EL ENCUENTRO CON UNA PERSONA LLAMADA JESÚS, EL SEÑOR




El encuentro con una Persona llamada Jesús.

Iluminación: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva» (Benedicto XV1)

El Papa Francisco nos exhorta a buscar a Cristo o dejarse encontrar por él: “Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor” (EG # 3)

El encuentro con el Buen Pastor deja la más hermosa huella en quien se deje encontrar por él. Despierta o deja, en nosotros una presencia que nos levanta de la postración del pecado e inicia en nosotros la “aventura de la fe, nos pone en camino de realización personal y comunitaria. Es un encuentro liberador que deja nos guía a la Libertad de los hijos de Dios por el camino del arrepentimiento: “Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete.” (EG # 3)

La Presencia que Cristo resucitado deja en el corazón en aquellos que se dejan encontrar, es una persona que Jesús había prometido a los pecadores que le abren las puertas de su corazón: “El Espíritu Santo” que viene a actualizar en grandes pecadores la “Obra redentora de Cristo” (cf Gál 4, 4- 6). Es el espíritu del Amor que nos lleva a la experiencia de saberse amados por Dios, de manera incondicional e inabarcable. Es el espíritu de Libertad, que nos hace libres de la esclavitud del Mal y de todos los apegos. Es el espíritu de la Justicia que nos hace justos, de frente a Dios y de frente a los hombres. Es el espíritu Paráclito que nos enseña, nos consuela y nos defiende. Su Obra por encima de todo es llevarnos a Cristo para que se realice en nosotros la Obra redentora de Cristo y reproduzcamos su Imagen. En Cristo somos transformados en una Nueva creación (Cf 2 Cor 5, 17) En Cristo somos bendecidos, elegidos, participamos de la filiación divina, somos redimidos y santificados (Ef 1, 3- 8).

Qué hermosa experiencia la del “encuentro con Cristo” Parte la vida del creyente en dos: antes de conocer a Cristo y después de conocerlo. Antes éramos tinieblas. Después, somos luz (cf Ef 5, 7- 8) La Luz es vida, es amor, es verdad, es poder, es Dios. En el encuentro con Jesús se  actualizan en nuestra vida las palabras del Maestro: “Vengo para que tengan vida, y la tengan en abundancia” (cf Jn 1, 10) De este encuentro salí de las manos del Señor Jesús con una Luz que me dejó la “Experiencia religiosa” cimentada en la verdad, en el amor y en la libertad. “Dios me ama; soy persona valiosa; soy pecador necesitado de la Gracia de Dios; el único que puede llenar los vacíos de mi corazón y darle sentido a mi vida es Cristo que “murió para que mis pecados fueran perdonados y resucitó para darme Espíritu Santo” (Rm 4, 25) No presumo que yo encontré a Cristo, sino, en que Él me encontró a mí, me cargó sobre sus hombres y me llevó a su “rebaño, ” a la Comunidad de redimidos en virtud de su sangre (Ef 1, 7) para aprender con ellos la pedagogía de la sanación, tanto interior como exterior.

En el encuentro con el Señor, escuchamos su Palabra sanadora y liberadora: “Vengan a mi los que estás cansados y agobiados, tráiganme su carga, y yo los aliviaré (Mt 11, 28) Se da un intercambio, le entrego mi miseria, y él me entrega su misericordia. Desde este momento soy portador del amor, de la paz y del gozo del Señor. Ahora tengo la fuerza para desprenderme del “hombre viejo” y poder hacer el bien como “hombre nuevo” (Ef 4, 23- 24) Ahora puedo aceptar con alegría la invitación del Señor: “Aprendan de mi que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11, 29) Ahora estoy en proceso de conversión y mi vida tiene una nueva orientación, estoy, juntamente con otros, en camino de madurez humana y de santidad (Ef 4, 13; 1 Ts 3, 12) Para creciendo en el amor, trabajemos juntos en la construcción de la Comunidad fraterna, solidaria y servicial. Todos somos invitados a trabajar en la “Civilización del Amor” que tiene como fundamento a Cristo Jesús (cf 1 Cor 3, 11) Todos y cada uno somos llamados a ser protagonistas de nuestra historia de Salvación. Que nadie se excluya.
A la luz del encuentro con Cristo, el Papa Francisco nos recuerda: Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante! (EG #3)
La experiencia religiosa camina hacia la Plenitud en Cristo en fe y conversión (cf Col 2, 9) y nos lleva al compromiso de liberación y salvación con otros y en favor de otros. Dos peticiones nos hace el Señor para que caminemos en la verdad: “Ámame y Sígueme” ¿Cómo podemos hacerlo? Amar a Dios y amar al prójimo. Guarda mis Mandamientos y práctica mis palabras para que podamos vivir como Jesús, hablar y obrar como él (cf Jn 14, 21. 23) Jesús nos enseñó con parábolas, pero su misma vida es una parábola. En la parábola del Buen samaritano nos enseña que no es suficiente con realizar acciones de culto, rezos o devociones, hay amar y servir aún a los enemigos (cf Lc 6, 27). Jesús es el Buen samaritano que se ha acercado a una humanidad herida y enferma por el pecado. Viene a sanar las heridas del pecado con el “aceite de la esperanza y el vino del consuelo.” Carga sobre sus hombres a los heridos y los lleva al “Mesón” para cuidarlo, lavar las heridas, para luego encargarlo al “Mesonero” a cuidarlo, entregándole dos denarios como paga y le promete hacer cuenta cuando regrese de su viaje. (cf Lc 10, 29- 37)
El Mesón es la Iglesia y el Mesonero es el servidor. Los dos denarios son la “Palabra y los Sacramentos” que el Señor entrega a su Iglesia para que sane las heridas del pecado y la conduzca a la salvación por la fe y a la perfección por la caridad (cf 2 Tim 3, 14- 16) A toda la Iglesia es enviada a dar vida. Toda la Iglesia es servidora y ha recibido la Misión de servir, de lavar pies (cf Jn 13, 13) y de compartir el pan de vida. Compartir es acompañar, es hacer presencia para dar de comer, dar de beber y de vestir a los pobres, que son todos aquellos que vivan al margen del camino, al margen de su realización como seres humanos, algunos en situación de pobreza material, cultural, intelectual, y otros en situación de miseria espiritual o moral.
Volviendo al “Gozo del Evangelio, el Papa Francisco nos dice: Sólo gracias a ese encuentro —o reencuentro— con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros? (EG # 5)

Vivir de encuentros con el Señor es el camino que Cristo nos invita a recorrer, siguiendo sus huellas para entrar en su Pascua y permanecer en ella, muriendo al pecado y viviendo para Dios en donación, entrega y servicio a la Obra del reino de Dios y de Cristo.



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