EL REINO DE LOS CIELOS SE PARECE A UN
TESORO ESCODIDO.
Bendito quien confía en el Señor, y pone en
el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua, que junto a la
corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde;
en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto. (Jr 17, 7-8)
En
aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de los cielos se parece a un
tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno
de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. (Mt 13, 44)
Estas
tres parábolas del Reino Jesús las dice para sus apóstoles, para aquellos que
habían creído en él y le seguían. Es a la misma vez, para todos que se han
decidido escuchar su Palabra, obedecerlo, pertenecerle, amarlo y seguirlo. (Lo
cambiaron de “discípulos a la gente”).
El
tesoro es la Gracia de Dios, el Reino, es Cristo. Un hombre lo encuentra y lo
esconde con cuidado. ¿Para qué lo esconde? Para que no vaya a parar en manos
del dueño del terreno. ¿Quién es el dueño de tu corazón? Aquel a quien tú le
has entregado tu amor. Al que tú amas con todo tu corazón, con toda tu alma y
con todas tus fuerzas. Ese es tu Dios o es tu ídolo:
“Porque donde esté tu tesoro, allí estará también tu
corazón”. (Mt 6, 1) Puede ser Dios, el hombre, una cosa o una ideología.
El
hombre va y vende lo que tiene y vuelve a comprar el terreno, no le importan lo
que digan de él y no le importa el precio, con alegría lo hace todo. Es lo que
necesitamos todos los creyentes y los religiosos: Encontrar el Tesoro que es
Cristo Jesús, el Hijo de Dios. El encuentro es liberador porque nos quita las
cargas y es gozoso por que experimentamos el triunfo de la resurrección del
Señor, y es glorioso porque nos invita a participar de su Pasión. La
experiencia del encuentro es inolvidable, y deja una profunda huella en nuestro
corazón. Nos llena de Luz, Poder y Amor, Con la alegría del ciego de Jericó (Lc
18, 42- 43) caminamos tras Jesús, hacia Jerusalén, dejado atrás nuestras “riquezas”
y “nuestras cargas” (Mt 11, 28) y abrazando la “Voluntad de Dios” que es amar y
servir a Jesús. Caminar con Jesús en el reino de Dios nos hace pobres
espirituales, mansos y humildes de corazón, limpios y misericordiosos,
pacíficos y justos. (Mt 5, 3- 11)
Con
alegría del Señor y con el Amor tomamos la decisión de seguirlo, porque
llevamos su Tesoro en nuestro corazón. Ya no hacemos las cosas por obligación o
porque toca; ya no hacemos las cosas para quedar bien o para que nos vaya bien.
Todo lo hacemos en el Nombre del Señor, y por amor, recordando las palabras del
apóstol: “Dios ama al que da con alegría” (2 de Cor 9, 7).
“El
reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al
encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra”. (Mt
13, 45) Ahora se trata de un comerciante en perlas finas. Se encuentra una
“perla muy preciosa”. Es un experto y sabe lo que vale la perla. Le dicen que
está en venta, le dicen está a su alcance, sólo que tiene que dar lo todo para
que la “perla” sea suya. La “perla” es el Reino de Dios, es Cristo, está al
alcance de quien quiera, del pobre y del rico. Sólo pide amarlo y seguirlo con
todo, sin quedarse con algún guardadito. Tiene que entregar todas sus “perlas
finas”. Todo lo que sabe, lo que tiene y lo que es. Dejar de pertenecerse a sí
mismo, a los demás, para ser propiedad exclusiva de Cristo, el Señor. (cf Rm
14,8) Jesús recibe tus cargas y tus perlas finas, y lo redime, para regresarte
todo como una bendición. Tú mismo te conviertes en las manos de Jesús como una
bendición, un regalo de Dios para los demás. Todo es tuyo, si tu eres de Cristo
(cf 1 de Cor 3, 21)
En
el Reino de Dios hay que saber que todos somos iguales en dignidad. Vales por
lo que eres y no por lo que tienes. Hay que reconocer que los otros te
pertenecen, son tu familia, son tus hermanos. Quiere y acepta para ellos todo
lo bueno que quieres para ti (Mt 7, 12) Carga con sus debilidades y necesidades
(Rm 15, 1) Y sobre todo reconoce que son personas valiosas, importantes y dignas,
al igual que lo eres tú. En el Reino de Dios nadie es copia ni títere de otros,
como tampoco puedes hacer lo que te da la gana, hay que hacer la voluntad de
Dios. Y nadie vive para sí mismo, no hay lugar para el individualismo. Como
tampoco se cree en la buena o en la mala suerte, se cree en Jesucristo, el Hijo
de Dios, Salvador, Maestro y Señor. En el Reino de Dios no hay lugar para los
ateos, ni teóricos ni prácticos, puedes ser un creyente y ser ateo, si haces el
mal y no haces el bien.
El
reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge
toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan, y
reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran. Lo mismo sucederá al final
del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los
echarán al horno encendido. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Entendéis bien todo esto?» Ellos le contestaron: «Sí. Él les dijo: «Ya veis,
un escriba que entiende del reino de los cielos es como un padre de familia que
va sacando del arca lo nuevo y lo antiguo.» (Mateo 13,44-52)
El
Reino de Dios es como una red que echan el mar y recogen toda clase de peces.
Ahora sigue la separación, los buenos a los canastos y los malos echen los
fuera. Así será al fin del mundo: a los buenos, vengan benditos de mi Padre a
pasar la eternidad conmigo. Y a los malos: apártense de mí lo que obraron el
mal y no se arrepintieron, al fuego eterno. Jesús confirma que hay vida
eterna que hay muerte eterna. Tú decide
a donde quieres irte, es tu decisión. Mt 25, 31- 45)
El
escriba o el letrado no era discípulo de Jesús, pero si cree en Jesús se hace
uno de los suyos, su discípulo, entonces, es como un padre de familia que saca
del arca lo nuevo y lo viejo. Es un sabio que saca del Antiguo Testamento lo
bueno y lo adopta al Nuevo Testamento, sabe encontrar el sentido a la Ley (el
amor) y unirlo a la enseñanza de Jesús, todo es Reino. Escuchemos a Miqueas
decirnos: El te ha declarado, oh hombre, lo que es bueno. ¿Y qué es lo que
demanda el SEÑOR de ti, Sino sólo practicar la justicia (el derecho), amar la
misericordia (lealtad), Y andar humildemente con tu Dios? (Mq 6, 8)
Para
entrar y crecer en el Reino de Dios hay tres etapas: la iluminación, la
separación y la ornamentación (Gn 1, 1. 25) El Anuncio que hay que creer para
celebrarlo, (la iluminación) rompiendo
con el pecado, (la separación) guardar los mandamientos y practicar las
virtudes (la ornamentación): Anuncio, Culto y Moral, inseparables uno del otro.
(Mt 4, 17; Mt 7, 21- 23; Mt 25, 35- 40; Jn 13, 34- 35) Y pide para guardarlos
tener una “Fe sincera, un corazón limpio y una conciencia recta” (1 de Tm 1, 5)
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