"Habéis
oído que se dijo a los antiguos: no matarás..."
10.
"Habéis oído que se dijo a los antiguos: no matarás, y el que mate será
procesado. Pero yo os digo: todo el que esté peleado con su hermano será
procesado. Y si uno llama a su hermano imbécil, tendrá que
comparecer ante el sanedrín y, si lo llama renegado, merece la condena
del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te
acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu
ofrenda' ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y
entonces vuelve a presentar tu ofrenda" (Mt 5, 21-24).
"Habéis
oído el mandamiento: no cometerás adulterio..."
56.
"Habéis oído el mandamiento: no cometerás adulterio. Pues yo os
digo: el que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con
ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más
te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano
derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro
que ir a parar entero al infierno" (Mt 5, 27-30).
"Está
mandado: el que se divorcie de su mujer, que le de acta de repudio..."
57. "Está
mandado: el que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio. Pues
yo os digo: el que se divorcie de su mujer —excepto en caso de unión ilegal—
la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete
adulterio" (Mt 5, 31-32).
"Habéis
oído que se dijo a los antiguos: No jurarás en falsos."
13.
"Habéis oído que se dijo a los antiguos: NO jurarás en falso y
cumplirás tus votos al Señor. Pues yo os digo que no juréis en absoluto:
ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado
de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu
cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta
decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno" (Mt 5, 33-37).
"Sabéis
que está mandado: ojo por ojo, diente por diente..."
58.
"Sabéis que está mandado: ojo por ojo, diente por diente. Pues yo
os digo: No hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno
te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte
pleito para quitarte la túnica, dale también la capa; a quien te requiera para
caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide
prestado, no lo rehúyas" (Mt 5, 38-42).
"Habéis
oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu enemigo..."
59.
"Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y aborrecerás a tu
enemigo. Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos y rezad
por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el
cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia a justos e
injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué premio tendréis? ¿No hacen lo
mismo también los publicanos? Y si saludáis sólo a vuestros hermanos, ¿qué
hacéis de extraordinario? ¿No hacen lo mismo también los paganos? Por tanto,
sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt 5, 43-48).
Una
situación religiosa totalmente nueva. El tiempo de la gracia
60 Jesús
inaugura una situación religiosa totalmente nueva. Con El comienza una
nueva era para el hombre: el tiempo de la Gracia. Con El termina el
viejo tiempo del Antiguo Testamento: "La Ley y los Profetas llegaron hasta
Juan; desde entonces se anuncia el Reino de Dios" (Lc 16, 16). 0 como dice
San Juan: "La Ley se dio por medio de Moisés; la gracia y la verdad vinieron
por medio de Jesucristo" (Jn 1, 17).
La ley
grabada en el corazón
61. La era del
Evangelio es radicalmente distinta de la era Mosaica. El Evangelio no es
un código de leyes ni un conjunto de normas que regula la vida desde el
exterior. El Evangelio entraña un dinamismo nuevo, un principio interior de
acción, una ley grabada en el corazón. Es el cumplimiento de la Nueva
Alianza, anunciada por los Profetas: "Mirad que llegan días —oráculo
del Señor— en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza
nueva. No como la alianza que hice con sus padres, cuando los tomé de la mano
para sacarlos de Egipto: ellos quebrantaron mi alianza, aunque yo era su Señor
—oráculo del Señor—. Sino que así será la alianza que haré con ellos, después
de aquellos días —oráculo del Señor—: Meteré mi ley en su pecho, la escribiré
en sus corazones" (Jr 31, 31-33).
Una fuerza
interior, un dinamismo nuevo, el don del Espíritu
62. El
Evangelio es lo que ninguna ley puede ser por sí misma: "Una
fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree" (Rm 1, 16). La
moral evangélica radica fundamentalmente en la gracia y en el amor (Ga 5, 14;
Rm 13, 8-10), y el amor no es una norma exterior de conducta, sino una
fuerza interior, un dinamismo nuevo, el don del Espíritu. Esta
nueva situación del hombre ante la Ley había sido anunciada por los profetas:
"Os daré un corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de
vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Os infundiré
mi espíritu y haré que caminéis según mis preceptos y que pongáis por obra mis
mandamientos" (Ez 36, 26-27).
La libertad
del cristiano. El Espíritu Santo, ley del cristiano
19. Así, el
cristiano, animado por el Espíritu que procede de Jesús y del Padre, se
encuentra liberado de toda ley en lo que la ley tiene de imposición al hombre
desde el exterior. Esto no significa que el cristiano menosprecie la ley; antes
bien, se siente llamado a ir más allá de la letra de la ley. Una madre que ama
a su hijo cumple con sus deberes de madre sin necesidad de una norma que le
recuerde sus obligaciones. Comparando el Antiguo Testamento con el Nuevo, Santo
Tomás de Aquino dice que "la Nueva Ley es principalmente la gracia misma
del Espíritu Santo que se da a los cristianos" (Suma Teológica, I-II,
q 106 a 1). Lo principal en la ley del Nuevo Testamento es la gracia del
Espíritu Santo que se nos concede por la fe viva en Jesucristo. Las demás
realidades del Nuevo Testamento como, por ejemplo, los sacramentos y los mismos
escritos sagrados (evangelios, cartas de San Pablo, etc.) se ordenan a esta
vida de gracia y fidelidad al Espíritu Santo. La ley de gracia que el Espíritu
Santo imprime en el corazón del cristiano no es sólo una indicación de lo que
debe hacer, sino fuerza y ayuda para hacerlo.
