3. LOS ROSTROS DEL PECADO.
1. La
realidad del pecado.
“Todos somos pecadores y el
pecado nos priva de la gracia de Dios.” (cf. Rm. 3, 23) Encontramos que casi en cada una
de sus páginas, la Biblia nos habla de la realidad del pecado. También nos
habla de su verdadera naturaleza, de su malicia y de sus dimensiones. Decir que
el hombre es pecador, significa que el hombre hace el mal en la presencia de
Dios. Podemos comenzar esta reflexión diciendo que pecado, es lo que se opone a
la verdad, al amor, a la misericordia y a la santidad de Dios. ¿Quién de
nosotros no ha experimentado la dura y difícil realidad que nos explica san
Pablo?: “Queriendo hacer el bien es el
mal lo que se me presenta”. “Siempre hago lo que no quiero y lo que quiero no
lo hago” “Me siento como vendido al poder del pecado” (Rm 7, 14ss).
En lo más profundo de sí mismo,
el hombre encuentra el deseo puesto en él por Dios de ser feliz. Se pasa la
vida buscando razones para ser feliz, para sentirse bien. En esta búsqueda,
hombre se ha descompuesto la vida; ha derrochado sus mejores potencialidades;
se ha atrofiado y ha desfigurado la imagen de Dios; ha hecho de su vida un
“Caos”; en vez de caminar se arrastra; ha caído en situaciones que
deshumanizan, que atrofian, que despersonalizan; situaciones de no salvación y
que no son queridas por Dios. El pecado lleva a la confusión, al endurecimiento
del corazón y al desenfreno de las pasiones, al hombre se le descompone la
vida, se convierte en un ser que se hace daño así mismo y le hace daño a los
demás.
Cuando escuchamos las noticias o
leemos el periódico nos damos cuenta que el mundo anda con la cabeza hacia
abajo: crímenes, robos, fraudes, divorcios, traiciones, pornografía, etc.
Realidades que nos hablan de los rostros del pecado.
2. Los
rostros del pecado.
a) El rostro de ancianos
abandonados que son arrojados a vivir en la soledad y en la más completa pobreza.
b) El rostro de los niños de la
calle, expresión de una sociedad enferma por el des-amor y la opresión de la
injusticia.
c) El rostro de las madres
solteras, mujeres muchas veces marginadas, juzgadas y condenadas por una
sociedad que se rige por criterios mundanos o paganos.
d) El rostro de familias golpeadas
por el adulterio y por divorcio, causa y fuente de dolor y miserias humana para
los hijos.
e) El rostro de familias golpeadas
por el alcoholismo, uno de los peores males de la sociedad, fuente de pobreza,
esclavitud, etc.
f) La brecha entre pobres y ricos; brecha
cada vez más ancha y profunda, por un lado una minoría de hombres cada vez más
ricos, y una inmensa mayoría de gente cada vez más pobres. Lo podemos ver en barrios
marginados al lado de urbanizaciones lujosas; por un lado, unos que lo tienen
todo, y por otro lado, otros que no tienen lo indispensable para vivir con
dignidad.
g) El rostro del narcotráfico que
genera enriquecimiento fácil y rápido, pero también muerte, sufrimiento, crímenes,
consumismo, lavado de dinero, etc.
h) El rostro de las guerrillas que
siembran odio, pobreza, muerte en los pueblos y comunidades, con el pretexto de
desestatizar a los gobiernos, cuando lo único que se llega a lograr es un
cambio de opresor.
i) El rostro del crimen organizado
dedicado a la extorción, al secuestro, a los asesinatos, a sembrar miedos y
odios. Tenemos una patria dañada por la violencia y dispersa por el miedo y la
inseguridad.
j) El rostro de indígenas
marginados, hermanos que viven en situaciones infrahumanas, al margen de un
desarrollo digno y humano.
k) El rostro de la deuda externa
que ha sometido a países pobres a una pobreza cada vez más acentuada y al
enriquecimiento de unos pocos.
l) El rostro de la prostitución de
mujeres, hombres y niños: la trata de personas.
m) El rostro de la guerra por el
poder económico; realidad que manifiesta la sed de poder y de tener, a costa de
la sangre de inocentes.
Jesús, el Salvador del pecado nos dijo: “De dentro del corazón salen las intenciones
malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios,
injurias. Esto es lo que hace impuro al hombre” (Mt. 15, 19- 20). Según la
enseñanza del Señor Jesús la raíz del pecado está en el corazón del hombre, en
su libre voluntad.
3. ¿Qué
es el pecado?
El hombre no puede comprender lo
que es el pecado, lo experimenta cuando lo comete, pero no lo entiende en su
profundidad. Pensemos en las formas de manipulación entre los seres humanos, y
digamos, que la manipulación es la peor ofensa contra la dignidad humana.
“Doble mal ha hecho mi pueblo: a mí me dejaron, Manantial de aguas
vivas, para hacerse cisternas agrietadas, que el agua no retienen” (Jer 2, 13). El pecado es una
falta contra la razón, contra la verdad y contra la conciencia recta; es faltar
al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego
perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la
solidaridad humana. Ha sido definido como “una palabra, un acto o deseo
contrarios a la Ley eterna” (San Agustín). (Catic. # 1849).
“De cualquier árbol del jardín puedes comer, más del árbol de la
ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él,
morirás sin remedio” (Gén 2, 16-17). Todo pecado, al igual que el primero, es una
desobediencia, una rebeldía contra Dios por el deseo de hacerse “como dioses”,
pretendiendo determinar y conocer el bien y el mal (Gn 3, 5; Catic. # 1850).
En la pasión de Cristo es donde
mejor se muestra su violencia y su multiplicidad: incredulidad, rechazo y burlas por parte de los jefes y del pueblo,
debilidad por parte de Pilatos y crueldad por parte de los soldados, traición
por parte de Judas, negaciones de Pedro y abandono de los discípulos. Sin embargo,
en la misma hora de las tinieblas y del Príncipe de este mundo, el sacrificio
de Cristo se convierte secretamente en la fuente de la que brotará inagotable
el perdón de nuestros pecados (Catic. # 1851).
“Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí” (Sal. 51, 6). El pecado es una
ofensa a Dios. A Dios le ofendemos cuando le hacemos daño a los que Él ama.
“Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país
lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino” (Lc 15, 13). La parábola del
Hijo pródigo nos muestra que el pecado es: separación, lejanía, barrera; es
ofensa a Dios. Es un poder misterioso de hostilidad a Dios y a su reinado.
4. Las
rupturas del pecado
El pecado
mortal destruye la caridad en el corazón del hombre por una infracción grave de
la Ley de Dios: aparta al hombre de Dios, que es fin último (Catic. # 1855).
Cuatro son las rupturas del pecado:
- Con
Dios: El hombre nació para ser hijo de Dios y el pecado lo convierte en
su adversario; es él quien no quiere ya nada con Dios. Todo pecado nos
excluye del reino de Dios. Lejos de Dios no hay acceso posible al “árbol
de la vida” (Gn. 3, 22).
- Consigo
mismo: El hombre nació para ser amo y señor, dueño de sí mismo y el
pecado lo convierte en esclavo de los propios instintos y de los deseos
desordenados de la carne. Adán y Eva gozaban de la amistad con Dios,
después cuando se “dan cuenta que
están desnudos, experimentan el desgarre interior y se esconden de Dios
entre los árboles” (Gn. 3, 8)
- Con
los demás: El hombre nació para ser hermano, y el pecado
lo convierte en lobo para sus hermanos: opresor, explotador, dictador. El
pecado es ruptura entre el hombre y Dios; y entre los hombres. Apenas
cometido el pecado, Adán se des-solidariza acusando a la mujer que Dios le
había dado como auxiliar (Gn. 2, 18). En lo sucesivo esta ruptura se extenderá
a los hijos de Adán: ahí está el homicidio de Abel, (Gn. 4, 8) luego el
reinado de la violencia y la ley del más fuerte que celebra el canto de
Lámec (Gn 4, 24).
- Con
la naturaleza: El hombre nació para ser amo y señor de las
cosas y el pecado lo convierte en esclavo de las mismas. En enemigo de la
naturaleza. Bosques, mares y ríos, tienen la huella del hombre
irresponsable que quiere destruir su propio hábitat.
5.
Los efectos inmediatos del pecado
Ø Desfigura el rostro del hombre y
se pierde la semejanza con Dios (Gn 3,7).
Ø Entorpece y destruye las
relaciones humanas (Gn. 3, 16).
Ø Esclaviza a los humanos, los
oprime y priva de su verdadera libertad (Jn. 8, 38).
Ø Paga con la muerte y genera el
vacío existencial: sin vida, sin amor, sin Dios. (Rm. 6, 20).
Ø Genera enemistad con Dios y
entre los hombres: los divide y empobrece (Rm. 5,11).
Ø Empobrece y deshumaniza para que
lleven una vida arrastrada (Lc. 15, 11ss).
Ø Endurece el corazón lo lleva a
la pérdida del sentido moral y al desenfreno de las pasiones (Efesios 4,18).
6.
El
pecado original
Para comprender
lo que es el pecado hay que partir del relato que nos presenta la Sagrada
Escritura. El pecado de nuestros primeros padres es presentado como una
desobediencia, un acto consciente y deliberante por el que el hombre se opone a
Dios violando uno de sus preceptos (Gn 3, 3). Pero es cierto, que detrás de
este acto de rebeldía la Escritura habla de un acto interior del que procede el
pecado: “querer ser como dioses, es decir, ponerse en lugar de Dios y decidir
por su cuenta “sobre el bien y el mal”. Lo que equivale a ser dueños de su
destino y disponer de sí mismos; negándose a depender de su Creador; el pecado
rompe la relación de dependencia y de amistad que existía entre el hombre y
Dios.
7.
El pecado del
mundo.
El pecado de
los hombres es en primer lugar de incredulidad: no creer en Dios y no
abandonarse a él. No se tiene fe en Dios; es invisible y lejano, se prefiere a
un dios al alcance de las manos, que se pueda tocar y que se pueda manipular.
El pecado de la incredulidad nos ha llevado a dar la espalda a Dios. Quien le
da la espalda a Dios cae en el pecado de la idolatría, al culto a los ídolos,
como en otro tiempo Israel recorrió en adoración al “becerro de oro” (Ex. 32, 1).
Ídolo es todo aquello que ponemos en nuestro corazón en lugar de Dios. Los
ídolos siempre serán opresores, nos quitan la libertad. Nos llevan a la
esclavitud. “Todo el que peca es esclavo”,
dijo Jesús a los fariseos en el Evangelio de Juan (8, 38). El hombre cuando
peca saca a Dios de su corazón y le abre las recámaras de su corazón al Malo:
rompe la alianza con Dios y hace alianza con el dios del Mal, el dios de las
opresiones.
La esclavitud
de los hombres manifiesta el desorden en el que ha caído la humanidad: no
fuimos creados para estar por encima de nuestros hermanos. Nadie puede vivir
por encima de sus semejantes, sino hombro a hombro, codo a codo, con un sentido
de igualdad. Fuimos creados para ser hermanos unos de los otros y para ser amos
y señores de las cosas, es decir, para estar por encima de las cosas, pero
nunca por encima de los otros.
8.
El pecado de
los hombres.
“Vino a los suyos y no lo recibieron” (Jn. 1, 12). “Vino la luz a los
hombres y estos prefirieron las tinieblas a la luz” (3, 17-18). Para san Juan el
pecado es no creer en Jesús; es no aceptar su Evangelio como norma para nuestra
vida; es rechazar la gracia que Cristo nos ofrece en sus sacramentos (Jn 20,
23); es sin más, no amar (1 de Jn.2, 9); no lavar pies (Jn. 13, 13); No servir
y no compartir; es no aceptar a los demás como hermanos, hijos de un mismo
Padre.
9.
Todo
hombre es un buscador. (Pecador).
El hombre se pasa la vida
buscando razones para sentirse bien; Podemos decir que cuando se reza, se hace
deporte, se trabaja, se comete adulterio, se va de vacaciones, se descansa; en
todo lo el hombre realiza, lo hace buscando razones para sentirse bien. En el
fondo lo que busca es ser feliz. En lo más profundo de los seres humanos existe
el anhelo de ser feliz.
En relación al pecado podemos decir que en su búsqueda de
realización, el hombre lo hace al margen del Plan de Dios; quiere realizarse
sin Dios, por su cuenta, comiendo del “árbol de la ciencia del conocimiento”
(Gn. 2, 17). Negando el Plan de Dios, hace sus propios planes; pretende ser su
propio salvador, en el fondo lo que busca es ser dios. En la raíz de la
negativa del hombre a ser dependiente de Dios se anida la soberbia: Por
soberbia el demonio siendo un ángel de luz se reveló contra Dios; por soberbia
nuestros primeros padres fueron arrojados del paraíso, como en otro tiempo los
ángeles caídos fueron arrojados del Cielo, y hoy día nosotros salimos, por
nuestros pecados personales de la presencia de Dios.
Al grito de una triple negativa:
no obedeceré, no amaré, no serviré, los ángeles, nuestros primeros padres y hoy
nosotros, salimos de la presencia de Dios, rompemos la comunión con Él y con la
comunidad. Esta negativa se levanta como una barrera que impide que los hombres
se relacionen con Dios y con los hermanos; barrera que impide que el amor de
Dios llegue a nosotros y que nosotros amemos a Dios y a los demás. En la
parábola del hijo pródigo podemos descubrir la realidad del pecado, sus frutos
y sus consecuencias. El hijo menor abandona la “casa de su Padre” para irse a
un país lejano. Abandonar la casa paterna es una ofensa contra el padre y
contra la familia; una ofensa que lleva el no querer ser hijo y el no querer
ser hermano; es una ofensa porque además, lleva la negación a reconocer que en
lo más íntimo no nos pertenecemos y por lo tanto, no podemos vivir al margen
del Dueño de la vida.
El País lejano es otra casa,
otra realidad, es el camino de la deshumanización y del derroche; es lugar de
esclavitud, opresión y explotación; lugar de hambre y miseria, allí se vive en
la apariencia: haciendo lo que otros hacen o lo que otros dicen; lugar donde no
es sagrado lo que en “casa” es sagrado: El hombre, la familia, los niños, la
virginidad, etc. Qué bien lo expresó Jeremías cuando dijo: “Porque dos males ha
hecho mi pueblo: me han abandonado a mí, fuente de aguas vivas, y han cavado
para sí cisternas, cisternas agrietadas que no retienen el agua” (Jer 2, 13).
10.
Condiciones para que se dé un pecado
mortal.
- Materia grave:
precisada por los Diez Mandamientos, de manera especial en el Mandamiento
Regio, en la Ley de Cristo (Jn. 13, 34).
- Plena conciencia y
entero conocimiento: Presupone el carácter pecaminoso del acto, de su
oposición a la Ley de Dios.
- Implica también un
consentimiento suficientemente deliberado para ser una elección personal:
Querer hacerlo.
Es de fe
católica que todos nacemos con la potencialidad de pecar; por el pecado
original somos pecadores desde el seno de la madre; pecadores en potencia, al
nacer, crecer y pecar, seremos pecadores en acto. Todo hombre es pecador y
necesitado de redención; necesitado de un Salvador que Dios nos da en Cristo
Jesús.
11. Listas de pecados en la Escritura
La variedad de
los pecados es grande, la Sagrada Escritura nos presenta algunas listas que nos
ayudan a comprender lo anterior: Gálatas 5, 19- 22; Romanos 1, 28- 32; 1 Cor.
6, 9 –10: Efesios 5, 3- 5; Colosenses 3, 5- 8; 2 Tim 3, 2- 5.
María, Señora del Sagrado Corazón, ruega por nosotros.
4. JESÚS ES NUESTRA SALVACIÓN
OBJETIVO: Ayudar a conocer el
Rostro de Cristo para poder dar una respuesta válida de nuestra esperanza y anunciar al Evangelio con toda
claridad.
1.
Jesús es la
Esperanza Mesiánica.
Los hombres en su búsqueda
por la felicidad se han complicado la vida, se les endurecido el rostro y han
perdido sus mejores capacidades. Pero frente a la respuesta que el hombre ha
dado a Dios, Él a su vez tiene una palabra que es Buena Nueva para todos los
hombres: Jesús. Él es la respuesta que Dios da para todo ser humano. Escuchemos
a la Sagrada Escritura decirnos: “Bajo las estrellas del cielo sólo en el
Nombre de Cristo Jesús encontramos la salvación (Hechos 4,12)”. “Cristo Jesús
vino al mundo a salvar a los pecadores de los cuales yo soy el primero” (1 Tim
2, 15). “Él salvará a su pueblo de sus pecados” (Mt 1, 21). Él es el
cumplimiento de las promesas que Dios nos hace a lo largo de todo el Antiguo
Testamento.
El pueblo de Israel estaba a
la espera del Mesías; su llegada significa el fin de la opresión y de la
explotación por parte de las potencias extranjeras que habían oprimido al
pueblo de Dios. Su llegada significaba también la vuelta al esplendor y a la gloria
de los mejores días en tiempos de David y Salomón. Esta mentalidad estaba
enraizada en la mente de los discípulos, es necesario que Jesús, la Plenitud de
la Revelación nos descubra y realice el verdadero Plan de Dios.
2.
En la Plenitud
de los tiempos.
“Llegada
la plenitud de los tiempos Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo
la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que
recibiéramos la filiación adoptiva” (Gál 4,4). La Plenitud de los tiempos hace referencia a
Cristo Jesús, el enviado del Padre. Podemos decir sin más: “Él es la Plenitud”.
La plenitud de los tiempos abarca desde la Encarnación hasta Pentecostés.
Mientras Jesús de Nazaret
camina a orillas del río Jordán, Juan El Bautista muestra a sus discípulos al
“Mesías de Israel”: “He aquí el Cordero
de Dios que quita el pecado del mundo” (Jn 1, 29). Jesús es el Cordero que
porque se ofrece como víctima para rescatar a los hombres de la servidumbre
delpecado.
San Juan en su Evangelio nos
da la “Gran Noticia”: “Tanto amó Dios al
mundo que dio a su Hijo único para que
todo el que crea en él, no se pierda sino que tenga vida eterna” (Jn 3,
16). El mundo, es la humanidad, todos los hombres, de todos los tiempos y
lugares, sin hacer distinción de personas. Cristo vino por todos. “Vengo para que tengan vida y la tengan en
abundancia” (Jn 10, 10).
3.
Jesús quiere
decir Salvador.
Él vino para destruir el
pecado con su propio sacrificio Sacerdotal y para devolvernos la vida divina
que habíamos perdido por el pecado. La salvación que Jesús nos gana y ofrece
tiene dos dimensiones, por un lado nos quita el pecado y por otro, nos da el
don de su Espíritu que nos hace hijos de
Dios y herederos de la Herencia de Dios (Rom 8, 17). La voluntad de Dios es
la salvación de y todos los hombres y para eso Dios actúa en la historia,
irrumpe en ella. El Ángel del Señor le revela a san José la misión de Jesús:
“María tendrá un hijo y le pondrás por nombre Jesús. “El salvará a su pueblo de los pecados” (Mt 1, 21). Jesús sin más
significa Salvador. Él es el único que puede salvar a los hombres.
4.
¿Cómo nos salva
Jesús?
Dios en su gran amor ha
otorgado a toda la humanidad la salud. Por la obra redentora de Cristo, el
Padre nos presenta la posibilidad de salvación. Como posibilidad la podemos
acoger o la podemos rechazar; ya no depende de Dios, sino de nosotros.
Escuchemos a san Pablo:
“Pero
ahora independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, para
todos los que creen, pues no hay diferencia alguna; todos pecaron y están
privados de la gloria de Dios y son
justificados por el don de su gracia, en
virtud de la redención realizada en Cristo Jesús, a quien Dios exhibió como
propiciación por su propia sangre, mediante la fe, para mostrar su justicia,
pasando por alto todos los pecados cometidos anteriormente en el tiempo de la
paciencia de Dios; en orden a mostrar su justicia en el tiempo presente, para
ser el justo y justificador del que cree en Jesús” (Rom 3, 21-26).
