![El-buen-samaritano-900x691[1].jpg](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh01BdIwYum1_N_LjRd7xCe4P-vVl5yoBPvF4RVnGmgQStYSlRpmCBghiAqMRPuCU_pVoFAVp8IAzGnOfM6BHkg5bwl13A_QVFLVMbUoTYg9EFdGKnUGfapH7bSaJJTh7pivSrXIqiDods/w140-h107-p/El-buen-samaritano-900x691%255B1%255D.jpg)
Características de la espiritualidad del Reino.
Objetivo: Descubrir
como comunidad el estilo de vida que el Evangelio nos propone para caminar
juntos en el seguimiento de Jesús, animándonos mutuamente a vivir la esperanza
cristiana.
Iluminación. La caridad, resumen de la ley. Con nadie tengáis otra
deuda que la del mutuo amor. Pues el que ama al prójimo, ha cumplido la ley. En
efecto, lo de ‘No adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás’, y todos
los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: Amarás a tu prójimo como a ti
mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en
su plenitud” (Rom 13, 8- 10).
1.
La Palabra de
vida.
El Evangelio de Marcos nos habla de unas señales que
deben acompañar a los que crean en Jesús: “El que crea y sea bautizado, se
salvará; el que no crea, se condenará. Éstos son los signos que acompañarán a
los que crean: en mi nombre expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas,
agarrarán serpientes en sus manos y, aunque beban veneno, no les hará daño;
impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien”. (Mc 16, 15). Para
recordarlos la enseñanza de Jesús: “Guardaos de los falsos profetas, que vienen
a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus
frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los
abrojos? Así, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos
malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo
producirlos buenos. Todo árbol que no da buen fruto es cortado y arrojado al
fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis” (Mt 7, 15. 20).
2. La primera es la
Verdad.
Según las Palabras del Señor Jesús la Verdad es
liberadora de toda clase de opresiones, explotaciones y de toda forma de
esclavitud que son consecuencias de la falsedad, la mentira y el engaño. “La
Verdad os hará libres” (Jn 8, 32.36) Libres para buscar la comunión con el
prójimo, con el oprimido, con el marginado y con el excluido del “patrimonio
común”; hombres y mujeres que viven al margen de su realización. Lo anterior
nos descubre el sentido de las palabras de Jesús a la Samaritana: “Para adorar
a Dios, ni en Garitzin ni en Jerusalén; a Dios se le adora en Espíritu y en
verdad”. (cf Jn 4, 21) Según esto, el amor al prójimo ocupa la centralidad de
la espiritualidad del Reino de acuerdo al mensaje de la Escritura: “El que Dice
que ama a Dios que ame también a su prójimo” (1Jn 4, 21 ) “Todo el que práctica
la justicia conoce a Dios y ha nacido de Dios” (1 Jn 3, 8-9) La mentira sería
pretender vivir una relación intimista y cultual con Dios, sin tener en cuenta
al prójimo; como también, pretender vivir cómodamente la fe, sin preocuparse
por los menos favorecidos.
La Verdad evangélica
nos lleva como de la mano a la “reconciliación” con Dios y con los marginados.
La mentira nos hace ciegos, sordos y mudos; nos encierra en la indiferencia, en
la apatía, nos hace individualistas y relativistas, dos enemigos modernos de la
salvación, para muchos los más peligrosos. La mentira divide a la Sociedad y a
la Iglesia en clases, en categorías, en grupos de poder: los que tienen, los
que pueden y los que saben de frente o por encima de los que ni tienen, ni
pueden ni saben. No olvidemos que la Iglesia es una Familia de iguales, en la
cual todos somos hijos de Dios y hermanos de Jesucristo, el Señor.
3. La segunda es la Justicia.
Hacemos justicia a Dios
cuando elegimos el “Camino” que Él nos propone para llevarnos a la Paz. Este
camino es Cristo. Ha sido Él quien nos abrió el camino para llegar y entrar en
la Casa del Padre y para que el Espíritu Santo viniera a nosotros y nos enseñara
a ser “Comunidad fraterna”. Le hacemos justicia a Cristo cuando elegimos el
camino que Él nos propone: El Amor, y el amor a los hermanos: “Ámense los unos
a los otros como yo os he amado” (Jn 13, 34) Le hacemos justicia a los hermanos
cuando los ayudamos a salir de la pobreza, de la explotación y de la miseria en
la que se encuentran. Les ayudamos a remover los obstáculos y las barreras que
impiden su realización personal, y a la misma vez, ponemos a su disposición los
medios que ellos necesitan y que todos tenemos como “bendición de Dios”.
El Mayor acto de amor o
de justicia que podemos hacerle a una persona pobre, no es, darle dinero o
cosas; sino, ayudarle a ponerse en camino; a iniciarse en su proceso de
realización humana. Una cosa es ser pobre y otra es ser miserable. La persona
miserable es aquella que se niega a levantarse, sacudirse y ponerse en camino;
todo lo quiere hecho y en la mano. Su más grande pobreza es no reconocer su
dignidad humana o poner su vida en las manos de otros; que ellos sean los que
piensan, decidan y actúen. Se auto justifican diciendo: mi pobreza, mi
sufrimiento, mi situación actual es “la voluntad de Dios”. “Así nací, así soy y
así voy a morir”.
