DOBLE MAL HA HECHO MI PUEBLO: A MÍ ME DEJARON, MANANTIAL DE AGUAS VIVAS, PARA HACERSE CISTERNAS, CISTERNAS AGRIETADAS, QUE EL AGUA NO RETIENEN.

 

DOBLE MAL HA HECHO MI PUEBLO: A MÍ ME DEJARON, MANANTIAL DE AGUAS VIVAS, PARA HACERSE CISTERNAS, CISTERNAS AGRIETADAS, QUE EL AGUA NO RETIENEN.

¿Qué ha hecho el pueblo de Dios para hacer un doble mal? Ha quebrantado los Mandamientos y ha caído en la idolatría. Ha vuelto a caer en Egipto, en Asiria y en Babilonia, los más grandes enemigos del pueblo. Ha vuelto al exilio, a una tierra de servidumbre, de opresión, de esclavitud, en sentido teológico ha caído en la sepultura, en el pozo de la muerte (Ez 37, 12) Han vuelto al caos, a la confusión donde todo es tinieblas (Gn 1,1).

La invitación de los profetas es salir del exilio para ponerse en camino de éxodo hacia la tierra prometida, la tierra buena y ancha que mana leche y miel (Ex 3, 8) La tierra buena y ancha hace referencia un corazón bueno y grande donde habita la fe, la esperanza, el amor, y otros frutos, todos buenos que son la manifestación de la presencia de Cristo en sus corazones. Hablamos del hombre que ha sido justificado: "Es como un árbol plantado junto a corrientes de agua, que da a su tiempo el fruto, y jamás se amustia su follaje; todo lo que hace sale bien." (Slm 1, 3) No así el hombre que da frutos malos porque está aún en el exilio: "¡No así los impíos, no así! Que ellos son como paja que se lleva el viento." (Slm 1, 4) Son como huesos secos que están en la sepultura (cf Ez 37, 1-11) Como dice el Apóstol san Pablo: “están muertos” (Ef 2, 1)

Hoy día, Egipto, Asur y Babilonia ya no son nuestros enemigos. Los nuevo enemigos son el “Conformismo, el relativismo y el individualismo,” entre otros más. El conformismo es un estilo de vida que consiste en vivir como otros lo hacen, pensar, vestirse, hablar como otros lo hacen, lo anterior nos convierten en copia. Al no poder como otros lo hacen, nos llena de envidia y ésta nos lleva al odio y al homicidio. El relativismo nos lleva a la mentira que nos dice: “Cuánto tienes cuánto vales” Te valoras por la cuenta bancaría, por la ropa que portas, por el carro o la casa que tienes, por las amistades, por el cuerpo bonito, etc. “La verdad es que tú vales por lo que eres:” una persona, valiosa y digna. El individualismo te lleva a encerrarte en ti mismo, hasta puedes llegar a decir: “Estando yo bien, los demás allá ellos.” Para muchos el peor de los tres es el individualismo por el cual te aíslas y vives para ti mismo. Los tres tienen algo en común, un mismo pensar y un mismo sentir: Ver al otro, como objeto, como cosa como instrumento de placer o de trabajo, un medio que se le valora por lo que tiene, o, por lo  que hace, o, por lo que sabe. Cuando no se le necesita hay que desecharlo, tirarlo, destruirlo o matarlo.

San Pablo nos habla de cuatro características que acompañan a estos grupos: La mente embotada por la soberbia, el corazón endurecido por el rencor y el odio, la falta de moral y el desenfreno de las pasiones (Ef 4, 17- 18) Por eso los profetas nos invitan a volver al Señor para reconciliarnos con él y ser en él una tierra nueva, buena y espaciosa que puede manar leche y miel, es decir, paz y dulzura espiritual (cf Jn 7, 37- 38). Escuchemos algunos de los profetas que nos dicen:

"Por eso yo voy a seducirla; la llevaré al desierto y hablaré a su corazón. Allí le daré sus viñas, el valle de Akor lo haré puerta de esperanza; y ella responderá allí como en los días de su juventud, como el día en que subía del país de Egipto. Y sucederá aquel día - oráculo de Yahveh - que ella me llamará: «Marido mío», y no me llamará más: «Baal mío.» Yo quitaré de su boca los nombres de los Baales, y no se mentarán más por su nombre." (Os 2, 16- 19)

"Lavaos, limpiaos, quitad vuestras fechorías de delante de mi vista, desistid de hacer el mal, aprended a hacer el bien, buscad lo justo, dad sus derechos al oprimido, haced justicia al huérfano, abogad por la viuda. Venid, pues, y disputemos - dice Yahveh -: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán. Si aceptáis obedecer, lo bueno de la tierra comeréis." (Is 1, 16- 19)