La carta a los Efesios nos dice esta
hermosísima verdad: “En Él tenemos por
medio de su sangre la redención, el perdón de los pecados, según la riqueza de
su gracia que ha prodigado sobre
nosotros en toda sabiduría e inteligencia dándonos a conocer el Misterio de su
voluntad” (Ef. 1, 7- 8). Este Misterio es Cristo que nos descubre el deseo
eterno del Padre: La salvación de todos los hombres. En cuatro pasos podemos
decir cómo nos salva Jesús, es decir como el Señor lleva a cumplimiento las
promesas del Antiguo Testamento de salvar a su Pueblo de la opresión y
explotación porparte de las potencias extranjeras:
- La
Encarnación. Dios envía su mensajero el ángel Gabriel a
visitar a María (Lc 1, 16ss). Entre la doncella de Nazareth y el Ángel del
Señor se da el diálogo más liberador de la historia que culmina con la
hermosa respuesta de María: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi
según su palabra”. “Y el Verbo se hizo carne y puso su morada entre
nosotros” (Lc 1, 26ss; Jn 1,18). El “fiat” de María une al cielo con la
tierra; Dios ha tomado rostro humano para amarnos con corazón de hombre,
lo que estaba separado ha sido unido.
- La vida
pública de Jesús. Jesús crece, y llegado el tiempo de señalado
por Dios baja al Jordán y es bautizado por Juan, es conducido por el
Espíritu al desierto, para después comenzar su obra mesiánica. Con la
predicación de la buena Nueva, nos enseña a vivir como hijos de Dios, como
hermanos de los hombres y como amos y señores de las cosas. Reconcilia a
los hombres con Dios (Mc 2, 5), les regresa su dignidad perdida (La mujer
adúltera), y reconcilia a los hombres entre ellos (El caso de Zaqueo). Con
su Palabra, con sus milagros, curaciones, exorcismos, y de manera especial
con su testimonio de vida, Jesús siembra el reino de Dios en los corazones
de los hombres (Jn 8, 1-11; Lc 19, 1-10; Lc. 15, 11, ss).
- La pasión
y muerte. Jesús es el vencedor del pecado. Muere para que nuestros pecados
sean perdonados Rm 4, 25). En virtud de la sangre de Cristo nuestros
pecados son perdonados (Ef. 1, 7), y nuestras conciencias son lavadas de
los pecados que llevan a la muerte (Heb 9, 14). Jesús con su muerte de
Cruz es el Vencedor del mundo, del Maligno y del Pecado (Col. 2, 14- 15).
- La
Resurrección. Es el triunfo de Jesús sobre la muerte. Jesús
resucita para que tengamos vida en abundancia (Jn 10, 10). Con su
resurrección ha vencido la muerte y nos ha abierto las puertas de la
verdadera libertad: “Para ser libres nos liberó Cristo” (Gál 5, 1).
San Pedro en su primer
discurso nos revela la hermosísima verdad, fundamento de nuestra salvación: “Israelitas, escuchad estas palabras. A
Jesús de Nazareth, hombre acreditado por Dios con milagros, prodigios y señales
que Dios hizo por su medio entre vosotros, como vosotros mismos sabéis, a éste
que fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios,
vosotros le matasteis colgándolo en la cruz por mano de los impíos; a éste,
pues, Dios le resucitó, librándole de los dolores del Hades” (Hechos 2, 22-
24).
Por la obediencia de Cristo
al Padre y por el amor de Cristo a los hombres hemos sido salvados. La
salvación, es un don de Dios y una posibilidad para nosotros: Jesús ha pagado
el precio por nuestra salvación, pero él, no nos salva a fuerzas, es por eso
una posibilidad. Hoy día es una posibilidad para nosotros, si queremos podemos
salvarnos aceptando el don de Dios o
podemos también perdernos, rechazando el regalo que Dios nos ofrece.
5. El
antes y el ahora.
La vida de los hombres está marcada con un
antes y un después: antes de conocer a Cristo y después de conocerlo. El antes
lleva el sello de la esclavitud, el después lleva el sello de la libertad: Para
ser libres nos liberó Cristo” (Gál 5, 1). “Que
no reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, ni deis vuestros miembros
como armas de iniquidad al pecado, sino ofreceos a Dios y dad vuestros miembros
a Dios como instrumentos de justicia” (Rom 8, 12-14). El antes es de muerte, el ahora es de vida: “pero Dios, rico en amor y en misericordia, por el gran amor con que
nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente
con Cristo, por gracia habéis sido salvados” (Ef 1, 5). El antes es de
separación, el ahora es de presencia, de unidad, de ser familia, se ser
ciudadanos del reino de Dios (cf. Ef. 2,13).
6.
¿Cómo nos llega la salvación realizada por el
sacrificio redentor de Cristo?
“La
voluntad de Dios es que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento
de la verdad” (1ª Tim, 2,4).
Podemos afirmar que los hombres llegan al conocimiento de la verdad por medio
de la predicación de la Palabra de Dios, y a la misma vez decir que la
salvación llega a los hombres por medio de los Sacramentos de la Iglesia.
El Concilio Vaticano II nos recuerda una gran
verdad: “que Dios ha querido salvar y santificar a los hombres, no aisladamente
y sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo que le
confesara y sirviera santamente” (L. G. No. 9). “No
se salvarán aquellos hombres que, reconociendo que la Iglesia católica fue
instituida por Jesucristo como necesaria, sin embargo, se niegan a entrar o a
perseverar en ella” (L.G. 3 14).
Este pueblo de Dios, es ahora la Iglesia de
Cristo, “adquirida con su sangre”,
pensada por Dios desde la eternidad, fundamento de la verdad e instituida por
Cristo para que continuara en la historia su obra redentora. Iglesia que con
toda propiedad es llamada: “Sacramento de
Salvación” (Jn 20, 19- 23).
San Pedro en su primera carta nos dice que
este pueblo de Dios es regio, sacerdotal y profeta: pueblo de sacerdotes,
profetas y reyes (cf 1ª de Pedro 2, 9) Existe para evangelizar, es decir, para
dar vida En esta gran verdad descubre la Iglesia su carácter Sagrado y
Sacerdotal, orgánicamente estructurado en la comunidad eclesial y actualizada
en la predicación, en la administración de los Sacramentos y en la práctica de
las virtudes. (cf L.G. No. 11).
Los católicos tenemos que valorar cada día más
la riqueza sacramental de la Iglesia y aprovecharla lo mejor posible,
especialmente la Eucaristía, que es “fuente
y cumbre de toda la vida cristiana”, como lo afirma el Concilio (L.G. #
11). Como tampoco debemos despreciar ninguno de los medios de salvación que nos
dejó Cristo en su Iglesia: Su Palabra, sus Sacramentos, sus carismas, su
oración, el Magisterio.
Señor Jesús, gracias por hacer
de tu Iglesia un sacramento de salvación y de unidad.
María Señora del Sagrado
corazón, ruega por nosotros.
5.
La Fe en Jesucristo
OBJETIVO: Ayudar a eliminar las
falsas concepciones que se tengan de la fe y aportar
nuevos elementos que ayuden a profundizar la auténtica fe en Jesucristo.
1.
Justificados por la fe.
Porque habiendo
sido justificados por la fe, tenemos paz con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo, por medio de quien también hemos obtenido entrada a esta gracia en
la cual estamos firmes, y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios (Rm 5, 1-2). La justificación
es la obra poderosa que Dios realiza en Cristo y por Cristo para que los
hombres puedan participar de su “naturaleza divina”, sean transformados en
hijos suyos y entre ellos formen una fraternidad universal. Es la salvación
gratuita que Dios ofrece a todos los hombres para que podamos ser gratos y
agradables a Dios, ya que sin fe nada es agradable a Dios (Hb 11, 6).
La fe es la exigencia esencial
para salvarse, para conocer, amar y servir al Señor. Jesús en el Evangelio de
Juan pide a sus discípulos creer en Él[1].
En la carta a los Efesios encontramos un hermoso himno a la misericordia de
Dios manifestada en Cristo Jesús:
“Y
a vosotros que estabais muertos en vuestros delitos y pecados, en los cuales
vivisteis en otro tiempo según el proceder de este mundo, según el Príncipe del
imperio del aire, el Espíritu que actúa en los rebeldes... entre ellos vivíamos
también todos nosotros en otro tiempo en medio de las concupiscencias de
nuestra carne, siguiendo las apetencias de la carne y de los malos
pensamientos, destinados por naturaleza, como los demás, a la Cólera...
Pero Dios, rico en misericordia, por el grande amor con
que nos amo, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó
juntamente con Cristo - por gracia habéis sido salvados - y con él nos resucitó
y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos
venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con
nosotros en Cristo Jesús.
Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y
esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las
obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en
Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que
practicáramos” . (Efesios
2, 1-8).
2.
¿Qué es la fe?
Para comprender lo que es la fe, miremos a Jesús, el
Autor y Consumador de nuestra fe Hb 12, 2)
Jesús el Siervo emprende el camino hacia Jerusalén para obedecer hasta
la muerte[2].
En presencia de la muerte lleva la fe a su perfección mostrando una confianza
absoluta en el que podía salvarlo de la muerte[3].
Para Jesús la fe es obediencia a su
Padre, confianza ilimitada; abandono en sus manos y una vida entregada a favor
de todos los hombres, especialmente a los menos favorecidos a quienes amó con
predilección.
a. Para nosotros…digamos primero lo que no
es la fe:
- La fe no es un algo: un objeto, una cosa que podemos medir, pesar,
abarcar y luego desechar.
- La fe no es un sentimiento. Los sentimientos humanos son neutros,
es decir, ni buenos ni malos, depende la orientación que se les quiera
dar.
- La fe no es una teoría como la de Darwin. Toda teoría es la
manifestación de impresiones subjetivas.
- La fe no es un conjunto de normas que tengamos que obedecer para
salvarnos. Caeríamos en un fariseísmo legalista, rigorista y
perfeccionista. Hombres y mujeres sin misericordia
b. Ahora digamos lo que sí es la fe.
- Es la respuesta que el hombre da al amor de Dios, a la Palabra que
Él le dirige. Es la decisión de confiar y abandonarse en Jesús: Es una
convicción que sólo en Cristo hay salvación… (Hechos 4, 12) Fuera de Él
todo es muerte.
- La fe es un don: “He sido yo
quien los eligió a Ustedes” (cfr. Jn. 6, 70), nos ha dicho Jesús. La fe no
se puede comprar.
- La fe es un poder. Poder
“para vencer el mal y para hacer el bien”, fuerza de Dios para cambiar la
manera de pensar y los criterios mundanos y torcidos.
- La fe es una vida: “El Padre nos ha dado vida, esa vida está en
Cristo, quien tiene a Cristo tiene vida”. [4]
Jesús mismo nos dice quien es Él: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”.
[5]
“Yo soy la Resurrección y la vida”.[6]
- La fe es un Alguien que habita por la fe en el corazón del creyente[7].
Una persona divina que ha tomado rostro humano: Jesús. El Don de Dios a
los hombres, La Palabra hecha carne mediante la cual fueron creados los
mundos; la Vida que el Padre nos da para que tengamos vida en abundancia. Él
es el Pensamiento, la Acción, la Sabiduría, la Impronta de su ser, es
Emmanuel, Dios con nosotros.
- La fe es el camino para apropiarnos de los frutos de la Redención y
de todo lo que Dios en su divina Gracia nos ha querido compartir. Sólo por
el camino de la fe podemos conocer a Dios, penetrar sus Misterios y
recibir sus bendiciones espirituales.[8]
Por la fe sabemos que en el nombre de Jesús, y por sus
méritos, los pecados son perdonados; los demonios son expulsados, los enfermos son
curados, y por Él, y en Él, somos hijos de Dios.
3. ¿Qué tenemos que hacer para tener vida eterna?
La respuesta es de Jesús, y es breve: “Que crean en el que Dios ha enviado” (Jn. 6, 40). Pudiéramos
hacer la pregunta en otra forma: ¿que
tenemos que hacer para que Cristo
perdone nuestros pecados? “Arrepentíos,
pues, y convertíos para que sean perdonados vuestros pecados” (Hech. 3,
19). El Señor Jesús nos dejó un gran medio para quitar nuestros pecados en el
Sacramento de la Reconciliación. El Señor dio a su Iglesia el poder de perdonar
los pecados por medio de este Sacramento (Jn. 20, 22-23)
“Porque,
si confiesas con tu boca que Jesús es el señor y crees en tu corazón que Dios
lo resucitó de entre los muertos, serás salvo”. (cf. Rom. 10, 9) Creer en Jesús implica: reconocerlo como
nuestro Salvador personal, confiar en Él, obedecerlo, amarlo, pertenecerle,
proclamarlo como Señor de nuestras vidas, consagrándole nuestra persona y
nuestra vida para que la obra de la salvación crezca siempre en nosotros.
La salvación que Jesús nos ofrece es integral, es decir, abarca a todo el
hombre y a todos los hombres. No se limita a quitar el pecado y a darnos el
cielo. Alcanza también todo nuestro ser y crece hasta perfeccionarse con la
posesión eterna de Dios en el cielo. Escuchemos a san Pablo decirnos esta gran
verdad: “a la Iglesia de Dios que está en
Corinto: a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con cuantos
en cualquier lugar invoquen el nombre de Jesucristo, Señor nuestro, de nosotros
y de ellos.” (1 Cor. 1, 2)
4.
¿Qué es creer en Jesús?
- Creer en Jesús es aceptar a Dios como Padre que nos ama, que nos
perdona, que nos salva y que nos da su Espíritu Santo.
- Aceptarlo como nuestro único Salvador personal: “me amó y se
entregó por mí” (Gál 2, 19). Es mi Redentor: con su sangre me ha comprado
para Dios: “nos ha sacado del reino de tinieblas y nos ha llevado al reino
de la luz” (Col. 1, 13).
- Creer en Jesús es adherirse a su persona: hacerse uno con él,
buscando su rostro, su mirada, tener sus pensamientos, sus sentimientos,
sus intereses, sus preocupaciones, sus luchas, para hacer nuestras las
promesas y bendiciones del Padre que encontramos en la Biblia.
- Creer en es aceptar su Palabra como “Norma” para nuestra vida:
Vivir según el Evangelio, es vivir como hijo de Dios, hermano de los
hombres y servidor de los demás.
5.
Lo que implica el creer en
Jesús:
“El hombre es justificado por la fe sin las obras de
la ley”.[9]
Significa que la salvación nunca es algo debido, sino una gracia de Dios
acogida por la fe. De esta manera el creyente nunca puede gloriarse de sus
obras o de su propia justicia ni apoyarse en sus obras como lo hacía Pablo el
fariseo.[10] Creer
en Jesús implica:
- Confianza infinita en Dios que se nos ha manifestado en Cristo
Jesús que se entregó a la muerte por nuestros pecados y resucitó para
nuestra justificación (Rom 4, 25). Abandono
incondicional en las manos del Padre. “Yo sé en quien he puesto mi
confianza”. “Quien pone su confianza en Él, no queda defraudado” (2 Tim
1,12).
- Obediencia a su Palabra: “Haced lo que os diga” (Jn. 2, 5). Quien
cree en Jesús hace de su Palabra la Norma para su vida.
- Disponibilidad para
servirle: “No he venido a ser servido, sino a servir” (Mt 20, 28) “L que
quiera servirme que me siga” (Jn 12, 26).
- Sentido de pertenencia: “Somos del Señor, de Aquel que nos ha
redimido, que ha pagado el precio por nosotros.[11]
Le pertenecemos en la medida que lo amemos.
Una mirada a María, la Madre del Salvador, nos ayudará
a comprender lo que es la fe. Para la Madre, la fe es “don de Dios”, “es
apertura a la acción divina”, “es acogida de la voluntad de Dios”, es “confianza,
y abandono en las manos del Padre”. La fe de la Madre es donación entrega y
servicio a la Obra del Hijo. Podemos de esta misma manera comprender porque la
Iglesia llama a María “la Madre de los creyentes”.
María, Señora
del Sagrado Corazón, ruega por nosotros.
6. La conversión cristiana según Jesús de Nazaret
OBJETIVO: Presentar la conversión según el Evangelio
para que sea entendida como el paso del Antiguo al Nuevo Testamento; de la
Antigua a la Nueva Alianza.
1.
“Conviértanse y crean en el Evangelio”
La conversión para Jesús no es algo triste y doloroso para vivir
quejándonos o suspirando por las cebollas de Egipto, con la mano puesta en el
arado y la mirada hacia atrás. Eso no es la conversión. No es cambiar de
costal, es decir, no es dejar de hacer algo malo porque nos conviene o por
agradarle a la gente. Eso no capacita para el Reino de Dios. El anuncio gozoso
de la Buena Nueva, proclamado por Jesús, es como el preludio de toda conversión
cristiana: Para entrar al Reino de Dios exige “creer y convertirse” (cf Mc 1,
15).
La conversión predicada por Jesús es Buena Nueva, es anuncio gozoso y
liberador. A quien lo escucha y lo acoge, Jesús pone en su corazón la
“Esperanza” liberadora que realiza la conversión de mente vida y corazón.
Nosotros creemos que Jesús ha venido a traernos a Dios: “Vengo para que tengan
vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). La “Esperanza” que Jesús pone en
nuestros corazones es Dios mismo que ha venido a iniciar en nosotros un
proceso; el proceso de nuestra conversión que tiene como meta la “La vida
íntima con Dios en Cristo Jesús, por la acción del Espíritu Santo”. El que
responde al llamado y a la acción de Dios se convierte en “Testigo de la
esperanza”.
El contenido fundamental del
Antiguo Testamento está resumido en el mensaje de San Juan Bautista;
<<Convertíos>>. No se puede llegar a Jesús sin el Bautista; no es
posible llegar a Jesús sin responder a la llamada del Precursor, es decir, sin
convertirse a Cristo. No obstante, Jesús asumió el mensaje de Juan en la
síntesis de su propia predicación: “Convertíos
y creed en el Evangelio para que entréis en el Reino de Dios” (Mc 1, 15).
Para Él, la conversión, no
es volver atrás, a la Antigua Alianza, sino, entrar en la Nueva Alianza, en la
época de la Gracia, en la cual la salvación no se debe a las obras, sino a la
bondad de Dios manifestada en Cristo Jesús, Salvador y Liberador del Hombre.
2.
¿Qué es entonces la conversión para el Señor Jesús?
a.
Ir a Jesús.
“Vengan a mí los que estáis
cansados y agobiados, tráiganme su carga” (Mt 11, 28). Lo primero es el encuentro con Jesús. No
es que seamos nosotros los que vamos a Jesús, es él, quien nos busca como Buen
Pastor (Lc 15, 4); se nos acerca para indicarnos que andamos equivocados e
invitarnos a volver a la Casa del Padre. El punto de partida de la conversión
es la iniciativa de Dios que nos amó primero: A nosotros nos toca dejarnos
encontrar y aceptar el Camino que Él nos propone. El camino del Amor. El
encuentro con Cristo es liberador y gozoso. Nos libera de la carga del pecado y
nos da su gracia, su amor, su paz, su gozo. Hace de nuestro corazón un
manantial de “aguas vivas”. Por el pecado habíamos abandonado la Fuente, ahora
estamos de regreso, hemos vuelto al Señor, el Agua viva de nuestra Salvación”
(Jer 2, 13). Para el Señor Jesús la conversión es cambiar el yugo de la
esclavitud del pecado por el yugo del amor y caminar con Él; es por lo tanto
cambiar de Padre, de Dueño, de Reino y de Patria (Jn 8, 36ss)
b. Un Nuevo nacimiento. Volver a nacer.
“En verdad, en verdad os digo, el que no nazca del agua y del Espíritu
no puede ver el Reino de Dios” (Jn 3, 5). No basta tener ciertas devociones
o algunas prácticas religiosas. No se puede depositar “el vino nuevo en odres
viejos”, “a vino nuevo odres nuevos” (cf Mc 2, 22). No basta con ponerle un
parche a nuestra vida o ponernos mascarillas para vernos bien ante los demás.
Nos convertiríamos en simples “fachadas”. El oráculo divino dice: “Hay que
nacer de nuevo”. Nacer de Dio, nacer de lo Alto (Jn 1, 11ss) ¿Cómo podrá ser
esto? Escuchando la Buena Nueva para creer en Jesús y aceptarlo a Jesús como nuestro Salvador,
Maestro y Señor de nuestras vidas. Para nacer de Dios San Pablo nos invita a
entrar en la “Muerte y resurrección de Cristo”, para nacer de nuevo y vivir una
vida digna de Dios en Cristo Jesús (Rom 6, 10-11). Muriendo al pecado y
resucitando con Jesús, para apropiarse de los frutos de la Redención de Cristo:
el perdón y la paz, la resurrección y el don del Espíritu.
c. Hacerse
como Niños.
