LA SENSUALIDAD Y LA SOBERBIA EN
GUERRA CONTRA EL AMOR.
La sensualidad hace
referencia al cuerpo humano y la soberbia al alma de todo ser humano: la
inteligencia y la voluntad. El hombre fue creado en estado de armonía consigo
mismo, con Dios, con los demás y con la creación. Después de la caída (Gn 3) se
rompió la armonía interior y exterior en el hombre, se inicia la
deshumanización y despersonalización, y por lo tanto, empieza el reinado del
“Ego” que ha llevado a la descomposición y desintegración de la familia humana.
El pecado irrumpe con furia y Caín, por envidia y odio mató a su hermano Abel. (Gn
4) Con Lámec, el primero en tener dos mujeres, es también un asesino y lleno de
furia habla de la venganza sin límites. (Gn 4, 23) Los niveles de corrupción y
de violencia había llenado a la tierra de vicios por culpa de los hombres que
hacen a Dios que se arrepienta de haber creado al hombre (Gn 6, 11- 13) Con el
diluvio Dios quiere renovar a la humanidad salvando a Noé y a sus hijos (Gn 9,
1-4) Después del diluvio los hombre por soberbia quieren construir la torre de
Babel para igualarse con Dios. Aparece el conflicto humano más grande que lleva
a la división. Babel significa confusión y los hombres se desintegran, se
dividen, se dispersan y cada uno busca su propio camino.
No es un mito, no es
una leyenda, la experiencia personal y de otros nos lleva a decir con Pablo de
Tarso: “Sabemos, en efecto, que la ley es espiritual, mas yo soy de carne,
vendido al poder del pecado. Realmente, mi proceder no lo comprendo; pues no
hago lo que quiero, sino que hago lo que aborrezco. Y, si hago lo que no
quiero, estoy de acuerdo con la Ley en que es buena; en realidad, ya no soy yo
quien obra, sino el pecado que habita en mí. Pues bien sé yo que nada bueno
habita en mí, es decir, en mi carne; en efecto, querer el bien lo tengo a mi
alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que
obro el mal que no quiero. Y, si hago lo que no quiero, no soy yo quien lo
obra, sino el pecado que habita en mí. Descubro, pues, esta ley: aun queriendo
hacer el bien, es el mal el que se me presenta. Pues me complazco en la ley de
Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha
contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado que está en mis
miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo que me lleva a la
muerte? ¡Gracias sean dadas a Dios por Jesucristo nuestro Señor! Así pues, soy
yo mismo quien con la razón sirve a la ley de Dios, mas con la carne, a la ley
del pecado.” (Rm 7, 14- 25)
Para el Apóstol, el
pecado deshumaniza y despersonaliza, nos convierte en esclavos, en enemigos, en
opresores, en explotadores, nos enferma y nos da muerte: “Pues el salario del
pecado es la muerte; pero el don gratuito de Dios, la vida eterna en Cristo
Jesús Señor nuestro.” (Rm 6, 23) Que nadie se sienta excluido: “ todos pecaron y
están privados de la gloria de Dios” (Rm 3, 23) y en la carta a los efesios el
Apóstol nos describe la realidad sin justificación: “Y a vosotros que estabais
muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales vivisteis en otro tiempo
según el proceder de este mundo, según el Príncipe del imperio del aire, el
Espíritu que actúa en los rebeldes... entre ellos vivíamos también todos
nosotros en otro tiempo en medio de las concupiscencias de nuestra carne,
siguiendo las apetencias de la carne y de los malos pensamientos, destinados
por naturaleza, como los demás, a la Cólera...” (Ef 2, 1- 3) Todos, judíos y
paganos son pecadores, idolatras, muertos: se encuentran sin Amor, sin Dios.
Necesitados de la Gracia de Dios que se manifiesta en Cristo Jesús que viene a
unir lo que estaba separado (cf Ef 2, 11ss)
El Ego pareciera que
tiene dos manos, o como un árbol, tiene dos ramas: la sensualidad y La
soberbia. Son las dos caras del Ego. Cada lado tiene su equipo, sus aliados que
cuando el hombre los pone en práctica se deshumaniza y despersonaliza. La sensualidad
abarca algunos defectos de carácter en referencia al cuerpo: Avaricia, la
pereza, (física, intelectual y moral) la comodidad, la lujuria, (impurezas,
adulterio, fornicación, masturbación, pornografía) y la intemperancia. La
intemperancia lleva al hombre al desenfreno de las pasiones. Un ser sin
límites: Es la madre de la gula, del alcoholismo, la drogadicción, la lujuria.
Un hombre sin control, sin dominio propio gobernado por instintos y por los
impulsos. La Soberbia tiene lo propio: El orgullo, la vanidad, la
autosuficiencia, la susceptibilidad y la rebeldía que nos hacen ser rencorosos,
vengativos y opresores. (Gál 5, 19- 21)
Frente al Ego la Biblia
nos propone el Amor: Frente a ti está la vida o la muerte, escoge lo que tú
quieras, a ti se te ha dado el poder de elegir (Gn 2, 17; Dt 30, 15ss; Eclo 11,
15ss) Se trata del libre albedrío, la libertad del hombre para elegir el bien o
el mal. La lucha entre el ego y el amor empieza cuando Cristo viene a nuestra
vida: «He venido a arrojar un fuego sobre la tierra y ¡cuánto desearía que ya
estuviera encendido! Con un bautismo tengo que ser bautizado y ¡qué angustiado
estoy hasta que se cumpla! «¿Creéis que estoy aquí para dar paz a la tierra?