"Por eso, profetiza. Les dirás: Así dice el Señor Yahveh: He aquí que yo abro vuestras tumbas; os haré salir de vuestras tumbas, pueblo mío, y os llevaré de nuevo al suelo de Israel. Sabréis que yo soy Yahveh cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo, Yahveh, lo digo y lo haga, oráculo de Yahveh.»" (Ez 37, 12- 14)

"Yo dije: «¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho.» Y me dijo Yahveh: No digas: «Soy un muchacho», pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás. No les tengas miedo, que contigo estoy yo para salvarte - oráculo de Yahveh -. Entonces alargó Yahveh su mano y tocó mi boca. Y me dijo Yahveh: Mira que he puesto mis palabras en tu boca. Desde hoy mismo te doy autoridad sobre las gentes y sobre los reinos para extirpar y destruir, para perder y derrocar, para reconstruir y plantar. Entonces me fue dirigida la palabra de Yahveh en estos términos: «¿Qué estás viendo, Jeremías?» «Una rama de almendro estoy viendo.» Y me dijo Yahveh: «Bien has visto. Pues así soy yo, velador de mi palabra para cumplirla.»" Jer 1, 6- 12)

¿Qué hace el Señor para hacer y cumplir todo lo que los profetas han prometido? Nos envió a su Hijo que nació de mujer para liberarnos de la esclavitud de la ley y para traernos al Espíritu Santo. Qué clama en nosotros: Abba, es decir, Padre (cf Gál 4, 4-6) Jesús con su Palabra abre nuestros sepulcros e ilumina nuestros huesos secos: Palabra poderosa, sanadora, liberadora y santificadora. Al final de sus días entregó su vida para salvarnos de nuestros pecados y resucita para darnos vida eterna y darnos Espíritu Santo” (Rm 4, 25) para que actualice en nuestros días la Obra redentora de Cristo. Escuchemos al apóstol Pedro decir a la multitud de creyentes que había escuchado la Palabra:

Entonces al oír esto, se compungieron de corazón y dijeron a Pedro y a los otros apóstoles: Varones hermanos, ¿qué haremos? Y Pedro les dijo: Arrepentíos y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. (Hec 2, 37- 39) Para que por la presencia del Espíritu Santo en sus corazones sean Hijos de Dios, Templos vivos del Espíritu Santo y Cuerpo de Cristo, miembros de la Iglesia.

¿Qué es entonces la conversión cristiana?

Es pasar de la Antigua Alianza a la Nueva Alianza. Es pasar de la Ley al Amor; del fariseísmos a Cristo; es pasar de las obras muertas del pecado a Cristo; de la esclavitud a la libertad de Cristo; de las tinieblas a la Luz; (Jn 8, 12) del pecado a la Gracia para morir con Cristo y vivir para Dios; (cf Gál 5, 24) y, ¿ahora qué? Ahora dejémonos conducir por el Espíritu Santo para que actualice en nosotros la Obra redentora realizada por Cristo. "Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu. No busquemos la gloria vana provocándonos los unos a los otros y envidiándonos mutuamente." (Gál 5, 24- 26)

La conversión a Cristo equivale a salir del conformismo, del relativismo y del individualismo que nos llevan al caos, a la confusión y a las tinieblas (Gn 1,1) para llevarnos a dar los frutos de la Luz: “la bondad, la verdad y la justicia” (Ef 5, 8) Para Pablo esto es de esencial importancia: “Déjense transformar por la acción del Espíritu Santo para que puedan conocer cuál es la Voluntad de Dios (Rm 12, 2) para que juntamente con tener una mente nueva y renovada podamos también tener los mismos sentimientos de Cristo, sus mismas criterios, actitudes y acciones (cf Flp 2, 5) y podamos alcanzar la estatura del hombre perfecto (Ef 4, 13) Revestidos del Hombre Nuevo en justicia y en santidad (Ef 4, 24) Formando todos, siendo el primer protagonista el Espíritu Santo, una Comunidad fraterna, solidaria y servicial, todos y cada uno somos iguales en dignidad. Comunidad en la cual nos preocupamos unos por los otros, nos reconciliamos con todos y tenemos un compartir permanente, todos animados y conducidos por el Espíritu del Señor. Que esta sea la “Obra de Dios en nosotros”  y que nadie sea excluido.

Caminemos llenos de esperanza hacia la gran fiesta: La Pascua de Jesús para que renovemos y actualicemos nuestra Alianza con Él: "Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahveh. Y sucederá aquel día que yo responderé - oráculo de Yahveh - responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra;" (Os 2, 21- 23)

Los tres regalos del Esposo para la esposa: la justicia y el derecho que equivale a la santidad, y la semilla de ésta es la Palabra de Dios. El amor y la compasión es el perdón y la misericordia, para luego el conocimiento de Dios y la fidelidad. Todo esto es para hacer de nuestro corazón la tierra que mana leche y miel, paz y dulzura espiritual. Esta es la Obra de Dios en nosotros que la logramos por acción de Cristo y del Espíritu Santo.

 

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