“Yo os aseguro que si no
cambiáis y os hacéis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mt 18, 2). En verdad, puro está el niño de
envidia, de odio o de ambición por los primeros lugares. El niño posee la mayor
de las virtudes: la humildad unida a la sencillez y la transparencia. Aprender
de Jesús que es Manso y Humilde de corazón (Mt 11, 29), es tarea para toda la
vida. Si nos faltan estas virtudes nuestra salvación anda coja también en lo
más importante.
Jesús les dijo: «Dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí,
porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos (Mt. 19, 14). Hacerse como niños para el Señor Jesús es aceptar la
salvación y el reino como don, como regalo, y nunca como algo merecido o como
algo que se puede comprar y vender. Hacerse niño como Él, para luego hacerse
servidor de los hermanos, discípulo misionero del Señor.
d. Dar la media vuelta para volver a la Casa del Padre.
El hijo pródigo salió de la Casa del Padre para irse a un país lejano
donde derrochó los bienes de fortuna viviendo como un libertino (cf Lc 15,
11ss). La conversión es darse media
vuelta para volver a la Fuente del Amor, a Cristo, a la Casa del Padre.
Volver dejando atrás el terreno de los ídolos y rompiendo con situaciones de
injusticia, de fraude, de mentira, de no salvación; situaciones que no son
queridas por Dios. Con la media vuelta comienza el acercamiento a Dios. El
camino de regreso no es fácil porque tenemos mentalidad de esclavos: “Trátame
como uno de tus sirvientes” (Lc 15, 19), y además tenemos mentalidad servil:
“Soy un caso echado a perder, ya no tengo remedio, nada se puede hacer”. “No
soy digno del perdón de Dios”, etc.
El camino de regreso a casa no es fácil, pero está lleno de
experiencias de luz, de verdad que hacen tomar conciencia de pecado, de
necesidad de Dios, de vacío. La mano amorosa de Aquel que nos hace regresar
pone a nuestro paso personas incondicionales que nos van indicando por donde es
que tenemos que ir, que es lo que no debemos hacer y que si es lo que hemos de
hacer: seguir caminando, la fiesta está cerca.
e. Actuar con misericordia.
“En
verdad os digo, si vuestra justicia no supera la justicia de los fariseos no
entraréis al Reino de los Cielos” (Mt 5, 20). La conversión es al amor y a la misericordia o no es
conversión: “Misericordia quiero y no sacrificios” nos recuerda el Señor. La
misericordia es amar con el corazón la miseria del otro, del pobre, del
pecador, del próximo, excluyendo de nuestra vida los sentimientos de grandeza,
los juicios despectivos, las actitudes de envidia, de egoísmo y de todo
sentimiento de mezquindad. “Sólo los limpios de corazón pueden llegar a ser
misericordiosos” (cf Mt 5, 7-8), razón por la cual, hemos de pensar que nuestra
conversión, para que sea cristiana, ha de
ser radical, profunda y total,hasta llegar a cambiar de vestido, quitándose en
traje de tinieblas para revestirse con la vestitura de la salvación (Rm 13,
11ss)
La conversión según Jesús, a la luz de la
parábola del Sembrador, puede ser vista como el barbechar del corazón que nos
pide el profeta Jeremías para arrancar la maleza: “Cultivad
el barbecho y no sembréis entre cardos. Circuncidaos para Yahveh y quitad el
prepucio de vuestro corazón” (Jer 4, 3-4). Cultivar el corazón exige arrancar los espinos, la
mala cizaña y derrumbar las murallas que hemos levantado en nuestro interior
impidiendo el sano acercamiento con Dios y con los demás. Convertirse es sacar
fuera la vieja levadura de las pasiones que gobiernan nuestro corazón para
dejar lugar a la nueva levadura de verdad, justicia, libertad y amor como las
nuevas bases que hacen presente el Reino de Dios en nuestra vida.
3.
¿De qué nos hemos de convertir?
La
pregunta podría ser: ¿Qué es lo que hemos de erradicar de nuestro corazón? Todo
aquello que impide que el Reino de Dios crezca en nosotros: la autosuficiencia,
la manipulación, la mediocridad, la tibieza, la superficialidad, la vida
mundana, tan llena de ídolos, los vicios, de la vida según la carne, de las
supersticiones, del espíritu del servilismo y de toda miseria humana. (Ver los
7 pecados capitales).
La conversión cristiana implica pasarse del
fariseísmo a Jesús; de las obras muertas de la carne a Cristo, fuente de vida
nueva; convertirse del reinado de los ídolos al reinado de Jesús; salir de las
tinieblas para ir a la luz; pasar de la esclavitud a la libertad; salir de la
muerte para entrar en la vida; cambiar del padre de toda mentira para ser hijos del Dios vivo y
verdadero. El corazón humano cuando se encuentra bajo la esclavitud del pecado,
es el “Odre viejo”, que para recibir el “Vino Nuevo”, hay que vaciarlo de la
vieja levadura del espíritu de corrupción y de toda aquella negatividad, que
impide que el hombre sea lo que debe ser. Vaciar el “viejo odre” para lavarlo
con el “agua y la sangre” que brotan del
costado de Cristo para luego enjuagarlo en la Misericordia que es derramada en
nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos es dado (Rom 5, 5).
4. ¿Para qué nos hemos de convertir?
El Espíritu Santo saca de nuestros corazones
la mentira y nos lleva a vivir en la verdad, nos hace libres y llena nuestros
corazones de la “vida nueva” para que amemos y para que sirvamos al Señor
Nuestro Dios como hombres y mujeres de verdad (cf 1Tes 1, 9). Convertirse para
salir del conformismo y dejar de ser copia de los demás y títeres de otros.
Nuestra conversión no será cristiana si no nos vaciamos de nosotros mismos para
llenarnos de Cristo. Para orientar nuestra vida hacia Dios; hacia el bien; hacia
el servicio a los demás como servidores de la vida, del amor, de la verdad.
Convertirse para tener la manera de pensar, de mirar de Cristo; poseer sus
virtudes y no engreírse por ellas; tener su manera de amar y servir, sin buscar
el propio interés, sino la gloria de Dios y el bien de los demás. Reconocemos
que la conversión cristiana es un verdadero camino de sanación interior: de
miedos, inseguridades, complejos y de alteraciones de la mente.
5.
¿Qué exige la conversión?
Ciertamente la conversión es ante todo un proceso de personalización y
de humanización: yo renuncio a vivir como todos para tomar decisiones propias.
Ya no me siento justificado por el hecho de que todos hacen lo mismo que yo. En
otras palabras busco otro estilo de vida, una vida nueva. La conversión cuando es verdadera humaniza y personaliza: nos hace
personas. Cuando la fe no se hace cultura, se asfixia y se muere, es
estéril y vacía. Por eso tengamos presente que la conversión cristiana es una
socialización nueva y profunda; se pasa del yo al nosotros, del mío al nuestro;
del individualismo a la Comunidad Fraterna. No hay duda, la conversión de
cualquier hombre hace bien a todos. Cuando el corazón del hombre cambia,
cambian también las estructuras: la familia, la educación, la política, la
religión, etc. La conversión a Jesucristo exige el cambio radical de la mente y
del corazón para ser discípulos y misioneros de Cristo; para que el mundo tenga
vida en Él. Hoy podemos ver la conversión como “llamada y como respuesta”:
“Levántate y sígueme” (Mc 2, 14) “Vayamos al encuentro de Dios y de los demás”.
¿Adónde vamos? Jesús siempre nos conducirá a la intimidad con Dios y al
encuentro con los hermanos. Sólo se convierte el hombre quien vive de
encuentros interpersonales, con Dios y con los demás… por eso la conversión es
al amor o no es conversión. Es don y es respuesta.
Liturgia penitencial y
Renovación de las Promesas Bautismales.
Hemos llegado al momento de
renovar nuestro Bautismo. Momento de renunciar a todo aquello que es
incompatible con el Reino de Dios en nuestra vida, pedir perdón por nuestros
pecados y profesar nuestra fe en el Dios Uno y Trino.
Se ha de prepara un clima de
recogimiento con cantos propios de una Liturgia Penitencial dirigida por el
Sacerdote, ministro de Cristo y de la Iglesia.
Se ha de evitar caer en el
emocional ismo y en el sentimentalismo o en provocar situaciones de euforia
para luego echarle la culpa al Espíritu Santo.
Que nadie se sienta juzgado,
acusado o sienta que le echan en cara sus pecados, porque Dios no lo hace así.
Se pueden señalar situaciones de pecado, pero, sin acusar a nadie.
Se trata de iluminar la
conciencia y ayudar a la persona, para que libre y generosamente responda a la acción del Espíritu que con
respeto y delicadeza actúa en el interior del hombre.
La repuesta es individual, pero,
puede hacer también de manera comunitaria. De uno por uno o cuando es grupal,
el sacerdote dirige el rito de las renuncias para responder a cada una con un
firme y sonoro “Yo renuncio”.
1.
Las renuncias.
·
Yo, renuncio a Satanás,
padre y autor de toda mentira. Porque me ha engañado
haciéndome pensar que la felicidad estaba en la fama, el prestigio, el placer,
las diversiones y en el poseer riquezas.
·
Yo, renuncio a Satanás y
a todas sus seducciones. Porque me sedujo por medio de la pornografía, de la falsedad y el engaño
para llevarme a una vida sensual según la carne que me hizo esclavo de mis
pasiones, de mis instintos y de mis sentidos.
·
Yo renuncio al pecado
para vivir en la libertad de los hijos de Dios:
Ø …al odio, el egoísmo, la soberbia, la envidia, la
avaricia, la lujuria, la ira, la envidia, la pereza.
Ø …al Individualismo que me llevó a pensar sólo en mis
intereses; en vivir sólo para mi sin pensar y preocuparme de los demás.
Ø …al Farisaísmo rigorista,
legalista y perfeccionista que me hace creerme mejor y superior a los demás
sin tomar en cuenta que son personas valiosas con dignidad y valores.
Ø …al relativismo que me hace valorar a las
personas, no por lo que son, sino por lo que tienen, por el color de la piel,
por la ropa que usan.
Ø …a vivir y a juzgar según las apariencias y
preocuparme por el que dirá de la gente.
Ø …a los chismes, críticas, groserías, juicios despectivos
hacia los demás, palabras obscenas, etc
Ø …al instrumentalismo que me ha llevado a ver de las
personas como objetos, cosas…para luego hacer de ellas instrumentos de trabajo
y de placer.
Ø …a toda forma de manipulación…que es la más grande las ofensas
contra los seres humanos.
Ø …al machismo del hombre…y a la pasividad femenina. Ambos
situaciones son deshumanizantes y despersonalizadores. Hombre y mujer son igual
de valiosos, cada uno con distinta misión.
Ø …a toda forma de irreligiosidad y de impiedad que me llevaron a vivir sin Dios y a perder mis valores
religiosos.
Ø …al alcoholismo y drogadicción que son fuente de pobreza,
miseria, dolor, enfermedad y sufrimiento.
Ø …a toda forma de fraude, chantaje, robo.
Ø …al consumismo que me hace derrochar lo que no tengo y gastar en
lo que no necesito.
Ø …a gastar de manera vana y superflua para llenar los vacíos
del corazón en lujos que no son necesarios, mientas que hay pobres que pasan
hambre.
Ø …a toda forma de superstición:
§ …creer en la mala y en la buena suerte.
§ … a la brujería, hechicería y toda forma de
encantamientos.
§ …al espiritismo y a la invocación de espíritus que son
una mentira de Satanás.
§ …al espiritualismo que es una mezcla de espiritismo,
ocultismo, filosofías persas, brujería, santería moderna y religión.
§ …a toda forma de ocultismo como son todas las magias, lectura de la mano, la
ouija, el tabaquismo, el poder mental, cultos satánicos.
§ …a creer en la reencarnación que niega el valor de la
Redención.
2.
La Profesión de nuestra fe.
·
Creo en Dios Padre.
Creador de todo cuanto existe en los cielos en el cielo y en la tierra. Creo en
Dios, Fuente y Autor de la vida.
o Creo que Dios es amor, me
ama como soy incondicionalmente y desde siempre.
o Creo que Dios es Perdón,
es rico en misericordia y me perdona todos mis pecados, los grandes y los
pequeños.
o Creo que Dios es Libertad
y es liberador, me libera y me salva y me da el don de su Espíritu.
·
Creo en Jesucristo. El
Hijo Unigénito y Primogénito de Dios.
o El único Mediador entre
Dios y los hombres.
o Salvador y Redentor que
nació de María la Virgen.
o El Misionero del Padre
que vino a traernos la Vida de Dios.
§ Qué murió para rescatar a
los hombres del poder de las tinieblas y darnos el perdón de los pecados.
§ Y resucitó para nuestra
justificación.
§ Que ha sido constituido
Señor y Cristo, es Emmanuel, Dios con nosotros.
·
Creo en el Espíritu
Santo, Señor y Dador de vida.
o Actúa en nuestro interior
para darnos conciencia de que somos pecadores necesitados de redención.
o Nos lleva al encuentro
con Cristo.
o Y guía a los hombres por los caminos de Dios.
·
Creo en la Iglesia, Casa
del Dios vivo y fundamento de la verdad.
o Creo que la Iglesia es la
Familia de Dios; Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo.
o Creo que la Iglesia es la
Comunidad fraterna en donde todos somos hermanos y donde se vive la Comunión de
los Santos.
·
Creo en el Bautismo,
puerta para entrar a la iglesia, el primero de los Sacramentos.
o Nos perdona los pecados,
nos hace hijos de Dios y hermanos de Jesucristo.
o Nos apropiamos de los
frutos de la Redención de Jesucristo: el perdón y la paz, la resurrección y el
don del Espíritu.
·
Creo en Resurrección de
los muertos y en la Vida eterna.
o La muerte es la puerta
para entrar a la eternidad.
o Después de la muerte hay un
Juicio donde daré respuesta de lo que hice en esta vida o de lo que dejé de
hacer.
o Mi meta es el Cielo, es
Dios, es la Vida eterna.
Esta es
nuestra fe. Es la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar, en
Jesucristo Nuestro Señor.
Una fe Trinitaria, Cristológica,
Pneumatológica, Pascual, Eclesiológica, Mariana y Antropológica. Una fe que nos
muestra un Padre que nos ama; a Jesús que ha muerto y resucitado para nuestra
justificación; al Espíritu que guía a los hijos de Dios; a La Iglesia Cuerpo
Místico de Cristo a la que somos incorporados por el Bautismo que nos hace
pasar de la muerte a la vida; María, Madre y Maestra, camina siempre con
nosotros para recordarnos que estamos llamados a ser hombres nuevos.
3.
La entrega y la quema.
Se recomienda encender una
fogata, cuando es posible, si no, un brasero con carbones encendidos, se
bendice el fuego y se entonan cantos especiales que invitan a entregar nuestras
cargas a Cristo, el “Basurero divino”.
Todas las personas presentes que
han renovado sus Promesas Bautismales, escriben, en un ambiente de recogimiento
y oración todas sus experiencias, cargas y debilidades que quieran poner a los
pies de Cristo y en silencio pasan una a la vez a depositar sus papeles
escritos sobre el fuego símbolo del “Fuego del Espíritu”.
La Oración del cristiano renovado.
Gracias, Padre Dios por el don de
la vida, porque me llamaste por amor a la existencia, me elegiste para estar en
tu presencia y me destinaste a ser hijo amado de tus complacencias. Gracias por
el don de mi Familia: mis padres, abuelos, hermanos, tíos, primeros y demás
familiares. Gracias también por mis padrinos de bautismo. Gracias por don de la
fe. Gracias por darnos a tu Hijo Jesucristo que “nos amó y se entregó por
nosotros”.
Señor Jesús, creó en Ti y te
acepto como mi Salvador personal. Tú moriste y resucitaste por mí. Hoy y aquí
te abro las puertas de mi corazón y te invito a entrar en mi vida que pongo en
tus manos, porque yo decido pertenecerte con todo cuanto tengo y cuanto soy.
Redentor y Salvador mío te pido con humildad el “Don del Espíritu Santo” para
que me enseñe a amarte y a servirte toda mi vida.
María, Madre, ven Señora, tómame
de la mano, enséñame a caminar en la fe; llévame siempre a tú Hijo para que
como Tú, Madre yo también, sea su “Discípulo y su Misionero”. Amén
Se termina con cantos de gozo
para celebrar la gran Misericordia de Dios, el regreso a casa y el nuevo
Nacimiento. Pueden darse saludos y felicitaciones por la obra y las maravillas
que el Señor a realizado en medio de su Pueblo.
“Todo el que está en Cristo es una nueva creación,
lo antiguo ha pasado, lo que ahora hay, es lo nuevo” (cfr 2 Cor 5,17) Lo nuevo es un Cristo Vivo que vive en el corazón del
creyente que lo ha aceptado como su Salvador personal.
Señor Jesús, quédate con
nosotros.
(2ª parte)
“El Espíritu Santo, es el
principal agente de la Evangelización”.
El
Espíritu Santo realiza la “Obra del Padre” en nuestra vida por medio de la
Evangelización y de los Sacramentos, nos ilumina y vivifica. En virtud del
Bautismo y la Confirmación, somos llamados a ser discípulos y misioneros de
Jesucristo y entramos a la comunión trinitaria en la Iglesia, la cual tiene su
cumbre en la Eucaristía, que es principio y proyecto de la misión del
cristiano. “Así, pues, la santísima Eucaristía lleva a la iniciación cristiana
a su plenitud y es como el centro de toda vida sacramental” (Doc. de Aparecida
153).
PRÓLOGO
Un Mensaje que
se pregona…Nadie puede decir: “Jesús es Señor”, sino con el Espíritu Santo. (1 Co 12, 3)La obra del Divino
Espíritu es llevarnos a Cristo, que a su vez nos lleva al Padre que nos da
Espíritu Santo. Este llevarnos a Cristo, al “Encuentro personal” con Él, “Hasta que alcancemos todos la unidad en la
fe y del conocimiento pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a
la madurez de la plenitud en Cristo.” (Ef 4, 13)Es la obra que el Espíritu
Santo realiza en los cristianos: actualiza en nosotros el Plan de Salvación
realizado por Cristo hace más de dos milenios; nos lleva a la perfección en la
caridad.
Querido hermano y querida hermana, pretendemos
presentarte en esta segunda parte del Kerigma, los elementos necesarios que te
lleven a descubrir las acción del Espíritu en tu vida y en la de otras personas
dentro de la Comunidad Cristiana. Creemos con firmeza que a partir del “Encuentro personal con Cristo Resucitado”,
Él mismo, nos abre la mente y nos explica las Escrituras” (cfLc 24, 27). Lo
anterior nos ayuda a decir que Cristo no es solamente el objeto del Kerigma,
sino el sujeto que lo dirige, lo proclama; es el anuncio en donde se oye a Dios
revelarse: es actualización de la Promesa.
El Kerigma es Jesucristo mismo: toda su obra unida a
su Persona. No solo hace referencia a
los últimos acontecimientos de la vida Jesús: muerte – resurrección y
ascensión, sino que su predicación debe abarcar todo el Mensaje del Señorío de Dios, que irrumpió en Cristo, desde
su Nacimiento (Lc 2, 10), vida pública del Señor, su pasión y su muerte, y
sobre todo a partir de su Resurrección (Hch 10, 40-42) Kerigma es hacer qué Él reine“hasta que ponga todos sus enemigos bajo sus pies, y el último enemigo
en ser destruido será la muerte” (1 Co 15, 25-26). La proclamación del
Kerigma es la clave para entender el Antiguo Testamento; esa clave es
Jesucristo, que su pueblo rechazó, y por lo mismo perdieron la clave para
interpretar las Escrituras. (cfr. Jn 1, 11)
Kerigma es el Anuncio gozoso que Dios mismo predica
por medio de sus pregoneros. Es “preparar
los caminos del Señor, enderezar sus sendas, es proclamar la conversión.”
(Mc 1, 2-4) “Y la necesidad de hacerse bautizar
en el nombre de Jesucristo para que sean perdonados los pecados y recibir el
Espíritu Santo” (Hch 2, 38; 26, 20b) Es anunciar y vivir el Mensaje de
Salvación al cual Pablo pregona como “Misterio
de Dios”. Kerigma es toda la predicación de Pablo que se identifica con
Cristo; es la “Sabiduría de Dios,
misteriosa, escondida…” que se opone
a la “sabiduría de este mundo”: el mensaje que proponían los judíos, quienes si
lo “hubieran conocido no hubieran
crucificado al Señor de la Gloria” (1 Co 2, 7-9) No basta hablar de Dios;
no basta hacer milagros o expulsar demonios, no basta, es necesario vivir el
Kerigma y encontrarse llenos de la Gracia de Dios mediante una intensa vida
sacramentaria para no se réprobos el día de Juicio. (Mt 7, 22- 23) El pregonero
del Kerigma está llamado a ser el primero en creerlo, el primero en vivirlo y
el primero en pregonarlo, para la “Gloria de Dios Padre y en bien de toda la
Iglesia.
