JESÚS LES DIJO: EL QUE COMA DE ESTE PAN VIVIRÁ PARA SIEMPRE

 

JESÚS LES DIJO: EL QUE COMA DE ESTE PAN VIVIRÁ PARA SIEMPRE”

 

1.     El Texto Evangélico

En aquel tiempo Jesús dijo a los judíos: “Yo soy el pan vivo, que ha bajado del cielo; el que coma de este pan, vivirá para siempre. Y el pan que les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”. Entonces los judíos se pusieron a discutir entre sí:” ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?

Jesús les dijo: “Yo les aseguro: Si no comen la carne del Hijo del hombre y no  beben su sangre, no podrás tener vida en ustedes. El que coma mi carne y beba mi sangre, tiene vida eterna y yo lo resucitará el último día.

Mi carne es verdadera comida es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él. Como el Padre. Que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por él, así también el que me come vivirá por mí. Éste es el pan que ha bajado del cielo; no es como el maná que comieron sus padres, pues murieron. El que come de este pan vivirá para siempre”. Palabra de Dios. (Juan 6, 51-58)

2.     El hombre es de Unidad.

El Hombre es poseedor por gracia de Dios de una triple dimensión: corporal, intelectual y espiritual. Cada una de ellas ha de recibir el alimento apropiado. Tanto, el cuerpo, como la mente y el espíritu se han de nutrir y fortalecer para no sucumbir y morir de hambre. Existen hombres que solo se acuerdan de una de las tres dimensiones, así hay quienes alimentan solo el cuerpo, mientras que otros solo la inteligencia, otros quieren vivir como ángeles, y no comen o no estudian, solo se preocupan de las realidades espirituales. Algunos se gastan fortunas para adquirir un cuerpo bonito, fuerte y elegante. Otros estudian y profundizan tanto en sus conocimientos que se olvidan de comer. Todo hombre debe cultivar sus tres dimensiones para realizarse como lo que es: un cuerpo espiritualizado o un espíritu encarnado. El hombre inteligente, busca el pan para el cuerpo, el pan para la inteligencia y el pan para el espíritu, sabe, además,  conservar la armonía y cuidar de su integridad.

3.     La enseñanza de Jesús es Alimento.

Jesús no sólo nos enseñó por medio de parábolas, sino que además su vida misma es una parábola. Se sentó a la mesa con pecadores para enseñarnos que los pecadores son también invitados a sentarse a la mesa con el Padre Celestial. Todos, todos, sin excluir a nadie, son llamados a la Vida, al Amor, a la Libertad. Cristo vino por todos, murió por todos y a todos se nos ofrece como el aliento que da “Vida eterna”: “Vengan a comer de mi pan y a beber del vino que les he preparado. Dejen su ignorancia y vivirán; avancen por el camino de la prudencia”  (Proverbios 9, 4-6). La sabiduría de la Biblia nos habla de dos clases de alimento: Uno de ellos es espiritual y el otro es carnal o mundano; uno viene de Dios; el otro viene del Mundo, del Mal. Uno te lleva al bien y a la vida, el otro al mal y a la muerte.

4.     Todos, creados para la vida.

Todo hombre fue creado para la vida, para vivir, para eso lucha el hombre desde que nace, hasta que muere sin remedio, muere vencido. “Dios no quiere la muerte del pecador, sino, que se convierta y viva” (Ez 33, 10). Pensemos por un momento en las palabras de la carta a los romanos: El pecado os paga con la muerte, pero Dios os da la vida en Cristo Jesús”. (Rm 6, 23)   “Trabajad no por el alimento que perece sino por el alimento que perdura dando vida eterna”. Trabajad equivale al cultivo de una voluntad fuerte y firme para el bien, para el amor. Trabajo que exige esfuerzos, renuncias y sacrificios.

 ¿Cuál es el alimento que perece y el hombre con él? ¿Qué es lo que realmente alimenta el espíritu humano y le da vida? ¿En que pones tu voluntad? ¿En que buscas tu felicidad? ¿Queremos vivir para siempre, es decir, sin muerte? Esto es lo que deseamos, lo que queremos y por lo que luchamos sin éxito, pues al fin morimos. Sin embargo tenemos una esperanza: “La voluntad de mi padre es que todo el que ve al Hijo y cree en él tenga vida terna”. Y “Yo lo resucitaré el último día”. (Jn 6, 40)

5.     Es Jesús el que nos da el Pan de Vida.

 “Moisés no os dio pan del cielo, porque vuestros padres lo comieron y murieron. (El pan de Moisés llenaba el estomago, pero no daba vida espiritual) Es mi Padre el que os ha dado el verdadero pan del cielo. El pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo.”  Los judíos y nosotros hoy con ellos, después de cerca ya de dos mil años, seguimos pidiendo lo mismo: “Señor, danos siempre de este pan”. (El pan es alimento, comida y el alimento es vida) Jesús les contestó y hoy nos responde a nosotros: “Yo soy el Pan de Vida; el que viene a mi, ya no tendrá más hambre y el que cree en mi, jamás tendrá sed”. Jesucristo nos sacia el hambre y la sed de Dios: Llena nuestras aspiraciones, los vacíos del corazón  y da sentido a la existencia humana.

