EL PROFETA ES UN HOMBRE PARA TODO
TIEMPO
(Del Cateciso de la Iglesia de España)
Hace años en Venezuela me decía don
Gerbacio, un comerciante de Uverito, que en los años 30s por aquí pasó un
profeta que decía: “vienen días en que los padres se comerán a sus hijos”. La gente
lo juzgaban como un ser enfermo, un loco. Pero llegó la euforia petrolera, con
carreteras, construcciones y pozos profundos, y muchos jóvenes inexpertos se
accidentaban y morían. Sus padres recibían el pago por ellos, y se sentaban a
comerse lo que les habían pagado por sus hijos. Se cumplía la profecía. El profeta tenía la
experiencia de los países en desarrollo.
122. Desde esta experiencia se
acercará mucho más a la verdadera figura del profeta, tantas veces deformada y
reducida a la vulgar caricatura de un extraño adivino de otro tiempo, cuya
especie ha desaparecido para siempre de nuestro mundo. El Concilio Vaticano II
(LG 35) ha recordado que la Iglesia tiene en el presente una misión profética y
que, por tanto, cualquiera de sus miembros puede participar de ella.
El profeta, un hombre que vive la
verdad que anuncia
123. El profeta es un hombre que vive
la verdad que anuncia. Más allá incluso de su opción por la verdad y la
justicia, posibilitándola, está la acción de Dios en su propia vida y en
medio de la historia. Esta acción de Dios va directamente encaminada a la conversión
del hombre. Sin embargo, su mensaje profético irrumpe en un mundo .que
se construye sobre otros cimientos: Dios no actúa en la historia (la
historia no tiene Señor) y, además, el hombre no puede cambiar. Esta
experiencia universal y permanente, común, deja al descubierto la condición
pecadora del hombre.
El Profeta acepta una dinámica que le
desborda. Dios le impulsa a hablar, incluso a pesar suyo
124. El profeta se siente desbordado
por la verdad que anuncia. Lo hace incluso a pesar suyo. Así lo vive Jeremías:
"La palabra del Señor se volvió para mí oprobio y desprecio todo el día.
Me dije: No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre; pero ella era en
mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos: intentaba contenerlo, y
no podía" (Jr 20, 8-9). Jonás, antes de ir a Nínive a donde Dios le envía,
saca un pasaje de barco en dirección contraria para marcharse a Tarsis (a los
ojos de los hebreros, "el fin del mundo" entonces conocido). Jonás
pretende sustraer a una misión comprometida, huyendo lo más lejos posible (Jon
1, Iss).
La vocación profética es irresistible.
¡Ay de mí, si no evangelizare! (Pablo)
125. La vocación profética es
irresistible. Amós pone la siguiente comparación: como cuando ruge el león todo
el mundo teme, así cuando Dios habla, cualquiera profetiza (3, 8). Pablo tiene
conciencia de que anunciar el Evangelio no es para él ningún motivo de gloria,
según lo humano. Es algo a lo que no puede renunciar: "¡Ay de mí, si no
anuncio el Evangelio! Si yo lo hiciera por mi propio gusto eso mismo sería mi
paga. Pero si lo hago a pesar mío, es que me han encargado este oficio" (1
Co 9, 16-17).
El profeta, con un puesto preciso en
el pueblo de Israel
126. En el pueblo de Israel, rey,
sacerdote, profeta son durante largo tiempo como los tres ejes de la sociedad
de Israel, bastante diversos para ser a veces antagónicos, pero normalmente
necesarios los unos a los otros. Mientras existe un Estado se hallan profetas
para iluminar a los reyes: Natán, Elías, Eliseo, sobre todo Isaías, y por
momentos Jeremías. Les incumbe decir si la acción emprendida es la que Dios
quiere, si tal política se encuadra exactamente dentro de la historia de la
salvación.
El profetismo puro don de Dios, objeto
de promesa, pero dado libremente
127. Sin embargo, el profetismo en el
sentido estricto de la palabra no es una institución como la realeza o el
sacerdocio: Israel puede procurarse un rey (Dt 17,14-15), pero no un profeta;
éste es puro don de Dios, objeto de promesa (Dt 18, 14-19), pero otorgado
libremente. Esto se percibe bien en el período en que se interrumpe el
profetismo (1 M 9, 27; cfr. Sal 73, 9): Israel vive entonces en la espera del
profeta prometido (1 M 4, 46; 14, 41). En estas circunstancias se comprende la
acogida entusiasta dispensada por los judíos a la predicación de Juan Bautista
(Mt 3, 1-12).
