DONDE ABUNDÓ EL PECADO SOBRE ABUNDA LA GRACIA DE DIOS

 

DONDE ABUNDÓ EL PECADO SOBRE ABUNDA LA GRACIA DE DIOS

 

Ilustración: Hagámosle caso al Señor, que nos dice: "No endurezcan su corazón".

Endurecer el corazón al Señor es llevar una vida arrastrada, es desobedecer y rechazar sus Mandamientos. Es darle la espalda a Dios para rendirse bajo el dominio del mundo que contradice a Dios, a su Mensaje y a su Obra.

El corazón endurecido está acompañado de una mente embotada por el egoísmo, ha perdido la moral y ha caído en el desenfreno de las pasiones (Ef 4, 17- 18) El hombre de corazón endurecido, no camina se arrastra. “Teniendo pies no camina” como lo dice el salmista: “tienen oídos y no oyen, tienen nariz y no huelen. Tienen manos y no palpan, tienen pies y no caminan, ni un solo susurro en su garganta. (Slm 115, 6-7) Es esclavo de sus pasiones y de sus vicios (2 de Tim 2, 22) o como dice Pedro: Rechazad, por tanto, toda malicia y todo engaño, hipocresías, envidias y toda clase de maledicencias. (1 de Pe 2, 1) Para que puedan levantarse y volver a la Tierra Prometida, por el camino del éxodo. “No todo está perdido”,

Todo es posible para el que cree. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (1 de Tim 2, 4) La fe viene de lo que se escucha y nos lleva al conocimiento de la verdad que nos hace libres (Rm 10, 17; Jn 8, 32) La fe es un don de Dios y una respuesta del hombre- Dios y hombre, son los protagonistas de nuestra salvación. Lo primero que hemos de creer es que Dios nos ama, nos persona y nos salva. “Tanto amó Dios al mundo que le entregó su Hijo para salvarle” (cf Jn 3, 16) Lo segundo que es parte de lo primero: Dios nos ama a nosotros pecadores. Tal como lo dice Pablo: “En efecto, cuando todavía estábamos sin fuerzas, en el tiempo señalado, Cristo murió por los impíos” (Rm 5, 6) Esta es mi verdad que soy  pecador y he pecado. El pecado me endurece el corazón. Me esclaviza, me oprime y me da muerte (Rm 6, 20- 23).

Al reconocer las dos verdades, que Dios nos ama y que somos pecadores, estamos ya en proceso de conversión. La iniciativa es de Dios. Lucas lo explica al decirnos: «¿Quién de vosotros que tiene cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las 99 en el desierto, y va a buscar la que se perdió hasta que la encuentra? Y cuando la encuentra, la pone contento sobre sus hombros; y llegando a casa, convoca a los amigos y vecinos, y les dice: "Alegraos conmigo, porque he hallado la oveja que se me había perdido." (Lc 15, 4- 6)

La clave está en dejarse encontrar por Cristo el Buen Pastor. Que nos busca hasta encontrarnos. Dejarse encontrar es reconocer que no somos felices. Que nos hemos equivocado, hemos pecado y ofendido a Dios porque ofendimos a los que Dios ama. Reconocer que estamos necesitados de ayuda para salir del pozo de la muerte, nosotros solos no podemos. Reconocer que la ayuda que necesitamos viene de Cristo, sólo Él puede salvarnos (Hch 4,12) Dejarse encontrar es permitirle a Cristo abrazarnos y que nos perdone para que juntamente nos dé el Espíritu Santo (Rm 5, 5) Nos apropiamos de los frutos de la redención: el perdón de nuestros pecados, la paz, el gozo, la resurrección, la misión, el Espíritu Santo y la Comunidad (Jn 20, 19- 23)

Al unirnos a Cristo por la fe, estamos en comunión con Dios como sus hijos y somos hombres nuevos, lo viejo ha pasado, lo que ahora hay es lo Nuevo: Cristo y el Espíritu Santo dentro de una Comunidad fraterna, solidaria, servicial y misionera. Ahora podemos gritar con Pablo: “La ley, en verdad, intervino para que abundara el delito; pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia; así, la mismo que el pecado reinó en la muerte, así también reinaría la gracia en virtud de la justicia para vida eterna por Jesucristo nuestro Señor”. (Rm 5, 20- 21)

Porque estamos en comunión con Cristo somos una “nueva creación” (2 de Cor 5, 17) Es proceso de conversión, no estamos hechos, sino haciéndonos con la gracia de Dios y  con nuestra respuesta a Cristo y a su Iglesia. Con la Iglesia, el que fue un gran pecador, ahora es un misionero enviado por Jesús para ser su testigo hasta los confines de la tierra (Hch 1, 8). Jesús se acercó a ellos y les habló así: «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.» (Mt 28, 18- 20)

Tan solo nos pide que seamos fieles a la oración y a su Palabra (Mt 26, 41: Jn 8, 31- 32) “Porque a un administrador lo que se le pide es que sea fiel” (1 de Cor 4,1) Fieles a su Persona, a su Mensaje, a su Iglesia y a sus Sacramentos. Jesucristo es Dios que se hizo hombre: es Dios verdadero y es Hombre verdadero.

San Pablo recomienda a todo discípulo de Cristo: Tú, pues, hijo mío, manténte fuerte en la gracia de Cristo Jesús; y cuanto me has oído en presencia de muchos testigos confíalo a hombres fieles, que sean capaces, a su vez, de instruir a otros. Soporta las fatigas conmigo, como un buen soldado de Cristo Jesús. Nadie que se dedica a la milicia se enreda en los negocios de la vida, si quiere complacer al que le ha alistado. Y lo mismo el atleta; no recibe la corona si no ha competido según el reglamento. Y el labrador que trabaja es el primero que tiene derecho a percibir los frutos. (2 de Tim 2,1- 6)

 

 

 

 

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