LA VOCACIÓN DE LOS DISCÍPULOS
MISIONEROS A LA SANTIDAD. Documento de Aparecida (Cap. 4)
Iluminación: El acontecimiento de Cristo es, por lo tanto, el inicio de
ese sujeto nuevo que surge en la historia y al que llamamos discípulo: No se
comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el
encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a
la vida y, con ello, una orientación decisiva ( Doc de Aparecida 137.)
LLAMADOS AL SEGUIMIENTO DE JESUCRISTO
129. Dios Padre sale de sí, por así decirlo, para llamarnos a
participar de su vida y de su gloria. Mediante Israel, pueblo que hace suyo,
Dios nos revela su proyecto de vida. Cada vez que Israel buscó y necesitó a su
Dios, sobre todo en las desgracias nacionales, tuvo una singular experiencia de
comunión con Él, quien lo hacía partícipe de su verdad, su vida y su santidad.
Por ello, no demoró en testimoniar que su Dios –a diferencia de los ídolos– es
el “Dios vivo” (Dt 5, 26) que lo libera de los opresores (cf. Ex 3, 7-10), que
perdona incansablemente (cf. Ex 34, 6; Eclo 2, 11) y que restituye la salvación
perdida cuando el pueblo, envuelto “en las redes de la muerte” (Sal 116, 3), se
dirige a Él suplicante (cf. Is 38, 16). De este Dios –que es su Padre– Jesús
afirmará que “no es un Dios de muertos, sino de vivos” (Mc 12, 27).
130. En estos últimos
tiempos, nos ha hablado por medio de Jesús su Hijo (Hb 1, 1ss), con quien llega
la plenitud de los tiempos (cf. Ga 4, 4). Dios, que es Santo y nos ama, nos
llama por medio de Jesús a ser santos (cf. Ef 1, 4-5).
LA VIDA DE JESUCRISTO EN LOS DISCÍPULOS MISIONEROS.
131. El llamamiento que hace Jesús, el Maestro, conlleva una
gran novedad. En la antigüedad, los maestros invitaban a sus discípulos a
vincularse con algo trascendente, y los maestros de la Ley les proponían la
adhesión a la Ley de Moisés. Jesús invita a encontrarnos con Él y a que nos
vinculemos estrechamente a Él, porque es la fuente de la vida (cf. Jn 15, 5-15)
y sólo Él tiene palabras de vida eterna (cf. Jn 6, 68). En la convivencia
cotidiana con Jesús y en la confrontación con los seguidores de otros maestros,
los discípulos pronto descubren dos cosas del todo originales en la relación
con Jesús. Por una parte, no fueron ellos los que escogieron a su maestro fue
Cristo quien los eligió. De otra parte, ellos no fueron convocados para algo
(purificarse, aprender la Ley…), sino para Alguien, elegidos para vincularse
íntimamente a su Persona (cf. Mc 1, 17; 2, 14). Jesús los eligió para “que
estuvieran con Él y enviarlos a predicar” (Mc 3, 14), para que lo siguieran con
la finalidad de “ser de Él” y formar parte “de los suyos” y participar de su
misión. El discípulo experimenta que la vinculación íntima con Jesús en el
grupo de los suyos es participación de la Vida salida de las entrañas del
Padre, es formarse para asumir su mismo estilo de vida y sus mismas
motivaciones (cf. Lc 6, 40b), correr su misma suerte y hacerse cargo de su
misión de hacer nuevas todas las cosas.
132. Con la parábola de la Vid y los Sarmientos (cf. Jn 15,
1-8), Jesús revela el tipo de vinculación que Él ofrece y que espera de los
suyos. No quiere una vinculación como “siervos” (cf. Jn 8, 33-36), porque “el
siervo no conoce lo que hace su señor” (Jn 15, 15). El siervo no tiene entrada
a la casa de su amo, menos a su vida. Jesús quiere que su discípulo se vincule
a Él como “amigo” y como “hermano”. El “amigo” ingresa a su Vida, haciéndola
propia. El amigo escucha a Jesús, conoce al Padre y hace fluir su Vida
(Jesucristo) en la propia existencia (cf. Jn 15, 14), marcando la relación con
todos (cf. Jn 15, 12). El “hermano” de Jesús (cf. Jn 20, 17) participa de la
vida del Resucitado, Hijo del Padre celestial, por lo que Jesús y su discípulo
comparten la misma vida que viene del Padre, aunque Jesús por naturaleza (cf.
Jn 5, 26; 10, 30) y el discípulo por participación (cf. Jn 10, 10). 99 La
consecuencia inmediata de este tipo de vinculación es la condición de hermanos
que adquieren los miembros de su comunidad.
