 1, 14s). Los profetas denuncian el culto externo y la
religión vacía de justicia para con el pobre y con el oprimido, resulta
abominable al Señor. El culto agradable a Dios ha de ser con las “manos
limpias”. Lo que Dios exige es la purificación del corazón y la práctica de la
justicia y el derecho para con las viudas, huérfanos, extranjeros y pobres en
general: “Dios grande, fuerte y terrible,
no es parcial ni acepta soborno, hace justicia al huérfano y a la viuda, ama al
emigrante, dándole pan y vestido” (Dt 10, 18).
La misericordia es fidelidad a la ley del amor, es, por lo tanto,
obediencia a la Palabra de Dios: “Si saben
obedecer, comerán lo sabroso de la tierra” (Is 1, 19). El profeta Oseas nos
presenta un himno a la misericordia y a la fidelidad en la que han de ser
involucradas ambas partes, Dios y el pueblo: “Por tanto, mira voy a seducirla, la llevaré al desierto y le hablaré
al corazón. Allí le daré sus viñas, y el valle del Acor será Paso de la
Esperanza. Allí me responderá como en su juventud, como cuando salió de Egipto…
Le apartaré de su boca los nombres de los baales y sus nombres no serán
invocados… Me casaré contigo para siempre, me casaré contigo en justicia y en
derecho, en afecto y cariño. Me casaré contigo en fidelidad y conocerás al
Señor” (Os 2, 16-22).
El profeta resalta, por un lado, la iniciativa divina, la acción en sí
misma, sus resultados y la respuesta generosa de su pueblo. Oseas, el
Profeta de la Misericordia, es testigo del amor misericordioso por el trato a
su esposa infiel, a quien busca, perdona, ayuda… y no obstante, ella cree que
las ayudas le vienen de sus amantes. Así es como el Profeta comprende que el
Señor es fiel con su pueblo infiel que ofrece sacrificios a los ídolos para
agradecer por las bendiciones que recibe del Señor. Oseas a partir de su experiencia nos revela las
entrañas de misericordia del Dios de Israel: “Cuando Israel era niño, lo amé, y
desde Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más lo llamaba más, más ofrecían
sacrificios a los Baales y quemaban ofrendas a los ídolos. Yo enseñe a caminar
a Efraín y lo llevé en mis brazos, y ellos sin darse cuenta de que yo los
cuidaba. Con correas de amor los atraía, con cuerdas de cariño. Fui para ellos
como quien alza una criatura a las mejillas; me inclinaba y les daba de comer”
(Os 11, 1-4)… Pero volverá a Egipto, asirio será su rey porque no quisieron
convertirse… Me da vuelco el corazón se me conmueven las entrañas… yo soy Dios
y no hombre, el Santo en medio de ti y no enemigo destructor” (Os 11, 5-9).
La misericordia se impone a la justicia: Israel parece no tener remedio;
merecía recibir castigo, pero el Dios de toda misericordia tiene piedad de su
Pueblo; sabe de que está hecho: “Recordó su pacto con ellos y se acordó de su
gran amor” (Sal 106, 45).
Dios invita
a ser misericordiosos. El Dios de toda Misericordia, que se ha
manifestado en Jesucristo quiere, invita y exhorta a todos sus seguidores a la
perfección: “Sed compasivos como vuestro
Padre celestial es compasivo” (lc 6, 36) “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,
48). Es una amorosa invitación a tener los mismos sentimientos de ternura, de
bondad y de misericordia de Cristo Jesús (cf Flp 2,5). Perfección que sólo será
posible si estamos en comunión con el Señor (cfr Jn 15,5s), y buscamos de todo
corazón las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha del Padre (cf
Col 3, 1s). Para Lucas el evangelista de la Misericordia, esta perfección sólo
será posible mediante la práctica de la bondad y de la generosidad que se
manifiesta en la práctica de las Obras de misericordia: “Sed compasivos” o “sed misericordiosos” como vuestro Padre celestial
es compasivo y misericordioso” (Lc 6, 36). Esta ternura nos lleva a ser
prójimo del miserable, del enfermo, del pobre, del necesitado como lo hizo el
Buen Samaritano (Lc 10, 30-37). A la
misma vez me debe llevar a dar misericordia al que me ha ofendido (cfr Mt 18,
23s), de acuerdo, también, a las
palabras que rezamos en el Padre Nuestro: “perdona nuestras ofensas como nosotros
perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6, 9-13).