4. La tercera es la Libertad.
La liberación de la
miseria humana, de los vicios, de tradiciones y costumbres que muchas veces lo
único para lo que sirven es para empobrecer a los pueblos, es una señal de los
tiempos Mesiánicos: “Los ciegos, ven, los sordos oyen, los mudos hablan, los
leprosos quedan limpios, los cojos caminan, los muertos resucitan y a los
pobres se les anuncia la Buena Noticia del Reino” (cf Lc 7, 22) Un ejemplo lo
encontramos en el ciego de Jericó, llamado Bartimeo. Éste no pidió dinero, ni
grandezas humanas, solo una cosa: “Que yo vea”. (Lc 18, 41) La espiritualidad
del Reino es liberadora y reconciliadora, promotora de la “dignidad humana” y
defensora de los “derechos humanos”. Exige, no solo eliminar el mal del corazón
del hombre, sino también, ha de haber una denuncia profética de las injusticias
sociales, aún, acosta de irritar a los promotores del desorden establecido. La
misión profética de la Iglesia debe defender y concientizar a los pobres
protestando contra la pobreza que es fruto de todas las injusticias. A los
pobres también se les evangeliza, se les promueve y se les defiende.
5. La cuarta característica es la
Solidaridad evangélica.
El Concilio Vaticano II
nos dice que la espiritualidad apostólica libera de todo individualismo a los
hombres para integrarlos en el contexto más amplio del Plan de Dios: “Fue
voluntad de Dios en salvar y santificar a los hombres, no aisladamente, sin
conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que lo
confesara y le sirviera santamente” (LG 9). El servicio a Dios pide servirle
con el amor que nace de un corazón limpio, de una fe sincera y de una conciencia
recta (1 Tim 1, 5). No se trata de una solidaridad de grupo o de partido, sino,
humana y por lo tanto evangélica, no excluye a nadie. Solidaridad con todos los
que pertenecen a la familia humana, sin importar el color de la piel, el credo
religioso o el status social.
Todos son invitados a
vivir intensamente los lazos de una fraternidad evangélica semejante a la
comunidad primitiva, que es presentada como la “comunidad ideal” en la cual se
presentan algunos componentes que son la fuerza que da consistencia a la
estructura de toda comunidad que pretenda ser solidaria con la “Comunidad
Apostólica: “La docilidad al Espíritu que habla y enseña por medio de los
Apóstoles; la comunión de bienes que hace que nadie pase necesidades; una vida
centrada en la Eucaristía y en la oración como expresión de que la comunidad se
identifica y camina en Cristo, el Señor, único Mediador entre Dios y los
hombres; una comunidad fiel y dócil al Espíritu que distribuye los Carismas que
crecen con el uso de su ejercicio cuando son puestos al servicio del bien común
en la edificación de la Iglesia. (cf Hech 2, 42ss) La solidaridad es fruto de
la Comunión de amor con el Señor, con la Iglesia y con todo el género humano
(NMI # 42).
6. La Quinta característica del Reino
es la lucha espiritual.
En el Padre Nuestro
rezamos: “No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal” (Mt 6, 13) En otro
contexto Jesús nos dice: “El reino de los cielos está en tensión y es de los
que lo arrebatan” (cf Lc 16, 16) “Velen y oren para no caer en tentación” (Mt
26, 41) La lucha espiritual entre “reinos” no es entre ángeles y demonios, al
menos no solamente, sino que todo hombre que quiera crecer en Cristo, vivir en
la voluntad de Dios y alcanzar la santidad a la que Dios le ha llamado, tiene
necesariamente que luchar contra toda realidad que impida el crecimiento del
Reino en su corazón. La lucha es contra el pecado y sus aliados: mundo, maligno
y carne (cf Ef 2, 1-3). Las armas para la lucha son las “armas de Dios”,
llamadas también “armas de luz” (Rm 13, 12; Ef 6, 11) entre las cuales ocupa un
lugar privilegiado la “Oración” recomendada por el Señor Jesús. La finalidad de
la lucha es establecer el Reino de Dios, aquí y ahora; es “el vivir como hijos
de la Luz, como hijos de Dios” (Ef 5, 9) desde esta vida, y no dejarlo para
después de la muerte.
La primera carta de san
Juan es un auténtico tratado de espiritualidad cristiana, y por lo tanto, del
Reino. Para vivir como hijos de la Luz e hijos de Dios, el Espíritu Santo
recomienda a todos los que ya están en comunión con Cristo cuatro cosas:
“Romper con el pecado” (1 Jn 1, 5 -2,2; 3, 3- 9). “Guardar los Mandamientos,
especialmente, el del amor” (1 Jn 2, 3-11; 3, 10- 24). “Cuidarse del mundo” (1
Jn 2, 12- 17; 5, 4- 6) y “Cuidarse de los anticristos” (1 Jn 2, 18- 27; 4, 1-
6) La lucha en el corazón del cristiano es una realidad, la victoria, una
posibilidad: “Todo el que es hijo de Dios vence al mundo; y ésta la victoria
que venció al mundo: nuestra fe” (1Jn 5, 4)
Publicar un comentario