No, os lo aseguro, sino división. (Lc 12, 49- 51) Cristo es la Luz del mundo
(Jn 8, 12) La Luz de Cristo me ayuda a descubrir el desorden interior y
exterior. Después viene la división o separación entre el bien y el mal. Iluminación,
separación y ornamentación (Gn 1, 1ss) La lucha o combate espiritual que nos
presentaban entre el mundo, maligno y carne, podemos reducirla entre el hombre
viejo y el hombre nuevo. Entre el “Ego y el Amor” La lucha, no es sólo, entre los ángeles buenos y los ángeles malos.
Cada hombre cristiano o no, debe ser protagonista en la lucha del bien contra
el mal. El Apóstol lo ha dicho: “aborrezcan el mal y amen apasionadamente del
bien” (Rm 12, 9) “No se dejen vencer por el mal, mas bien venzan con el bien al
mal” (Rm 12, 21)
No basta la oración. No
bastan los buenos deseos, ni promesas ni buenos propósitos. Nadie puede pelear
sólo, necesitamos ayuda. El Señor Jesús lo ha dicho: “Sin mí nada podéis hacer”
(Jn 15, 1- 7) “velad y orad para no caer en tentación” (Mt 26, 41) No basta con
creer, hay que luchar usando las armas de Dios (Rm 13, 11- 14) “Fortaleceos con
la energía del Señor para poder vencer a los enemigos (cf Ef 6, 10) Se trata de
la lucha entre los vicios y las virtudes. Con la ayuda de Dios y nuestros
esfuerzos renunciamos a todo aquello que hace daño que deshumaniza y
despersonaliza. Donde hay renuncias brota la vida, nacen y crecen las virtudes
que hacen de nuestra voluntad firme, fuerte y férrea para luchar contra el mal.
Una voluntad débil acompaña a una fe cómoda, mediocre y sin raíces.
La pregunta de todos
los tiempos siempre será la misma: ¿Quién será el vencedor entre el bien y el
mal? Entre el ego y el amor. El ego encuentra su fuerza en los vicios (hábitos
malos) Cada vicio es una cabeza que adorna al ego y lo hace fuerte. En cambio
las virtudes hacen fuerte al amor. Cada virtud es vigor, es fuerza y poder que
construye al hombre para que sea sincero, honesto, íntegro, leal y fiel. En la
lucha espiritual el hombre necesita de la “conciencia moral” que es conformada
por la unidad de la inteligencia, la voluntad y el corazón, es decir el amor.
En la lucha interior, el cristiano está llamado a ser protagonista y no simple
espectador. Un guerrero que tiene en su mente y en su corazón la Palabra de
Cristo Jesús: “Niégate a ti mismo” (cf Lc 9, 23) para que puedas despojarte del
hombre viejo y te revistas del hombre nuevo (cf Ef 4, 24)
La victoria ha sido, es
y será de aquel que alimente a uno de los dos, al ego o al amor. El “egoísmo es
el mismo yoísmo” Alimentar al ego con el alimento chatarra de la carne, lo hace
fuerte para oprimir al hombre, privarlo de su libertad interior para hacerlo
incapaz de amar y menos de servir. Al hombre viejo hay que matarlo de hambre,
negándole en alimento que lo hace fuerte. Con la agracia de Dios el “yo” herido
e inflado por el pecado, es sanado por la palabra de Dios, el perdón y el amor.
Entonces el “mi se convierte en nosotros” “el mío se convierte en nuestro” Con
la ayuda del Señor y nuestros esfuerzos nos podemos poner de pie, levantarnos y
caminar hacia nuestra madurez humana, nuestra humanización y personalización:
Ser más humanos y ser más persona. Cuando crecemos en amor, nos crece el
corazón. El corazón es sincero, alegre y hospitalario. Entonces podemos decir
con Jesús: “Mi alimento es hacer la voluntad de mi Padre y llevar a cabo su
obra” (Jn 4, 34)
Las armas del amor son
la Palabra de Dios, la Oración, las Obras de Misericordia, la Comunidad, la
Liturgia, el Perdón, las virtudes, entre ellas la humildad, la mansedumbre, el
ayuno del corazón; mientras que los ruidos del ego, lo hacen fuerte y vienen a
matar al amor. Jesús nos dejo dicho: “Conmigo
o contra mí, el que no junta desparrama” (Mt 12, 30) Y el Apocalipsis nos
deja la enseñanza de no servir a dos amos: “Conozco
tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora
bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca.
Tú dices: «Soy rico; me he enriquecido; nada me falta». Y no te das cuenta de
que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo. Te
aconsejo que me compres oro acrisolado al fuego para que te enriquezcas,
vestidos blancos para que te cubras, y no quede al descubierto la vergüenza de
tu desnudez, y un colirio para que te des en los ojos y recobres la vista. Yo a
los que amo, los reprendo y corrijo. Sé, pues, ferviente y arrepiéntete.” (Apoc
3, 15- 19).
Oración:
Padre Santo y Justo, te invocamos sobre nosotros y te pedimos que por tu Hijo
nos des Espíritu Santo para que nos llene con sus dones para que hagamos tu
voluntad siempre y en toda circunstancia. Amén
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