La Espiritualidad de Comunión
Objetivo.
Reflexionar
sobre los diversos elementos que fusionados entre sí dan consistencia a la
espiritualidad de comunión, para fortalece la fraternidad en las comunidades.
Iluminación.
“Os exhorto, pues, yo, prisionero por el
Señor, a que viváis de una manera digna de la llamada que habéis recibido: con
toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor,
poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la
paz. Pues uno solo es el cuerpo y uno solo el Espíritu, como una es la
esperanza a que habéis sido llamados. Hay un solo Señor, una sola fe, un solo
bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, actúa por todos
y está en todos” (Ef 4, 1- 6).
1.
La espiritualidad de Comunión.
La espiritualidad del
Reino consiste en una vida iluminada, conducida y nutrida por el Espíritu
Santo. Hay espiritualidad, ahí donde hay vida espiritual, y por lo tanto, allí
donde el Divino Espíritu se mueve, toca, actúa, transforma y santifica. Hemos
de cuidar la armonía que debe existir entre oración, culto, compromiso, vida,
trabajo, para no caer en una espiritualidad de “intervalos” que nos haría
salirnos de las manos de Dios, nos llevaría a un “divorcio” entre fe y vida, vaciándonos
de su auténtico contenido: Cristo Jesús. Decimos por eso, que la espiritualidad
del Reino, es espiritualidad de comunión, o nada tendríamos que ver con ese
Reino de amor, de paz y de justicia que el Apóstol nos habla en la carta a los
romanos: Reino de Amor, de Paz y de Alegría (14, 17). Según la teología de Juan
Pablo II, esta espiritualidad de comunión es a la vez promotora de personas,
liberadora, reconciliadora y transformadora de estructuras humanas: familia,
educación, política, economía, religión. El Pontífice nos presenta unos
elementos que deben estar estrechamente vinculados entre sí para poder dar
consistencia a la estructura de toda verdadera espiritualidad.
2. La Búsqueda de
Dios: “Dedícate a buscar a Dios”.
Los lugares de
encuentro tradicionales son la Palabra de Dios, la Oración, la Liturgia, los
Pobres y el Apostolado, no obstante, el Papa Juan Pablo recomienda la búsqueda
de Dios en primer lugar dentro de uno mismo, en su interior, en lo profundo de
su existencia todo hombre es “Imagen de Dios” (Gén 1, 26). Los lugares de
Encuentro son también la familia, la comunidad, la liturgia de la Iglesia, el
apostolado. Después de haberlo encontrado en nosotros mismos, el Papa nos
señala un nuevo lugar de encuentro con el Señor: el otro, el prójimo. No
pretendamos invertir los pasos, nos haríamos fariseos y nos frustraríamos, al
no encontrar a Dios en los demás.
3. Qué el otro no
nos sea extraño.
Nos recomienda no ver
al otro como a un extraño, sino como a un alguien que nos pertenece y le
pertenecemos como miembros de un mismo cuerpo, el Cuerpo de Cristo. El Otro no
es un extranjero, es de mi Familia, por lo tanto somos hermanos. Después de
varios años de su muerte, me parece escuchar el grito del Papa Juan Pablo que
arrancando las palabras de la Escritura nos dijo: “Todos ustedes son hijos de
Dios”, “Todos ustedes son miembros unos de los otros” “Todos ustedes son
hermanos” “Todos ustedes son comunión” (Gál 3, 26; Rm 12, 5; 1Cor 12, 27).
4.
El otro es “un don” de Dios.
Lo acepto como don de
Dios y me acepto como don de Dios para los demás. Aceptarnos llenos de gozo que
somos regalo de Dios para los otros, y aceptamos que los otros son regalos de
Dios para nosotros. Por eso entendemos que la espiritualidad de la comunión
está empapada de amabilidad, generosidad y bondad. El otro puede ser de otro
país, de otro estrato social, de color distinto, de partido político diferente,
puede ser pobre o rico, joven o viejo, hombre o mujer, puede presentarse con
diversidad de colores, pero sigue siendo: regalo de Dios. Los regalos se
aceptan o se rechazan, se descuidan y se abandonan.
