EL QUE CREA Y SE CONVIERTA SE SALVA Y CAMINA EN LA VERDAD.
Iluminación: Decía, pues, Jesús a los
judíos que habían creído en él: «Si os mantenéis en mi Palabra, seréis
verdaderamente mis discípulos, y conoceréis la verdad y la verdad os hará
libres.» (Jn 8, 31- 32)
El relato evangélico.
En aquel tiempo, fueron a ver a Jesús su madre y
sus parientes, pero no podían llegar hasta donde él estaba porque había mucha
gente. Entonces alguien le fue a decir: “Tu madre y tus hermanos están allá
afuera y quieren verte”. Pero él respondió: “Mi madre y mis hermanos son
aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”. (Lc 8,
19-21)
¿Qué podemos hacer para ser de la Familia de Dios?
Jesús lo dijo desde el principio de su Ministerio: “Crean
y conviértanse” (Mc 1, 1%; Mt 4, 17) Esta es la Voluntad de Dios: Fe y conversión
es el camino para entrar en el Reino de Dios: Un reino de amor, paz y justicia,
en el que son inseparables la “Filiación y Fraternidad”; por la fe todos somos
hijos de Dios y hermanos con los demás. Somos de la Familia del Padre, llamados
por voluntad del Padre amarnos y servirnos mutualmente. (Jn 13, 13. 34)
“Tu madre y tus hermanos están allá afuera y
quieren verte”.
Jesús aprovecha la oportunidad para hablar del Reino
de su Padre, de su entrada y del cómo se vive dentro del Él: “Mi madre y mis
hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica”.
Estos son aquellos que hacen la Voluntad de Dios, son los que están
construyendo la casa sobre roca (Mt 7, 24) Son los que tienen una fe sincera y
sólida, unida a un corazón limpio y a una conciencia recta (1 de Tim 1, 5) Son
aquellos que pueden ver y escuchar las manifestaciones de Dios en su vida (cf
Jn 14, 21)
Jesús habla con
autoridad y con toda claridad, no son los lazos familiares los que me introducen
en el Reino, sino la fe y la conversión: Escuchar la Palabra de Dios y
guardarla en nuestro corazón para luego ponerla en práctica (cf Lc 11, 28) Para
ser hijos de Dios hermanos, amigos, discípulos y apóstoles de Cristo Jesús. Así
lo entendió san Pablo al decirnos: “Nada de lo que es carne y sangre entra en
el Reino de Dios”. (1 de Cor 15, 50) Una fe unida a la caridad (Ef 1, 15- 16[um1] )
para que sean una misma realidad (Gál 5, 6) La fe que nace de la escucha de la
Palabra, (Rm 10, 17) debe crecer hasta dar frutos de vida eterna, porque una fe
sin obras está vacía y muerta (Snt 2, 14- 17) No podemos mezclar las obras de
la fe con las obras de la carne, de esta mezcla resulta tibieza espiritual y la
Palabra nos dice: “Conozco tu conducta: no eres ni frío
ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Ahora bien, puesto que eres tibio,
y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca”. (Apoc 3, 15- 16) Nuestro
culto es frío, vacío y muerto, al igual que la fe sin obras está vacía:
Y al
extender vosotros vuestras palmas, me tapo los ojos por no veros. Aunque
menudeéis la plegaria, yo no oigo. Vuestras manos están de sangre llenas: lavaos,
limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mí vista, desistid de hacer
el mal, (Is 1, 15 16) Y Jesús confirma lo que dice Isaías: «No todo el que me
diga: "Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga
la voluntad de mi Padre celestial. Muchos me dirán aquel Día: "Señor,
Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre expulsamos demonios, y en
tu nombre hicimos muchos milagros?" Y entonces les declararé: "¡Jamás
os conocí; ¡apartaos de mí, agentes de iniquidad!" (Mt 7, 21- 23)
En cambio,
la fe sincera, la que lleva confianza, obediencia y pertenencia, está firme y
es férrea: «Así pues, todo el que oiga estas palabras mías y las ponga en
práctica, será como el hombre prudente que edificó su casa sobre roca: cayó la
lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos, y embistieron contra
aquella casa; pero ella no cayó, porque estaba cimentada sobre roca. (Mt 7, 24-
25)
La fe
sincera es humilde y nos da un corazón pobre y sencillo, puro y santo, pero,
por encima de todo está llena de amor que es la madre de todas las virtudes, es
entonces cuando podemos guardar el Mandamiento Nuevo: Os doy un mandamiento
nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os
améis también vosotros los unos a los otros. En esto conocerán todos que sois
discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros.» (Jn 13, 34- 35) El
amor es la fuerza de la fe para hacernos pequeños y servidores de Cristo y de
la Iglesia (Mt 29, 25; Jn 13, 13)
Conozcamos la descendencia de la fe según el Pastor de Hermas:
La fe que nos
lleva al Nacimiento Nuevo (Jn 3, 1- 5) Fe que lava nuestros corazones de
nuestros ecados y nos hace hijos de Dios, al darnos Amor y Espíritu Santo (Rm
5, 1-5)
La Fortaleza
que es Vigor, Fuerza y Poder de Dios para vencer el Mal y para hacer el bien
(cf Ef 6, 10) La Fortaleza es hija predilecta de la fe.
La
Continencia para vencer la ira, la lujuria, la gula y otros vicios, encarnando
la castidad, la templanza y el dominio propio.
La Sencillez
de corazón que nos da mansedumbre y humildad para ser discípulos de Cristo (Mt
11, 29) Con la humildad se vence la soberbia y con la mansedumbre se vence la
ira y la agresividad.
La Pureza de
corazón para que de dentro brota el amor que sólo puede nacer de un corazón limpio
y de una fe sincera.
La Santidad sin la cual nadie
verá al Señor. (Heb 12, 14) Y la Santidad es nuestra vocación a ella somos llamados:
“Más bien, así como el que os ha llamado es santo, así también vosotros sed
santos en toda vuestra conducta, como dice la Escritura: Seréis santos, porque
santo soy yo.” (1 de Pe 1, 15- 16)
La Ciencia uno de los dones
del Espíritu Santo que hace de la Voluntad de Dios a delicia de nuestro corazón
(cf Jn 4, 34) Estar en comunión con Cristo y caminar en la Verdad que nos hace
libres con la libertad de los hijos de Dios (Gál 5, 1)
La Caridad, corona de todo el
proceso, madre de todas las Virtudes que garantiza la fidelidad y el conocimiento
de Dios.
La Fe, Esperanza y Caridad
son inseparables, son Fuerza y Poder de Dios.
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