6.     ¿Qué pretendemos en la vida?

 ¿Hacia qué horizonte se encaminan nuestros pasos? ¿Queremos pasar haciendo el bien, o pasar haciendo el mal? El Señor nos ha dicho en otra ocasión: “Ante ti están la vida y la muerte, la bendición y la maldición. Elige la vida y vivirán tú y tu descendencia” (Dt 30, 15s; Eclo 15, 11ss) Amando al Señor tu Dios, escuchando su voz y uniéndote a Él, pues, Él es tu vida. ¿De qué tengo yo hambre: de Dios o de mis intereses y de mis   concupiscencias? ¿A dónde voy a saciar mi hambre, a dónde voy a apagar mi sed?

San Pablo nos dice: No sean irreflexivos, antes bien, traten de entender cuál es la voluntad de Dios. No se embriaguen, porque el vino lleva al libertinaje, y el libertinaje lleva a la muerte.. Llénense más bien del Espíritu Santo; expresen sus sentimientos con salmos, himnos y cánticos espirituales, cantando con todo el corazón alabanzas al Señor. Den continuamente gracias a Dios Padre por todas las cosas, en el nombre del Señor Jesucristo. (Ef 5, 15-20)  

Aquel que en lugar de bendecir, maldice; aquel que en lugar de alabar al Señor, viva siendo infiel a sus enseñanzas; aquel que en lugar de manifestar su agradecimiento a Dios con una vida intachable, se aleje de Él y se ponga en contra de su prójimo, no podrá llamarse hijo de Dios, ni podrá convertirse en un signo de salvación de Dios para sus hermanos.

7.     Estos son los tres efectos de la Eucaristía

1.- Dios no muere. Luego, nosotros tampoco, porque “el que come mi carne y bebe mi sangre tienen vida eterna”. Carne que es todo lo que soy. Adán dirá de Eva: “esta es hueso de mis hueso y carne de mi carne” Es decir, es como yo. La carne expresa el yo, la persona misma, hasta en sus  actividades psicológicas con un matiz corporal. Así, pues, al comer la carne de Cristo, resucitada y glorificada, nosotros seremos resucitados, al pasar como él la barrera de la muerte. Nueva vida, sin muerte.  

2.- “Quien come mi carne y bebe mi sangre habita en mi y yo en él”. Es necesario entrar en una verdadera comunión de vida con el Señor. Hemos de asimilarlo en nuestra propia vida, y nos hemos de dejar asimilar por Él. Cuando en verdad se dé esa unión entre Él y nosotros, entre nosotros y Él, podremos tener vida, y vida eterna en nosotros. Entonces podremos manifestar esa vida ante los demás.  Aquel que en su fe sólo se conforme con adorar al Señor de rodillas, pero no le haya abierto las puertas de su propia vida para que entre como Señor en la propia existencia, no puede, en verdad, llamarse persona de fe, sino adorador de un dios creado por uno mismo conforme a los intereses personales. Ese, no es el Dios verdadero; a ese no podemos llamarlo, en verdad, Padre nuestro.

3.- Efecto de la Eucaristía, del Pan de Vida, del Cuerpo de Cristo, de Cristo mismo, es la consagración o dedicación por entero a Cristo: “Si tú te me das, yo todo, a ti me entrego: “Así como vivo yo para mi Padre, así también, el que me come, vivirá por mi y para mi”. El Pan que Cristo multiplica y da, no es para llenar estómagos, que para eso nos dotó el Señor, Dios, de inteligencia, voluntad y manos para ganarnos el pan de cada día. El pan que Cristo nos da es su propio cuerpo, su propia carne y sangre, es decir, su propia vida. Viene a saciar nuestra hambre de Dios, nuestra hambre de verdad, de libertad y de amor; para ello tenemos que vaciarnos de nosotros mismos antes de comulgar. Vaciarnos de nuestras ideas y pensamientos soberbios, de nuestro querer prepotente, de nuestros sentimientos vulgares y carnales…, para que Cristo pueda habitar en nosotros y nos llene con el don de su Espíritu.

 “Mirad, ya vienen días —oráculo del Señor Yahvé— en que mandaré hambre a la tierra, no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la palabra de Yahve”  (Amós 8,11). Para tener hambre de Dios hemos de abandonar el alimento chatarra que no edifica y no construye. Alimentarse con la Palabra de Dios y con una oración íntima, cálida y extensa, con la Eucaristía y con las obras de Misericordia es alimentarse con el único alimento que nutre y nos convierte:   “La Voluntad de Dios”. El hambre y sed de Dios nos pide fidelidad a la Palabra y a la voluntad de Dios (cfr Jn 4, 34; Mt 7, 21-24; Lc 6, 46). La Palabra de Dios es comida y es bebida para nutrir nuestra alma y llevarnos a la Vida eterna.                                                                                  

 

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