INTELIGENTE ES EL QUE SABE VIVIR Y SABIO ES QUE AMA Y SIRVE.

 



 INTELIGENTE ES EL QUE SABE VIVIR Y SABIO ES QUE AMA Y SIRVE.

 A vosotros, hombres, os llamo, dirijo mi voz a los humanos. Inexpertos, adquirid prudencia, y vosotros, necios, sed sensatos. Escuchad, pues voy a decir cosas importantes, voy a abrir mis labios con sinceridad. Mi paladar saborea la verdad y mis labios aborrecen el mal. Todos mis discursos son ecuánimes, ninguno es hipócrita ni retorcido; todos son claros para el inteligente y rectos para los que tienen conocimiento.(Prov 8, 4- 8)

Te doy gracias y te alabo, Señor, y bendeciré tu nombre para siempre. Desde mi adolescencia, antes de que pudiera pervertirme, decidí buscar abiertamente la sabiduría. En el templo se la pedí al Señor y hasta el fin de mis días la seguiré buscando. Dio su flor y maduró, como racimo de uvas, y mi corazón puso en ella su alegría. Mi pie avanzó por el camino recto pues desde mi juventud seguí sus huellas; tan pronto como le presté oídos, la recibí y obtuve una gran instrucción. La sabiduría me ha hecho progresar, por eso glorificaré al que me la concedió.

Decidí ponerla en práctica, busqué ardorosamente el bien y no quedé defraudado. Luché por ella con toda mi alma, cumpliendo cuidadosamente la ley. Levanté mis brazos hacia el cielo y deploré conocerla tan poco. Concentré en ella mis anhelos y con un corazón puro la poseí. Desde el principio ella me conquistó, por eso jamás la abandonaré. (Sir 51, 17-27)

Inteligente es aquel que sabe vivir. El que no sabe vivir aunque tenga muchos títulos le falta inteligencia. Sabe muchas cosas, pero se llena de envidia, de odio o cae en la inversión de los valores, no es inteligente. Sabio, en cambio, es el que hace el bien. El sabio según a Biblia tiene una conciencia moral: sabe distinguir entre lo que es bueno y lo que es lo malo, puede y desea rechazar el mal y busca en todo hacer el bien.

 

Como el sabio del Eclesiástico, buscó la sabiduría desde su adolescencia. Se adentro en ella en su juventud, y no se cansó de ponerla en práctica hasta su vejez. El sabio ama la Ley y la pone en práctica, guarda los mandamientos de la Ley de Dios. Hace de ellos la delicia de su vida. Ama apasionadamente el bien (Rm 12, 9) El sabio, según la Biblia es humilde, manso y misericordioso, conoce el camino  de la paz y de la felicidad.

La paz es la armonía interior y exterior, consigo mismo y con Dios y con los demás. La paz es felicidad, y la puerta de la felicidad se abre hacia fuera, hay que salir para ir al encuentro de Dios y de los demás para compartir con ellos todo lo que sabemos, lo que tenemos y lo que somos. Lo contrario a ser humilde es ser soberbio. Por soberbia decimos: no amare, no serviré, no obedeceré. Se tiene una división interna y externa. Dentro, entre inteligencia y voluntad. Una cosa queremos y otra cosa hacemos, no tenemos conciencia moral. Podemos tener conciencia psicológica, pero, no moral. Sin la conciencia moral caemos en el vacío existencial, vacío de Dios y vacíos de amor y de los otros valores que nos ayudan a realizarnos como personas.

Es el amor lo que nos ayuda a unir y reconciliar lo que estaba separado: la inteligencia y la voluntad. La unidad de los tres: el corazón, la inteligencia y la voluntad nos dan la conciencia moral que nos hace ser sabios. Con una triple facultad: Tener la mirada para distinguir entre lo bueno y lo malo. Tener la fuerza para rechazar el mal y el amor para hacer el bien. El sabio es poseedor de luz, poder y amor. El sabio, sea de la religión que sea, es humilde, manso, desprendido, generoso y servicial. Es un ser inteligente, capaz de hacer el bien y aborrecer el mal (Rm 12, 9) Nunca cae en la frustración como tampoco cae en las manos de los aliados de la frustración: el aburrimiento, la agresividad, el aislamiento y la pérdida del sentido de la vida. Porque la sabiduría hace de él su propia casa.  No es violento ni agresivo, sino, paciente, amable y servicial (1 de Cor 13, 4) La sabiduría es inseparable del amor que nace de un corazón limpio, de una fe sincera y de una conciencia recta (1 de Tim 1, 5)

La sabiduría se adquiere en la escucha y en la obediencia de la Palabra de Dios: El me enseñaba y me decía: «Retén mis palabras en tu corazón, guarda mis mandatos y vivirás. Adquiere la sabiduría, adquiere la inteligencia, no la olvides, no te apartes de los dichos de mi boca. No la abandones y ella te guardará, ámala y ella será tu defensa. (Prov 4, 4- 6) “En esto consiste el amor a Dios: en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados, pues todo el que ha nacido de Dios vence al mundo. Y ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe; porque, ¿quién es el que vence al mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1Jn 5, 3-5)

La paz viene de la justicia, justicia a Dios y justicia a los hombres. El que práctica la justicia nace de Dios (1 de Jn 2, 29) Le hacemos justicia a Dios cuando creemos en su Hijo y nos amamos unos a los otros (1 de Jn 3, 23) Le hacemos justicia a los hombres cuando los reconocemos como personas con igual dignidad. Cuando los aceptamos como son y los  respetamos, cuando estamos disponibles para cargar sus debilidades (Rm 15, 1) y nos abrimos a caminar con ellos. Entonces somos pacíficos, trabajamos por la paz, el premio es ser hijos de Dios (cf Mt 5,9)

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