1.
EL SEÑORÍO DE JESÚS.
OBJETIVO: Jesús es el Salvador y el Redentor de los
hombres, pero él ha de ser además, Señor de nuestras vidas, centro de nuestros
corazones. Con este tema pretendemos ayudar a conocer el camino que nos
lleva a la perfección cristiana
- La
fe de la Iglesia
“Nadie hablando
con el Espíritu de Dios, puede decir: “Anatema sea Jesús”; y nadie
puede decir: “Jesús es Señor”, sino con el influjo del Espíritu Santo” (1 Co 12, 3)
Dios ha abierto a los hombres un camino que pasa por los acontecimientos de la
salvación: muerte y resurrección de Jesús. Camino que no nace del silencio sino
de la escucha. Es el camino del Kerigma: ¡Jesucristo ha muerto! ¡Jesucristo ha
resucitado! ¡Jesucristo es el Señor!
Esta es la fe
que los apóstoles trasmitieron a la Iglesia y que ella quiere hoy día despertar
en cada uno de los bautizados e incluso en las mismas piedras. Jesús de
Nazaret, el profeta que murió en la Cruz por los pecados de todos los hombres,
ha resucitado y ha atravesado los cielos para sentarse a la derecha del “Trono
de Dios” y ha sido constituido “Señor y Cristo” (Hch 2, 36).
- Por la
Obediencia del Hijo
San Pablo nos
dice que Jesús por su obediencia recibió el Nombre que está sobre todo nombre…y
que toda lengua proclame y toda rodilla se doble “Jesucristo es Señor” para
gloria de Dios Padre. (Flp 2, 8-11) Lo que Pablo quiere expresar con la palabra
Señor es precisamente aquel Nombre que proclama el Ser divino. El Padre ha dado
a Cristo su mismo Nombre, y su mismo
Poder. Está es la verdad inaudita que encierra nuestra fe cristiana:
“Jesucristo es el Señor” “Jesucristo es “El que es”, el Viviente. Es Dios con
nosotros.
Pero Pablo no
es el único que proclama esta verdad: “Cuando levantéis al Hijo del Hombre,
sabréis que YO SOY”, nos dice san Juan en su Evangelio. (Jn 8, 24). Y también
dice: “Si no creéis que YO SOY, moriréis por vuestros pecados”. La remisión de
los pecados tiene lugar ahora en ese Nombre, en esa Persona, en Jesús, el Hijo
amado del Padre.
Para san Juan
el Nombre divino está íntimamente ligado a la obediencia de Jesús hasta la
muerte: “Cuando levantéis al Hijo del
Hombre sabréis que Yo Soy y que no hago nada por mi cuenta, sino que hablo como
el Padre me ha enseñado” (Jn 8, 28) Jesús no es Señor contra el Padre o en
lugar del Padre, sino “para la gloria del Padre”.
Esta hermosa
Verdad que es un secreto, que está vedada para el mundo, hoy la Iglesia nos la
revela, nos la entrega a los que hemos creído en el que Dios ha enviado, lo
hemos aceptado como nuestro Salvador y ahora nos invita a aceptar su señorío
sobre nuestras vidas. Ese dominio de Dios que fue rechazado por el pecado ha
sido sustituido por la obediencia de Cristo, el nuevo Adán. En Jesús y por
Jesús Dios ha vuelto a reinar desde la “Cruz” por eso que toda rodilla se doble
y que toda lengua proclame que Jesús es Señor: “Para eso murió y resucitó Cristo: para ser Señor de vivos y muertos”.
(Rm 14,9)
- “En el REINO DE DIOS nadie vive para sí mismo”.
El grito de alabanza que se escuchaba como un
estallido en las asambleas cristianas después de Pentecostés, llenaba a unos de
rabia y a otros de alegría: “Jesús es
Señor” para gloria de Dios Padre. La alegría de los cristianos está en
conocer, amar y servir a Cristo para decir con Santo Tomás: “Mi Señor y mi
Dios”. Realidad que sólo puede ser posible, cuando, por la acción del Espíritu Santo nos
sumergimos en la Voluntad del Padre, haciendo de su Hijo el Principio, el
Centro y el Fin de nuestra vida.
En el Mundo el hombre vive para sí mismo; muchas veces
bajo el dominio de las cosas, de las personas o de las ideologías. No así, en
el Reino de Cristo, donde nadie vive para sí mismo: “Si vivimos para el Señor vivimos y sí morimos; para el Señor morimos,
tanto en la vida como en la muerte somos el Señor (Rm 14, 8). Lo que
realmente estamos diciendo que el hombre es un ser para la entrega, que nuestra
vida no nos pertenece, su Dueño es el Señor. Es muy bueno que ya estemos
diciendo que Jesús es nuestro Salvador, pero, es también necesario que
reconozcamos a Jesús como SEÑOR DE NUESTRA VIDA Y DE NUESTRA HISTORIA.
El camino para vivir el Señorío de Jesús es: “Ser de
Cristo” (1 Co 3, 23). Ser pertenencia de Cristo, que Jesús sea el “Mero, Mero”
en tu vida. Ser de Cristo implica haberlo recibido como Salvador y haber
recibido su perdón y su paz. ¿Ustedes de quien quieren ser? San Pablo en la
carta a los Gálatas nos dice: “Para ser
libres nos liberó Cristo”. (Ga 5, 1) Libres de toda esclavitud, y libres
para servir a los hombres. Es la enseñanza del Maestro: “No he venido a ser servido, sino a servir” (Mc 10, 45). Jesús ha
venido a nuestra vida para liberarnos del pecado, de la idolatría, destruir las
obras del Diablo y darnos el don del Espíritu Santo.
La verdad es que el hombre ha sido puesto en mundo
para ser amo y señor de las cosas: vivir por encima de ellas; no fue creado
para vivir por encima de los demás, como tampoco fue creado para vivir por
debajo de los otros. Los señores de la tierra son opresores, son explotadores,
están llenos de mentira, fraude y engaño, quienes viven el Señorío de Cristo no
son de esos.
El hombre existe para entregarse, para darse para
servir a impulsos del amor. Con su voluntad el hombre se ata, se adhiere a
“algo” o a “alguien”. El ser humano se ata o se une a lo que ama, aquello que
la inteligencia le presenta como bueno. ¿Qué sucede si me ato al mal? ¿Qué
sucede si me adhiero al bien? ¿Qué sucede si me uno a Dios? Si me uno al mal,
me hago malo, si me uno al bien me hago bueno y si me uno a Dios me divinizo.
Me hago uno con Él en Cristo Jesús, “Camino, Verdad y Vida”, y todo el que se une
a Él, vive en la verdad, practica la
justicia, camina en la libertad y vive para amar. En pocas palabras se realiza
plenamente como ser humano.
El hombre que se adhiere al error, es un oprimido y es
esclavo del mal. En cambio si se adhiere al bien se hace siervo de Dios. De la
misma manera que el hombre que vive para sí mismo se asfixia en su propio ego.
No hay término medio, o frío o caliente.
Sólo hay dos caminos, uno lleva a la vida el otro al libertinaje y por ende a
la muerte. No hay término medio, si tú me dices yo tengo mi propio camino, ese
sería un camino, ni tan ancho ni tan angosto, ni frío ni caliente, más bien
sería tibio y la Palabra de Dios nos dice que la tibieza espiritual no es grata
a Dios. “Conozco tu conducta, no eres ni
frío ni caliente; ahora bien puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy
a vomitarte de mí boca”(Ap 3, 15- 16)
- ¿Cómo entiende la Biblia la palabra SEÑOR?
¿Qué significa la Palabra Señor? En primer lugar
designa a la persona que tiene dominio sobre tierras o cosas, es dueño. Por
ejemplo los señores feudales y los hacendados se creen dueños de vidas y
haciendas. Jesús no es de estos, hoy día a esos señores nadie los quiere. Otra
palabra muy semejante es la palabra “amo” que tiene casi el mismo significado,
pero que hace referencia más bien a personas que son cabeza de la casa y que
tienen uno o varios criados. El Amo es
el que hace y deshace.
Para los judíos el NOMBRE de Dios revelado a Moisés en
el libro del Éxodo (3, 14) es tan SAGRADO que no se atrevían a pronunciarlo y
encontramos que en la Biblia griega el NOMBRE es traducido por “Kyrios”
(Señor). Señor se convierte desde entonces en nombre más habitual para designar
la divinidad misma del Dios de Israel. El Nuevo Testamento utiliza en sentido
fuerte el título de Señor para designar al Padre, pero también lo emplea, y
aquí está la novedad, para Jesús reconociéndolo como Dios. (1 Co 2, 8; Flp 2, 6-11)
- Hechos 2, 36. Independientemente de lo que digamos, Jesús es Señor,
pues Dios lo ha constituido Señor y Mesías.
- Juan 13, 13-14. Ustedes me llaman Maestro y Señor, y en verdad lo
soy….
- Mateo 20, 28. “Mi Señor y mi Dios” la frase más bella de la Biblia
que mejor nos habla de lo que Jesús: Señor de señores. Dios de Dios.
- Colosenses 1, 15-18. Imagen de Dios Invisible. Es también la cabeza
del Cuerpo que es la Iglesia. El es el Principio…
- Filipenses 2, 6-11. Jesús es de condición divina….que toda rodilla
se doble…y toda lengua proclame que Jesús es SEÑOR.
La experiencia nos dice muchísimos son los bautizados,
muchos los creyentes, pocos los practicantes y poquísimos los comprometidos con
la causa de Cristo. Quiero decir que con esto que muchos creyentes no viven
bajo el Señorío de Cristo, más bien llevan una vida según la carne: vida
mundana y pagana dando culto a los ídolos del poder, del placer o del tener.
Podemos dividir nuestra vida en dos: antes y después de conocer a Cristo.
Antes de conocer
a Cristo Después de conocer
a Cristo Jesús es Señor
El Yo es el centro Jesús ya está dentro… Jesús es el centro y
Cristo está fuera de la vida. Pero el Yo sigue
siendo el centro. el Yo está a su
lado.
A mi alrededor; dinero, A mi alrededor
sigue el dinero, Todo ha sido puesto
alcohol, sexo, etc. fama, el tabaco,
diversiones. bajo los pies de Cristo
- ¿Cómo hacer a Jesús Señor de nuestras vidas?
Existen dos capitanes, dos señores, dos reinos: el de
la luz y el de las tinieblas. En el Reino de
la luz, Cristo es el Rey, es el Capitán, mientras que el reino de las
tinieblas, el Diablo es el jefe. ¿En cuál reino te encuentras? ¿Cómo saberlo?
¿Cuál voluntad estás haciendo? ¿Tú voluntad o la de Dios? En reino de la Luz
sólo viven los que hacen la voluntad de Dios manifestada en Cristo Jesús. ¿Cómo
hacer a Cristo Jesús Señor de nuestras vidas? Lo primero es:
1. El encuentro personal con Jesús, Buen
Pastor.
Encuentro liberador y gozoso que divide la vida de los creyentes en dos: antes
y después de conocer a Cristo. Antes yo era el rey, el centro de mi vida. Mi
felicidad estaba en las cosas: dinero, sexo, alcohol, droga, amigos, carros,
etc. El Señor estaba fuera de mi vida. Con el encuentro con Cristo se inicia el
proceso, Él entra en mi vida y se experimenta el poder de Dios y lo bueno que
es el Señor.
¨
La clave: “Hacer en todo la voluntad de Dios”. “Haced lo que Él os diga” (Jn 2, 5). Buscar y realizar su voluntad
es poner a Jesús por encima de todo lo creado. El cristiano que camina con
decisión por los caminos de Dios aprende a discernir entre el bien y el mal, y
se hace adulto en la fe, capaz de vivir de una manera digna según el Señor,
dando frutos buenos y creciendo en el conocimiento de Dios. (Col 1, 9-10)
¨
La Ley: Amar como Jesús, a todos y siempre. Cuando la Ley de Cristo
reina en nuestros corazones, las cosas ya no se hacen por obligación ni por que
toca; todo se hace con alegría y por amor al Señor, por eso se puede decir con
san Pablo: “Todo lo que era importante
para mí, lo considero basura y lo doy por pérdida ante la sublimidad del
conocimiento de Cristo, mi Señor”. (cfr. Flp 3, 10-11).
¨
El compromiso: ser servidor de los demás. Jesús es Señor de los que
permiten que Él les lave los pies. Jesús
dice: “Vosotros me llamáis Maestro y Señor, y lo soy, pues si yo que soy Maestro y Señor les
he lavado los pies, haced vosotros lo mismo” (Jn 13, 13-14). El señorío de
Jesús es para el servicio del hombre: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser
servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt 20, 28)
2. La purificación del corazón o
destrucción de los Ídolos. El Señor Jesús no entra en nuestros corazones con sus manos vacías. ¿Qué
lleva? La Espada de doble filo y viene a echar fuera de “Casa” todo lo que no
sirve, lo que ocupa el lugar de Cristo; viene a destruir nuestros falsos dioses
Entra también en nuestros corazones como Luz que ilumina todas dimensiones de
nuestra vida. Paso a paso, de obra en obra, el Espíritu del Señor va rompiendo
ataduras, destruyendo ídolos, limpiando la casa; espíritu de machismo…espíritu
de brujería…espíritu de alcoholismo…espíritu de adulterio…espíritu de
libertinaje…espíritu de grosería, fuera
y al fuego.
3.
La opción por Jesucristo y
rompimiento con el mundo. El Señor Jesús no pide poco, tampoco pide mucho, Él lo pide todo. Pide
pero no exige. Es un Caballero y respeta nuestra libertad: “Si tu quieres”…
¿Cuándo se hace la opción por Jesús? ¿en qué momento? La opción por Jesús es un
momento de gracia, es don y respuesta…implica dos certezas: La certeza que Dios me ama… “me amó y se entregó por mí”. Yla certeza que yo también lo
amo…y hago alianza con Él.
Cuando esta doble certeza se enraíza en el corazón de
los discípulos, entonces, libre y conscientemente se decide uno por Cristo y
por su Evangelio. Es decir, se guardan los Mandamientos y se acepta libre y
gozosamente la llamada al servicio. Jesús pregunta a Pedro: “¿Pedro, me amas”.
El no hace alianza con esclavos…el mundo los odia porque ustedes me aman, si
ustedes me odiaran el mundo los amaría.
4. Vida de pertenencia a
Jesús. Mateo
en el Evangelio nos presenta la parábola de la “perla preciosa”. (Mt 5, 45). La
Perla no será nuestra si no estamos dispuestos
a darlo todo: familia, amigos, bienes materiales, morales, defectos,
vicios, enfermedades. Entregar lo bueno y lo malo. Ponerlo todo a los pies de
Cristo. Para que pueda ser el Señor
nuestro. No somos de las cosas, somos del Señor con todo y cuanto
tenemos, por eso, lo que sabemos, tenemos y somos, todo lo ponemos con alegría
al servicio de quien lo necesite. El Señorío de Jesús es el camino de
desprendimiento y de comunión con Dios y con los demás especialmente los más
pobres.
5. Vida consagrada al
Señor. La
vida humana solo se hace cristiana cuando se gira en torno como siervo de
Jesús; sólo entonces es fuente de
alegría cristiana. Sierva de Dios fue el título favorito de María: “He aquí la
esclava del Señor”.(Lc, 1, 38) Pablo, siervo de Jesucristo por voluntad de al
Señorío de Jesús y se consagra totalmente y con alegría a su servicio. Razón
por la que puede vivir para Dios y confesarnos
que todo en lo que antes de conocer a Cristo era valioso para él, después de haber experimentado lo sublime del
amor de Cristo, lo considera basura, lo da por pérdida. (Flp 3, 7)
En la carta a los Romanos encontramos un texto que nos
manifiesta en que consiste una vida consagrada al Señor: “Hermanos os exhorto
por la misericordia de Dios a que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostias
vivas, santas y consagradas a Dios; ese ha de ser vuestro culto espiritual”
(cfr. Rm 12, 1-2)
Reconocer, aceptar y proclamar a Jesús como Señor es
algo que solo puede ser fruto de la acción del Espíritu Santo en nuestra vida.
- Manifestaciones del Señorío de Cristo en nuestra
vida.
La voluntad de Dios para nosotros es hacernos tener
parte con Él. La voluntad del Señor manda siempre lo mejor para el hombre,
aunque éste no lo alcance a ver de esta
manera: “Porque ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Tes 4, 3). ¿Podrá existir algo mejor para
nosotros que nuestra santificación? Las manifestaciones que podemos ver en
nuestra vida, pueden ser, entre otras:
¨
Cambio de una manera de pensar
egoísta a una, con sentido comunitario. De mi carro a nuestro carro, del yo al
nosotros, de lo mío al nuestro.
¨
Se pone lo que se tiene al servicio de quien lo necesite. El
desprendimiento de las cosas y de realidades buenas para abrirse al servicio.
¨
La administración de la economía. Ya no se gasta en lo que no se
necesita. No se derrocha en cosas innecesarias, en lujos superfluos. En cosas
vanas.
¨
Disponibilidad para abrazar la voluntad del Padre. Disponibilidad para
hacer el bien, sin buscar el propio
interés.
¨
El cultivo de los valores del Reino. La verdad, la justicia, el amor y
la libertad.
Los Padres de la Iglesia de los primeros siglos nos
dicen: “Todo gasto superfluo es un fraude a los pobres”. Todo derroche en
vicios y en lujos innecesarios es fraude, es engaño….es darle el lugar de
nuestra vida que le corresponde a Cristo, a las cosas, a los perros y a los
cerdos.
María es el mejor ejemplo que tenemos de alguien que
haya realizado en su vida el señorío de Cristo. Ella es la primera discípula,
por eso es también hija predilecta del Padre y Sagrario del Espíritu Santo. En
cada momento de su vida abrazó la voluntad de Dios hasta el fondo, por eso es
Virgen fecunda y Madre Admirable.
Señora del
servicio ayúdanos a conocer, amar y servir a Jesús, el Señor de cielos y de
tierra, al único, al glorioso e inmortal, al Hijo de Dios
2. SEÑOR
Y DADOR DE VIDA
El objetivo: Dar a conocer al Espíritu Santo de Dios, su
acción y sus manifestaciones para sea conocido y anunciado como lo que
realmente es: Una Persona Divina que el Padre en Cristo comunica a los
creyentes.
1.
Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de
vida.
Jesús es el Mesías de Dios sobre quien posa el Espíritu Santo en
Plenitud. En vida Jesús es Aquel que recibe de su Padre el Espíritu Santo sin
medida. Después de su Resurrección, Cristo Jesús, es Aquel que da el Espíritu
Santo a los que creen en su Nombre y lo obedecen. El Profeta Isaías nos había
dicho: El Espíritu del Señor está sobre el Germen de David, con sus siete dones (cfr.Is 11, 3) Dones que
el Mesías hace partícipes a sus amigos, discípulos y hermanos, ya que Él, es el
Nuevo santuario de Dios de donde brotan los “Ríos de agua viva” (cfr. Ez 47,
1). El don del Espíritu en la Antigua Alianza fue para unos cuantos: jueces,
profetas, reyes, sacerdotes, pero en la Nueva Alianza podrá ser para “toda carne” de acuerdo a las palabras
del profeta Joel (cfr. Joel 3, 1-5)
2.
El Espíritu Santo en la vida de Jesús.
La humanidad de Jesús, “Ungida por el Espíritu Santo desde el seno de
su Madre, la Virgen María que concibe a Cristo del Espíritu Santo (Mt 1, 18ss;
Lc 2, 11), impulsa al anciano Simeón a ir al templo a ver al Cristo del Señor
((cfr. Lc 2, 26- 27), Cristo lleno del
Espíritu Santo es conducido al desierto. (cfr. Lc 4, 1), Cristo es el “Ungido
con el Espíritu Santo para anunciar la Buena Nueva a los pobres, dar vista a
los ciegos, liberar a los cautivos y proclamar
el año de Gracia del Señor (Lc 4, 16ss), el poder del Espíritu Santo
emana de Cristo en sus curaciones y en sus acciones salvíficas (cfr. Lc 6, 19;
8, 46), Cristo se ofreció al Padre en la cruz por el Espíritu Santo (cfr. Hb 9,
14), es el mismo Espíritu Santo quien resucita a Jesús de entre los muertos
(cfr. Rm 1, 4; 8, 11)
3.