5.
Profundizar
en la misión que hemos recibido.
Por último, según la
doctrina de Juan Pablo II decimos que la espiritualidad de la comunión pide “cargar con las debilidades de los demás, de los otros, de
aquellos que vienen de lejos o que están cerca de nosotros. San Pablo nos hace
la misma recomendación: “Que los fuertes carguen con los débiles” (Rm 15, 1)
Podemos pensar distinto, hablar diferente, pero tenemos algo en común: un Dios
que a todos nos ama y que a todos quiere salvar. (Novo Milenio Ineunte # 43, pág 49)
A la luz de la
Espiritualidad de Comunión podemos descubrir los frutos o valores del reino de
Dios. Frutos queson visibles y están al alcance de todos los que caminan ya en
el reino de Dios. A estos frutos se les llama los “Valores del Reino”. Podemos
destacar algunos, los más importantes:
6.
El
compartir.
Los dones que hemos
recibido gratuitamente de Dios para nuestra propia realización y para la
realización de los demás. “¿Qué tenemos que no lo hayamos recibido de Dios?” (1
Cor 4, 7) Cuando Jesús entró en la Casa de Zaqueo y éste entró en el Reino de
Dios, el Jefe de publicanos testimonió su fe compartiendo la mitad de sus
bienes con los pobres y se comprometió a pagar cuatro veces más a los que les
había robado. (Lc 19, 1ss) En el reino de Dios nadie vale por lo que tiene;
como tampoco, el reino se mide por las acciones o cuentas bancarias,
condominios o propiedades, la pregunta que se nos hace a diario es simple y
sencilla: ¿Me amaste? El amor exige compartir lo que se tiene, se sabe y se es.
7.
La
“dignidad humana”.
Se entiende este valor,
si hemos salido de la mentira del mundo cuya filosofía reza: “¿cuánto tienes?
Cuánto vales”. Cuando hay luz, verdad y bondad en nuestra mente y en nuestro
corazón, sabemos quiénes somos; hay una nueva mirada; un nuevo modo de pensarnos,
mirarnos, aceptarnos, valorarnos y amarnos. Somos hijos de Dios, queridos y
amados por Él. Todo ser humano es valioso e importante; es persona digna,
valiosa e importante, porque Dios la ama, y eso nos basta. Toda persona debe
ser reconocida como tal; aceptada como es; respetada y valorada por lo que es:
persona, digna y valiosa, igual a todos en dignidad.
8. La “solidaridad humana”
Solidaridad que no
tiene fronteras, ni color, ni sexo, ni posesión social; es solidaridad con el
que sufre, con el enfermo, con el pobre, con que ha sido víctima de alguna
desgracia, no importa que no pertenezca a nuestra religión, pero, que por ser
de la familia humana, nos pertenece, es de los nuestros. La solidaridad humana
es a la vez evangélica por que Cristo vino por todos, murió por todos y porque
Dios no hace acepción de personas (Hech 10, 34; Rom 2, 11). Recordemos las
palabras de Santiago: “El que ve a su hermano pasar necesidades y no lo ayuda
es peor que un pagano” (cf1Jn 3, 17; St 2, 16) En el corazón del Señor Jesús se
anida el deseo que seamos “prójimo” de todos aquellos que están en alguna
necesidad. Hoy como ayer, sus palabras
resuenan en el corazón de sus discípulos: “Vete y haz tú lo mismo” “Denles
ustedes de comer” (Lc 10, 37; Mc 6, 34s)
9.
El
servicio como expresión de solidaridad.
El encuentro con Cristo
nos hace “serviciales” (no serviles) En el Reino de Dios el que no sirve no
sirve para nada, se excluye a sí mismo. A quien Jesús el Señor le ha lavado los
pies, se convierte a la vez en un servidor del Reino, al igual que la suegra de
Pedro, que levantada de la cama “se puso a servirles” (Mc 1, 31) El servidor
del Reino, es un “siervo de Cristo Jesús” que está al servicio de la Palabra,
de la oración, del amor, de la verdad, de la justicia, de la misericordia, de
la vida… Es un fiel administrador de la múltiple forme gracia de Dios (1 Cor 4,
1).
