JESÚS ES EL MESÍAS DE DIOS POBRE,, HUMILDE Y SUFRIENTE.
Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar
solitario para orar, les preguntó: "¿Quién dice la gente que soy yo?"
Ellos contestaron: "Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que
Elías; y otros, que alguno de los antiguos profetas, que ha resucitado". Él
les dijo: "Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" Respondió Pedro:
"El Mesías de Dios". Entonces Jesús les ordenó severamente que no lo
dijeran a nadie. Después les dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre
sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los
escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día". (Lc
9, 18-22)
Dos preguntas, una sobre lo que
dice la gente sobre Jesús: es un profeta que habla con autoridad, y no como los
escribas y que hace milagros y exorcismos en favor de la gente (cf Mc 1, 27; Mt
7, 29) La otra pregunta es sobre los discípulos que han escuchado sus
enseñanzas y han visto sus milagros y exorcismos. Él les dijo: "Y ustedes,
¿quién dicen que soy yo?" Respondió Pedro: "El Mesías de Dios".
Entonces Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.
¿Porqué no dar a conocer que
Jesús era el Mesías?
Porque la inmensa mayoría de la
gente tenía una falseada imagen o idea del Mesías prometido. Esperaban un Mesías
político, militar, poderoso y rico que haría volver al pueblo al esplendor del
tiempo de Salomón. A un pueblo poderoso y rico. Apenas una pequeña minoría del
pueblo espiritual esperaba un Mesías espiritual que liberaría a Israel de las
manos de los poderosos que lo había explotado y oprimido a lo largo de los
siglos. Esa minoría era los Anawin, los pobres de Yahvé.
Jesús no engaña y no manipula, habla con toda claridad. El Mesías ha de ser
pobre, humilde, sufriente, doliente y será condenado a la muerte: Después les
dijo: "Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado
por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la
muerte y que resucite al tercer día".
Va a padecer, va a sufrir y va morir
para pagar el precio por nuestros pecados y resucitará para darnos vida eterna.
Para sacarnos del pozo de la muerte y llevarnos al Reino de la Luz (cf Ez 37,
12; Col 1, 13- 14) Y con su Redención recibimos el perdón de los pecados y
recibimos el Espíritu Santo (Rm 4, 25; Rm 5, 1) En virtud de su sangre ser
perdonados (Ef 1, 7) y ser lavados de nuestros corazones de los pecados que
llevan a la muerte (Hb 9, 14) Y con su sacrificio vencer a nuestros enemigos,
el mundo, el maligno y la carne. Jesús es el vencedor del pecado.
Jesús vino a liberar a los hombres
de la esclavitud del pecado.
Al
liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6,
5-15), de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de
la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús realizó unos signos mesiánicos;
no obstante, no vino para abolir todos los males aquí abajo (cf. Lc 12,
13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la
esclavitud más grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que
es el obstáculo en su vocación de hijos de Dios y causa de todas sus
servidumbres humanas. (Catic 549)
La venida del Reino de Dios es
la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26): "Pero si
por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros
el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de
Jesús liberan a los hombres del dominio de los demonios (cf Lc 8,
26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el príncipe de este
mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente
establecido el Reino de Dios: "Dios reinó desde el madero de la Cruz.
(Catic 550)
La
salvación que Jesús nos ofrece es un don gratuito de Dios no se compra y no se
vende. Pero no es barata. El precio a pagar es creer y convertirse. (Mt 4, 17)
Para hacernos discípulos de Cristo y salir de los terrenos del Hombre Viejo,
nuestro peor enemigo y que llevamos dentro. ¿Cómo hacerlo? En la escucha y obediencia
de la Palabra de Dios (Mt 7,24) “Todo el que cree en Jesús vence al mundo, al maligno
y al pecado. (1 de Jn 5,4. 12)
Discípulo
de Cristo es aquel que ha muerto y resucitado con Él.
Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de
arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de
arriba, no a las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta
con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también
vosotros apareceréis gloriosos con él.
El Hombre Viejo es el padre del Ego y de todos
los vicios.
Discípulo de
Cristo es aquel o aquella que está en proceso de conversión, pasando de los
dominios del hombre viejo para se hombre nuevo igual que Cristo. (Ef 4, 23- 24)
Libremente escucha la Palabra de Jesús que invita, no obliga y no manipula a
ser de los suyos: Decía a todos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a
sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame. Porque quien quiera salvar su vida,
la perderá; pero quien pierda su vida por mí, ése la salvará. (Lc 9, 23- 24)
El enemigo
lo llevamos dentro, es el Hombre Viejo.
Por tanto, mortificad vuestros miembros terrenos: fornicación, impureza,
pasiones, malos deseos y la codicia, que es una idolatría, todo lo cual atrae
la cólera de Dios sobre los rebeldes, y que también vosotros practicasteis en
otro tiempo, cuando vivíais entre ellas. Mas ahora, desechad también vosotros
todo esto: cólera, ira, maldad, maledicencia y palabras groseras, lejos de
vuestra boca. No os mintáis unos a otros. Despojaos del hombre viejo con sus
obras. (Col 3, 5- 9)
¿Cómo
podemos hacerlo? Despojándose del Hombre Viejo, negándose a comer del alimento de
la mesa de los demonios (1 de Cor 10, 21) Negándole el alimento que le entra
por los sentidos, según las palabras de Jesús: En cambio lo que sale de la boca
viene de dentro del corazón, y eso es lo que contamina al hombre. Porque del
corazón salen las intenciones malas, asesinatos, adulterios, fornicaciones,
robos, falsos testimonios, injurias. (Mt 15, 18- 19)
Las armas poderosas contra el Malo son la Virtudes
cristianas.
La noche
está avanzada. El día se avecina. Despojémonos, pues, de las obras de las
tinieblas y revistámonos de las armas de la luz. Como en pleno día, procedamos
con decoro: nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos;
nada de rivalidades y envidias. Revestíos más bien del Señor Jesucristo y no os
preocupéis de la carne para satisfacer sus concupiscencias. (Rm 13, 12- 14)
En proceso
de conversión hasta llenarnos de Cristo.
Y revestíos del hombre nuevo, que se va renovando hasta alcanzar un
conocimiento perfecto, según la imagen de su Creador, donde no hay griego y
judío; circuncisión e incircuncisión; bárbaro, escita, esclavo, libre, sino que
Cristo es todo y en todos. Revestíos, pues, como elegidos de Dios, santos y
amados, de entrañas de misericordia, de bondad, humildad, mansedumbre,
paciencia, soportándoos unos a otros y perdonándoos mutuamente, si alguno tiene
queja contra otro. Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros. Y por
encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección.
(Col 3, 10- 14)
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