Los Dones del Resucitado para su
Iglesia.
El relato bíblico.
Al atardecer de aquel día, el primero
de la semana, estando cerrada, por miedo a los judíos, las puertas del lugar
donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les
dijo: “La paz con vosotros” Dicho les mostró las manos y el costado. Los
discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: “La paz con
vosotros”. “Como el
Padre me envió, también yo os envío.” Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo:
“Recibid el Espíritu Santo a quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.” (Jn 20,
21ss)
El Encuentro con Cristo.
Encuentro liberador y gozoso,
iluminador y gozoso. Experiencia inolvidable, Saberse amado, perdonado,
reconciliado, salvado y renovado por la acción del Espíritu Santo. La
experiencia del encuentro con Cristo resucitado en la fe deja en nosotros una
“Presencia” “Una Esperanza” que no es un objeto, sino una persona llamada Espíritu Santo que guía a los hijos de Dios (cf
Rom 8, 14) Cristo en el encuentro con él, nos bautiza con Espíritu Santo y
Fuego (cf Lc 3, 16). Esta experiencia es el “Motor de la vida nueva”. Divide a
los hombres en dos: un antes y un después del encuentro. Antes éramos
tinieblas, ahora somos luz (cf Ef 5, 7-8) Mi encuentro con el Señor resucitado
fue dentro de un “Confesionario” el día que regresé a la Iglesia. Qué
consoladoras las palabras del sacerdote que en nombre de Cristo de la Iglesia
me dio la bienvenida: “La Iglesia de Jesucristo es una Madre amorosa que anhela
y espera el regreso de sus hijos e hijas ausentes, bienvenido a su Iglesia, lo
estábamos esperando”. Con la “penitencia” puso en mis manos mi Misión y mi
destino: ser un servidor de Cristo para su Iglesia y desde ella para el mundo:
“Con lo que Usted gasta y derrocha en una noche de parranda, déselo a una
familia pobre”. Doy gracias a Dios, lo alabo y bendigo, pues puedo decir que
ese día viví la Experiencia del encuentro con Cristo y con su Iglesia: Ha sido
el día más feliz de mi vida.
Muchos años después comprendí el
sentido profético de la “penitencia”. Lo que yo derrochaba eran los dones que
Dios me había dado en mi “Bautismo” para mi realización y para ayudar a otros.
La noche de parranda era mi vida de pecado, una vida mundana, pagana, de
tinieblas. La familia pobre era la Iglesia a la que el Señor me llamaba a
servirla como su discípulo y como su misionero. Con la vuelta a la Casa del
Padre se inicia una “fiesta en el corazón del hijo pródigo” que es recibido por
Cristo como hijo, de Dios, hermano de los hijos de Dios y de la Iglesia y como
servidor de todos. Un hombre libre para amar y servir. Cristo resucitado no
viene a nosotros con las manos vacías. Lleva en sus manos los dones para su
Iglesia, para cada uno de los suyos que se han dejado encontrar por él. Así lo
había profetizado Oseas, el profeta de la Misericordia:
ü
“Por eso
voy a seducirla: voy a llevarla al desierto y le hablaré al corazón. Allí le
daré sus viñas, convertiré el valle de Acor en puerta de esperanza; y ella
responderá allí como en los días de su juventud, como cuando subió del país de
Egipto” (Os 2, 16- 17).
ü
“Te haré
mi esposa para siempre; te desposaré en justicia y en derecho, en amor y en
compasión; te desposaré en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé” (Os 2, 21-
22)
ü
“Aquel día
yo responderé —oráculo de Yahvé—, responderé a los cielos, y ellos responderán
a la tierra; la tierra responderá al trigo, al mosto y al aceite virgen, y
ellos responderán a Yizreel” (Os 2, 23- 24).
Los Dones del Resucitado.
