1. EL AMOR DE DIOS A CADA SER HUMANO.

 

1.    EL AMOR DE DIOS A CADA SER HUMANO.

 


OBJETIVO: Ayudar a remover las falsas concepciones de Dios y a tener claridad sobre el verdadero rostro de Dios para poder tener un conocimiento y  una comunión auténticas con Él.

1. Dios los ama y los ha llamado a ser de Jesucristo y a formar parte de su pueblo Santo. (Rom. 1, 7) La noticia más alegre que un ser humano puede escuchar y que puede llenar su vida de esperanza, es saber que Dios le ama. Dios me ama a mí, así como soy. Por amor me pensó y eligió desde antes de la creación del mundo. Por amor me llamó a la existencia y me formó en el vientre de mi madre. No soy fruto del azar ni del destino, sino una manifestación del amor de Dios.

 

Dios nos ha manifestado su amor al llamarnos a la existencia, al regenerarnos en Cristo nuestro Salvador y al promovernos para que seamos miembros vivos de su familia, de su pueblo. Nos manifiesta su amor haciéndonos hijos amados suyos. La Encarnación nos habla del amor de Dios por todos los hombres: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único” (Jn 3, 16). Aceptar esta hermosa verdad es medicina para sanarse cualquier tipo de neurosis, de lástimas de sí mismo, de complejos de culpa, de la vergüenza y del complejo de inferioridad.

 

2. “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que Dios nos ha dado”. (Rom. 5,5) Dios no sólo nos ama, sino que además nos da su amor, y de esta manera se nos da Él mismo, porque Dios es amor, nos dice san Juan (1 de Jn 4, 8). Al derramar su amor en nuestros corazones nos está haciendo partícipes de su naturaleza divina (2 de Pe 1, 4). Esta es la máxima expresión de amor, y debe ser también la causa y la fuente de nuestras alegrías. San Pablo lo entendió muy bien cuando en medio de sus muchas debilidades escuchó la voz de Dios que le dijo: “Mi Gracia te basta, mi Amor es todo lo que necesitas” (2 de Cor 12, 9ss). Cristiano es aquel hombre que es portador del amor de Dios, que lleva a Dios en sus entrañas y lo comparte con los demás. Lo manifiesta con sus palabras, acciones, con su vida, sencillamente ama.

 

3. “Estoy convencido que nada podrá separarnos del amor de Dios” (Rom 8, 37). Nadie puede creer que la vida cristiana esté libre de problemas, crisis, luchas o peligros. Pero también todo aquel que es testigo del amor de Dios, sabe y puede decir con Pablo: ¿Quién me separará del amor de Cristo?, Nada ni nadie podrá hacer que Dios deje de amarme o se arrepienta de querer salvarme. Porque me ama, me corrige; porque me ama, no me deja caer en pecado. Después de haber experimentado mis debilidades y darme cuenta que soy un pecador, me he dado cuenta que el amor de Dios es más grande que todos mis pecados, que su misericordia es eterna, que Él siempre está dispuesto a perdonarme y me invita a que también yo ame con el mismo amor con el que Él me ama. “Nada podrá separarnos del amor que Dios nos ha mostrado en Cristo Jesús nuestro Señor”. (Rom 8, 39) La prueba de que Dios nos ama es que siendo nosotros pecadores, Cristo murió por nosotros: “Me amó y se entregó a la muerte por mí” (Gál 2, 20) “Nos amó y se entregó a la muerte por nosotros” (Ef. 5, 1) Ya el profeta Isaías nos había asegurado la verdad del Amor de Dios: “Aunque las montañas cambien de lugar y los cerros se vengan abajo, mi amor por ti no cambiará, ni se vendrá abajo mi alianza de paz, lo dice el Señor que se compadece de ti”. (Is. 54, 10)

 

4. “Pero, ¿acaso una madre olvida o deja de amar a su propio hijo? Pues, aunque ella lo olvide, yo no te olvidaré. Yo te llevo grabada en mis manos, siempre tengo presente tus murallas” (Is 49, 15). Que nadie piense o sienta que ha sido abandonado por Dios porque su Palabra nos conforta cuando dice a los abatidos: Nadie te ama como yo, nos dice un canto. Es Dios el que te habla. Ni todo el amor de todos los esposos, de todos los padres, de todos los novios, de todos los amigos, puede compararse con el amor que Dios tiene por todos y cada uno de nosotros. Su corazón es como un mar inmenso de amor, donde Él quiere que nosotros nademos y nos sumerjamos en su bondad, en su ternura, en su perdón.