10. Las exigencias de la espiritualidad
del Reino
El servicio al reino
pide renuncias, desprendimiento, pobreza, confianza, donación, entrega… pide
gastarse por los intereses del Reino… padecer persecuciones y algo más… su
fuerza es el amor de Cristo que ha invadido nuestro corazón (Rom 5, 5). Cristo
no nos pide mucho, tampoco nos pide poco, Él, lo pide “todo”… Cristo dice en un
primer momento a su discípulo: Ámame, para luego, cuando se ha encarnado la
doble certeza de que Maestro y discípulo se corresponden con amor mutuo; el
discípulo escucha en su corazón el llamado: “Sígueme”. El seguimiento de Cristo
Jesús nos lleva a encarnar la “Espiritualidad del Buen Samaritano” que hace
rebosar nuestros corazones de compasión y misericordia. Sin seguimiento, la
espiritualidad del reino se vacía de su contenido. La espiritualidad del reino
es el modo como viven los hijos de Dios, peregrinos de la esperanza en esta
tierra, que caminan en la verdad, practican la justicia, son libres para amar y
compartir sus vidas para hacer que el reino llegue a todos los hombres. Ahí
donde se construye la “Fraternidad cristina” ahí hay, nace y crece el reino de
Dios.
11. ¿Dónde encontrar a Dios?
A la luz de todo lo
anterior podemos afirmar que es el conjunto de la vida donde se ha de encontrar
a Dios. El encuentro no es privilegio para unos cuantos, eso es mentira, Él
está al alcance de quien lo busque de todo corazón (Jer 29, 13), es más, se
deja encontrar, se hace el encontradizo, como es el caso de la mujer samaritana
y de Zaqueo. Su deseo es que todo hombre lo conozca, lo ame y lo sirva en esta
vida y en cada momento y circunstancia, porque la espiritualidad de intervalos
resulta inadecuada. Vivamos la comunión con Dios en la Oración, en el encuentro
con su Palabra, en la celebración de la Liturgia, en la práctica de las obras
de misericordia, en el apostolado, en el trabajo, en las diversiones sanas, en
cada momento de nuestra vida, aún en las situaciones difíciles, Él siempre está
a nuestro alcance y a nuestro favor.
12. María Madre y Modelo de
espiritualidad.
María, la joven aldeana
de Nazareth es figura y modelo de espiritualidad para todos los creyentes.
Nadie nos puede hablar de la espiritualidad del reino de Dios como María: “La
humilde esclava del Señor”. Ella la “llena de Gracia” “Bendita entre las
mujeres” y “Madre del Señor” (Lc 1, 28. 42- 43) es llamada por Pablo Sexto en
la “Marialis Cultus” la “Virgen Oyente”, “La Virgen Orante”, “ La Virgen
Oferente” y la “Virgen Madre”. El Evangelio presenta a la Joven de Nazareth
como la “Mujer Solidaria” con su Pueblo, con los débiles (Lc 1, 39ss); con unos
novios jóvenes e inexpertos (Jn 2, 1- 12). Presente en los principales y
esenciales momentos de la vida y misión de su Hijo: Nacimiento, epifanía a los
pastores y a los magos, la presentación en el templo, en su primer milagro, en
el zenit de la misión de Jesús y de manera única, junto a la cruz de Jesús (Mt
2, 11ss; Lc 2, 8. 2, 22; Jn 2, 5; Jn 19,
25). En Pentecostés está presente en el nacimiento de la Iglesia a quien la
acompaña y ora con ella, esperando la realización de la Promesa de su Hijo de
enviar al Paráclito (Hech 1, 14). El “Fiat” de María, no sólo fue para el
tiempo que ella estuvo en la tierra, es también para la eternidad. María sigue
siendo en la “eternidad” la “humilde esclava del Señor que sirve a la Iglesia
para que en ella su Hijo manifieste su amor, su bondad, su compasión y su
misericordia a los hombres.
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