Los Apóstoles están encerrados
por miedo a los judíos. Era el mismo día de la resurrección. El Señor
resucitado, parecía que tenía prisa para estar con los suyos y confirmarles la “Promesa que les había dado antes de su
muerte”: “Ustedes serán luz del mundo, sal
de la tierra y fermento de la masa (cf Mt 5, 13; 13, 33)
· “La Paz con vosotros”. El primer regalo es la paz,
fruto del amor y fuente de alegría. No es la paz según el mundo, sino la paz
que sólo Cristo, el Príncipe de la paz, puede darnos. Con la Paz el
creyente recibe el perdón de sus pecados, el amor de Dios es derramado en su
corazón (cf Rom 5, 5) para que viva en la Verdad, camine en el Amor, comparta
la Vida y practique la Justicia.
“Ellos al ver a su Maestro se llenaron de alegría”. El gozo del Señor brota de
un corazón redimido y del Encuentro con el Buen Pastor que ha venido a rescatar
a los suyos. Un corazón rebosante de alegría lo recibe el que cree y se le
entrega con amor y alegría, agradecimiento y disponibilidad para amar y servir
a su Señor. Desde el encuentro con Cristo resucitado, seguir a su Maestro, es
una fiesta; obedecer su Palabra es su delicia.
· “Nos participa su misma Misión” Nos da de lo suyo, nos
promueve por el camino de la donación y de la entrega. La Misión de Cristo es
dar vida a los hombres. Nos hace sus discípulos y misioneros para que el mundo
tenga vida en Él. “Todo poder se me ha dado en el cielo y en la tierra, como el
Padre me envío, yo les envío a Ustedes” (cf Mt 28, 19). Participar de la Misión
de Cristo para padecer con él (cf Rom 8, 17), para sufrir, morir y resucitar
con él (cf Rom 6, 4-11; 2Tim 2, 11). Con
la Misión, el discípulo de Cristo, acepta con alegría el don de la Cruz,
como medio para configurarse con el Maestro: “Decía a todos: «Si alguno
quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame”
(Lc 9, 23). La Cruz es el camino de la Resurrección y la señal de que estamos
siguiendo a Cristo.
· “Recibid el Espíritu
Santo”. No envía a su Iglesia con las manos vacías, la llena y reviste con su
Espíritu Divino. El Espíritu Santo que estaba sobre Jesús (Lc 4, 18), es el
principal agente de la Evangelización y el alma de la Misión. Estará para
siempre con la Iglesia para animarla, conducirla y santificarla: “Estaré con
ustedes hasta la consumación de los siglos” “No los dejaré huérfanos, estaré
con Ustedes” (cf Mt 28, 20; cf Jn 14, 18). Con la presencia del Espíritu Santo
la Iglesia saldrá con alegría al encuentro de los todos para proclamar el reino
de Dios, sanar a los enfermos, limpiar a los leprosos, liberar a los oprimidos
y dar vida a los muertos por medio de la predicación de la Palabra y la
administración de los sacramentos (cf Mt 10,8-9; Hech 2, 42).
“Cristo resucitado da a su Iglesia el Ministerio de la
Reconciliación”. Reconciliación con Dios y con los hombres, y reconciliación entre los
hombres: “Recibid el Espíritu Santo a quienes perdonéis los pecados, les quedan
perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” La Iglesia
recibió de su Fundador la Paz, la Alegría, la Misión, el don del Espíritu Santo
y el Ministerio de la Reconciliación, tal como lo había prometido, durante su
propio Ministerio: “A
ti te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará
atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los
cielos” (Mt 16, 19).
· “El perdón de los
pecados” La Iglesia recibió del Señor resucitado un Poder que sólo le corresponde a
Dios: El poder de perdonar los pecados, en el Nombre de Dios Uno y Trino y no
por méritos propios, sino en virtud de los méritos de Jesucristo. Muchos dicen
que sólo se confiesan con Dios, y se les olvida que Dios envió a su Hijo, y Él
envió a su Iglesia, para ser Sacramento de Reconciliación y de encuentro de los
hombres con Dios y entre ellos.