Vocación profética: indignidad,
gratuidad, misión
128. La llamada de Dios despierta en
Jeremías la conciencia de su debilidad (Jr 1, 6); en Isaías, la del pecado (Is
6, 5). En la conciencia de su indignidad, el profeta percibe mejor la gratuidad
y la fuerza de Dios. Como después escucharía Pablo: "Te basta mi gracia:
la fuerza se realiza en la debilidad" (2 Co 12, 9). Dios llama siempre
para una misión, al servicio de la cual queda el profeta (Jr 1, 9; 15, 19; Is
6, 6ss; Ez 3, lss).
El profeta anuncia en nombre de Dios
una palabra que se cumple. El sentido de la historia
129. El profeta queda al servicio de
la Palabra de Dios. Su misión viene definida en este importante pasaje del
Deuteronomio: "Suscitaré un profeta de entre sus hermanos, como tú
(Moisés), pondré mis palabras en su boca y les diré lo que yo le mande"
(Dt 18, 18). El verdadero profeta, dice a continuación, anuncia siempre
una palabra eficaz, una palabra que se cumple (Dt 18, 21-22).Y así
interpreta el sentido de la historia y de los acontecimientos desde la
perspectiva más profunda, desde la acción de Dios. Amós ha expresado esto
admirablemente: "No hará cosa el Señor sin revelar su plan a sus siervos
los profetas" (Am 3, 7).
Los profetas, centinelas de la Alianza
130. Los profetas son los centinelas
de la Alianza: denuncian el pecado del hombre y anuncian la acción salvadora
de Dios. Representan siempre la esperanza e invitan a la conversión: vuelta
del hombre hacia Dios y hacia el hermano. Los profetas vigilan, pues, el
cumplimiento de la Alianza y denuncian las claudicaciones del pueblo en el
orden religioso y moral.
Los profetas anuncian la salvación de
Dios y su gloria
131. Los profetas anuncian la acción
salvadora de Dios y su gloria, el resplandor de un Dios vivo que actúa en medio
de los hombres. Dios manifiesta su gloria por sus misteriosas intervenciones,
sus juicios, sus signos (Nm 14, 22; Ex 14, 18; 16, 7). Viene en ayuda de los
que confían en El. La gloria es entonces sinónimo de salvación (Is 35, 1-4; 44,
23). El Dios de la alianza pone su gloria al servicio de su amor y de su
fidelidad: El salva y levanta a su pueblo (Sal 101, 17; cfr. Ex 39, 21-29). El
profeta sabe que su labor no es sólo anunciar el castigo. Debe edificar y
plantar (Jr 1, 10), debe proclamar la salvación del pueblo atribulado. Dios es
ante todo salvador.
Arrebatados por el celo de la gloria
de Dios
132. Los profetas son arrebatados por
el celo de la gloria de Dios. Isaías la contempla bajo el aspecto de una gloria
regia (Is 6, lss). Es un fuego devorador, que pone al descubierto la impureza
de la criatura, su nada, su radical fragilidad. La gloria de Dios no triunfa
destruyendo, sino purificando y regenerando, y quiere invadir toda la tierra.
Ezequiel proclama la libertad transcendente de la gloria, que en la época del
destierro abandonará el templo en señal de reprobación (Ez 9-11) y que luego
irradiará sobre una comunidad renovada por el Espíritu (36, 23ss; 39, 21-29).
Como el salmista, el profeta se consume de celo ante el olvido de la Palabra de
Dios: "me consume el celo, porque mis enemigos olvidan tus palabras"
(Sal 118, 139; cfr. Sal 68, 10). Para los tiempos mesiánicos, los profetas
anuncian que la gloria de Dios alcanzará una dimensión universal: "Yo
vendré para reunir a las naciones de toda lengua: vendrán para ver mi
gloria" (Is 66, 18; cfr. Sal 96, 6; Hb 2, 14). Sobre este fondo
esperanzador se destaca la figura sin apariencia ni esplendor (Cfr. Is
52, 14; 53, 2) de quien, sin embargo, está encargado de hacer irradiar la
gloria de Dios hasta las extremidades de la tierra (Cfr. Is 49, 1-6).
Un culto meramente exterior,
claudicación del pueblo en el orden religioso
133. Los profetas condenan la
hipocresía de una religión exterior que olvida la justicia y los pobres. Es en
Oseas donde encontramos estas enérgicas palabras: "¿Qué he de hacer
contigo, Efraím? ¿Qué he de hacer contigo, Judá? Vuestro amor es como nube
mañanera, como rocío matinal que pasa. Por eso les he hecho trizas por los
profetas, les he matado por las palabras de mi boca. Porque yo quiero amor,
no sacrificio, conocimiento de Dios, más que holocaustos" (6,
4-6).