El Espíritu Santo guía a los hijos de Dios.
“Nadie
puede decir es Señor, sino por influjo del Espíritu Santo” (1 Co 12, 3) “Dios ha enviado a nuestros corazones el
Espíritu de su Hijo que clama: Abbá, Padre” (Ga 4, 6). Él da testimonio en nuestro interior de que ya somos hijos de Dios”(
Rm 15, 16).
El Divino Espíritu despierta en los hombres
la fe, la precede y la lleva a su madurez. Nos inicia en la vida nueva que
consiste en: “Que te conozcan a ti, el
único Dios verdadero y a tu enviado Jesucristo” (Jn 17, 3) La obra del
Espíritu Santo es hacer que los hombres crean en Cristo, para que creyendo se
salven. Uno de los padres de la Iglesia de los primeros siglos nos dejó este
hermoso legado:
“El
bautismo nos da la gracia del nuevo nacimiento en Dios Padre por medio de su
Hijo en el Espíritu Santo. Porque los que son portadores del Espíritu de Dios
son conducidos al Verbo, es decir al Hijo; pero el Hijo los presenta al Padre,
y el Padre les concede la incorruptibilidad. Por tanto, sin el Espíritu no es
posible ver al Hijo de Dios, y, sin el Hijo, nadie puede acercarse al Padre,
porque el conocimiento del Padre es el Hijo, y el conocimiento del Hijo de Dio
s se logra por el Espíritu Santo.” (San Irineo, dem. 7)
Creer en el Espíritu Santo es, por lo tanto,
profesar que el Espíritu Santo es una de las personas de la Santísima Trinidad,
consubstancial al Padre y al Hijo, “que con el Padre y el Hijo recibe una misma
adoración y gloria”. Él nos revela al Hijo, le da gloria, nos hace oír la
Palabra del Padre, pero, a Él no lo oímos y no lo conocemos, sino en la obra
que hace en nosotros, reproduce en el cristiano la “Imagen de Jesús” (Rm 8, 29)
Los que son del Mundo no lo ven ni lo conocen, mientras que los que creen en
Cristo lo conocen porque Él mora en ellos. (Jn 14, 17; CATIC 687)
4.
Lugares para conocer al Espíritu Santo.
La Iglesia comunión viviente de la fe de los
Apóstoles que ella trasmite es el lugar de conocimiento del Espíritu Santo. Por
eso podemos enumerar los lugares en los cuales podemos conocer las
manifestaciones del Espíritu en la Iglesia:
·
En las
Sagradas Escrituras que han sido inspiradas por Él.
·
En la
Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales.
·
En el
Magisterio de las Iglesia, al que Él asiste.
·
En la
Liturgia sacramental, a través de sus palabras y sus símbolos, en donde el
Espíritu Santo nos pone en comunión con Cristo.
·
En la
oración en la cual, Él intercede por nosotros.
·
En los
carismas y ministerios mediante los cuales Él edifica la Iglesia.
·
En los
signos de vida apostólica y misionera.
·
En el
testimonio de los santos, donde Él manifiesta su santidad y continúa la obra de
Salvación. (CATIC 688)
5.
Nombres apropiados del Espíritu Santo
·
Espíritu Santo es el nombre
propio de Aquel que glorificamos y adoramos con el Padre y el Hijo. (Catic 691)
·
Paráclito. Se traduce habitualmente por Consolador, siendo
Jesús el primer Consolador.(cfr. 1 Jn 2, 1) El mismo Señor llama al espíritu
Santo: “Espíritu de Verdad”. (Jn 16, 13) (CATIC 692)
·
Abogado. Que pide por nosotros "con gemidos
inefables" y por que defiende en los momentos de peligro. (Rm 8, 26)
·
Espíritu Creador: Dios envía el Espíritu Santo y las cosas son creadas
por amor.
·
Virtud o Poder del Altísimo. Que en la Encarnación bajo sobre María para
que el Verbo de Dios tomará rostro humano.
·
Huésped del alma: mora en nuestras almas en virtud del Bautismo
Sacramental.
·
Unión, nexo, vínculo, beso: expresa la unión inseparable y estrechísima
entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo.
·
Padre de los pobres, dador de dones. “No los dejaré huérfanos dice el Señor Jesús a
sus discípulos”(Jn 14, 18)El Divino Espíritu llena nuestras almas pobres por el
pecado y distribuye los dones espirituales.
En la
enseñanza de san Pablo encontramos los siguientes apelativos: Espíritu de la Promesa”. (Ga 3, 14), Espíritu
de adopción (Rm 8, 15), Espíritu de Cristo, llena por completo el alma del
Señor Jesús (Rom 8, 11), Espíritu del Señor (2 Cro 3, 17) El Espíritu de Dios
(Rm 8, 9.14; 15, 19; 1 Co 6, 11; 7, 40).
6.
Símbolos del Espíritu Santo.
1) El agua. Significa y
la fecundidad de la Vida en el Espíritu Santo. Es el agua viva que Jesús ofrece
a la samaritana (Jn 4, 10) Es el agua que brota de Cristo crucificado (cfr. Jn
19, 34; 1 Jn 5, 8) Es el agua viva que brota del corazón de os que creen en
Jesús (Jn 7, 38) (CATIC 694)
2) La unción. El
Espíritu Santo es la unción que Jesús recibió en su bautismo. Cristo significa
ungido del Espíritu de Dios para ser sacerdote, profeta y rey. (Lc 4, 18- 19;
Is 61,1) (CATIC 695)
3) El fuego. Significa
la energía transformadora y purificadora de los actos del Espíritu Santo. El profeta
Elías que como surgió como fuego y cuya palabra abrasaba como antorcha (Eclo
48, 1), con su oración atrajo el fuego del cielo sobre el sacrificio del monte
Carmelo (cfr. 1 Re 18, 38- 39). Juan Bautista anuncia que Jesús será el que
bautice con Espíritu Santo y Fuego (cfr.Lc 3, 16). Jesús mismo, al hablar del
espíritu dijo: “He venido a traer fuego
a la tierra, y cuánto desearía que ya estuviera ardiendo” (Lc 12, 49).
En Pentecostés el Espíritu Santo se derrama en la forma “como de lenguas de fuego” (Hch 2, 3-4)
(CATIC 696)
4) La nube y la luz.
Estos dos símbolos son inseparables. La Nube que guío a Israel en el desierto
(Ex 40, 36- 38); que envolvió a María en la Encarnación (Lc 1, 35); vino sobre
Jesús en la Transfiguración (Lc 9, 34- 35); en la Ascensión envolvió al Señor
(Hch 1, 9). El Espíritu Santo es la Luz de Cristo, luz de la verdad, luz del
evangelio, luz de los corazones. (CATIC 697)
5) Sello. El sello es
un símbolo cercano al de la unción. En efecto, es a Cristo a quien Dios ha
marcado con su sello (Jn 6, 27). El Padre nos marca en Cristo con su sello (2
Co 1, 22; Ef 1, 13; 4, 30) marcados con el sello, pertenecemos a Cristo para el
día de nuestra plena salvación. (CATIC 698)
6) La mano de Dios.
Jesús impone la manos sobre los enfermos y los cura (cfr. Mc 8, 23); bendice a
los niños (cfr Mc 10, 16). En su Nombre los Apóstoles harán lo mismo. (cfr Mc 16, 18; Hch 5, 12; 14, 3)) (CATIC 699)
7) Dedo de Dios.
Significa toda la potencia constructiva
y creadora. Por Él se verifican todas las maravillas de Dios, principalmente en
el orden de la gracia y de la santificación. Por el dedo de Dios “Jesús expulsa
a los demonios” (Lc 11, 20; las Tablas de la Ley, son escritas “por el dedo de
Dios” (Ex 31, 18) (CATIC 700)
8) La paloma. Aparece
al final del diluvio como símbolo de que la tierra es habitable de nuevo (Gn 8,
8- 12). Cuando Cristo sale del agua el día de su bautismo el Espíritu Santo
baja y se posa sobre Él en forma de paloma (Mc 1, 12; Lc 3, 22) (CATIC 701)
Oración: Ven Espíritu Santo
a renovar la faz de la tierra. Ven a encender nuestros corazones con el fuego
de tu amor. Ven a renovar nuestra fe, esperanza y caridad. Ven y ayúdanos a ser
fieles discípulos del Misionero del Padre, Jesús, el Señor.
3.
EL ESPÍRITU SANTO ALMA DE LA IGLESIA.
Objetivo: profundizar en el conocimiento de la Persona
del Espíritu Santo y su acción en la Iglesia, para que fieles a las mociones
del Divino Espíritu podamos vivir como hombres nuevos.
1. El Espíritu Santo y la Iglesia.
Todos nosotros,
que hemos recibido el único Espíritu, a saber, el Espíritu Santo nos hemos
fundido entre nosotros y con Dios. Ya que por mucho que nosotros seamos
numerosos separadamente de Cristo y que Cristo haga que el Espíritu del Padre y
suyo habite en cada uno de nosotros, este Espíritu único e indivisible lleva
por sí mismo a la unidad a aquellos que son distintos entre sí…y hace que todos
aparezcan como una sola cosa en Él. Y de la misma manera que el poder de la
santa humanidad de Cristo hace que todos aquellos en la que ella se encuentra
hace que formen un solo Cuerpo, pienso que también de la misma manera el
Espíritu de Dios que habita en todos, único e indivisible, los lleva a todos a
la unidad espiritual.(san Cirilo de Alejandría, Jo, 12 CATIC 738)
Este bellísimo texto de san Cirilo de
Alejandría nos hace decir que el Espíritu Santo es el alma de la Iglesia. Y nos
hace reconocer que la Iglesia no tiene vida en sí misma, sino en Dios, es por
su Espíritu, fuente de vida que hace que la Iglesia sea un “Organismo viviente
y vivificador.” La nueva creación solo puede nacer del Espíritu, del que tiene
su nacimiento todo lo que nace de Dios (cfr. Jn 3, 5ss). La Iglesia y el
Espíritu son inseparables: la experiencia del Espíritu se hace en la Iglesia y
da acceso al misterio de la Iglesia.
San Irineo decía que donde está la Iglesia
está el Espíritu Santo, fuerza que anima y lanza a la Iglesia con ardor
misionero hasta los confines de la tierra, para que los fieles demos testimonio
de Cristo, Nuestro Salvador. Escuchemos el testimonio de la Escritura y de la
Iglesia decirnos:
2. El Testimonio de la Escritura
1. “¿No sabéis que
sois santuario de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros? Si alguno
destruye ese santuario de Dios, Dios lo destruirá a él; porque el santuario de
Dios es Sagrado, y vosotros sois ese santuario”. (1 Co 3, 16).
2. Por esta razón
Pablo ora al Padre pidiendo que el Espíritu Santo fortalezca en los fieles al
hombre interior (cfr. Ef 3, 14-15).
3. El Espíritu Santo
guía a los hijos de Dios (Rm 8, 15) ¿A Dónde los lleva?
4. Santifica a la
Iglesia y vivifica a los hombres,
muertos por el pecado, hasta que resucite sus cuerpos mortales en Cristo (Rm 8,
10-11).
5. El
Espíritu habita en la Iglesia y en el
corazón de los fieles como en un templo
(1 Co 3, 16; 6,19).
6. Ora y da testimonio de su adopción como hijos
de Dios (Ga 4, 6); guía a la Iglesia a la verdad completa (Jn 16, 13).
7. La unifica en
comunión y ministerio, la provee y gobierna con diversos dones jerárquicos
carismáticos y la embellece con sus frutos (Ef 4,11-12; 1 Co 12, 4; Ga 5, 22).
8. El Espíritu
Santo es Espíritu de unidad; nos une e integra
porque es el Espíritu de Dios: “Un solo Cuerpo y un solo Espíritu, como
una es la esperanza a que habéis sido llamados. Un solo Señor, una sola fe, un
solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y
en todos” (Ef 4,4ss.). Solo conoceremos a Dios si vivimos en comunión con Él y
con los hermanos por Cristo Jesús en el Espíritu Santo. Dios es Unidad.
9. El Espíritu
consagra porque es el Espíritu Santo de Dios: “Y el que nos marcó con su sello
y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones.” (2 Co 1, 22). Dios nos
elige, nos llama, nos consagra y nos envía, de manera que Él siempre toma la
iniciativa para hacernos instrumentos y ministros que lo hace presente en medio
de su pueblo.
10. La Iglesia
guiada y conducida por el Espíritu Santo es “Es Casa del Dios vivo, y soporte y
columna de la verdad (cfr. 2 Tm 3, 15) La falsedad, la mentira y el engaño,
contradicen la verdad, por lo tanto, el cristiano, guiado por el divino
Espíritu vive, honra y camina en la verdad.
11. Por el Espíritu
conocemos y confesamos que Jesús es
Señor (1 Co 12, 3.). Oramos a Dios (Rm 8, 2). Y lo llamamos por su nombre:
“Abbá, Padre” (Rm 8, 15). La obra del Espíritu Santo es hacer que la gente crea
en Jesús; lo acepte como Maestro y Señor de sus vidas. El nos lleva a reconocer
la divinidad de Jesucristo.
12. “Porque en un solo Espíritu hemos sido
bautizados, para no formar mas que un solo cuerpo, judíos y griegos, esclavos y
libres. Y todos hemos bebido de un mismo Espíritu” (1 Co 12, 13), para entrar
en la Presencia del Padre, según el don recibido (Ef 2, 18)
3.
El Testimonio de la
Iglesia
No podemos entender la belleza y vitalidad de
la Iglesia si no la vemos llena del Espíritu Santo: Evangelización,
sacramentos, catequesis, virtudes, frutos, carismas y dones espirituales y
práctica de la caridad, todo con miras a edificar una comunidad fraterna
revestida de la Santidad de Cristo.
·
“Consumada la obra que el Padre encomendó realizar
al Hijo sobre la tierra, fue enviado el Espíritu Santo el día de Pentecostés a
fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y para que de este modo los
fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en un mismo Espíritu. El es
el Espíritu de vida o fuente de agua que salta hasta la vida eterna.” ( LG 4)
·
Con la fuerza del Evangelio la Iglesia se
rejuvenece, se renueva incesantemente y es conducida a la unión consumada con
su Esposo.(LG 4)
·
Los Católicos recibimos el Espíritu Santo el día de
nuestro Bautismo (CATIC 1265) y por la Confirmación nos vinculamos más
estrechamente a la Iglesia y nos enriquece con una fuerza especial que nos
capacita para difundir y defender la fe como verdaderos testigos de Cristo, por
la Palabra juntamente con las obras. (CATIC 1316)
·
Toda la acción del Espíritu es el darnos acceso a
Dios, en ponernos en comunicación viva con Dios, en introducirnos en sus
profundidades sagradas y en comunicarnos los secretos de Dios. (LG 4)
·
“Y para que nos renováramos incesantemente en Él,
nos concedió participar de su Espíritu quien, siendo uno solo, en la Cabeza y
en los miembros, de tal modo vivifica todo el cuerpo, lo une y lo mueve, que su
oficio pudo ser comparado por los Santos
Padres con la función que ejerce el principio de vida o alma en el cuerpo
humano”
(LG 7)
·
El carácter sagrado y orgánicamente estructurado de
la comunidad sacerdotal se actualiza por los sacramentos y por las virtudes.
Los fieles incorporados a la Iglesia por el Bautismo, quedan destinados por el
carácter del Sacramento al culto de la religión cristiana, y, regenerados como
hijos de Dios, están obligados a confesar delante de los hombres la fe que
recibieron de Dios mediante la Iglesia. (LG 11)
·
El Espíritu Santo es Espíritu, derramado en los
corazones, es el don supremo de la Caridad; (Rm 5, 5) su primer efecto en
nuestra vida es la remisión de los pecados. Es el Espíritu de la comunión que
vuelve a dar, en la Iglesia, a los bautizados la semejanza divina perdida por
el pecado. (CATIC. 734)
·
Por la comunión con Él, el Espíritu Santo nos restablece en el
Paraíso, nos lleva al Reino de los Cielos y a la adopción filial, nos da la
confianza de llamar a Dios Padre y de participar de la gracias de Cristo, de
ser llamado hijo de la Luz y de tener parte en la gloria eterna. (San Basilio, Spir.
15, 36; CATIC 736)
·
El Espíritu Santo que Cristo, Cabeza, derrama sobre
sus miembros, construye, anima y santifica a la Iglesia. Ella es el Sacramento
de la comunión de la Santísima Trinidad con los hombres. (CATIC 747)
Desde el momento que recibimos el Espíritu,
todo cambia en nuestra vida, nada puede perdernos, puesto que Dios se nos ha
dado y nosotros vivimos en El. Seamos dóciles a las mociones del Divino
Espíritu. Hoy nosotros podemos ver al
Señor Jesús; podemos amarlo y servirlo gracias
a la acción del Divino Espíritu en nuestras vidas. El Espíritu Santo
quiere renovarnos y lo hará sí de veras le entregamos nuestro ser sin reservas
y nos dejamos conducir por El. “El nos lleva a la verdad plena” (cfr. Jn 16,
9). Trabaja constantemente por la unidad del Cuerpo de Cristo y por la
santificación de los corazones. “Por Él, el Padre, vivifica a todos los muertos
por el pecado hasta que resuciten en Cristo sus cuerpos mortales” (Rm 8, 10-
11)
Juntamente con la remisión de los pecados, el
Padre, derrama su Amor en nuestros corazones con el Espíritu Santo que Él nos
ha dado”. (Rm 5, 1- 5) este amor, la caridad es el principio de la vida nueva
en Cristo, ahora, porque hemos recibido la fuerza del Espíritu Santo, (Hch 1, 8) podemos ser los testigos, amigos,
discípulos y misioneros de Cristo de Cristo, es posible reproducir la imagen de
Jesús. (Rm 8, 29).
La Conferencia de aparecida nos ha dicho que
en Espíritu Santo que el Padre nos regala nos identifica con Jesús Amor
(Camino), nos sumerge en el Misterio de Dios y nos hace sus hijos. Nos identifica con Jesús Verdad enseñándonos
a renunciar a nuestras mentiras y a nuestras ambiciones. Nos identifica con
Jesús Vida, enseñándonos a abrazar su Plan de amor y entregarnos para que otros
“tengan vida en Él.” Nos llena con la “Fuerza del Espíritu” y nos lanza como
los testigos de Cristo a llevar la Buena Nueva hasta los rincones de la tierra.
(Aparecida 137)
4.
La Experiencia Personal.
Podemos saber muchas cosas sobre Dios y su
doctrina, pero, no basta, es necesario que seamos testigos con poder, de la
muerte y resurrección de Jesucristo padeciendo en nosotros la acción del
Espíritu Santo que nos guía a la verdad plena, haciendo de cada creyente un
hombre nuevo. Un enamorado de la voluntad del Señor; una persona apasionada por
el Reino de Dios que movida por el agradecimiento por lo que Dios está haciendo
su vida responde con generosidad a la invitación que Dios le hace de estar en
estrecha comunión con Él y con todos los que han sido llamados a pertenecer a
su Pueblo Santo que es la Iglesia.
Dios no nos llama a unirnos a un puñado de
normas o decretos, sino a una Persona, a vivir en íntima comunión con Dios
mismo, en Cristo Jesús por la acción y presencia del Espíritu Santo. Los
testigos de la Resurrección somos llamados a vivir una estrecha y profunda
amistad con el Señor. A quienes vivan esta hermosa experiencia Él amorosamente
les dice: “No los llamo siervos, sino amigos”
A ellos les revela los misterios del Reino, pero también les exige
fidelidad a la Alianza: “Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les digo”
(Jn 15). La amistad con Cristo está cimentada en tres bases:
·
Le escucha atenta de su Palabra. Él siempre habla a nuestros corazones.
·
La obediencia a la voluntad del Padre manifestada en su Amado Hijo.
·
Aceptar “ser de Jesús” y pertenecer a su Grupo, para vivir en comunión
con los Doce; de esta manera participar de la misma Misión y del mismo Destino
del Maestro. (Aparecida 131)
Sólo entonces la vida del Maestro fluye en la
existencia de sus amigos a quienes está llamando a ser sus discípulos, para que
conducidos por el Espíritu Santo sean enviados a sembrar las “semillas del el
Reino de Dios en el corazón de los hombres y de las culturas.
Oración
Por un renovado Pentecostés
en la Iglesia y en el mundo.
Por una experiencia renovada
de la acción del Espíritu en nuestra vida.