Quien cultiva la Misericordia con
el prójimo es a la vez, fiel al Señor, a su Palabra, a su Mandamientos, y la
recompensa la podemos encontrar en la Biblia: “Sed santos como vuestro Padre
celestial es santo” (1Pe 1, 15). Sin amor, sin misericordia, no hay santidad;
lo que equivale a no tener los sentimientos de Cristo Jesús, para con el Padre
y para con el prójimo, entonces diremos con San Juan: “El amor de Dios no mora
en nuestros corazones” (1Jn 3, 17).
La opción de Dios por la vida y por los pobres. En el Antiguo Testamento el mensaje de la misericordia
no es un mensaje puramente espiritual; se trata de un mensaje de vida en el que
le es inherente una dimensión encarnadamente concreta y social. A causa del
pecado, el ser humano se ha hecho merecedor de la muerte, pero, Dios que es
rico en misericordia nos da la vida en Cristo Jesús (Rm 6, 23) Lo que nos ayuda
a entender que Dios es un Dios vivo y no un Dios muerto. Que no quiere la
muerte para el hombre, sino la vida; razón por la que dice Ezequiel: “Dios no
quiere la muerte del pecador y que se convierta y viva” (Ez 18, 23; 33, 11)
Así, la misericordia de
Dios es el poder divino que conserva, protege, fomenta, recrea y fundamenta la
vida. La Misericordia divina quiere la vida y no la muerte de los hombres. La
misericordia es la opción de Dios por la vida: Dios es baluarte, fuente y amigo
de la vida (Slm 36, 10; Sab 11, 28) Él se muestra, especialmente, solícito con
los débiles y los pobres. De lo más profundo del corazón de Ana brota el anhelo
de Dios: ““Levanta del polvo al
humilde, alza del muladar al indigente para hacerle sentar junto a los nobles,
y darle en heredad trono de gloria, pues de Yahveh los pilares de la tierra y
sobre ellos ha sentado el universo.” (1 Sm 2, 8) Después de entrar Israel en la
tierra prometida, el amor y la solicitud tiene como destinatarios especiales a
los pobres y a los débiles. Qué hermoso es recordar que el Poder de Dios se
manifiesta en la solidaridad, en la justicia y en el servicio. El poder de Dios
es su Misericordia que se ha manifestado en Cristo Jesús.
Dios no es el Dios de
la ira ni de la injusticia, sino de la Misericordia que se manifiesta en “todas
las virtudes cristianas” como son la humildad, la mansedumbre, la fe, la esperanza
y la caridad. La soberanía de Dios se manifiesta en el perdón y en la
absolución de todos los pecados, los grandes y los pequeños: Dios perdona lo
mucho y perdona lo poquito. El único que puede perdonar es Dios, y el perdón
forma parte de su esencia. “Porque tú, Dueño mío, eres bueno y perdonas, eres
misericordioso con los que te invocan” (Slm 86,5) “Nuestro Dios es rico en
perdón” (Is 55. 7) “Ama la misericordia” (Mi 7, 18; Slm 134, 4)
La Misericordia es la gracia que posibilita la conversión. Dios le concede al pecador una nueva oportunidad. El mensaje de la
Misericordia no es el mensaje de una gracia barata. Dios espera de nosotros que
hagamos las obras de justicia y del derecho, que seamos amables, generosos y
serviciales, justos y misericordiosos para que también nosotros “disculpemos y
perdonemos” a los demás (Os 2, 21; 12, 2) Dios en su Misericordia, cuando
nosotros pecamos refrena su justa ira; esto lo hace para dar al hombre la
oportunidad de convertirse. Dios le da al hombre un plazo de gracia y desea su
conversión: Por un breve
instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. En un arranque de
furor te oculté mi rostro por un instante, pero con amor eterno te he
compadecido - dice Yahveh tu Redentor. Será para mí como en tiempos de Noé:
como juré que no pasarían las aguas de Noé más sobre la tierra, así he jurado
que no me irritaré mas contra ti ni te amenazaré. Porque los montes se correrán y las colinas se moverán, mas mi amor de
tu lado no se apartará y mi alianza de paz no se moverá - dice Yahveh, que
tiene compasión de ti. (Is 54, 7- 10)
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