 

El Profeta de la Misericordia en el Antiguo Testamento nos descubre el corazón de amor de Dios que ama a su pueblo a pesar de la rebeldía: “Cuando Israel era niño, yo lo amaba; a él que era mi hijo, lo llamé de Egipto…A Efraín yo lo enseñé a caminar. Con lazos de ternura, con cuerdas de amor, los atraje hacía mí; los acerqué a mis mejillas como si fueran niños de pecho, me incliné a ellos para darles de comer, pero ellos no quisieron volverse a mí” (Os. 11, 1-5). Dios nos ama con amor de la madre que a pesar de la rebeldía de su niño lo acoge, lo disculpa y le da la oportunidad de iniciar una nueva relación de vida. Isaías, profeta aristócrata del Templo en Jerusalén nos habla del amor y de la predilección de Israel: Pero ahora Israel, pueblo de Jacob, el Señor que te creó te dice: “No temas que yo te he libertado; yo te llamé por tu nombre, tú eres mío; si tienes que pasar por el agua yo estaré contigo, sí tienes que cruzar no te ahogarás; si tienes que pasar por el fuego, no te quemarás, las llamas no arderán en ti…Porque te aprecio,(eres precioso a mis ojos) eres de gran valor y yo te amo”. (cfrIs. 43, 1-5)

 

También Jeremías nos habla del amor sin límites del Señor para los hombres: “Con amor eterno te he amado y tengo reservada gracia para ti” (Jer. 31, 3). Lo que cambia es lo temporal, lo que no es firme y seguro. Pero no pasa eso con el amor de Dios que es incondicional. Los amores humanos siempre son condicionados y por lo tanto son cambiables. Eterno significa que no cambia, es siempre el mismo, está siempre disponible para acoger, perdonar, servir, amar.

 

Algo más, Dios, para querernos, no se fija en aspectos, sino en la totalidad de la personas…nos ama como somos, y eso debe llenarnos. Jesús en la oración sacerdotal nos revela la más hermosa de las noticias que podamos recibir: Que el Padre, nos ama, pero nos ama con el mismo amor con el que ama a su único Hijo: “Que ellos sepan que los amas como me amas a mí” (Jn 17, 23). El Padre ama a su Hijo y se complace en Él. Pero también a nosotros nos ama con un amor eterno y eternamente nos dice: “Tu eres mi hijo y Yo te amo”. Estas palabras las podemos escuchar en lo más profundo e íntimo de nuestro corazón. Es Dios quien las pronuncia para cada uno de los seres humanos, manifestaciones de su amor a quienes ha llamado a la existencia y ha elegido para que estén en su presencia santos e inmaculados en el amor (Ef 1, 4).

 

5. “Miren como nos ama Dios que podemos llamarnos sus hijos y en verdad lo somos” (1 de Jn 3,1). ¿Cómo nos ama Dios? Nos ama con un amor de promoción, nos promueve. De pecadores, esclavos y adversarios nos hace sus hijos muy queridos. San Pablo, en la primera de sus cartas nos dice: “Y si somos hijos somos también herederos de la herencia de Dios, con Cristo, (Rom 8, 17) nuestro hermano mayor que “ha dado su vida por nosotros” (1 de Jn 4, 9) y nos ha compartido su Espíritu que clama en nosotros “Abba” (Gál 4, 6).

 

Dios nos ama con un amor de promoción quiere decir que Dios no nos quiere dejar como estamos, El quiere que vivamos con intensidad la vida que Jesús nos trae: “Vengo para que tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10). El Evangelio de Marcos nos descubre el corazón de Jesús: “Sintió compasión por ellos, y se puso a enseñarles muchas cosas”. ¿Qué enseñaba Jesús? Nuestro Señor enseñaba a vivir en el amor de Dios, como sus hijos, como hermanos y como servidores unos de los otros. Dios quiere que seamos canales de su amor. Por eso nos urge conocer los Rostros de Dios.

 

Los Rostros de Dios

 

Dios es Padre. El ser Padre es el primer rostro de Dios. Padre es el Nombre personal de Dios que Jesús nos ha revelado en el Nuevo Testamento: “Padre, les he revelado tu Nombre” (Jn. 17, 6). Dios es Padre porque es Creador y fuente de vida. “Escucha Israel, el Señor que te creó te dice: no tengas miedo, yo te conozco y te llamo por tu nombre…” (Is. 43, 1-5). San Pablo en la carta a los Efesios nos dice: “Me pongo de rodillas delante del Padre de quien recibe su nombre toda familia, tanto en el cielo como en la tierra” (Ef. 3, 14). Dios es nuestro Padre porque nos ha llamado a cada uno por su nombre, es decir, nos llamó, movido por su amor, a la existencia: “Me formó en el seno materno”; pero el texto que mejor nos explica la paternidad de Dios nos dice de un amor muy viejo: “Desde antes de la creación del mundo, Dios nos eligió en Cristo para estar en su presencia, santos e inmaculados en el amor”; “y nos destinó a ser adoptados como hijos suyos mediante Jesucristo” (Ef. 1, 4-5). En la carta a los Gálatas nos dice la Sagrada Escritura: “Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu que clama en nosotros: “ABBA PADRE”. (cfr. Gál. 4, 6).