Para pedir al Señor el
discernimiento del Espíritu para poder leer los signos de los tiempos.
Ven
Espíritu Santo enciende nuestros corazones con el fuego de tu amor…
4.
LA PROMESA DEL ESPÍRITU SANTO
Objetivo:
Ayudar conocer de manera más
personificada a la persona del Espíritu
Santo, de quien somos templo los bautizados que hemos sido incorporados a
Cristo.
1. El
Término espíritu.
La
palabra espíritu en hebreo se traduce por “rúaj”, en griego por “pneuma” y en
latín por “spiritus” y quiere decir “soplo” o “viento”. Con la palabra espíritu
significamos lo que es real pero no corporal. Cuando decimos Espíritu Santo nos
estamos refiriendo a lo más íntimo de Dios, es Dios mismo que se dona y se
entrega a la Humanidad para hacernos semejantes a Él.
2. El
Hombre tiene una necesidad.
El hombre,
todo hombre tiene necesidad del Espíritu Santo, de sus dones y de sus carismas,
no sólo para su vida espiritual privada, sino también para su contribuir a la
curación de los males de una sociedad enferma. La sociedad de consumo, hoy
gasta muchas energías en inventar necesidades para el hombre. Lo quiere hacer
sentir bien, que sea feliz consumiendo y derrochando en cosas y lujos superfluos,
tratando de ahogar la única y realidad necesidad que el hombre, su necesidad de
Dios. El Señor desde la eternidad ha conocido está pobre realidad: El hombre
pretende llenar los vacíos de su corazón con “cosas”; recurre a la “química
para ser feliz”. Mientras el hombre quiere apagar su sed de Dios bebiendo del
agua que el mundo le ofrece. El Señor le tiene una Promesa.
3. El
deseo eterno de Dios.
La Promesa
del Padre responde al “Deseo” eterno que llena su corazón de Dios: “Darnos
Espíritu Santo” para que participemos de su naturaleza divina. El profeta
Ezequiel nos explica en qué consiste el deseo de Dios: “Dar Vida a los huesos
secos”. Así dice el Señor Yahveh: “He
aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío,
y os llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabréis que yo soy Yahveh cuando abra
vuestras tumbas y os haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi
Espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que
yo, Yahveh, lo digo y lo hago, oráculo de Yahveh” (Ez 37, 12- 14)
Es una
Promesa de salvación para tiempos Mesiánicos. Para realizar su promesa Dios
envía a su Hijo que nace de mujer, (Ga 4, 4) se hace uno de nosotros para con
su muerte y resurrección sacarnos de la tumba, en la cual sólo hay muerte y
huesos secos. (Ez 37) Realizada la Obra del Padre por el Hijo, nos envía el
Espíritu Santo que nos guía a nuestro suelo: el Cuerpo de Cristo, la Comunidad
cristiana. En la Iglesia, el Padre nos
da el don del Espíritu Santo. El Espíritu que habita en la Iglesia y en los
corazones de los fieles como en un templo (1 Co 3, 16; 6, 19). Es el Espíritu
de la vida o fuente del agua que brota hasta la vida eterna (Jn 4, 14), por
quien el Padre vivifica a los muertos por el pecado. (Rm 8, 10)
Para
nosotros muchas veces hacer promesas equivale a decir mentiras, no así Para
Dios. Pará Él hacer una promesa es comprometerse, es un compromiso que cumple a
fidelidad. Antiguamente prometió salvación, hoy la está cumpliendo, canta María
en el Magnificat. Dios promete dar a los hombres el don de su Espíritu, la
cumple en Pentecostés. Él es el Dios fiel a sus promesas.
4. La
Alianza del Sinaí.
Yahvé, Dios, por medio de Moisés sacó a Israel de Egipto, liberándole
de la esclavitud del Faraón: “Extiende tu
mano sobre el mar, y las aguas volverán sobre los egipcios, sobre sus carros y
sobre los guerreros…y no se escapó ni siquiera uno de ellos” (Ex 14, 20)
Moisés recibió la orden de Yahvé de llevarse el pueblo al desierto
rumbo a la “Montaña de Dios” para hacer alianza con él. Dios primero libera y
luego hace alianzas. Lo que nos hace pensar que nuestro Dios no hace alianza
con esclavos (cfr. Ex 19, 1). El Pueblo comprende que la liberación y la
alianza exigen una conversión de corazón y una fidelidad en el cumplimiento de
la Ley que esclarece la relación con Dios y las relaciones fraternas y
respetuosas con los demás (Ex 20, 1-17)
En la Alianza de Dios con su Pueblo encontramos cuatro elementos: Dios
que elige y llama; el Pueblo que acepta lo que Dios le propone; el sacrificio
de toros y de machos cabríos, con su sangre rocían al pueblo y al altar; y el
signo de la alianza, las tablas de la Ley. Dios se compromete con su Pueblo y
éste se compromete a ser fiel a la Alianza para gozar de los cuidados de su
Dios. “Yo soy tu Dios y tu eres mi pueblo”. De la experiencia de la
alianza nace la fe de Israel
EL Dios de la Alianza es ante todo un Dios vivo y personal que llama al hombre a un encuentro personal
con Él; un amigo muy cercano que camina con su Pueblo, lo defiende, le da de
beber, de comer, lo corrige para manifestarle abiertamente su amor y le invita
a corresponder. Este Dios que se va revelando es un Dios Único, que se
revela a su pueblo como fuente de amor y
de vida. El pueblo es su propiedad, y por eso le exige: “No tendrás otro Dios fuera de mí” (Ex 20,3)
5. La
Ley del Sinaí
En el Sinaí Dios dio a los
hombres su Ley, que es para todos y para siempre. El Pueblo se comprometió a
cumplirla como señal de que tendría, en verdad a Yahvé como su Dios. La Ley es
buena y santa, fue dada al hombre para que entendiera que es lo bueno y que es
lo malo. El pueblo se comprometió a cumplirla como una señal que aceptaba la
voluntad de Dios, pero no pudo ser fiel y rompió la alianza, sin embargo, la
Ley ayudó al hombre a descubrir que lleva el pecado dentro de él. Los
Mandamientos de la Ley de Dios son expresiones del amor a Dios a los hombres
(Dt 10,12ss). Si Israel quiere vivir debe de poner en práctica las palabras de
la Ley (Dt 29, 28), porque son salidas de la boca de Dios. La Ley es fuente de
vida (Dt 32, 29). El sentido de la Ley no es otro que el amor y el servicio a
Dios y al prójimo (Dt 4, 29). Fe y obediencia son de parte de Dios las
cláusulas de la Ley.
6. La
Nueva Ley del Espíritu.
Dios promete hacer una Nueva Alianza con su
Pueblo. Esta nueva Alianza pide
también un sacrificio, pero, no de toros ni de machos cabríos, será sellada con
la sangre del Cordero de Dios. La nueva ley, la ley del Espíritu, significa que el
Espíritu Santo es la Nueva Ley, la Ley del Amor, llamada también la “Ley
de Cristo”. Esta ley es el Espíritu de
Cristo que nos llena con su Poder extraordinario, y que actúa en el interior
del corazón de cada uno, nos capacita para guardar los mandamientos de la ley
de Dios por amor y con amor. Porque el don de Cristo se convierte en nuestro
interior en “Manantial de aguas vivas” en “Tierra que mana leche y miel”. Desde
este momento los Mandamientos no serán una carga y Dios no será un freno, un
obstáculo en nuestra vida, sino, un Padre amoroso y compasivo, sus Mandamientos
manifestaciones de su Amor.
En Pentecostés toman vida las profecías de
Jeremías y Ezequiel: “Ésta es la alianza
que haré con el pueblo de Israel después de aquellos días, oráculo del Señor:
pondré mi ley en su interior, la escribiré en su corazón” (Jr 31, 33) Ya no
será en tablas de piedra como en la alianza del Sinaí, sino en los corazones;
ya no será una ley externa, sino, una ley interior.
¿De
qué días se trata? Son las siete semanas transcurridas desde la Pascua, desde la muerte y
resurrección del Señor Jesús. A los 50 días se da el cumplimiento de la
Promesa, durante la fiesta de las siete semanas. Era la fiesta grande en
que judíos celebraban el “don de la Torah”.
¿De
qué ley se trata? Escuchemos a Ezequiel explicarnos la profecía de Jeremías: “Os daré un corazón nuevo y os infundiré un
espíritu nuevo, os arrancaré el corazón de piedra y os daré un corazón de
carne. Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que viváis según mis
mandamientos, observando y guardando mis leyes” (Ez 36, 26- 27) Esta nueva
ley interior que da vida, es la ley del Espíritu que nos libera por medio de
Cristo de la ley del pecado y de la muerte. (Rm 8, 2)
Una promesa mas, la encontramos en el profeta
Joel: “Sucederá que yo derramaré mi
espíritu sobre toda carne: vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán,
vuestros ancianos soñarán sueños y
vuestros jóvenes tendrán visiones. Hasta en los siervos y en las siervas derramaré
mi Espíritu en aquellos días. Y realizaré prodigios en el cielo y en la tierra.
(Joel 3, 1- 3)
Este Espíritu de Dios que nos es dado, tiene también manifestaciones
externas, su donación no es exclusiva para un grupo o ciertas personas, sino,
todos podemos recibir en precioso don. Las exigencias fundamentales son
proclamadas con la fuerza del Espíritu el día de Pentecostés a los creyentes,
que preguntan: “Qué tenemos que hacer:”
La respuesta de Pedro es clara y concisa: “Convertíos
y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para
remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo” (Hch
2, 38)
7. La
Promesa de Hijo.
Jesús de
Nazaret en su vida terrena hizo promesas que lleva a cumplimiento después de su
Resurrección.
·
“Y yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con
vosotros para siempre” (Jn 14, 26)
Otro
Paráclito, lo que podemos entender que hubo uno que vino primero, es Cristo
Jesús, Nuestro, Salvador, Maestro y Señor, nuestro Abogado y defensor que con
su sangre abrió el camino para que viniera el segundo Paráclito, el Espíritu
Santo y pudiéramos todos entrar en la “Casa del Padre en mismo Espíritu”.
·
“Cuando venga el Paráclito que yo os enviaré de junto al Padre, el
Espíritu de la verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí” (Jn
15, 26)
Paráclito
significa Consolador, Maestro y Abogado. Él es el Poder de Dios que nos hace
caminar sobre las nubes y caminar sobre las aguas. Esto quiere decir que por la
presencia del Espíritu podemos amar incondicionalmente a Dios y a los demás; Él
es nuestra fuerza para rechazar el mal y vencer nuestro pecado. Sin el Espíritu
Santo la misma Palabra es letra muerta, los Mandamientos una carga, el servicio
y la oración, tiempo perdido, necesitamos al Divino Espíritu para dar
testimonio de un Cristo vivo y verdadero que “habita por la fe en nuestros corazones” (Ef 3, 17)
·
“Os conviene que yo me vaya, porque si no me voy no vendrá a
vosotros el Paráclito, pero si me voy os lo enviaré…” (Jn 16, 7- 11)
Cuando Él venga…viene a
actualizar en nuestra vida el Plan de Salvación realizado por Cristo. “No los dejaré huérfanos, volveré para estar
con vosotros” (Jn 14, 18) A la luz de la acción del Espíritu en el Antiguo
Testamento el Divino Espíritu se revela como Espíritu de firmeza, santidad, buena voluntad,
contrición, humildad, sumisión a la voluntad de Dios, enderezamiento de sendas,
rectitud, justicia y paz, conocimiento de la
voluntad divina y don de sabiduría. En el Nuevo Testamento, podemos
añadir que se manifiesta como don de lo Alto, amor, paz, gozo, dominio propio.
Él es “Dulce huésped del alma” que nos consuela en todas nuestras tribulaciones
y nos confirma en la Verdad. Sobre todo aparece la plena revelación del Espíritu
Santo como el Don del Padre a su Hijo, Amor
derramado en el Corazón de los fieles y como la Tercera Persona de la Trinidad.
·
“Mucho tengo aún que deciros, pero ahora no podéis con ello.
Cuando venga él, el espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa”. (Jn16,12-15)
Espíritu de verdad: el verdadero Espíritu de Dios se
opone al espíritu del mundo y a la sabiduría mundana. Los que son del mundo no
pueden recibirlo (Jn 14, 17). Los discípulos aún no podían comprender las
palabras de su Maestro, es necesario que venga el Maestro interior, los guíe
por los caminos de Dios hasta la verdad completa. Cristo es la verdad, y la
Verdad completa es el mismo Cristo Crucificado y Resucitado. La verdad no es un
concepto, es una persona Dios mismo que se nos da conocer y por la acción del Espíritu Santo en nuestra vida podemos al ver sus
manifestaciones decir: “Hemos visto al Señor.
·
“Sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá
sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y
hasta los confines de la tierra” (Hch 1, 8)
Jesús en vida es aquel que nos hizo promesas,
Cristo resucitado es Aquel que cumple sus promesas. Antes de ascender al Cielo
para ser confirmado como Señor y Cristo, reúne a sus discípulos y les asegura
que dentro de pocos días cumplirá su Promesa y los bautizará con Espíritu Santo
y Fuego, con el Poder de lo Alto. Él hará de cada discípulo un testigo con
poder de la misión que el Padre le confió a su Hijo, y que ahora Él se las
confía a sus Apóstoles: “Todo poder se me
ha dado en el cielo y en la tierra”,
(Mt 28, 18), “así como el Padre me envió
yo los envío a ustedes” (Jn 20, 21).
8. La
Promesa es para todos.
“Pues la Promesa es para vosotros y para vuestros
hijos, y para todos los que están lejos, para cuántos llame el Señor Dios
nuestro” (Hch 2, 39)
En la doctrina del Antiguo Testamento no sea revelado todavía como una
persona sino como “fuerza divina” que crea de la nada y transforma
personalidades humanas para hacerlos capaces de realizar gestos excepcionales
como en los jueces, los reyes y en los profetas. Personas que fueron invadidas
por el “Ruaj de Yahvé” para gobernar, conducir, defender y confirmar al pueblo
de Dios, y hacerlo servidor y asociado al Dios Santo. En la doctrina del Nuevo
Testamento qué nadie se sienta excluido del amor de Dios porque, Él a todos llama a la salvación y su don es
para todos los que lo pidan con fe. Lo único que hemos de tener presente es el
recibir al Primer Paráclito que es Cristo Jesús.
9. La
Promesa es para ti.
Dios te piensa con amor desde antes de la creación
del Mundo y te eligió para estar en su presencia
(Ef, 1,4) Te destinó a ser adoptado como
hijo suyo mediante Jesucristo (Ef 1, 5)
Dios te está llamando a la una vida de
comunión con Él, a una vida de santidad, de donación y de entrega, pero quiere
darte a ti su precioso don: “Su Espíritu”, que es Santo porque santifica,
consagra y hace que todo llegue hasta Dios y que las cosas de Dios lleguen a
los hombres. El Espíritu Santo actúo en la Creación, en la Iglesia y en cada
uno de los creyentes para que lleguemos a reproducir a Cristo en nosotros, es
decir, nos consagra y nos santifica. Te ama incondicionalmente y Él tiene “Un regalo para ti: El don de su
Espíritu. Dios nos piensa llenos de su Espíritu dando frutos de vida eterna;
nos mira sin mancha y sin arruga, por eso quiere darte de lo suyo, lo que Él
realmente es y tiene.
10. Los
Dones del Resucitado para su Iglesia.
Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerrada,
por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los
discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: “La paz con
vosotros” Dicho les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron
al ver al Señor. Jesús les dijo otra vez: “La paz con vosotros”.
“Como el Padre me envió, también yo os envío.” Dicho esto sopló sobre
ellos y les dijo: “Recibid el Espíritu Santo a quienes perdonéis los pecados,
les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos.” (Jn 20, 21ss)
- “La
Paz con vosotros”. El
primer regalo es la paz, fruto del amor y fuente de alegría. No es la paz
según el mundo, sino la paz que sólo Cristo, el Príncipe de la paz, puede darnos.
- “Nos
participa su misma misión”
Nos da de lo suyo, nos promueve por el camino de la donación y de la entrega. La Misión de Cristo es
dar vida a los hombres. Nos hace sus discípulos y misioneros para que el
mundo tenga vida en Él.
- “Recibid
el Espíritu Santo”. No
envía a su Iglesia con las manos vacías, la llena y reviste con su
Espíritu Divino y le confía el Ministerio de la Reconciliación con Dios y
con los hombres.
- “El
perdón de los pecados” La Iglesia recibió del Señor resucitado
un Poder que sólo le corresponde a Dios: El poder de perdonar los pecados,
en el Nombre de Dios Uno y Trino y no por méritos propios, sino en virtud
de los méritos de Jesucristo.
- “La
experiencia de la Resurrección”. La experiencia de ser hombre nuevo: perdonado,
amado, reconciliado, responsable, libre y capaz de amar. Experiencia
indeleble que no puede ser explicada con palabras humanas, hay que vivirla
para ser testigos de la Resurrección del Señor.
- El
poder para edificar la Iglesia mediante la Evangelización, la oración y
los Sacramentos. Todos
somos llamados a trabajar en la edificación de la Iglesia. Todos somos
llamados a construir el Reino de amor, de paz y de justicia.
5. EL
BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO
Objetivo:
Ayudar a comprender y a
profundizar la experiencia de Dios en
nuestra vida para responder con generosidad y solidaridad como testigos,
discípulos y misioneros.
“Por eso te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti
por la imposición de las manos. Porque no nos el Señor a nosotros un espíritu
de timidez, sino de fortaleza, caridad y templanza” (2 Tm 1, 6-7)
- Pentecostés: El cumplimiento de las profecías.
Cristo definió Pentecostés como una
experiencia de "bautismo en el espíritu". Es el cumplimiento de una
promesa: “Recibiréis la fuerza del
Espíritu Santo y seréis mis testigos” (Hch 1, 8) Este acontecimiento fue
definitivamente una experiencia religiosa: estaban en oración, recibieron el
bautismo con manifestaciones externas y gran gozo, hablaron en lenguas y una
poderosa unción para la predicación que traspasaba los corazones.(Hch 1,5)
Juan el Bautista había profetizado que sólo
“Jesús puede bautizar con Espíritu Santo y fuego” (Lc 3, 16). El Señor mismo
ansiaba este momento al descubrirnos los anhelos de su Corazón: “He venido a arrojar un fuego sobre la
tierra, y cuanto desearía de que ya estuviera encendido” (Lc 12, 48), es el
fuego del Amor; el fuego de la Evangelización; es el “Fuego de Dios” que quema
las impurezas de nuestros corazones para hacernos hombres nuevos. Mientras ese
fuego no arda en nosotros, seguiremos en tinieblas, llenos de pecados y
esclavos de la carne con sus pasiones desordenadas. Nuestro corazón seguirá
siendo de piedra.
- ¿De
qué bautismo se trata?
La Iglesia nos enseña que el bautismo
solamente es uno: “Un solo Cuerpo de Cristo, un solo Espíritu, una sola fe, un
solo bautismo, un solo Dios y Padre que está en todos” (Ef 4, 4-5). Nuestra
Madre la Iglesia nos ha enseñado que son siete los Sacramentos instituidos por
Cristo. No se trata de un nuevo Sacramento, como tampoco se pretende decir que
no se haya recibo antes al Espíritu Santo. El cristiano posee el Espíritu Santo
desde el don del bautismo y la confirmación, pero, el Espíritu no siempre lo
posee a él. Es decir, falta la integración a la vida del don que se ha recibido
de Dios y de su presencia. De ahí la urgencia de pedir a Dios que renueve la
gracia recibida en los Sacramentos, como también, fuera de ellos.
Se trata de una experiencia, más o menos
profunda, de la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo en nuestra
vida. Experiencia que es el motor de la “Nueva Vida”, de la vida en Cristo o de
una vida según el Espíritu Santo que nos enseña a vivir según Dios. Esta
experiencia viene a renovar todas las gracias recibidas en los Sacramentos ya
recibidos. Porque el Espíritu de Cristo al entrar en el creyente actualiza en
él la muerte y Resurrección de Cristo le quita el corazón de piedra y le da el
corazón nuevo.
Esta experiencia de Dios es como la inmersión
en el agua viva del Espíritu Santo, una nueva alegría de existir para Dios, de
adorarle y servir a los demás. Nos deja una sensación de paz, un deseo de
conversión, de valentía para anunciar a Cristo a los hermanos; experiencia de
liberación interior y de determinación para seguir a Cristo en todas las
circunstancias de la vida. Lo que más cuenta son los frutos del Espíritu: “Caridad, alegría, paz, longanimidad,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre y continencia” (Ga 5, 22). Para algunos
constituye una experiencia profunda de conversión; para otros un lento progreso
espiritual que lleva a la experiencia de una vida auténticamente cristiana.