Huir del mal
por amor
63. Santo
Tomás, siguiendo a San Agustín, enseña que el Espíritu Santo perfecciona
interiormente nuestro espíritu comunicándonos un dinamismo interior que nos
lleva a rechazar el mal porque es un mal, y no sólo porque esté prohibido. En
este sentido el Espíritu Santo es fuente de libertad: "El que obra por sí
mismo, obra libremente; pero el que recibe el movimiento de otro, no obra
libremente. El que evita un mal, no porque es un mal, sino en virtud del
precepto del Señor, no es libre. Por el contrario, el que evita el mal porque
es un mal, ése es libre. Esta es la obra del Espíritu Santo que perfecciona
interiormente nuestro espíritu comunicándole un dinamismo nuevo, de modo que
huya del mal por amor, como si lo mandase la ley divina; de este modo es libre,
no porque no esté sometido a la ley divina, sino porque el dinamismo interior
le inclina a hacer lo que prescribe la ley divina" (In 2
Co 3, 17, lect 3).
El por qué
de las leyes cristianas
64. Surge ahora
una pregunta: si el cristiano ha sido liberado de la ley en tanto que es
ley, entonces ¿por qué subsisten leyes en el cristianismo? El principio
paulino permanece: "La ley no ha sido instituida para los
justos, sino para los pecadores" (1 Tm 1, 9). Si todos los cristianos
fueran justos, no habría necesidad de leyes. La ley, en general, no
interviene más que para denunciar un desorden existente. Por ejemplo,
cuando los cristianos comulgaban frecuentemente, jamás la Iglesia les ha
obligado bajo pena de pecado a comulgar una vez al año. En virtud de una
exigencia interior cumplían con sobreabundancia, como una madre
obedece al precepto del Decálogo que le prohíbe matar a su niño. Pero, en la
medida en que la exigencia interior deja de urgir, cuando no se hace sentir, la
ley se yergue proclamando la obligación y advirtiendo que en el creyente ha
cesado dé animar la fuerza del Espíritu. Entonces juega la ley para el
cristiano el mismo papel que, para el judío, la Ley mosaica.
"Habéis
sido llamados a la libertad"
65. San Pablo
nos dice: "Hermanos, vuestra vocación es la libertad: no una libertad para
que se aproveche la carne; al contrario, sed esclavos unos de otros por amor.
Porque toda la ley se concentra en esta frase: Amarás al prójimo como a ti
mismo. Pero, atención, que si os mordéis y devoráis unos a otros, terminaréis
por destruiros mutuamente" (Ga 5, 13-15). El cristiano es un hijo (Ga
3, 26; Rmm 8, 14-16), no un esclavo (Ga 4,
1-3); respira una atmósfera de confianza, vive en el amor (1 Jn 4, 18). La
vocación cristiana es una vocación a la libertad. Pero esta libertad es para
el amor e implica ruptura con los propios egoísmos: no una libertad para
que se aproveche la carne, sino una participación en la propia libertad de
Cristo.
En el camino
del amor
66. El
auténtico y recto ejercicio de la libertad acontece en el mutuo servicio
del amor, se da en la vinculación amorosa a los otros y se nutre de la
generosidad. La vida de fe en Cristo Jesús lleva al cristiano a ponerse a
disposición de los demás para ayudarles en todo. La libertad del cristiano no
consiste sólo en ser dueño de sí mismo, sino en ponerse por entero a la
disposición de Dios y del prójimo, prescindiendo de su egoísmo personal.
La mutua pertenencia de unos a otros, en la que se afianza la libertad ganada
por Cristo, es una pertenencia mutua en el camino del amor, de un amor
profundamente respetuoso de la dignidad del prójimo. El amor, como fruto del
Espíritu (Ga 5, 22) y energía de la fe (Ga 5, 6), es la liberación real del
hombre respecto de sí mismo. En esa libertad cristiana se cumple la ley, por
sorprendente que esto parezca (Ga 5, 14; Rm 13, 9). La libertad cristiana es
disponibilidad de nuestra persona para cumplir los mandamientos divinos, en
cuanto que son una manifestación de la voluntad de Dios. Estamos situados en el
amor de Cristo, sumergidos en Cristo por el bautismo (Rm 5, 5) y llamados al
amor de Cristo. En este amor radica la verdadera libertad del cristiano (Cfr.
LG 9).
La moral del
cristiano, fruto de la gracia
67. La moral
cristiana es fruto del Espíritu. El comportamiento reclamado por el Evangelio
no puede ser presentado simplemente como una tarea que corra sólo de nuestra
cuenta. No es la fuerza del hombre la que hace posible la moral cristiana, sino
la fe como acogida a un régimen de gracia que procede del Padre y que se
manifiesta como fruto del misterio pascual de Cristo. La semilla que produce el
fruto es la Palabra de Dios, y el hombre es la tierra —buena, mala, regular—
que responde o se resiste a la voluntad del Sembrador (Mt 13, 3ss).
La alegría
de vivir según el Evangelio
68. El
Evangelio es Buena Noticia. Al escuchar el programa evangélico de Jesús,
la muchedumbre (no unos pocos) queda admirada: "Y sucedió que cuando acabó
Jesús estos discursos, la gente quedó asombrada de su doctrina" (Mt 7,
28). Hoy el asombro continúa. Ciertamente, no hay ideal más alto. Responde
a las aspiraciones más profundas del hombre y a su insaciable sed de dignidad,
de paz y de justicia. Además, Jesús anuncia el cumplimiento del ideal
evangélico como gracia a quienes por sí mismos ni siquiera pueden
cumplir la ley. Con su cumplimiento brota en el corazón humano la alegría, la
paz, la bienaventuranza. Como un eco que no cesa, resonarán siempre las
palabras de Jesús: "Bienaventurados..., bienaventurados...,
bienaventurados..." (Mt 5, 3-12).
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