 

Dios es amor, y conocer a Dios es amarnos los unos a los otros. “Pues todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios” (1 de Jn. 2,29). El amor es una gracia que nos antecede, no la hemos inventado nosotros, sino es don del mismo Dios de gracia. El amor no es algo que nosotros hacemos, no podemos crear el amor. El amor es limpio, puro y divino. El amor de nuestro Padre celestial es además, incansable e incondicional, está siempre disponible a salir en busca de todos, de buenos y de malos. En la Parábola del hijo pródigo vemos que toma la iniciativa para salir al encuentro del hijo menor que regresa, y hace una fiesta en su honor, pero también, su amor de Padre bueno, lo hace salir en busca del hermano mayor que lleno de celos se niega a entrar en la casa y encontrarse con su hermano que ha vuelto a Casa. “Hijo mío, todo lo mío es tuyo” (Lc. 15, 31). Lo que cuenta no es saber que Dios es amor y nos ama, sino el tener la experiencia de su amor. Esta experiencia de encuentro con Dios nos deja una doble certeza: la certeza de que Dios nos ama y la certeza de que también nosotros lo amamos: “Porque amar al prójimo es amar a Dios” (1 Jn 4,11-12).

Dios es Perdón. Para Dios perdonar es amar. Es crearnos de nuevo. Dios nos perdona porque es misericordioso y tiene misericordia para con todos los pecadores. Dios nos perdona porque nos ama. Frente al pecado del hombre Dios manifiesta su Poder perdonando, dando de su misericordia a los pecadores que se decidan a volver a la “Casa del Padre”. No hay pecado que Dios no perdone cuando existe el arrepentimiento. Escuchemos a Dios hablarnos en la Sagrada Escritura: Dios perdona al pecador que se acusa (Sal. 32, 5). Es un Padre que perdona todo a sus hijos (Sal. 103, 8-14). Es el Dios de los perdones (Neh. 9, 17). Y de las misericordias (Dn. 9,9). Por otro lado, el mismo Señor nos enseña en la oración del Padre Nuestro, que Dios no puede perdonar al que no perdona, y que para implorar el perdón de Dios hay que perdonar al propio hermano (Lc. 11, 4).

 

Dios es Libertad. La Libertad es el “Rostro de Dios” que más nos cuesta comprender. Dios es el Totalmente libre. Libre para llamarnos a la existencia, libre para enviarnos a su Hijo, libre para redimirnos, libre para darnos el don de su Espíritu. Él es Libertad y fuente de toda verdadera libertad y filiación. “No habéis recibido un espíritu de esclavitud para volver otra vez al temor, sino un espíritu de filiación, por el cual clamamos: Abbá, Padre” (Rom. 8, 12-17).

 

“Donde está el Espíritu del Señor allí está la libertad” (2 Cor. 3, 17). El Espíritu Santo, no es espíritu de esclavitud, sino de libertad, de valentía que nos hace amar a Dios y acercarnos a todos los hombres para con valentía anunciarles el Evangelio de Cristo. “Hermanos, habéis sido llamados a la libertad” (Gál. 5, 13). Para ser libres nos liberó Cristo de la esclavitud del pecado (Gál. 5,1). San Juan en su Evangelio dice a los que han abrazado la fe: Permanezcan unidos a mi Palabra y conoceréis la verdad y la verdad os hará libres” (Jn. 8, 31-32). Libres ¿de qué? Libres de la esclavitud del pecado. El Creyente es libre en cuanto que en Cristo ha recibido ya el poder de vivir en la intimidad del Padre sin las ataduras del pecado, de la muerte y de la ley. Libres ¿para qué? Libres para conocer la verdad, para servir al Señor y amar a los hermanos. Solo, y en la medida que seamos libres podemos conocer, manifestar y dar el amor de Dios a los demás. La experiencia del amor de Dios es el motor de arranque de la vida cristiana y de la vida familiar. Solo el amor llena los vacíos del corazón humano.

 

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