Digamos también que la experiencia del
“bautismo del Espíritu Santo” mantiene vivo el recuerdo de Jesús, es el que lo
“glorifica”, es Él, quien lo da a conocer. (Jn 16, 4). A través de esta gracia
la persona experimenta un nuevo amor y un nuevo deseo de servir a Cristo. Entra
en una relación personal con Él, porque el Espíritu hace que amemos la
“voluntad de Dios” y nos abracemos a ella.
Para entender esta experiencia recordemos las
palabras de Juan el Bautista: “Él os
bautizará con Espíritu Santo y fuego”. (Lc 3, 16) La experiencia personal
me ha enseñado que Cristo bautiza con su Espíritu a todo creyente que le abre
la puerta de su corazón y se deja conducir por Él. Jesús el Señor, no entra en nuestro interior con las manos
vacías: lleva con Él el “Don, la gracia de su Espíritu”, la “Nueva Ley”.
Para mí, el Bautismo del Espíritu es una “Nueva efusión del Espíritu que irrumpe en
nuestra vida”. Se trata de un “verdadero avivamiento” de todas las gracias
recibidas por medio de los Sacramentos, de la escucha de la Palabra y de la
oración. Este avivamiento de la gracia recibida con anterioridad, nos lleva al
“Encuentro personal con Cristo”. Encuentro liberador y gozoso, Motor de la “Vida
Nueva”. Puede darse dentro de la recepción de un Sacramento, durante un retiro
espiritual o en los acontecimientos de la vida. En la medida que nos abramos a
la acción del Espíritu de Cristo. (cfr. Rm 5, 1- 5)
San Juan nos recuerda la promesa de Jesús: “Del corazón del que crea en mí, brotarán “ríos de agua viva” (Jn
7, 37)El apóstol Pedro revestido con el poder del Espíritu nos dice: “Todo el que se arrepienta y se bautice en
el nombre de Jesucristo, recibe el don del Espíritu. (Hch 2, 38)El apóstol
Pablo nos enseña el camino para recibir está Gracia: “Por la fe en Jesucristo ustedes recibieron el don del Espíritu”
(Ga 3, 1-4) Fe en Jesucristo y conversión, sin esto, seguiremos siendo sepulcros blanqueados.
- La
Oración para recibir la efusión del Espíritu.
La oración por efusión del Espíritu Santo, (efusión
derramar sobre, entrar de fuera) o por la liberación del Espíritu (avivamiento)
en nuestro interior recibido en nuestro Bautismo; (infusión es desbordamiento,
de dentro hacia fuera) efusión o infusión son fruto de la acción de Dios. La
oración consiste en una petición dirigida al Padre o al Señor Jesús para que
abra las puertas del Cielo y derrame el don de su Espíritu, renueve los
portentos de Pentecostés en la vida de la Comunidad o del hermano o hermana por
quien se ora.
Una oración llena de fe y caridad fraterna
que la comunidad eleva a Dios en virtud de los méritos del Señor Jesús para
pedir su Espíritu, de manera nueva y en mayor abundancia, sobre la persona por
la que se ora.Esta oración se hace generalmente mediante la imposición de
manos, la cual no es un rito sacramental, ni mágico, sino, una gesto de amor fraterno, una expresión de comunión fraterna,
un signo externo de solidaridad en la oración, con el deseo ardiente, sometido
a la voluntad de Dios, de que Jesús libere o derrame sobre nuestro hermano/a el
don del Espíritu Santo que El nos ha comunicado.
- Manifestaciones
del Pentecostés individual.
El gran acontecimiento de Pentecostés comenzó
en Jerusalén hace ya más de dos mil años, pero Dios quiere darnos a la
experiencia individual a cada uno de sus hijos. Si entendemos la Experiencia
individual de Pentecostés como Encuentro personal con Cristo por la acción del
Espíritu, podemos pensar y decir que se trata de un “Encuentro” entre la
“Ternura de Dios y la miseria del pecador que vuelve a casa”. Es un momento de gracia dentro del proceso
vivencial de la fe o del camino que se ha recorrido. Es el don de Cristo a
quien se haya dejado encontrar por Él. Momento de plenitud, de llenura (vestido
nuevo, anillo a la medida, sandalias
nuevas, fiesta… Hijo pródigo). Dios no solo perdona, sino que llena el corazón
del “Vino Nuevo”: Amor, Paz y Gozo en el Espíritu.
La experiencia puede ser sensible, audible,
palpable, pero no explicable, puede darse con signos externos, pero no
necesariamente, ya que el Espíritu sopla como quiere y donde encuentra acogida
y apertura, disposición para secundar sus mociones. (cfr. Jn 3, 8) Para algunos
viene como una brisa suave y para otras como viento huracanado: irrumpe con
fuerza, pero, en todos viene como principio de renovación y vida nueva. Sus
manifestaciones o frutos brotan de un
“corazón renovado, de una fe sincera y de una conciencia recta” (1 Tm 1, 5) Son
manifestaciones de un corazón que se ha convertido en “Fuente de Aguas vivas”
(Jn 7, 38)
Esta una nueva apertura a la acción,
movimientos, dirección, inspiración, del Espíritu Santo abarca a toda la
persona, mente, sentimientos, pensamientos y voluntad son tocados por la acción
de Dios de manera que manifestarán los
frutos para edificar nuestras almas y dones o carismas para edificar la Iglesia.
Algunos de los frutos:
1) Conversión interior
y transformación de vida. El creyente que se ha recibido el amor de Dios en
corazón se convierte una persona
apasionada por el Reino de Dios que hace de la voluntad del Señor la
delicia de su vida. Guardar sus Mandamientos ya no es una carga porque se sabe
y se siente amado por Dios, perdonado y salvado por Él.
2) El amor a Cristo y
un compromiso personal con Él. El hombre nuevo es un enamorado de Cristo. Vive
de encuentros con Él. Se sabe su testigo, su amigo, su discípulo y su
misionero. Lo escucha, lo obedece y se deja conducir por Él.
3) Amor a la lectura de
las Sagrada Escrituras El amor a la Palabra de Dios. Antes de que el Espíritu
de Cristo irrumpiera en su interior, la Biblia era un “libro empolvado” que
sólo se le tenía como adorno. Ahora siente un amor a la Palabra: es leída,
escuchada, meditada y cumplida, como respuesta al hambre y a la sed por conocer
al Amigo y saber de su Voluntad. La lectura asidua de la escritura nos llena de
“Una Luz poderosa para comprender mejor el misterio de Dios y su plan de
salvación.”
4) El amor a la
oración. Tanto individual como comunitaria; espontanea como litúrgica. La
Experiencia de Dios nos convierte en orantes con poder a favor de los demás y
de la Iglesia.
5) El amor a la
Iglesia y amor a los Sacramentos. Esto
enriquece el sentido de ser Iglesia y el compromiso de la misión.
6) El amor fraterno. Es
por excelencia la señal de la Nueva Ley. Podemos afirmar sin miedo que donde
hay amor fraterno actúa como en su propia casa el Espíritu Santo.
7) El amor y la
devoción a la Virgen María. La Madre de
Cristo y de la Iglesia.
8) El deseo creciente
de apertura a la acción del Espíritu Santo
que guía a los hijos de Dios y les da la fuerza para dar testimonio con
poder.
9) Ejercicio y
crecimiento de las virtudes humanas y cristiana junto con la entrega generosa
al servicio en favor de las débiles.(apostolado)
10) Aparecen los
carismas: Dones del Espíritu para conducir, gobernar, santificar la Iglesia.
Entre otros aparecen en la comunidad los profetas, los maestros, los apóstoles,
los evangelizadores que son verdaderos discípulos y misioneros de Cristo para
que el mundo tenga vida en Él.
11) El gozo inefable. No
es el gozo que nos da los sentidos, sino, el “Gozo” profundo que sólo puede
venir del Espíritu de Dios. Es la señal que seguir a Cristo, Luz del mundo es
una fiesta. Es el gozo que brota de la donación, de la entrega, del servicio.
Porque el Señor es el Espíritu, y donde está
el Espíritu del Señor ahí está la libertad. Más todos nosotros con el rostro
descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos
transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos, así es como actúa el
Señor que es Espíritu”. ( 2 Co 3, 17- 18)
“Ven Espíritu Santo a renovar
los corazones de tus fieles y enciende en sus corazones el fuego de tu amor.
Envía Señor tu Espíritu y todo será renovado.”
6. LA
ACCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO Y LOS CARISMAS.
En aquel tiempo Jesús llegó a
Nazaret, el lugar donde se había criado, y, como tenía por costumbre, entró el
sábado en la sinagoga y se puso en pie para leer las Escrituras. Le dieron el
libro del Profeta Isaías, y, al abrirlo, encontró el pasaje que dice: "El
Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado para
anunciar el Evangelio a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad, y
a los ciegos la vista. Para dar libertad a los oprimidos; para proclamar el año
de gracia del Señor.
Cerró luego el libro, lo devolvió
al ayudante de la sinagoga y se sentó. Todos los presentes le miraban
atentamente, y él comenzó a hablar. Les dijo: Hoy se cumple esta Escritura que
acabáis de oír. (Lucas
4, 16-21)
1. La Iglesia existe para servir.
San Pablo enseña que Cristo ofrece al hombre una nueva vida en el poder
del Espíritu Santo. Una vida nueva que hace del cristiano un regalo de Cristo
para su Iglesia y para el mundo. En esta vida el que no sirve, no sirve para
nada. Tanto en la Iglesia como en el Reino de Dios “Nadie vive para sí mismo,
somos del Señor, tanto en la vida como en la muerte”.
Recuerdo a una señora que pasaba ya de los sesenta años de edad, cayó
gravemente enferma, la familia llamó al sacerdote para que le diera los últimos
auxilios espirituales. Al terminar el sacerdote de administrar la unción de los
enfermos le preguntó a la señora, llamándola por su nombre: “¿Para qué quiere
seguir viviendo? La señora con una voz débil, pero a la misma vez con mucho
convencimiento le respondió: “Quiero vivir para seguir sirviendo a la Iglesia”.
El sacerdote enmudeció, no volvió a decir palabra y se retiró en silencio:
había recibido una enseñanza, una palabra llena de luz, de amor y de verdad que
nos hace decir: La fe que no se hace donación, entrega y servicio, es una fe
muerta, sin obras (Stg 2, 14).
Este servicio a la Iglesia, manifestación del amor, brota de un “corazón limpio, de una fe sincera y de una
conciencia recta” (1 Tm 1, 5). Su finalidad es la gloria de Dios y el bien
a los demás. No hay cristiano en la Iglesia que no tenga uno o más carismas.
2.
Somos el Pueblo de Dios.
Los bautizados,
por el nuevo nacimiento y por la unción del Espíritu Santo, quedamos
consagrados como "casa espiritual" y "sacerdocio
santo". Este sacerdocio común de los fieles, por el
cual todos estamos llamados a la santidad, lo ejercemos a través de la oración,
de la ofrenda de nuestras vidas y del testimonio que debemos dar de
Cristo en todas partes. Y se alimenta y expresa en la participación en los
sacramentos, sobre todo en la Eucaristía.
El pueblo de Dios
participa también del carácter y de la misión profética de Cristo dando
testimonio de Él con su vida de fe y de amor. Para que pueda dar este testimonio, el Espíritu
suscita y sostiene en todo el pueblo el sentido sobrenatural de la fe, con
el que, bajo la dirección del magisterio eclesial, acoge la palabra de Dios, se
adhiere a la fe transmitida, la profundiza con un juicio recto y la aplica cada
día más plenamente a su vida.
El pueblo de Dios participa en la misión real de
Cristo. Por eso, los
cristianos ejercen su realeza sirviendo a Cristo en sus hermanos, sobre
todo en los más pobres, y llevándolos con paciencia y humildad al Rey, para
quien servir es reinar.
3. Los carismas del Espíritu Santo.
¿Qué es el carisma? Es una manifestación de la Gracia de Dios que
el Espíritu Santo distribuye en la Iglesia para el bien común. (karis: gracia:
ma: manifestación)Para el Apóstol Pablo, carismas son esos dones o gracias,
cualidades o aficiones, que Dios da a cada uno para que los pueda poner al
servicio de los demás. Y cita dos o tres listas en las tres cartas a los de
Corinto, Roma y Éfeso (1Co 12-14; Rm 12,3-8; Ef 4, 11-12)
El Espíritu Santo
enriquece la Iglesia con sus dones
gratuitos, sus carismas. Son gracias que, aunque sean
concedidas a una persona, tienen siempre una utilidad eclesial, ya que están
ordenadas a la edificación de la Iglesia, al bien de los hombres y a las
necesidades del mundo. Son los dones de enseñar, de cuidar a los enfermos,
de preocuparse por los más pobres, de construir la fraternidad, de penetrar el
misterio divino…
¿Cuántos son los carismas? El carisma responde a una necesidad concreta
de la Iglesia. Antes de responder a la preguntar sobre ¿Cuántos son los
carismas? Hemos de preguntarnos: ¿Cuántas necesidades y debilidades hay en
nuestra comunidades? De frente a cada necesidad, el Señor tiene un carisma, una
manifestación de su Gracia. A Dios no le vamos a ganar en generosidad.
Imaginemos que una comunidad necesita ser evangelizada, el Señor dará a esa
comunidad el carisma de la evangelización, de la predicación, de la catequesis,
etc. Pensemos que abundan los enfermos, nuestro buen Dios suscita en la
comunidad el misterio de los enfermos dando el carisma de curación, de
consuelo, etc. San Pablo en sus cartas nos presenta como nadie en el Nuevo
Testamento la acción del Santo Espíritu de Dios:
1) Es el
espíritu de Poder y Fortaleza. (1 Co 2, 1-16; Rm 8, 15) Si el cual estamos
expuestos al dominio de la carne y de
todo mal.
2) Nos
ayuda y enseña a orar (Rm 8,
26). Se une a nuestra oración y ora en nosotros.
3) Nos
libera de la carne y el
pecado (Rm 8, 5-8)
4) Nos
revela la sabiduría de Dios
(1 Co 2; Jn 14)
5) Él es
quien santifica, perfecciona a los
cristianos. Su gran misión es
la de santificar el alma, haciéndola a imagen de Cristo, con sus mismos
sentimientos, palabras, acciones (Flp 2, 5; Rm 8, 29)
6) El
que da testimonio en los cristianos, alienta y dicta las palabras que es necesario decir ante el Sanedrín,
procónsules o ante los gobernadores de Roma, como también en la predicación
diaria.
7) El
que inspira las audacias apostólicas: El Espíritu Santo dijo a Felipe: acércate y ponte
junto a ese carro. (Hch 8, 26ss)
8) Es la
fuerza de los mártires:
"pero él (Esteban) lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio
la gloria de Dios y a Jesús que estaba de pie a la diestra de Dios" (Hch
8)
9) Conduce: a Pedro a la casa de Cornelio: "le dijo
el Espíritu Santo, ahí tienes unos hombres que te buscan". (Hch 10, 1ss)
10) El
Espíritu Santo escogió a los apóstoles: "dijo el Espíritu Santo: separadme ya a Bernabé
y a Saulo para la obra a la que los he llamado".(Hch 13, 1ss)
11) Es la
alegría de los perseguidos y su seguridad: “Pablo y Bernabé perseguidos se llenan de gozo y del
Espíritu Santo".
12) Preside
las decisiones sobre el porvenir de la Iglesia naciente: "El Espíritu Santo y nosotros hemos
decidido no imponeros otras cargas" (Hch 15).
13) Traza
la ruta de los apóstoles, los guía, los mueve y los detiene: " El Espíritu Santo les había impedido
predicar la palabra en Asia". (Hch 16).
14) Dirige
la acción misionera de Pablo:
"solo sé que en cada ciudad el Espíritu Santo me testifica que me aguardan
prisiones y tribulaciones.
En los hechos de los apóstoles vemos con claridad la actividad del
Espíritu Santo en la Iglesia naciente. Al libro de los Hechos se le ha
considerado muchas veces, el evangelio del Espíritu Santo. Desde la primera
página el Espíritu Santo se manifiesta de
forma sorprendente, incluso extraña, pues sus intervenciones son, no solo
numerosas, sino inesperadas, fulgurantes a veces. Visiblemente, Él es quien
pone en juego y anima tanto a los apóstoles como a la comunidad de fieles.
Interviene en los detalles de la vida cotidiana de la Iglesia y de su expansión
por el imperio romano. Dirige a los apóstoles a donde ir, a quien predicar,
bautizar, en que pueblo entrar o no ir. Conduce el gran proyecto apostólico.
Volviendo nuevamente sobre la finalidad de
los carismas y de su uso correcto, hacemos referencia a la enseñanza del
apóstol Pedro:
“Que cada cual ponga al servicio de los demás la
gracia que ha recibido, como buenos administradores de las diversas gracias de
Dios. Si alguno habla, sean palabras de Dios; si alguno presta un servicio,
hágalo en virtud del poder recibido de Dios, para que Dios sea glorificado en
todo por Jesucristo, a quien corresponden la gloria y el poder por los siglos
de los siglos” (1Pe 4, 10-11)
Fuera de San Pablo, que habla de los “carismas” tan abundantemente, los
ha mencionado sino el apóstol San Pedro con esas palabras que hemos escuchado,
tan acertadas, tan estupendas, tomadas indiscutiblemente de su colega Pablo.
Hoy en la Iglesia hablamos mucho de los carismas. Es algo que está
felizmente de moda y que hace tanto bien. Porque ha despertado la conciencia en
muchos cristianos de que los dones que se han recibido de Dios hay que ponerlos
a disposición de todos.
No todos valemos para todo. Pero todos valemos para algo. Y puesto al servicio
de los demás aquello para lo cual cada uno vale, es cuando todo el Pueblo de
Dios está perfectamente servido y camina con facilidad y alegría hacia el
Señor.
San Pablo cita, entre otros, los siguientes carismas como más significativos:
1) Sabiduría y ciencia, con las que se penetra en los misterios de Dios y se
saben exponer.
2) Fe entusiasta, capaz de emprender obras grandes confiadas sólo en
Dios.
3) Curaciones y milagros, para sanar enfermos.
4) Profecía es el don de enseñar y predicar para edificar,
exhortar y consolar.
5) Discernimiento de espíritus, que ve en las almas y capacita para dar
consejos acertados.
6) Apostolado y evangelización, para difundir la fe y hacer conocer al
Señor.
7) Pastoreo y gobierno, propio de los que Dios elige y pone al frente de la
Iglesia.
8) Doctorado, que enseña con gran competencia la doctrina de Dios.
Revelaciones de misterios o verdades de Dios para bien de la Iglesia.
9) Ejercicio de la misericordia, con tantas obras a favor de los necesitados.
10) Caridad, que reparte los propios bienes.
Como se ve, son muchos y se pueden añadir otros y otros. Al Espíritu
Santo no le ata nadie la mano y los prodiga en abundancia insospechada. Sin
embargo, ¿qué es lo que ocurría en tiempos de Pablo, en las Iglesias que él
había fundado, y lo que ha ocurrido hoy en las asambleas carismáticas? Pues,
una equivocación que Pablo se encargó de aclarar. Se entusiasmaron los
cristianos con carismas llamativos, como el don de lenguas, que era el menos
importante.
Valían mucho más otros carismas menos espectaculares y que se ejercitan
con mucha humildad, como el ejercicio de la caridad o misericordia y el
servicio en las cosas materiales de la Iglesia.
Para Pablo, era un carisma muy bueno la profecía, o sea, el hablar,
predicar o enseñar de parte de Dios las verdades de la fe, que instruyen,
edifican, exhortan y reparten consuelo. Como lo es también el carisma de
gobierno o de la conducción, tan propio de los pastores y de quienes dirigen
grupos o comunidades.
Estos dones y gracias no son de santificación personal, sino de
servicio social y eclesial. Se emplean y se ejercen para bien de los demás. El
que los ejerce se santifica por el amor a Dios y al hermano con que los
realiza.
Ponemos un ejemplo que vale por muchas explicaciones: el de la
catequista que enseña a los niños la doctrina cristiana.
La catequista desempeña un carisma extraordinario y magnífico. El fruto
es todo para los niños a los que ilustra y forma y lleva hacia Jesús. Y ella,
¿no gana nada para sí misma? Con el carisma, no. Pero crece mucho en santidad y
en mérito para la gloria, por el amor a Dios, a la Iglesia y a los niños con
que lo ejercita.