133. Jesús los hace familiares suyos, porque comparte la
misma vida que viene del Padre y les pide, como a discípulos, una unión íntima
con Él, obediencia a la Palabra del Padre, para producir en abundancia frutos
de amor. Así lo atestigua san Juan en el prólogo a su Evangelio: “A todos
aquellos que creen en su nombre, les dio capacidad para ser hijos de Dios”, y
son hijos de Dios que “no nacen por vía de generación humana, ni porque el
hombre lo desee, sino que nacen de Dios” (Jn 1, 12-13).
134. Como discípulos y misioneros, estamos llamados a
intensificar nuestra respuesta de fe y a anunciar que Cristo ha redimido todos
los pecados y males de la humanidad, en el aspecto más paradójico de su
misterio, la hora de la cruz. El grito de Jesús: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué
me has abandonado?” (Mc 15, 34) no delata la angustia de un desesperado, sino
la oración del Hijo que ofrece su vida al Padre en el amor para la salvación de
todos.
135. La respuesta a su llamada exige entrar en la dinámica
del Buen Samaritano (cf. Lc 10, 29-37), que nos da el imperativo de hacernos
prójimos, especialmente con el que sufre, y generar una sociedad sin excluidos,
siguiendo la práctica de Jesús que come con publicanos y pecadores (cf. Lc 5,
29-32), que acoge a los pequeños y a los niños (cf. Mc 10, 13-16), que sana a
los leprosos (cf. Mc 1, 40-45), que perdona y libera a la mujer pecadora[11]
(cf. Lc 7, 36-49; Jn 8, 1-11), que habla con la Samaritana (cf. Jn 4, 1-26).
4.2 CONFIGURADOS CON EL MAESTRO
136. La admiración por
la persona de Jesús, su llamada y su mirada de amor buscan suscitar una
respuesta consciente y libre desde lo más íntimo del corazón del discípulo, una
adhesión de toda su persona al saber que Cristo lo llama por su nombre (cf. Jn
10, 3). Es un “sí” que compromete radicalmente la libertad del discípulo a
entregarse a Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cf. Jn 14, 6). Es una respuesta
de amor a quien lo amó primero “hasta el extremo” (cf. Jn 13, 1). En este amor
de Jesús madura la respuesta del discípulo: “Te seguiré adondequiera que vayas”
(Lc 9, 57).
137. El Espíritu Santo, que el Padre nos regala, nos
identifica con Jesús-Camino, abriéndonos a su misterio de salvación para que
seamos hijos suyos y hermanos unos de otros; nos identifica con Jesús-Verdad,
enseñándonos a renunciar a nuestras mentiras y propias ambiciones, y nos
identifica con Jesús-Vida, permitiéndonos abrazar su plan de amor y entregarnos
para que otros “tengan vida en Él”.
138. Para configurarse verdaderamente con el Maestro, es
necesario asumir la centralidad del Mandamiento del amor, que Él quiso llamar
suyo y nuevo: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado” (Jn 15, 12).
Este amor, con la medida de Jesús, de total don de sí, además de ser el
distintivo de cada cristiano, no puede dejar de ser la característica de su
Iglesia, comunidad discípula de Cristo, cuyo testimonio de caridad fraterna
será el primero y principal anuncio, “reconocerán todos que son discípulos
míos” (Jn 13, 35).
139. En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y
practicamos las bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida del mismo
Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante
el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la
misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida. Hoy contemplamos
a Jesucristo tal como nos lo transmiten los Evangelios para conocer lo que Él
hizo y para discernir lo que nosotros debemos hacer en las actuales
circunstancias.
140. Identificarse con Jesucristo es también compartir su
destino: “Donde yo esté estará también el que me sirve” (Jn 12, 26). El
cristiano corre la misma suerte del Señor, incluso hasta la cruz: “Si alguno
quiere venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y
que me siga” (Mc 8, 34). Nos alienta el testimonio de tantos misioneros y
mártires de ayer y de hoy en nuestros pueblos que han llegado a compartir la
cruz de Cristo hasta la entrega de su vida.
141. Imagen espléndida de configuración al proyecto
trinitario, que se cumple en Cristo, es la Virgen María. Desde su Concepción
Inmaculada hasta su Asunción, nos recuerda que la belleza del ser humano está
toda en el vínculo de amor con la Trinidad, y que la plenitud de nuestra
libertad está en la respuesta positiva que le damos.
142. En América Latina y El Caribe, innumerables cristianos
buscan configurarse con el Señor al encontrarlo en la escucha orante de la
Palabra, recibir su perdón en el Sacramento de la Reconciliación, y su vida en
la celebración de la Eucaristía y de los demás sacramentos, en la entrega
solidaria a los hermanos más necesitados y en la vida de muchas comunidades que
reconocen con gozo al Señor en medio de ellos
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