"Este pueblo me honra con los
labios, pero su corazón..."
134. En Isaías se denuncia la vaciedad
de un ayuno sin sentido: "Es que el día en que ayunábais, buscábais
vuestro negocio y explotabais a todos vuestros trabajadores. Es que ayunáis
para litigio y pleito y para dar puñetazos al desvalido" (Is 58,
3-4). Cristo confirma el veredicto del profeta:
"Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de
mí" (Mt 15, 8). También El declara la inutilidad de una religión meramente
exterior: "No todo el que me diga: 'Señor, Señor', entrará en el Reino
de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial" (Mt 7,
21).
Transgresiones del pueblo en el orden
moral
135. Los profetas denuncian las
transgresiones del pueblo en el terreno moral: los atentados contra la vida
humana, la violación de la fidelidad matrimonial, las diferencias escandalosas
entre ricos y pobres, la opresión que sufren los débiles, la rapacidad de los
poderosos, la tiranía de los acreedores sin entrañas, los fraudes de los
comerciantes, la venalidad de los jueces, la avaricia de los sacerdotes y
falsos profetas, la tiranía de las clases dirigentes. Los profetas anuncian que
"una sociedad así" no puede subsistir (2 S 12, 1-7; Is 3, 15; Am 2,
6-8; 8, 4-6; Mi 3, 11; Is 5, 8; Jr 6, 7).
La persecución, condición de la
existencia profética
136. No es de extrañar que la palabra
de los profetas de Israel tropiece con una resistencia violenta. Es esta una
condición de la existencia profética que experimentaron también Cristo y sus
discípulos. Es este un hecho de experiencia verificable hoy como ayer. Los
judíos del tiempo de Cristo, en cuanto tales, no eran ni mejores ni peores que
los demás hombres. Al no tolerar al profeta, el mundo está manifestando su
pecado (Mt 23, 29ss; Lc 12, 1-12; 6, 26).
Jesús, el profeta anunciado en las
Escrituras
137. Jesús aparece en medio de una
corriente profética, representada por Zacarías (Lc 1, 67), Simeón (Lc 2, 25ss),
la profetisa Ana (Lc 2, 36) y, por encima de todos, Juan el Bautista. Aunque la
figura profética de Jesús es distinta de la de Juan (Mt 9, 14), se reconocen en
él muchos rasgos que le sitúan en la línea de los grandes profetas: anuncia la
salvación de Dios y la urgencia de la conversión (Mt 3, 2.8); traduce la ley en
términos de existencia vivida (Lc 10, 29ss); revela el contenido de los
"signos de los tiempos" (Mt 16, 2ss) y anuncia su fin (Mt 24-25); su
indignación se dirige contra la hipocresía religiosa (Mt 15, 7) y anuncia un
culto en espíritu y en verdad (Jn 4, 21-24). Experimenta el rechazo de aquella
Jerusalén que había matado a los profetas (Mt 23, 37ss). La muchedumbre dará
espontáneamente a Jesús el título de profeta (Mt 16, 44; Le 7, 16; Jn 4, 19; 9,
17). Aún más: muchos verán en él al profeta anunciado en las
Escrituras (Jn 6, 14; 7, 40). Sin embargo, el misterio de Jesús desborda en
todos los sentidos la tradición profética: El es el Mesías, el Hijo
del hombre, el Hijo de Dios (Cfr. Tema 16).
Cristo está en los que llevan su
palabra y en ellos quiere ser escuchado
138. Anunciar la palabra de Cristo es
anunciar la Palabra de Dios y, al propio tiempo, participar en su misión
profética. Más aún, Cristo está en los que llevan su palabra y en ellos quiere
ser escuchado: "quien a vosotros os escucha, a mi me escucha;
quien a vosotros os rechaza, a mi me rechaza; y quien me rechaza a mi rechaza a
quien me ha enviado" (Lc 10, 16; cfr. Mt 28, 19). Cristo actúa hoy y
continúa su función profética en la del Pueblo de Dios: "El Pueblo santo
de Dios participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su
testimonio vivo, sobre todo, con la vida de fe y caridad y ofreciendo a Dios el
sacrificio de alabanza, que es fruto de los labios que confiesan su
nombre" (LG 12). Cristo, está presente en la voz de su Iglesia.
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