· “La experiencia de la
Resurrección”. La experiencia de ser hombre nuevo: perdonado, amado, reconciliado,
responsable, libre y capaz de amar. Experiencia indeleble que no puede ser
explicada con palabras humanas, hay que vivirla para ser testigos de la
Resurrección del Señor. La experiencia de la resurrección pasa por el “Nuevo
Nacimiento” (cf Jn 3, 1- 5) Por la justificación por la fe (Rom 5, 1; Gál 2, 16)
Morir al pecado para vivir para Dios (cf Rom 6, 11; Gál 5, 24)
"Otro de los dones del Resucitado" es: El poder para edificar la Iglesia mediante la
Evangelización, la Oración, los Sacramentos y la práctica de la caridad. Todos somos llamados a
trabajar en la edificación de la Iglesia. Todos somos llamados a construir el
Reino de amor, de paz y de justicia, ayudados por el Espíritu Santo que guía,
libera, une, santifica, defiende y construye a la Iglesia: “A cada uno
de nosotros le ha sido concedida la gracia a la medida de los dones de Cristo.
Por eso dice la Escritura: Subiendo a la altura, llevó cautivos y repartió
dones a los hombres. ¿Qué quiere decir «subió» sino que también bajó a las
regiones inferiores de la tierra? Éste que bajó es el mismo que subió por
encima de todos los cielos, para llenar el universo. Él mismo dispuso que unos
fueran apóstoles; otros, profetas; otros, evangelizadores; otros, pastores y
maestros, para organizar adecuadamente a los santos en las funciones del
ministerio. Y todo orientado a la edificación del cuerpo de Cristo (Ef 4, 7-
12). La Iglesia, nuevo pueblo de Dios es por Jesucristo: “Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa,
pueblo adquirido, destinado a anunciar las alabanzas de Aquel que os ha llamado
de las tinieblas a su admirable luz” (1 Pe 2, 9)
Documentos de la Iglesia.
El Concilio Vaticano 11. (Lumen Gentium 4), nos
recuerda la acción del Espíritu Santo para que la Iglesia realice la Misión que
se le ha encomendado:
“Consumada la obra que el Padre encomendó realizar al Hijo
sobre la tierra (cf. Jn 17,4), fue enviado el Espíritu Santo
el día de Pentecostés a fin de santificar indefinidamente la Iglesia y para que
de este modo los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo
Espíritu (cf. Ef 2,18). El es el Espíritu de vida o la fuente
de agua que salta hasta la vida eterna (cf. Jn 4,14; 7,38-39),
por quien el Padre vivifica a los hombres, muertos por el pecado, hasta que
resucite sus cuerpos mortales en Cristo (cf. Rm 8,10-11). El
Espíritu habita en la Iglesia y en el corazón de los fieles como en un templo
(cf. 1 Co 3,16; 6,19), y en ellos ora y da testimonio de su
adopción como hijos (cf. Ga 4,6; Rm 8,15-16 y
26). Guía la Iglesia a toda la verdad (cf. Jn 16, 13), la
unifica en comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones
jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus frutos (cf. Ef 4,11-12; 1
Co 12,4; Ga 5,22). Con la fuerza del Evangelio
rejuvenece la Iglesia, la renueva incesantemente y la conduce a la unión
consumada con su Esposo. En efecto, el Espíritu y la Esposa dicen al Señor
Jesús: ¡Ven! (cf. Ap 22,17). Y así toda la Iglesia aparece
como «un pueblo reunido en virtud de la unidad del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo”
Conclusión.
Demos gracia al Señor por la
elección gratuita que en su gran amor nos ha elegido para ser servidores del
Reino Que nuestra finalidad sea “la gloria de Dios y el amar y servir” desde la
Iglesia a todos los hombres, tal como Jesús; lo dijo en la última cena:
“Lávense los pies unos a los otros” (cf Jn 13, 13s) y después profundiza con su
Mandamiento como hemos realizar la Misión: Con Amor, por amor y para amar: “Ámense
los unos a los otros como yo les ha amado” (cf Jn 13, 34).
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