El Espíritu Santo reparte los carismas para bien de todos. A unos les
da unos y a otros les da otros. Y entre los carismas de todos se llega a
conseguir el bien de la Iglesia entera. ¡Qué rica es la Iglesia con tanto
carisma como el Espíritu reparte entre sus miembros! Que nadie, que se haya
acercado al Señor piense que Él lo envía a trabajar con las manos vacías. Los
carismas son los instrumentos de trabajo, con ellos se puede todo, sin ellos
nada tenemos, iremos atrabajar con las manos vacías.
Unos carismas son extraordinarios, como el de Karol Wojtyla para
convertirse en Papa Juan Pablo II, o el de Margarita María para ver al Corazón
de Jesús y enseñar su devoción. Otros son ordinarios como el de la señora que
quería vivir para seguir sirviendo a la Iglesia. Pero todos son, y sirven para
hacer que la Iglesia crezca en santidad ante Dios y aparezca ante el mundo como
la esposa privilegiada de Jesucristo.
Pablo intuyó esto como nadie; y él, que estaba cargado de carismas,
pudo decirnos:
“Ponga cada uno al servicio de la Iglesia sus cualidades. ¡Aspiren a tener
los mayores carismas! Y háganme caso cuando les enseñe yo el camino mejor: ¡Amén!
¡Tengan un corazón abrasado en amor! Que con mucho amor dentro, harán
maravillas…
¿Qué
hacer en nuestra comunidades o grupos de oración? Digamos una gran verdad
sin miedo. “Sin Evangelización nuestra Iglesia se empobrece”. La Evangelización
engendra nuevos agentes de pastoral, y es a la misma vez, un “Camino” para
descubrir los carismas que el Señor está dando a su Iglesia. Los carismas, en
cuanto manifestación de la multiforme gracia de Dios, hay que descubrirlos,
liberarlos y fomentarlos con el uso de su ejercicio. Se ha de abrir campos de
acción para que sean puestos en práctica, hay que pulirlos y educarlos para su
mayor y mejor rendimiento.
No demos lugar a la envidia o a los celos
entre nosotros, cuando vemos surgir algún carisma en algún hermano, si tenemos
salud espiritual nos llenaremos de alegría y escuchemos la voz del Dador de los
dones: “Mi Gracia te basta, mi Amor es todo lo que necesitas”. Tengamos la
seguridad que el Señor quiere que su Cuerpo crezca donde se encuentra. Si el
Cuerpo de Cristo está en nuestra Parroquia, aquí, Él tiene sus instrumentos
para hacerlo crecer, en santidad, en amor, en el conocimiento de la verdad. Estos
instrumentos son Ustedes, y cada uno de los bautizados, también los que no
vienen a la Iglesia; hemos de buscarlos, invitarlos, traerlos y formarlos.
Entonces estaremos escuchando y poniendo el práctica el Mandamiento del
Maestro: “dadles vosotros de comer”.
Invoquemos, una vez más, al
Espíritu Santo para que nos regale sus luces y su fuerza y, sobre todo, nos
haga fieles testigos de Jesucristo, nuestro Señor.
7. LOS CARISMAS EN LA COMUNIDAD
1.
La Iglesia continúa hoy la Misión de Cristo
Sabemos que el
Espíritu Santo guía a la Iglesia en su
misión, la acompaña con signos
y prodigios sorprendentes en su acción que dan testimonio del Señor resucitado, y se deja constancia de su acción continua,
manifestada especialmente en la comunión
fraterna de las comunidades
cristianas. Dios nos habla por medio de esos maravillosos regalos que
son la Palabra y los Sacramentos. También, la vida cristiana es una vida que está
llamada a la plenitud, a la santidad.
Tú estás llamado a ser santo. El
Espíritu Santo es quien va haciendo en tu vida esa santidad. Para ello
te concede sus frutos y
sus dones.
El pueblo de Dios es uno y único, y ha de extenderse por todo el mundo a
través de los siglos para que se cumpla el designio de Dios. En este pueblo único, todos sus miembros tienen la misma
dignidad, ya que, renacidos en el mismo bautismo, todos tienen la
misma gracia de hijos, la misma fe, un amor sin divisiones y la misma vocación
a la santidad. Por eso, en la Iglesia
no hay ninguna desigualdad por razones de raza o nacionalidad, de sexo o
condición social.
En la Iglesia, pueblo de Dios, todos los miembros tenemos la misma dignidad
e igualdad, pero el Espíritu Santo nos
da dones diferentes para que los pongamos al servicio del bien común.
También suscita ministerios y tareas diferentes en la
Iglesia
El consumismo del mundo de hoy lleva a
mucha gente a pedir una religión a la
carta: tomo lo que me sirve o me apetece. Hay quien quiere hacerse un
Evangelio y una Iglesia a su medida… Muchos ven en la Iglesia como una oficina
de servicios religiosos a los que se acercan cuando hay necesidad: bautizos,
bodas, entierros… ¡Cuán lejos se está de vivir y disfrutar la Iglesia como el pueblo de Dios que
Él se ha elegido para que continúe la misión de su Hijo y sea comunidad de
hermanos al servicio de toda la humanidad!
La Iglesia existe
para seguir realizando la misión de Cristo: servir a todos y cada uno de los hijos de Dios. Todo
cristiano es servidor no por voluntad propia, sino por aquel que lo ha
constituido en hijo: por Dios. Sin embargo, dentro de esta dignidad e
igualdad, el Espíritu llama para servicios diferentes: sacerdotes,
religiosos y laicos todos hemos recibido el Espíritu para la edificación de
la Iglesia.
Dios ha querido
salvar a los hombres constituyendo un pueblo: la Iglesia. A la Iglesia, pueblo de Dios, pertenecen
todos los que creen en Cristo y han sido bautizados. La identidad
de este pueblo es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios. Su ley
es el mandamiento nuevo de amar como el mismo Cristo nos ha amado. Su misión
es acoger la salvación y llevarla a todos los hombres. Su destino
es el Reino definitivo de Dios.
Cristo ha comunicado la misma unción del Espíritu Santo al pueblo por
él fundado, convirtiéndolo en pueblo mesiánico y haciéndolo
partícipe de su dignidad y misión sacerdotal, profética y real.
2. Ministerios
y servicios en la Comunidad.
Ahora bien, dentro de esta igualdad fundamental, el Espíritu Santo,
reparte una diversidad de dones que capacitan para distintos
ministerios, servicios y actividades, en orden a construir y renovar al
mismo pueblo. El Espíritu reparte multitud de carismas especiales,
personales o colectivos, para subvenir a las necesidades concretas
del pueblo de Dios.
Toda esta diversidad no
destruye ni anula la unidad del Pueblo de Dios ni la igualdad fundamental de
sus miembros, sino que la enriquece y
potencia.
3. Obispos,
sacerdotes y Diáconos.
El mismo Señor instituyó a algunos como "ministros"
(servidores), que tuvieran la
sagrada potestad de actuar en su nombre y con su autoridad de Cabeza de la
Iglesia. Este ministerio fue instituido por Jesucristo cuando llamó a los
doce Apóstoles y los envió como el Padre lo había enviado a él. Y el mismo
Señor quiso que estos Doce formaran una especie de "colegio" o grupo
estable, al frente del cual puso al apóstol san Pedro, a quien entregó las
llaves de la Iglesia y nombró pastor de todo el rebaño con la potestad de atar
y desatar.
Como esta misión divina confiada por Cristo a los Apóstoles tiene que
durar hasta el fin del mundo, los mismos Apóstoles se preocuparon de nombrar
sucesores, a los que transmitieron el don del Espíritu. Y este
ministerio eclesial, que hereda y continúa el ministerio apostólico, está
ejercido ya desde antiguo por tres grados: obispos, presbíteros
y diáconos, que son conferidos por el sacramento del Orden. Los obispos
y presbíteros participan del sacerdocio de Cristo y tienen capacidad de
actuar "en persona de Cristo cabeza": por eso son llamados
"sacerdotes". Los diáconos tienen la misión de ayudarles
y servirles en este cometido.
Entre estos ministerios, ocupa el primer lugar el de los obispos,
que son los transmisores de la semilla apostólica. Por eso, forman un colegio
que tiene por cabeza al obispo de Roma y sucesor de Pedro, el Papa.
Éste ejerce la potestad suprema, inmediata y directa sobre todos los fieles,
y su magisterio goza del privilegio de la infalibilidad cuando enseña, como
supremo maestro, una verdad revelada para que sea aceptada por todos los
creyentes.
Cada obispo es puesto al frente de una iglesia particular, la diócesis,
para que sea principio y fundamento visible de su unidad y para que
ejerza en ella los oficios de maestro de la fe, gran sacerdote, y
pastor propio. La función ministerial de los obispos ha sido encomendada
también a los presbíteros. Pero ellos no tienen la
plenitud del sacerdocio como los obispos, sino que dependen de éstos en el
ejercicio de su ministerio. Son los colaboradores necesarios del Orden
episcopal para realizar adecuadamente la misión apostólica confiada por
Cristo.
En el grado inferior están los diáconos a quienes también
se les imponen las manos para servir a la Iglesia en el ministerio de la
Liturgia, de la Palabra y de la caridad. Por el carácter que reciben en la
ordenación, el Espíritu Santo les configura con Cristo, el servidor de todos.
Por eso, los diáconos son el signo eclesial del amor al prójimo.
4. Los
Laicos, su vocación a la santidad y al Apostolado.
Llamamos laicos a todos los miembros del pueblo de
Dios que no son ministros ordenados ni religiosos. Participan plenamente
por el Espíritu Santo de su dignidad profética, sacerdotal y real, y ejercen
en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo de Dios con plenitud de
derechos y obligaciones. Por eso están llamados a compartir la común
vocación a la santidad.
Esta común vocación a la santidad presenta en los laicos una modalidad
propia: su carácter secular. Los laicos viven en medio del
mundo y de los negocios temporales, y allí les llama Dios para que busquen
su Reino ocupándose de las realidades temporales y ordenándolas según Dios. La
vocación propia de los laicos exige, en primer lugar, que participen de
forma peculiar en la tarea de evangelización o apostolado: deben trabajar
para que el mensaje de salvación sea conocido y recibido por todos los hombres.
A ellos les corresponde testificar, con obras y palabras, que la fe cristiana
constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas
que la vida plantea. Y lo pueden realizar, además de individualmente, reunidos
en diversas comunidades o asociaciones.
Los laicos son llamados por Cristo y ungidos por el Espíritu Santo para
servir a las personas y a la sociedad, es decir, a esforzarse para que las
exigencias de la doctrina y de la vida cristiana impregnen la familia y las
realidades sociales, culturales, políticas y económicas. Su compromiso es
indispensable para que la Iglesia pueda cumplir su misión en el mundo.
En todos los tiempos el Espíritu Santo concede con abundancia estos
dones a todo tipo de cristianos. Los carismas han de ser acogidos con
gratitud y alegría, tanto por parte de quienes los reciben como por parte
de toda la Iglesia. El juicio sobre su autenticidad y sobre su ordenado
ejercicio, pertenece a aquellos que presiden la Iglesia, a quienes
especialmente corresponde no extinguir el Espíritu, sino examinarlo todo y
retener lo que es bueno, para que los carismas cooperen de verdad al bien
común.
5. La
Vida Consagrada.
La vida consagrada se caracteriza por la profesión de
los consejos evangélicos en un estado de vida estable y reconocida por la
Iglesia. Los que asumen libremente este estado se comprometen a practicar la
castidad en el celibato por el Reino, la pobreza y la obediencia. Se
proponen, bajo el impulso del Espíritu, seguir más de cerca a Cristo,
entregarse a Dios amando por encima de todo y, persiguiendo la perfección de la
caridad en el servicio del Reino, significar y anunciar en la Iglesia la gloria
del mundo futuro.
Entre las distintas formas de vida consagrada destaca la vida
religiosa, que se distingue por el aspecto cultual, la profesión
pública de los consejos evangélicos, la vida fraterna llevada en común y por el
testimonio dado de la unión de Cristo y de la Iglesia.
Otra forma de vida consagrada es la de los institutos seculares,
en los que sus miembros, asumiendo también los consejos evangélicos y una vida
de fraternidad específica, viven en el mundo, aspiran a la perfección de
la caridad y se dedican a procurar la santificación del mundo desde dentro
de él. Existen también las sociedades de vida apostólica,
cuyos miembros, sin votos religiosos públicos, buscan un fin apostólico
específico y, llevando una vida fraterna en común, aspiran a la
perfección de la caridad por la observancia de sus constituciones.
El Decálogo del Espíritu Santo en el Evangelio de san Lucas.
1. El
Espíritu Santo llena a los profetas para que hablen al pueblo en nombre de
Dios."El ángel dijo: - No temas, Zacarías, tu
petición ha sido escuchada. Isabel, tu mujer, te dará un hijo al que pondrás
por nombre Juan. Te llenarás de gozo y alegría, y muchos se alegraran de su
nacimiento, porque será grande ante el Señor. No beberá vino ni licor, quedará
lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre" (Lc 1, 13-15) "Zacarías, su padre, se llenó del
Espíritu Santo y profetizó" (Lc 1, 41. 67).
2. El
Espíritu Santo es sombra protectora, potencia de Dios y fuerza de vida. "El ángel le contestó a María: - El Espíritu Santo vendrá sobre ti y
el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso, el que va a nacer será
santo y se llamará Hijo de Dios" (Lc 1, 35).
3. El
Espíritu Santo nos hace reconocer la presencia y las acciones de Dios. "Cuando Isabel oyó el saludo de María, el niño saltó en su seno.
Entonces Isabel, llena del Espíritu Santo exclamó a grandes voces: Bendita tú
entre las mujeres!" (Lc 1,41).
4. El
Espíritu Santo es fuente de esperanza en medio de las dificultades de la vida. "Había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y
piadoso, que esperaba el consuelo de Israel. El Espíritu Santo estaba en él y
le había revelado que no moriría antes de ver al Mesías enviado por el
Señor" (Lc 2, 25-26).
5. El
Espíritu Santo es el fuego purificador de Dios."Entonces Juan les dijo: -Yo los bautizo con agua; pero viene el que
es más fuerte que yo, a quien no soy digno de desatar la correa de sus
sandalias. El los bautizará con Espíritu Santo y fuego" (Lc 3, 16).
6. El
Espíritu Santo llena y conduce al Mesías para que realice su obra liberadora en
favor de los pobres."Un día cuando
se bautizaba mucha gente, también Jesús se bautizó. Y mientras Jesús oraba se
abrió el cielo, y el Espíritu Santo bajó sobre él en forma visible, como una
paloma, y se oyó una voz que venía del cielo: -Tú eres mi Hijo amado, en ti me
complazco" (Lc3, 21). "Jesús, lleno de la fuerza del Espíritu,
regresó a Galilea, y su fama se extendió por toda la región" (Lc 4,14).
7. El
Espíritu Santo nos hace superar las pruebas y vencer el mal."Jesús regresó del Jordán lleno del Espíritu Santo. El Espíritu lo
condujo al desierto, donde el diablo lo puso a prueba durante cuarenta
días" (Lc 4,2).
8. El
Espíritu Santo nos dona la capacidad de alabar gozosamente a Dios por sus obras
maravillosas y sorprendentes."En aquel
momento, el Espíritu Santo llenó de alegría a Jesús, que dijo: -Yo te alabo,
Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los
sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así
te ha parecido bien" ( Lc 10,21).
9. El
Espíritu Santo es el gran Don que el Padre da los que se lo piden. "Pues si ustedes, aún siendo malos, saben dar a sus hijos cosas
buenas, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo
pidan?" (Lc 11, 13).
10. El
Espíritu Santo nos auxilia y nos da palabras de sabiduría en las pruebas y en
elmomento de la persecución."Quien hable
mal del Hijo del hombre, podrá ser perdonado, pero el que blasfeme contra el
Espíritu Santo, no será perdonado. Y cuando los lleven a las sinagogas, ante
los jueces y autoridades, no se preocupen cómo defenderse, ni de lo que van a
decir; el Espíritu Santo les enseñará en ese mismo momento lo que deben
decir" (Lc 12, 11-12)
ORACIÓN
PARA INVOCAR
AL
ESPÍRITU SANTO.
“¡Ven Espíritu Santo!
Espíritu Santo tú que eres luz, líbranos de la
oscuridad del pecado.” Ilumina nuestro camino de cada día. Ayúdanos a discernir
la voluntad del Padre y a cumplirla a través de nuestra vida.
¡Ven Espíritu Santo!
El Padre no rechaza jamás a aquellos que piden en su
nombre. Espíritu Santo tú que eres la alegría, arroja de nuestros corazones la
tristeza. Invádenos en tu felicidad, de la felicidad verdadera que da el
sabernos hijos de Dios, hijos bien amados, no importa cuáles y cuántas sean
nuestras miserias. ¡Qué toda nuestra vida cante las maravillas de Dios!
¡Ven Espíritu Santo!
Tú aseguras que somos los hijos de Dios que dentro de
sí claman: “¡Abba Padre! Espíritu Santo, tú eres Bondad, Amor, Benevolencia,
ven abrir nuestros ojos y nuestro corazón. Enséñanos a conocer las necesidades
de nuestros hermanos, a oír sus llamados, a responder a ellos generosamente.
¡Qué nos amemos generosamente como nos amó Jesús!
¡Ven Espíritu Santo!
Tú que nos recuerdas todo lo que nos enseñó Jesús; tú
eres la verdad, condúcenos a la “verdad total”. Haz que penetre nuestros
corazones la Palabra de Dios. Enséñanos a orar. Esclarece nuestra fe y haz de
nosotros fieles testigos de la Iglesia.
¡Ven Espíritu Santo!
Ven en auxilio de nuestra debilidad. Ilumina nuestra
inteligencia; fortalece nuestra voluntad y santifica nuestros corazones.
Recibe,
¡oh Espíritu Santo!, la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser, que te
hago en este día para que te dignes ser en adelante, en cada uno de los
instantes de mi vida, en cada una de mis acciones: mi Director, mi Luz, mi
Guía, mi Fuerza y todo el Amor de mi corazón.
Yo
me abandono sin reservas a tus divinas operaciones y quiero ser siempre dócil a
tus santas inspiraciones.
¡Oh
Espíritu Santo!, dígnate formarme con María y en María según el modelo de
vuestro amado JESÚS. Gloria al Padre Creador; Gloria al Hijo Redentor; Gloria
al Espíritu Santo Santificador. Amén.
Índice
1.
Primer Prologo……………………………………………………..….Pág. 02
2.
Los Rostros de Dios……………………………………………………Pág. 04
3.
¿Quién nos separará del amor de
Dios?............ …………………… Pág. 10
4.
Los rostros del pecado…………………………………………………Pág.
13
5.
Jesús es nuestra Salvación…………………………………………….
Pág. 19
6.
La Fe en Jesucristo……………………………………………………Pág. 23
7.
La conversión según Jesús de Jesús de Nazaret…………………… Pág. 26
8.
Liturgia Penitencial……………………………………………………Pág.
31
9.
Segundo Prologo……………………………………………………….Pág. 36
10.
El Señorío de Jesús………………………………………..…………..Pág.
37
11.
Señor y dador de Vida……………………………….……………......Pág.
43
12.
El Espíritu Santo Alma de la
Iglesia………………………………....Pág. 47
13.
La Promesa del Espíritu
Santo………………………………….…....Pág. 51
14.
El Bautismo del Espíritu Santo…………………..………………….
Pág. 57
15.
La acción del Espíritu Santo y los
Carismas…………………………Pág. 61
16.
Los Carismas en la Comunidad……………….……………………..Pág.
66
17.
El Decálogo del Espíritu Santo…………………………………...
…Pág. 70
18.
Oración para invocar al Espíritu
Santo…………………………… Pág. 71
Una
Presencia del Espíritu Santo
Sin el Espíritu Santo, Dios es lejano,
Cristo permanece en el pasado,
El Evangelio es letra muerta,
la Iglesia una simple organización,
la autoridad un poder,
la misión una propaganda,
el culto un arcaísmo
y la actuación moral una conducta de esclavos.
En cambio, en Él:
El cosmos se encuentra ennoblecido
y movilizado por la generación del Reino,
Cristo resucitado se hace presente,
el Evangelio se vuelve potencia y vida,
La Iglesia realiza la comunión trinitaria,
La autoridad se transforma en servicio
liberador,
la acción humana es deidificada.
Patriarca
Atenagoras 1
(1886- 1972)
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