YO SOY EL QUE HACE LAS COSAS NUEVAS (Apoc
21, 5)
La
Biblia nos habla de tres venidas de Jesús a nosotros. La primera venida es la histórica
en la que el “Verbo se hizo hombre y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1, 14)
La segunda venida es al final de la historia cuando vendrá lleno de gloria y
con sus Ángeles a juzgar a vivos ya muertos (Mt 25, 31ss) La Biblia nos habla
de una tercera venida, la intermedia, confirmada por las Escrituras.
Podemos decir que Cristo ya ha venido a
nuestra vida.
a) Por un
Nuevo Nacimiento. Cristo nace y crece en nuestros corazones. Nos da un corazón
nuevo, perdona nuestros pecados y nos da su Espíritu Santo (Jn 3, 1- 5; Rm 5,
1- 5)
b) A
este Cristo hay que darle de comer, de beber y vestirlo porque habita en nuestros
corazones. Por eso doblo mis rodillas ante el
Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que
os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción
de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros
corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, puedan comprender la
voluntad de Dios. (Ef 3, 13- 17)
c) A
ese Cristo que habita en nosotros hay que obedecerlo: “Mira
que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta,
entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo”. (Apoc 3, 20) Abrirle la puerta equivale a obedecer su Palabra.
d) Hay
que amarlo y servirle: El que tiene mis
mandamientos y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ame, será amado de
mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él.» Jesús le respondió: «Si alguno
me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos
morada en él. (Jn 14, 21. 23)
e) Hay
que estar unido a él como las ramas al tronco para poder dar frutos de vida
eterna (Jn 15, 1- 10) Del Tronco que es Cristo, salen las ramas que son
nuestras actitudes, de donde salen los frutos que son nuestras acciones.
f) Desde
dentro nos enseña, nos consuela, nos libera y nos sana y nos corrige (Apoc 3,
19) Es nuestro Maestro interior porque ha resucitado en nuestros corazones. Sus
palabras nos animan, nos reconcilian, nos liberan, nos consuelan, nos salvan y
nos corrigen.
Todo
lo anterior es posible en nosotros por la acción del Espíritu Santo que nos
guía hasta la verdad plena (Jn 16, 13) La Obra del Espíritu Santo es actualizar
en nosotros la Obra de Jesús. La encarnación de Jesús en nuestros corazones es
la obra del divino Espíritu. Él nos lleva al Nuevo Nacimiento para que nos
apropiemos de los frutos de la Redención, para luego conducirnos por los caminos
de Dios, que son la rectitud y la justicia. Nos abre la mente y nos explica las
Escrituras (Lc 24, 45) Y nos da el discernimiento de espíritus para que descubramos
lo que viene de Dios o de otro espíritu (1 de Jn 4, 1; Rm 12, 9).
Es
el Espíritu de la Verdad que nos hace libres para que aprendamos el arte de
servir y el arte de amar (Jn 13, 13. 34) Juntamente con el arte de compartir
para vencer las cosas mundanas como el poder, el tener y el placer, nos ayuda a
salir de los terrenos del hombre viejo, para entrar a los terrenos del Hombre
Nuevo, Jesucristo. Los terrenos del Señor, son el Amor, la Verdad, la Vida, la Libertad
y la Santidad, la Humildad y la Mansedumbre, entre otros muchos más. (Jn 14, 6,
Mt 11, 29)
Con
a ayuda del Señor que habita por la fe en nuestro corazón podemos despojarnos
del traje de tinieblas y revestirnos del traje de la Luz (Rm 13, 13) Para ir
reproduciendo la Imagen de Jesús (Col 1, 15; Rm 8, 29). Tres cosas son
necesarias en nuestra vida, para que la venida de Jesús en nuestra vida sea efectiva:
Este que bajó es el mismo que subió
por encima de todos los cielos, para llenarlo todo. El mismo «dio» a unos el
ser apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelizadores; a otros, pastores y
maestros, para el recto ordenamiento de los santos en orden a las funciones del
ministerio, para edificación del Cuerpo de Cristo, hasta que lleguemos todos a la unidad de la fe y del conocimiento
pleno del Hijo de Dios, al estado de hombre perfecto, a la madurez de la
plenitud de Cristo. Para que no seamos ya niños, llevados a la deriva y
zarandeados por cualquier viento de doctrina, a merced de la malicia humana y
de la astucia que conduce engañosamente al error. (Ef 4, 10- 14)
Vivir
en Cristo pide estar en comunión con él y con los miembros de su Cuerpo que es
la Iglesia. Comunión que pide romper con el pecado para estar unidos a Cristo y
participar de la naturaleza divina. (2 de Pe 1, 45b) Sólo unidos a Cristo
podemos dar frutos (Jn 15, 7) Los frutos son el vigor y la fuerza de la fe,
Pedro las llamó virtudes (2 de Pe 1, 5) Son el efecto de haber trabajado el
corazón: En cambio el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia,
afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí; contra tales cosas
no hay ley. (Gál 5, 22- 23) Bondad, Verdad y Justicia (Ef 5, 9). Que vienen a
ser la “armadura de Dios para vencer el mal (Ef 6, 10; Rm 2, 21)
No hay
lugar para la timidez ni para la esclavitud, porque el Espíritu de Cristo es un
espíritu de Amor, Fortaleza y Dominio propio ( 2 de Tim 1, 7) Para que Cristo
esté viniendo a nuestras vidas hay que huir de las pasiones de la juventud y
hay que revestirse de Jesucristo (2 de Ti 2, 22)
Las recomendaciones de Lucas que son las mismas que las de Pablo:
«Estén ceñidos vuestros lomos y las
lámparas encendidas, y sed como hombres que esperan a que su señor vuelva de la
boda, para que, en cuanto llegue y llame, al instante le abran. Dichosos los
siervos, que el señor al venir encuentre despiertos: yo os aseguro que se
ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá. (Lc 12,
35- 38)
San Mateo nos dice: “Vigilad y orad
para no caer en tentación” (Mt 26, 41) Y así no apagaremos la Luz. Vigilar significa;
conocerse, despojarse, revestirse y luchad y orad para que Cristo este viniendo
a nuestros corazones, no vayamos a su encuentro con las manos vacías o llenas
de sangre, sino con nuestras manos llenas de los frutos de la fe. Cristo hace
de sus amigos unos guerreros y testigos de la Verdad.
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